Vitti y Antonioni están tomando Tom Collins en un antro swinger de Niza, cerca del puerto. Fuman. Se sientan tête-à-tête en la semioscuridad y se besan apasionadamente sin descanso. En la barra hay una pareja que tal vez. La voz áspera de Vitti mezcla el italiano y el francés con soltura. Su sonrisa nunca deja de ser cáustica, como si supiera que a su alrededor cada elemento de la realidad es tan falso como en el cine. Fuma. A Antonioni aún no le hemos visto las manos, a saber dónde andarán. Es un tipo en apariencia serio, casi diríamos de figura triste, un espíritu definitivamente ausente. Sin embargo, se muestra afable en el trato y ameno en la conversación. Algo no concuerda. Fuman. Apuesto a que ninguno de los dos lleva ropa interior. Alehop! La puerta se abre y con el olor marino entra una pareja que viene de muy lejos. Él es un tipo grande, fuertote, barbudo. Su fisonomía se explicaría si un bisonte se volviese humano sin volverse humano del todo. A pesar del pelo mira con fervor a la mujer que le acompaña. Ella es una joven pálida que un día, por lo que sea, dejó de sonreír. Tiene rasgos del este, cabello tirando a claro, ojos un tanto oblicuos. Es menuda, pero camina con altivez nobiliaria. Fuman. Los dos. Se sientan en una mesa y piden vino. Son mucho más interesantes que la pareja de la barra. Será la novedad. Vitti y Antonioni cruzan unas palabras, se les van los ojos, terminan sus copas. Parecen turistas húngaros. Y eso por qué, Monica? Te digo que son húngaros. Fuma. Ella es perfecta, parece de porcelana, la has visto? Perfecta. Perfecta. Y él, te gusta? No es guapo. Fuma. No, no es guapo, pero tiene un no sé qué. Atracción húngara, ríe Antonioni. Zitto, scemo. El bisonte y la chica han empezado a sentirse observados. Se vigilan los cuatro de reojo. Vitti y Antonioni actúan como críos compulsivos. Attendete, amici! que la pareja de la barra está a punto de abalanzarse. Decisión tomada. Se cuelan por delante y saludan. Sois húngaros?, pregunta Vitti sentándose frente a ellos, tenéis que ser húngaros. Deja el tabaco en pleno centro de la mesa. Pues yo preferiría que no, dice riendo Antonioni, he apostado una botella de champán del caro. Michelangelo! La otra pareja se ha quedado un poco pasmada, ha sido una entrada triunfal, pasan unos segundos hasta que reaccionan. Yo soy de París, lo siento, dice el barbas, pero ella… Lo sabía!, estalla Vitti, graciosísima. Consigue que el hielo se rompa. Sí, bueno, empieza a contar la joven con una voz dulce, marcado acento del este, mi aldea siempre fue húngara, muy cerca de Bratislava, pero ahora creo que pertenece a Eslovaquia. Hace siglos que no voy. Maravilloso, voy pidiendo el champán. No venís mucho por aquí? No, dice el bisonte, es la primera vez que hacemos esto. Esto? Sí, lo del intercambio, me refería, nos da un poco de vergüenza. Ah, non parliamone più! Ahora estáis con nosotros, os ayudaremos. Yo soy Monica Vitti y este estirado es Antonioni. El director de cine? El mismo. Y tú eres la actriz. Ecco! Io sono! Besa al bisonte en la boca. Reparte tabaco. Te vimos en Desierto rojo. La chica besa a Antonioni en la mejilla afeitada. Hay cierta confusión de posiciones y bocas que desanuda la tensión. Buena peli. Sí, buena peli. Gracias. Pues cuando os digamos quienes somos nosotros lo vais a flipar aún más. Podríamos adivinarlo, dijo Antonioni divertido. Llega el champán. Brindan. Beben. Fuman. Venga, a ver… tú eres parisino… Auguste Rodin! No, y bebes, Vitti. Espera, interviene Antonioni, lo intento yo y si pierdo, bebemos los dos. A ver, a ver… París, eh?… Charles Aznavour! Risas. Joder, no, yo llevo barba. Bebéis. Beben. Me toca, dice la húngara, quién soy yo? Antonioni le coge la mano. Como queriendo leer en las líneas. A ver, a ver… Zsa Zsa Gabor! No, no. Te toca, Monica. Ah! Zsi Zsi Emperatrice! Estalla en una gran carcajada. Todos estallan. Qué ocurrencia! Beben, fuman y se tocan. Dadnos una pista. Bueno, diría que soy un personaje de ficción, asegura el barbas. Non mi dire! Vitti y Antonioni dan unos grititos de entusiasmo. A ver, a ver… Antonioni tuerce el gesto, piensa, piensa y resuelve: Grenouille! No me jodas! En serio? Ese era lampiño. No se te ocurre nada más? Antonioni levanta los hombros y pone cara de póquer. Vitti detiene las voces con las manos. Se concentra. No puedes ser el capitán Nemo. Frío, frío, asiente el bisonte. Tampoco creo que seas Jean Valjean. Frío. Eres Des Grieux? Uhm, te vas acercando en el tiempo. Se miden y brota, de repente, la complicidad. Antonioni y la húngara se han dado cuenta y sonríen, celosos. Más atrás? París, París… No tienes cara de ser un bufón de Molière, ni un príncipe de d'Aulnoy… Caliente, caliente… Nadie respira. Monica Vitti se ilumina: Eres el puto Barba Azul!!!, exclama triunfante. Se deja caer como una avalancha sobre el gran bisonte y casi se caen de espaldas con silla y todo. Se rehacen entre risas y caricias y, con la copa en la mano, Vitti brinda por los cuentos de viejas, por las esposas asesinadas, por el amor interracial. Beben, ríen y fuman sin medida. Te toca adivinar, Michelangelo, pide la única que sigue sin nombre. La muchacha parece que sonríe, como si se hubiese quitado una máscara o un peso de encima. Sí, sí, voy. Eres real o imaginaria?, pregunta el cineasta. Real, dice ella impaciente, tan real que hace algo más de cuatro siglos maté a 630 mujeres y niñas para bañarme en su sangre. La nuez de Antonioni sube y baja raspándole la garganta. Esa no la vieron venir. Hay, claro, un silencio embarazoso. Vitti se adelanta: Eres… la condesa… sangrienta… la Báthory… eres… la… Ambos se echan hacia atrás asustados. No hay brindis. La condesa se angustia. Ahora ya lo sabéis. No vi que os preocupase hace un minuto que mi acompañante se haya cargado a todas sus mujeres. Ya, pero tú fuiste real, Isabelita, mataste de verdad a esas niñas. Y qué?, responde por ella Barba Azul, cuántos como yo de reprobables existieron en la realidad y qué tardaréis vosotros en ser personajes de alguna novelette? Pensaba qué erais auténticos seres libres, pero por lo que veo no hemos derribado las últimas fronteras amatorias. Esto, sí, claro, pero es que tu chica mató físicamente a media Hungría, arguye Antonioni, y lo tuyo, barbas, se lo inventó un loro. Has dicho loro? He dicho loco. Loco. Caen como pesos muertos sobre las sillas. Pensaba que erais personas tolerantes, los dos, dice Barba Azul con serenidad; será prejuicio también, pero supusimos que las gentes del cine eran más abiertas. He de deciros que ya me he reformado, se excusa Báthory, ambos lo hemos hecho. Pagamos por nuestros crímenes. Ya no matamos gente. Antonioni y Vitti se miran un instante y asienten. Piden perdón y vuelven a acercarse a la mesa. Beben y fuman, aunque ya no ríen. La conversación se apaga. Se ha roto la magia y no saben si volverá. Si volviese habría personalidades en desorden, una gran encrucijada de amores exacerbados, sexo duro interdimensional, a saber qué más ocurrencias. Si por el contrario no volviese la magia, se despedirían, apenados. Barba Azul y Báthory caminarían hacia el puerto de Niza preguntándose si deberán también, en las escapadas de fin de semana, ocultar sus identidades para evitar el rechazo. Son gente normal, que trabaja, ama y se divierte, no delincuentes. Antes sí, de lo peorcito, es cierto. Pero ya no matan ni moscas, ya penaron sus crímenes. Él es autónomo y ella cuida a personas mayores. Pagan sus impuestos, saludan siempre a sus vecinos, tienen, como los demás, sus pequeños vicios. No se merecían esto. Por su parte, Vitti y Antonioni se quedarían charlando un rato en el bar. Conociéndolos, igual no le daban muchas vueltas al asunto y se tiraban a la pareja de la barra sin demasiado miramiento. Más tarde comerían pizza en la trattoria de algún conocido. Me dirás, lector, qué hacemos. Orgía o despedida? Vaya elección dejo en tus manos. Los cuatro elementos, Vitti, Barba Azul, Antonioni y Báthory miran al lector desde el antro swinger de Niza, cerca del puerto. Fuman. El deseo sigue ahí, junto a los prejuicios. Tal vez necesiten follar. Tal vez necesiten tiempo, fumarse tres paquetes, bailar un minueto. Tal vez, qué hacemos. Los dejamos ahí congelados para siempre. Qué no hacemos. Cuestionamos qué es ficción y qué es realidad. Rompemos otra vez el hielo. Acaso Antonioni y Vitti no son ficción ahora. Qué. Es el recuerdo una ficción. Lo es la historia. Lo somos nosotros. Qué hacemos, lector, qué.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Periplo del [meta]héroe
Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...
-
El affaire empezó mientras Ravel leía a Barnes. Canturreaba una melodía pentatónica, todavía blandita y sin forjar, cuando por la página 42...
-
Para que bailen los osos hay que cantar a media voz. Ni muy fuerte ni muy flojo. Si quieres seguir con vida mantente de pie, esgrime tu gar...
-
No os lo había contado hasta ahora, pero ya no puedo retrasarlo más. Como autor omnisciente que soy, he de deciros que Papá Perrault tenía ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario