noviembre 10, 2013

Fuerzas de reacción (un eco del pasado)

  

Cada vez que termino de masturbarme -con los ojos irritados por el sudor-, y recupero la vista y reconozco el olor  de mis sobacos evaporándose en el ambiente (cargándolo mucho más y mejor); cada vez que me rindo y tengo que meter la cabeza en la taza del váter, para ver si soy capaz de vomitar algo antes de ir al trabajo..., y descubro que ese cubo de porcelana en el que respiro profundamente por la ansiedad, lleva años sin limpiarse a fondo (que nunca he comprado desinfectantes para el cagadero), y huele a meados filtrados por riñones viejos, a infección de orina, a cadáver de rata, a mierda y a enfermedad... a cáncer de próstata.

Y pienso que no quiero estar allí. Con la cabeza metida hasta el fondo de la taza, respirando y oliendo todo aquello. Que debería haber salido a vomitar al patio de atrás -con todo ese aire fresco, con las estrellas y el frío despejándome poco a poco-. Una buena “vomitona” saludable rodeado de naturaleza; el <<locus amoenus>>, ¡ay!

Cada vez que me paso tres días con sus noches sin dormir, dando vueltas por la casa; tomando litros de café y agua y pastillas azules y rosadas; cuando comienzo a hablar solo y me creo rodeado de gente, aturdido como en medio de una multitud durante una fiesta... de improviso el murmullo cesa y me descubro -otra vez, solo- en medio del pasillo, sudoroso y jadeante... yendo y viniendo. Y pienso que si como un bocadillo de panceta y queso, tal vez me calme y pueda dormir (pero me dirijo al dormitorio en busca de cigarrillos). Y encuentro un paquete aplastado junto a la máquina de escribir -en la que 36 horas antes, aproximadamente- he dejado un folio en el que he mecanografiado a duras penas un par de frases mediocres (¡respira!). En ese instante me percato de que nunca más en mi vida escribiré algo bueno.

… cada mañana que abro los ojos y no tengo muy claro ni qué día es ni quién soy...

Cada vez que intuyo que he olvidado algo de vital importancia... cada mañana, cada tarde y cada noche...

Cada día, durante unos minutos pienso en el asesinato, en cuántos libros tendrán las bibliotecas de  las cárceles de este país. ¿Y quién no lo hace?

Todo esto sucede cuando me quedo solo. Cuando se rompen esas cadenas -que si bien me desollaban la piel de los tobillos- me mantenían unido a la superficie rocosa del planeta. ¡Sí, malditos primates! Ese mismo planeta que ahora pisáis (con los pies o con el culo). Ya no es mi juego... porque yo ahora soy un eco de hace 60 años. Un fantasma del pantano, un vagabundo en Nueva Orleans y estoy allí. En un cuartucho, oculto tras una columna de folios macilentos... una sombra que viste un traje arrugado, color hueso. Que oculta su faz (bajo el ala ancha de un sombrero lleno de manchas de humedad) mientras os escribe esto.

La criatura del pantano alarga sus óseos dedos de seda sibilina (cómo una suave brisa) para robar unos cigarrillos. Entonces podemos ver su piel traslúcida -pez abisal-, surcada por vasos sanguíneos azules y purpúreos y nos damos cuenta de que no es más que una larva del viejo tío Lee. Que algo se está gestando en su interior; otro monstruo más y mejor; algo que se remueve entre los fluidos gelatinosos... La larva se alimenta a través de los enormes poros, sonríe y escribe, nos guiña un ojo; enciende cigarrillos y baja la boca hasta la mesa -dónde el exterminador dejó olvidado unos polvos amarillos- los lame, los recoge con la lengua y se los traga; luego lanza señales químicas. Antes de finalizar con la metamorfosis, quiere saber si es el único de su especie.

(Luego pienso que debería dejar de leer ese asqueroso libro una y otra vez.)


<<Sigo muy pesado. Anoche me desperté porque alguien me apretaba la mano. Era mi otra mano... Me duermo leyendo y las palabras adquieren un significado cifrado... Obsesionado por las claves... El hombre contrae una serie de enfermedades que descifran un mensaje en clave...>>



William S. Burroughs El almuerzo desnudo (1959) 






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