Y nos convertimos en máquinas expendedoras de placer el uno para el otro. Olvido el penacho recortado del pubis y los labios rasurados y me centro en comerme ese coño a boca llena. Házmelo, dice. Déjate hacer, digo. Carne e ideas. Los cuerpos piden un estímulo tras otro; hay que ir escalando, deslizándose hacia arriba por la curva de placer, alcanzar un pico y estremecerse... dámelo.
Juguetea con ese pezón, lame el glande, muerde el cuello... Rózate con su piel recién exfoliada y disfruta del tacto de sus tetas, del tacto de la yema de sus dedos que rasca alguna respuesta química en forma de premio. Fóllame. Nos convertimos en la máquina conectada al cerebro del otro. No hay cables que lleven a un electrodo que se hunda en la carne y descargue sobre el blando cerebro un chorro de electrones que terminen por confundir la actividad eléctrica en química. No hay cables, ni cortes en la parte frontal de la piel que se tensa sobre el cráneo, no hay cables que nos unan y nos electrocuten; son mis dedos que entran en su boca que pide lubricar mi índice y mi corazón para que entren mejor en su coño. No hay cables, ni cuchillas, ni mallas conductoras que tiran hacia arriba de los pelos de la nuca por la tensión... No me están hurgando en el cerebro ni las batas blancas ni el olor a desinfectante; porque no hay cables, sólo piel.
Y entonces entran en juego los sistemas de ventilación, nuestros cuerpos necesitan ventilarse para no arder demasiado en el proceso. Embisto con la cadera, recibe mi embestida amortiguándola con la suya. Es así de fácil, pura mecánica. El aire nos utiliza como conducto por el que viajar. Me follas. Te follo. No hay nada más. El aire entra y sale a voluntad, nos circula. ¿Alguna vez habéis reído a carcajadas durante el sexo? De pura dicha reímos: es un resorte bioquímico que nos premia por hacer caso a nuestros imperativos. Orden cumplida, dame boca, orden que se transforma en risa. Ella tiene los ojos golfos y se le tensan los músculos bajo la piel. Ella acaba con un estertor, se le arquea la espalda y oculta la cara y aprieta los ojos y enrojece. Se oculta la cara para correrse bajo la almohada, pero yo la retiro con algo de brusquedad y exijo mi premio. Orden cumplida. Acabo -ya con mi premio- sin demasiada contundencia, pero acabo.
Y me pongo en modo pausa. Ella también está en pausa. La orgía de información ha terminado.
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