diciembre 26, 2024

Pírrica danza

D’Aulnoy y Ravel se están fumando en la cama unos canutos milesios. Material afgano. Hablan de Laideronnette: je te doue d’être parfaite en laideur, escribe madame. Se ríen. La crueldad de esta sentencia es como la ceniza del cannabis desbordando el cenicero. Segundos después llaman a la puerta. Los pagodas entran en tropel a servir el desayuno mientras canturrean y bailotean. Eso se les da de fábula. También atienden con solvencia los asuntos domésticos: cocinan, limpian letrinas, llevan la contabilidad, cortan a tijera los setos… Pero en otras facetas dejan mucho que desear. Como guerreros, por ejemplo. Si la malvada Magotine decidiera atacar sus fronteras, el país se disolvería como el humo del peta a través del dosel. Los pagodas salen de la alcoba tras preparar el banquete matutino y los amantes, al olor de las viandas, sienten hambre. Se levantan desnudos y desnudos se sientan a la mesa: legumbres secas, hormigas fritas, souliers de fer. Un ágape delicioso por obra y gracia del THC. Al tacto erizado de sus propias pieles regresan de urgencia a la cama. Siguen hambrientos, obvio. D’Aulnoy mordisquea las aristas del cuello de Ravel. Ravel parte con sus manos la cadera opulenta de D’Aulnoy. D’Aulnoy amasa como un panadero los testículos de Ravel. Ravel paladea, lengua en ristre, la vagina y alrededores de D’Aulnoy. A lo largo de pasillos y en estancias contiguas suenan chants d’hyménée en las voces blancas de las pagodinas y los pagodas responden con gestos obscenos y chanzas carnales. Cómo está el servicio. La clase esclava también folla, como es natural, aunque sus orgías suenan inevitablemente a porcelana rota. Le bon esprit de la gente pagodine se funda entre cascotes, pobreza, hydropesie de rire y lujuria. D’Aulnoy, por el contrario, jadea agarrada a los barrotes de la cama y se escuchan coros majestuosos que Ravel anota mentalmente. El est bon, il est sage! Su polla francesa asciende como una escala lidia dando puntos de sutura al deseo de madame. Il a pansé la plaie! La penetración resulta satisfactoria a pesar del cannabis. Al poco, ambos se duermen sudorosos, apelmazados, aún hambrientos. Para el arrullo, los pagodas han preparado una danza ancestral, preámbulo de la contienda bélica. Golpean palos viejos y escudos de latón al ritmo de la música. Los amantes yacen, colocados. Pronto, al despertar, habrá otra impúdica batalla. L’Amour ne voulut plus les abandonner. 

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