En las fantasías de papá Perrault, el proveedor de perdices oficial era el gato con botas. ¿Las han probado escabechadas vuesas mercedes? Ingredientes: un gato, una bolsa, unas botas para andar entre matorrales y un rostro de hormigón, preferentemente armado. Las perdices están en los campos de grano, el gato abre de par en par su bolsa, es difícil que las perdices entren en la bolsa, casi siempre salen volando en cuanto sospechan algo. Con los días se va adquiriendo habilidad y la caza mejora (son muchos años de prácticas con ratones, salamanquesas y jilgueros, mis preferidos), y un día se aprende a tirar de los cordones a tiempo y cerrar la bolsa con la presa dentro (la idea inicial del hijo del molinero era comerse al gato y hacerse unos guantes con su piel), lo malo es que ahí te das cuenta que las vidas de un gato nunca son siete, que alguna ya has perdido de camino, y tienes que ir al palacio del rey otra vez para ofrecerle las piezas cobradas, con lo mal que te trataron en la última audiencia soltándote a los perros, y una vez allí intentar colarle al monarca el bulo del marqués de Carabás sin mover una pestaña. Cómo cambia la cosa. El pacto ficcional aquí es del tamaño de la Conserjería, porque gracias a los arrestos cinegéticos del minino comieron perdices La Bella durmiente, Cenicienta, Piel de Asno, Pulgarcito, Riquete y hasta Grisélidis, que ya le vale a Grisélidis. Todos menos Caperucita. Caperucita no. Caperucita no comió perdices.
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