agosto 12, 2023

Plexiglas

A veces hay fallos en la trama y te caes hacia dentro. A veces una historia pueden ser dos, tres, cuatro, los restos de un paraíso, una experiencia existencial, la preubicuidad orientalizante. Compartimentos plásticos. A veces la rueca es la manzana, el gato es la bruja, la Bella es Laideronnette. Todo depende de la dosis de metacrilato. Papá Perrault puso una vez cara de hermanos Grimm d’Aulnoy Villenueve Andersen Barajas Junior y el lecho de oro y plata en el que dormir un siglo fue, de repente, una urna de plexiglas custodiada por enanitos. Esas conexiones neuronales son impredecibles. Yo, Walter Elias Disney, buzo de lavabos. ¿Alguien sabe por qué elaborada perversidad el hada buena no sedó también a la reina y al rey, lo mismo que al resto, por cien años? Ya son ganas de dejar los cadáveres por ahí, en el gran salón, sobre sendos tronos, para que tu hija los encuentre mondos al volver del más allá. Mucamas sudorosas, damas de honor y compañía, gentilhombres peripuestos, militares condecorados, mayordomos culpables, cocineros vascos, guardias civiles y guardias suizos, pajes, pejes, pijos, pujos, pajas, sotas, sietes, valets, escuderos, gendarmes también peripuestos, perdices, mastines, faisanes, percherones, lavanderas, planchadoras, cerilleras, golondrinas, Pouffe, la pequeña Pouffe, la tristísima Pouffe, durmiendo la mona diez décadas como los demás siervos, sentenciados a muerte, qué largo fue el tiempo de los faraones, vasallos asesinados en sus puestos de trabajo. Todos murieron con la princesa, prevista resurrección masiva, eso sí, a medio/largo plazo. Pero no el rey ni la reina, no la reina ni el rey, que con la frente marchita y estoica velarán a su hija cuajados de lágrimas, vahídos e insomnios, hasta que la sed y el hambre se los lleve a las cocinas de cuando en cuando, y el deseo de luz solar puede que al jardín de zarzas crecientes, o a solazarse en el íntimo jacuzzi, ya sabéis, el sexo a los sesenta puede ser muy placentero, y un gimnasio completo adyacente, para tonificar, salón de té, pista de tenis, cama de tres por tres, cine en casa, sin que nadie les incordie, les perturbe o les tosa, por fin felizmente infelices en una vida high class, hasta que la artrosis o la demencia los agriete una tarde como mamparas de metacrilato, de esas que igual te encierran un fiambre blanquecino que te separan de tu compañero de oficina durante una pandemia. Aún quedaban setenta y cuatro largos años para el milagrito zombie, amigo Disney, eso no tuviste los huevos de contarlo. 

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