En Catfish Row también es viernes por la tarde y se masca la tragedia. Papá Perrault estaría orgulloso. Desde alguna buhardilla sale un viejo disco de Sidney Bechet despertando a los cerdos de su siesta. Bess se fue a Nueva York con su camello. No era tan tonta como parecía. Los negros remolonean aún en sus hamacas. Son los vapores y nieblas que suben del encuentro del Cooper y del Ashley los que humedecen los coños de las negras. Porgy lamenta su mala suerte, con un ojo morado, regalito de la policía. Amo a Bess. She gone, but you very lucky. Amo a Bess. She gone back to the happy dust. Amo a Bess. She done throw Jesus out of her heart. Y Porgy, el jiboso, el patizambo, se acuerda algunas veces de su cuerpo como de sirenita varada, ébano ardiendo bajo el sol en un campo de algodón, polvo para quien no la amó, sus versos humo. En una terraza de Charleston, Gershwin, Perrault y Carnero peroran sobre la belleza mientras se beben nuestros martinis, los muy hijos de puta. Nueva York es p’arriba, Porgy, p’arriba a la derecha. The saints go marchin’in.
junio 09, 2023
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