«Su
bondad les provee de todo lo que puedan necesitar...»
Se cuenta entre murmullos en las
salas de espera de salud mental, se narra en cuadernos de notas donde
se grita a voz en cuello toda la verdad que el oficio de conspirador
es propio de seres dolientes. Lo que comienza siendo un acto de
cooperación más cercano a la pertenencia a una ONG, acaba por
obsesionar a los conspiradores.
Ingrato, ingrato es el oficio de
conspirar.
Y nada queda al final, salvo la
inmensa pena del fracaso o la inmensa pena del éxito, de haberlo
visto y hecho. Sucios conspiradores.
Todo comienza con largos
domingos. Con una lesión en la cancha de fútbol sala, con un
despido y el regusto, ya demasiado amargo, del vino en el fondo de la
garganta. Todo comienza con la depresión y el vacío. Los
conspiradores, aún sin serlo, se fijan en una octavilla que
publicita la conspiración como forma de apoyo a la comunidad. Los
pasos a seguir son sencillos: rellenar un impreso y presentarlo en un
estanco junto con el Certificado de Legados y Penales que también se
puede obtener allí mismo.
Entonces, los seleccionados
reciben una carta de agradecimiento y comienzan a llegar los
informes.
Estimado Sr. Fulano, Estimada
Sra. Zutana:
Bla, bla, bla, ha sido usted
seleccionado/seleccionada para formar parte del decimoctavo grupo de
conspiración ciudadana de su zona. Muchas gracias por su
colaboración en los procesos de reeducación ciudadana del agente
contaminante. Esperamos que el oficio le sea grato y que el proyecto
solucione los problemas detectados en su localidad.
Reciba un cordial saludo del
Coordinador de Bondad Ciudadana. Una vez más, gracias.
Recibirá los informes en
breve.
Suerte.
Firma de Mengano.
Sello del departamento de
Coordinación de Bondad Ciudadana.
Fin del primer informe. Tono
impersonal.
El primer informe que recibió
Yolanda, y así sería en lo sucesivo, no eran más que cuatro
fotografías. Al contacto con el sobre sintió un escalofrío...
La cara del agente contaminante
se rompía de lado a lado y de izquierda a derecha en un odio sincero
mientras -la foto estaba algo emborronada por una obturación lenta-
giraba la mirada y arrastraba el desprecio desde la cara de su
pequeño a la botella del alféizar. Al fondo de la instantánea, la
mujer sostenía una niña aún más pequeña. Alcohol y cigarrillos.
Le recorrió un escalofrío. El agente contaminante está sentado en
el sofá con las piernas abiertas, procurando ocupar todo el espacio
que podía y algo más. Dando un manotazo al aire y mandando callar a
su mujer. Escalofrío. Sólo eran cuatro fotos de un alcohólico,
sólo eso, pero los niños lloraban en todas y la mujer tenía
expresión de derrota. El agente contaminante arrojaba las cenizas de
sus cigarrillo directamente al suelo del salón. En la última
aparecía con el uniforme de la empresa municipal de conductores de
autobuses urbanos, los faldones de la camisa a medio meter. Un
conductor de autobús que bebe.
Guardó las cuatro fotos en el
sobre y el sobre en su carpeta de trabajo. Salió del zaguán y se
encaminó a la facultad. Otra mañana corrigiendo exámenes.