No os lo había contado hasta ahora, pero ya no puedo retrasarlo más. Como autor omnisciente que soy, he de deciros que Papá Perrault tenía un yaco africano encerrado en los sótanos de su caserón de París. No parece gran cosa a priori. Lo que cuentan de los loros, lo de la longevidad, lo de Humboldt y eso, es mayormente fantasía. Cualquiera puede tener un periquito canturreando en el balcón mientras escribe Barba Azul. No me refería a eso, sino a algo más gordo. Muy gordo. Esta vez va en serio. Lo digo. Allá va: Era el loro el que le dictaba al viejo Perrault los cuentos. ¿Cómo os quedáis, eh? El gato con botas lo redactó un pájaro. Y Cenicienta. Y Pulgarcito y lo demás. No un pájaro cualquiera, sino el loro más especial que existió jamás en Francia. Nadie, ni Ravel ni el ama de llaves, llegó a descubrir el secreto. Que Ravel, visitante esporádico y un poco a por uvas, no se enterase, diréis vale, pero es difícil tragarse que el ama de llaves haya bajado al sótano sin descubrir el paradero del animal, con rescate nocturno y entrega épica en refugio de aves. Pensaba que a estas alturas vuestra suspensión de incredulidad sería ya del tamaño de Córcega. Desde el sótano, amigos, es evidente, partía un túnel oculto por una puerta secreta, y más allá del túnel había un aviario subterráneo, insonorizado, terrorífico y tocho como la pirámide del Louvre. Por eso los gritos de auxilio del yaco no llegaban a oídos entrometidos. Solo Perrault conocía el acceso y solo él bajaba de noche a sonsacar al loro, mediante trozos de piña, papaya y paraguayo, las palabras exactas que todos conocéis de los libros, transcritas al dictado. Al principio el animal se resistía, pero el hambre aguza el ingenio. Y si la cosa al final se complicaba, Papá Perrault ponía a trabajar sus instrumentos de tortura: largas agujas de coser, hierros candentes, ruedas de carro y comadrejas glotonas. Luego, con el legajo a rebosar, se iba a beber cerveza a una taberna y hacía como que escribía. El loro cautivo, que resultó ser una lora, se llamaba Alejandra.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Periplo del [meta]héroe
Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...
-
El affaire empezó mientras Ravel leía a Barnes. Canturreaba una melodía pentatónica, todavía blandita y sin forjar, cuando por la página 42...
-
Para que bailen los osos hay que cantar a media voz. Ni muy fuerte ni muy flojo. Si quieres seguir con vida mantente de pie, esgrime tu gar...
-
No os lo había contado hasta ahora, pero ya no puedo retrasarlo más. Como autor omnisciente que soy, he de deciros que Papá Perrault tenía ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario