agosto 26, 2023

Pizza

  A papá Perrault le pirra la pizza. También le gustan los libros de caballerías, bailar pavanas hasta que cierran el bar y visitar castillos medievales con muchas puertas. Le favorecen los colores rojo y verde por las mañanas, practica bondage suave con su ama de llaves por las tardes y se enfrenta a la hoja en blanco por las noches, con éxito irregular. Como tantos otros, ubica sus historietas más allá de los Alpes. Papá Perrault cuida también con total dedicación sus abdominales, es decir, los engorda. Polpa di pomodoro, mozzarella di Bufala, aglio, olio, peperoncino o peperoni, poco importa, glielo dico io! Tampoco hace ascos a la pasta fresca. Da igual carne o verdura, figurativo o abstracto, cuando hay un buen plato de macarrones y raviolis en caldo de capones, gnoccos fritos o tagliatelli al estilo de Las Marcas, ni la zorra mirando las uvas. Llámalo Bengodi, llámalo Jauja. Aun con esto, la verdadera perdición de monsieur son los dulces: mamia en kaiku, talos con chocolate, idiazabal con membrillo, tortas de San Blas, cigarrillos de Tolosa, pastel de cerezas, pantxineta, porque quien dijo Alpes, dijo Pirineos. Luego, de madrugada, sin haber escrito más de un párrafo, se levanta descompuesto a cagar al corral y dispara, como había visto en una peli de los noventa, a las gallinas. Audrey Tautou, a quien como cada mañana han despertado los tiros, le da los buenos días desde la ventana de enfrente, sonriendo crípticamente. En el fondo toda esta rutina fisiológica de su vecino le viene de perlas para llegar a tiempo al set, porque ya sabemos cómo se pone Jean-Pierre si los actores llegan tarde. Cosa facciamo?

agosto 19, 2023

Preterintencionalidad

 Tal vez el ogro solo quería almorzar. Almorzar niños abandonados. Niños perdidos. No quería acabar degollando a sus siete hijas. Pobre. Qué chasco. Sus pequeñas vampirinas de dientes separados. Un daño causado más allá de la intención inicial. Præter intentio, escribió al margen papá Perrault, yo solo quería asustarlos, señoría, y lo imaginó escondiendo las manos en los bolsillos del delantal. Pulgarcito, el héroe, el Odiseo ladino, azote de ogros gibosos y maestro de argucias, solo tuvo que cambiar los gorros de dormir de sus hermanos por las coronas de oro de las jóvenes ogresas. Otra vez el oropel. El capital que os hará libres. Las niñas nadando, tal cual, en su sangre. Ni rastro de preterintencionalidad, sino cálculo. Y como hoy va de ogros la cosa, hablemos de la suegra comeniños de la Bella Durmiente. En la segunda parte del cuento, escamoteada sin reparo al gran público, el viejo parisino ingenió una nueva aventura de infanticidios. Ya nos conocemos. Un macho negligente, una abuela malvada, unos chiquillos jugositos, salsa de cebolla y mostaza, una madre aún adormilada, dientecito de ajo, el mayordomo a lo Schindler, nariz de azúcar, un corderito sustituto, un cabrito expiatorio, los ingredientes habituales del estofado, en fin, un thriller alemán de sobremesa. Tal vez la mujer solo quería evitar que la tachasen de mala madre cuando contrató a aquella nourrice rubia.

agosto 12, 2023

Plexiglas

A veces hay fallos en la trama y te caes hacia dentro. A veces una historia pueden ser dos, tres, cuatro, los restos de un paraíso, una experiencia existencial, la preubicuidad orientalizante. Compartimentos plásticos. A veces la rueca es la manzana, el gato es la bruja, la Bella es Laideronnette. Todo depende de la dosis de metacrilato. Papá Perrault puso una vez cara de hermanos Grimm d’Aulnoy Villenueve Andersen Barajas Junior y el lecho de oro y plata en el que dormir un siglo fue, de repente, una urna de plexiglas custodiada por enanitos. Esas conexiones neuronales son impredecibles. Yo, Walter Elias Disney, buzo de lavabos. ¿Alguien sabe por qué elaborada perversidad el hada buena no sedó también a la reina y al rey, lo mismo que al resto, por cien años? Ya son ganas de dejar los cadáveres por ahí, en el gran salón, sobre sendos tronos, para que tu hija los encuentre mondos al volver del más allá. Mucamas sudorosas, damas de honor y compañía, gentilhombres peripuestos, militares condecorados, mayordomos culpables, cocineros vascos, guardias civiles y guardias suizos, pajes, pejes, pijos, pujos, pajas, sotas, sietes, valets, escuderos, gendarmes también peripuestos, perdices, mastines, faisanes, percherones, lavanderas, planchadoras, cerilleras, golondrinas, Pouffe, la pequeña Pouffe, la tristísima Pouffe, durmiendo la mona diez décadas como los demás siervos, sentenciados a muerte, qué largo fue el tiempo de los faraones, vasallos asesinados en sus puestos de trabajo. Todos murieron con la princesa, prevista resurrección masiva, eso sí, a medio/largo plazo. Pero no el rey ni la reina, no la reina ni el rey, que con la frente marchita y estoica velarán a su hija cuajados de lágrimas, vahídos e insomnios, hasta que la sed y el hambre se los lleve a las cocinas de cuando en cuando, y el deseo de luz solar puede que al jardín de zarzas crecientes, o a solazarse en el íntimo jacuzzi, ya sabéis, el sexo a los sesenta puede ser muy placentero, y un gimnasio completo adyacente, para tonificar, salón de té, pista de tenis, cama de tres por tres, cine en casa, sin que nadie les incordie, les perturbe o les tosa, por fin felizmente infelices en una vida high class, hasta que la artrosis o la demencia los agriete una tarde como mamparas de metacrilato, de esas que igual te encierran un fiambre blanquecino que te separan de tu compañero de oficina durante una pandemia. Aún quedaban setenta y cuatro largos años para el milagrito zombie, amigo Disney, eso no tuviste los huevos de contarlo. 

agosto 05, 2023

Percusión

 La noche del 26 de octubre de 1721 hubo concierto. La Conserjería era el lugar más musical de París, más incluso que el teatro del Palais-Royale. Se oían rítmicas las humedades goteando por los sillares. Aullidos de presos sometidos al suplicio des brodequins. Crujidos de pulgares. Toda una Ionisation de Varèse oficiada ante el altar de la confesión, la reina de las pruebas. Papá Perrault llevaba muerto casi veinte años cuando Cartouche tenía apenas veintisiete. Se encontraba pocos días antes enderezando clavos en un burdel de La Courtille, una tarde extrañamente calurosa para lo avanzado que andaba el otoño, cuando fue apresado por los sabuesos del Duque de Orleans y conducido al Châtelet. Tras un fallido intento de fuga, el sujeto fue trasladado a la gran cárcel en la fecha indicada y condenado a morir en la rueda. A partir de ahí el concierto duró dos días. Con el habitual empeño de los jueces por explorar las capacidades percutivas de sus verdugos, le dieron el preceptivo tormento. Fue, sin duda, una brillante ejecución introductoria. Pero el verdadero recital de Cartouche iba a ser en la Grève a la mañana siguiente, un movimiento monumental a lo Bartók, aplicado sobre las teclas de sus huesos, un remedo del Gaspard de la Nuit, suplicio para cualquier ejecutante. Los apócrifos cuentan que en los tablones de la rueda montaron a otro reo, un solista voluntario ligerito de ropa, quizá devoto del bandolero, dispuesto a sustituirle en el aria de la agonía al son de los golpes de los sayones. Otros aseguran que el contrapunto del retentum libró a Cartouche del doloroso finale, cuya partitura contemplaba la amputación armónica de varios de los miembros antes aplastados. En las crónicas de La Regencia, Dumas describe con su habitual swing que en l’Hôtel-de-Ville, antes de palmar, delató a trescientos de sus secuaces, mínima sección para una orquesta que, en total, superaba los dos mil intérpretes. A Jean-Paul Belmondo tanta seriedad no le pareció en absoluto convincente. 

Periplo del [meta]héroe

 Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...