DURANTE LA PRIMERA OLA me deleito acariciando uno de los cigarrillos que me he traído de la obra. El paquete quedó lleno de polvo y arenilla: Unos restos ásperos de ese despropósito laboral, así que tuve que meter el tabaco en una vieja pitillera de lata, que ahora, también uso como cenicero.
El corazón me latía lento y absoluto; llenando todo el espacio de la caja torácica y parte del estómago. Los dedos se me iban hacía el muslo y comenzaban a simular que tecleaban sobre un qwerty..., el mundo a mi alrededor perdía definición en los detalles, esa claridad que se le presupone a la vigilia y que se pierde en los sueños recién levantado, recién se recuerdan... Así comienzo a fijarme en gestos sin importancia e intuyo un significado trascendente en la forma en la que acabo de plegar la manta de cuadros verdes y azules con rayas rojas... Esa misma con la que me tapo en las noches de resaca. O me sorprendo cuando recuerdo que no todo el mundo tiene dedos como insectos (de esos que pliegan la cabeza contra el abdomen justo antes de atacar o salir volando hacia otro arbusto reseco una tarde de verano).
Durante la primera ola -un breve trance- sé que podría escribir un gran poema sobre la pesadez de estómago que me produce el polvo de cemento..., pero se va, siempre lo hace. Y comienzo a fumar cigarros de más, a perder las ganas volviéndome lento y torpe sobre ese mismo espacio que había dominado a la perfección. No sé si los insectos denotan una cualidad cercana a la enfermedad mental, pero la incapacidad de agarrar una de esas verdades absolutas medio veladas y que, propiciarían la creación de una gran obra de la literatura, denota una carencia absoluta de talento creativo.
Viene una y otra vez y se escapa SIEMPRE.