Cada
vez que termino de masturbarme -con los ojos irritados por el sudor-, y
recupero la vista y reconozco el olor de
mis sobacos evaporándose en el ambiente (cargándolo mucho más y mejor); cada
vez que me rindo y tengo que meter la cabeza en la taza del váter, para ver si
soy capaz de vomitar algo antes de ir al trabajo..., y descubro que ese cubo de
porcelana en el que respiro profundamente por la ansiedad, lleva años sin
limpiarse a fondo (que nunca he comprado desinfectantes para el cagadero), y
huele a meados filtrados por riñones viejos, a infección de orina, a cadáver de
rata, a mierda y a enfermedad... a cáncer de próstata.
Y
pienso que no quiero estar allí. Con la cabeza metida hasta el fondo de la
taza, respirando y oliendo todo aquello. Que debería haber salido a vomitar al
patio de atrás -con todo ese aire fresco, con las estrellas y el frío
despejándome poco a poco-. Una buena “vomitona” saludable rodeado de naturaleza;
el <<locus amoenus>>, ¡ay!
Cada
vez que me paso tres días con sus noches sin dormir, dando vueltas por la casa;
tomando litros de café y agua y pastillas azules y rosadas; cuando comienzo a
hablar solo y me creo rodeado de gente, aturdido como en medio de una multitud
durante una fiesta... de improviso el murmullo cesa y me descubro -otra vez,
solo- en medio del pasillo, sudoroso y jadeante... yendo y viniendo. Y pienso
que si como un bocadillo de panceta y queso, tal vez me calme y pueda dormir
(pero me dirijo al dormitorio en busca de cigarrillos). Y encuentro un paquete
aplastado junto a la máquina de escribir -en la que 36 horas antes,
aproximadamente- he dejado un folio en el que he mecanografiado a duras penas
un par de frases mediocres (¡respira!). En ese instante me percato de que nunca
más en mi vida escribiré algo bueno.
…
cada mañana que abro los ojos y no tengo muy claro ni qué día es ni quién
soy...
Cada
vez que intuyo que he olvidado algo de vital importancia... cada mañana, cada
tarde y cada noche...
Cada
día, durante unos minutos pienso en el asesinato, en cuántos libros tendrán las
bibliotecas de las cárceles de este
país. ¿Y quién no lo hace?
Todo
esto sucede cuando me quedo solo. Cuando se rompen esas cadenas -que si bien me
desollaban la piel de los tobillos- me mantenían unido a la superficie rocosa
del planeta. ¡Sí, malditos primates! Ese mismo planeta que ahora pisáis (con
los pies o con el culo). Ya no es mi juego... porque yo ahora soy un eco de
hace 60 años. Un fantasma del pantano, un vagabundo en Nueva Orleans y estoy
allí. En un cuartucho, oculto tras una columna de folios macilentos... una
sombra que viste un traje arrugado, color hueso. Que oculta su faz (bajo el ala
ancha de un sombrero lleno de manchas de humedad) mientras os escribe esto.
La
criatura del pantano alarga sus óseos dedos de seda sibilina (cómo una suave
brisa) para robar unos cigarrillos. Entonces podemos ver su piel traslúcida
-pez abisal-, surcada por vasos sanguíneos azules y purpúreos y nos damos
cuenta de que no es más que una larva del viejo tío Lee. Que algo se está
gestando en su interior; otro monstruo más y mejor; algo que se remueve entre
los fluidos gelatinosos... La larva se alimenta a través de los enormes poros,
sonríe y escribe, nos guiña un ojo; enciende cigarrillos y baja la boca hasta la
mesa -dónde el exterminador dejó olvidado unos polvos amarillos- los lame, los
recoge con la lengua y se los traga; luego lanza señales químicas. Antes de
finalizar con la metamorfosis, quiere saber si es el único de su especie.
(Luego
pienso que debería dejar de leer ese asqueroso libro una y otra vez.)
<<Sigo muy
pesado. Anoche me desperté porque alguien me apretaba la mano. Era mi otra
mano... Me duermo leyendo y las palabras adquieren un significado cifrado...
Obsesionado por las claves... El hombre contrae una serie de enfermedades que
descifran un mensaje en clave...>>
William
S. Burroughs El almuerzo desnudo (1959)
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