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junio 22, 2023

Po

 El príncipe, novio a la fuga por el bosque entre montañas, aborrece el himeneo, el sagrado vínculo del matrimonio, la conveniencia del linaje. La pastora Grisélidis, no obstante, hilaba sumisa junto al arroyo. He perdido a mis bros, estoy empanado, pero también blessed contigo, queen. Y ella mira, bebé, yo te llevo, bebé, si me sigues, bebé, yo te llevo, bebé. Y él cásate conmigo, queen, eres mi crush, yo te daré sieteveinticuatro. Y ella yo me caso, bebé, te obedezco, bebé, por tus celos, bebé, yo me caso, bebé. Papá Perrault está a la última, okey, pero sigue siendo un sádico, tanto bello sexo, tanto modelo perfecto, y como uno más plantado entre la muchedumbre a las puertas de Saint-Pierre. El empujón al reo, decúbito prono. El giro de muñeca sutil, experimentado. Mecanismo infalible. El cuerpo que cae sin ayuda en el cajón adyacente, capítulo 97, alta ingeniería. Las cosas en bruto: conductas, rupturas, catástrofes, la justa venganza de Grisélidis, esa pretérita y extrañísima doppelgänger de Jane Eyre, aquella tiniebla de Molly Bloom, su ominosa moraleja, monsieur, merece una tesis doctoral: El uso público de la guillotina. De Pelletier a Weidmann. Agua dulce del Po, agua salada del Adriático. 

mayo 23, 2023

La máquina

La máquina me pide que la alimente. Me suplica. Cada noche oigo su voz ebria como un soplido en mi oreja y me estremezco. Sus susurros me acompañan y me tientan. Cuando duermo, sueño con esa música que rumia en mi cabeza como un martillo que me golpea el cráneo; y solo se apaga, cuando vuelvo a oírla en la vigilia.

Cuando vuelvo a la máquina. Qué paradoja.

Y siempre vuelvo. Porque estar cerca de ella, calma mis demonios durante unos instantes que valen el oro que le doy para que se nutra.

Come. Devora. A cambio me deja jugar con ella. Soy feliz mientras dura el juego. Pienso, tontamente, que algún día me hará rico. Pero, de pronto, se acaba. Las luces se apagan. La música cesa. Allí pierdo siempre más de lo que gano y finjo que no lo sé. Porque ansío la máquina. Porque la máquina me transporta a un mundo lejano. Ajeno. Extraño.

Es un portal.

Vuelvo a casa. Siempre pensando en la máquina. Mi mente se llena de música en bucle y tintineo. Tarareo. Abro la puerta y me reciben mis hijas. Me sorprendo al verlas porque la máquina logra que me olvide de cualquier cosa. Mis hijas me piden que las alimente. Me suplican. Cada noche oigo sus voces implorantes.

Pero no tengo nada. Como siempre, la máquina se lo ha tragado todo.

Quizás, algún día, me trague a mí también.


Beth Lázaro


Periplo del [meta]héroe

 Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...