A papá Perrault no le gustan las manzanas. Esas que saben a arena son asquerosas. Son como masticar cieno. Y las ácidas, las granny smith, esas le dan dolor de muelas solo con verlas amontonadas en el mercado des Enfants Rouges. Pero las que más odia, las que no puede soportar ni aún muerto de hambre, son las manzanas japonesas. Las fuji son unas manzanas que se las dan de rueca: un pinchacito de acidez y a continuación su empalagoso dulzor como de largo sueño. Un verdadero asco. Papá Perrault prefiere la hombría suculenta del plátano, la humedad melosa de los pequeños higos, la gravidez sabrosa de unas buenas peras. Un día de verano se encontró casualmente con Ravel en Futuroscope, que está justo a medio camino entre Donibane Lohizune, lugar de vacaciones del músico, y la capital francesa, lugar de residencia del cuentista. Se saludaron efusivamente y, como ambos habían venido solos sin nadie que les incordiase, resolvieron visitar juntos el parque, empezando por subirse a la Gyrotour. Ravel, como siempre, iba comiendo manzanas. Manzanas fuji. La Gyrotour empezó a subir y a girar y aburrir al más pintado. La charla empezó con halagos del viejo al Petit Poucet, pero pronto se agrió al señalar a Ravel el feo que había sido incluir en la suite aquel bodrio orientalizante de la sierpe de d’Aulnoy, o esa otra castaña del vals de la bestia y la muchacha, repetitiva en exceso, y qué decir de la pavana inicial, que parecía más una berceuse. Ravel, por su parte, defendía con pasión juvenil su música: claro que era una berceuse, maestro, la princesa está dormida, no muerta, y en esa defensa escupía sin querer micropedazos de pulpa de fuji sobre el rostro y la pechera del anciano. Papá Perrault aún no había escrito ni una palabra de La Bella durmiente, así que no tenía ni zorra idea de qué putain le estaba hablando aquel pianista de 1900. Intentó sobrellevarlo con entereza, pues la paciencia es una virtud muy parisina, pero al final perdió los nervios, arrancó lo que quedaba de fuji de la mano de Ravel y la tiró, al grito de merde alors!, por sobre las cabezas de los atónitos visitantes. La mala fortuna hizo que el hueso casi mondo de la manzana cayese en el mecanismo de la Gyrotour por una rejilla rota, bloqueando la plataforma circular a cuarenta y tres metros de altura. Todas las ruecas son un poco manzanas, ya lo dijimos. Perrault y Ravel fueron rescatados por los bomberos de Poitiers, junto a otros ochenta y seis aventureros, mediante un laborioso y lento dispositivo de rápel. No tardaron en ser denunciados por las autoridades de Futuroscope. Desde ese día y para siempre, los autores de Ma mère l’oye tuvieron prohibida la entrada al parque.
septiembre 02, 2023
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