noviembre 26, 2023

Perlman, Itzhak Perlman

 Que Ravel buscaba siempre la vena no se le escapa a nadie. Que el archibolero es una sobria danza zamorana, tampoco. Ni que la feria es una jota, ni que el modéré del trío es un zortziko, ni que la alborada del gracioso es un fandango mañanero. Pero no todo iba a ser folclore ibérico, claro. Ravel conoció a Jelly d’Aranyi una húmeda noche de concierto, a principios de 1922, en el caserón londinense de algún conde austrohúngaro. Bartok se la presentó entre trago y trago de palinka. Era una joven de piel oscura, indistinguible de la madera del stradivarius que empuñaba, legado de su tioabuelo. Tenía las manos enormes de una matriarca romaní y la belleza aterradora de aquello que hay oculto más allá de los bosques. Al tocar, la poseían sin remedio los espíritus de los antiguos rapsodas magiares. Con ella en trance, el maestro escuchó por primera vez la agresividad resolutiva de la auténtica improvisación gitana. Irregularidad percutiva, inestabilidad melódica, opulencia tímbrica. Un viento zíngaro sobrevolaba el salón y los Sarasates, Paganinis y Brahmses de la tierra se convirtieron en amanerados fuegos de artificio. Las garras de d’Aranyi daban zarpazos al mástil. El cuerpo veinteañero se doblaba por el vientre. Los ojos de los presentes se entornaban con cada armónico. Era justo lo que Ravel buscaba. Lo popular sublimado. El kibutz sonoro. La música absoluta. Ahora ya puedo escribir Tzigane, le dijo a la muchacha. Y la madrugada improvisó su última cadencia cuando Bartok, algo azorado por la envidia, se bebió otro vaso más de palinka y se fue llorando a terminar sus sonatas. Cuarenta años después, a las puertas del Carnegie Hall, d’Aranyi fue abordada por un niño con muletas, obsequio de la polio. Su pelo rizado delataba una ascendencia sefardí. Me llamo Perlman, Itzhak Perlman, madame, quiero ser violinista y tocar Tzigane como lo hace usted. D’Aranyi puso la mano derecha en la cabeza del niño y sintió que le andaba dentro el espíritu de Schumann. Tocarás sentado, vaticinó, y lo harás mejor que yo, pero cuando tengas mi edad, una niña española también ejecutará Tzigane y te dará mil vueltas. ¿Una española?, dijo el niño, eso es imposible, madame, los españoles no saben ni coger el arco. D’Aranyi sonrió, le alborotó el pelo y se marchó con su séquito por la Séptima Avenida. El niño Itzhak se quedó blanco, acodado en sus muletas. Aún tardó unos segundos en reaccionar. ¿Cuál será su nombre, madame? ¿La española?, contestó d’Aranyi girando el cuello como un cisne: Dueñas, se llamará María Dueñas. Vas a tener que trabajar mucho Ravel para que no te supere. 

noviembre 18, 2023

Propedéutica

  Hardenberg palmó antes de cumplir los treinta. Tenía los pulmones como un hígado de pato. Dos coladeros del aire nocturno de Sajonia. Y los de Sophie no estaban mejor. De hecho estaban peor. Eran pulmones de esponja, opacos al trasluz. Los ponía a orear cada noche en la ventana de su habitación adolescente. Entre ambos, cuatro sanguinolentas asaduras. Sus respectivas y airadas batallas contra la muerte prematura acabaron en derrota. Ella alcanzó los quince por los pelos y él dejó el Ofterdingen en fase propedéutica. Todas las flores azules cultivadas, la marea de mineros cóncavos y trovadores convexos, la retahíla de los escribas ariscos acabaron en un gatillazo de los que dejaría lloriqueando confuso a Nacho Vidal. Aquel triunfo de la fábula sobre la razón es el cañón de confeti del romanticismo alemán. Una bala de fogueo. Una salida nula. Un quiero y no puedo. De haber terminado la segunda parte, el tiro de Hardenberg que pasó por encima de la cabezota de Goethe sin despeinarlo le hubiera despilfarrado los sesos contra una fachada concreta de la Elsenheimerstrasse de Munich. La luz y más luz que pedía Fausto quedaría sofocada como los rayos de sol en las minas del Eula. El culo de Wilhelm Meister, pateado a fondo por la tarantela de las Parcas. Incluso el imberbe imbécil del chaleco amarillo hubiera sido tal vez borrado del acervo por el canto curtido y libre que Heinrich entonara entre los muslos de Mathilde muerta. Algún día hablaremos de lo insuficientes que fueron para Novalis las palabras, las caricias y los años.

noviembre 11, 2023

Pares o nones

 Hoy es sábado. Iba a hablar del último premio Planote. Una verdadera ganga en posavasos. Calzos para mobiliario. Pellets de combustión rápida. Decoramesitas. Una escritura ligera, casi automática, especialidad de los días sin tiempo. Pero también quería hablar de Novalis. De cómo Heinrich se topó con Mathilde. Diese Reiter war nun geendigt. El Idealismo Mágico que pone patas arriba a Goethe. Una escritura densa, pedantona y áspera, que tampoco ibais a leer. Novalis versus Sonsoles. El dilema. Ambos, que me gusta a mí la imagen, puestos en equilibrio, atados y desnudos, sobre la afilada navaja de Ockham, las postales de Fu Zhu Li del capítulo 14, Leopoldo II en el Congo, Vlad el Empalador. En igualdad de condiciones la solución Ónega es la correcta. Y sin embargo me resisto, porque el Planote no merece que le dediquemos más tiempo que el del minero a la luz del sol. Lo echaremos a pares o nones, dice mi hija de seis años. Hija, ¿estás segura? No queda más remedio, amado padre, si no nunca me llevarás al parque. 

noviembre 04, 2023

Primus inter primos

  No tenemos ninguna información sobre la última esposa y heredera de Barba Azul. Ni siquiera el nombre. Conocemos el de su hermana Anne y los regimientos en que servían sus hermanos varones, uno dragón y el otro mosquetero. También sabemos que su madre era una dama de calidad, amante de los bailes de disfraces —antifaces de muselina, ciudadanos disfrazados de asnos de Persia, asnos de Persia disfrazados de ciudadanos—, sin duda mujer harto vanidosa. Del propio Barba Azul se dice al principio que era rico, muy rico, propietario de palacios en la ciudad y fincas en el campo —y muchas otras cosas, como, por ejemplo, varitas mágicas, insectos de cartón-piedra, una colección bastante amplia de crema para payasos, la botella de porcelana rosada—. Pero de la heroína, de la prota, hay que joderse, papá Perrault, no dejaste ni una pista cierta, ni una pincelada a la que aferrarse. Tenemos que inferir sin ayuda el picor adolescente en la entrepierna, la sumisión a los designios de su madre y la fatal curiosidad. Sobre todo esto último, ya sabéis, lo del muro con los fiambres puestos a secar. Una carnicería. Así que voy a inventarme un nombre para ella. Qué menos. La llamaré Zulima, como Novalis llamó al fugaz amor de Ofterdingen en el capítulo cuarto, poco antes de conocer a Matilde. Primus inter primos. La chica lo merece, coño. Poned nombre a todos vuestros personajes. Gustaos en la etimología. Dadlos en sagrada posesión a vuestros interlocutores. No hagáis el ganso como Perrault. La joven Zulima, recién casada, tenía derecho a un nombre, a organizar la soirée con sus amigas —alguien descubrió que el tiovivo podía seguir girando— siendo como era dueña y señora del castillo, libre del marido en viaje de negocios. Era justo alardear de riquezas ante ellas y perder el culo por abrir el portón del gabinete prohibido. ¿Qué hubiese pasado si sus hermanos soldado no llegan a tiempo de parar los pies a su cuñado? Todos sabemos que Zulima ocuparía obediente su lugar en el muro del gabinete, su sangre se fusionaría con la de las otras favoritas, coagularía perenne en el suelo. Primus inter primos. Un trofeo preeminente —girando suavemente en el chirrido de las tablas alquitranadas, para seguir girando hasta la muerte—, tal vez la difunta más bella, o la más joven, o la más curiosa. La primera entre las primeras. De esto tampoco tenemos ninguna información, pero podemos imaginar sin esfuerzo que, de ser así, la colección del asesino de la barba azul hubiera seguido aumentando. Eso mismo debió pensar Bartok cuando se le ocurrió para la siguiente esposa el bíblico nombre de Judit y propuso añadir, en el clímax de su Chanson de Cour, un vengativo refuerzo de metales. 

Paradojas de Zenón

Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: se...