Ningún trabajo
de ciervo haréis, y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová.
Levítico 23-25
Esta es una ciudad alcohólica. Está en coma… ¡ño!, qué risa
te da.
Ahora es mejor que todo te provoque risa, pero bajito, no
sea que alguien se percate de tu alegría. La gente de esta ciudad no debe
enterarse de la alegría del otro. Enseguida se ponen a averiguar los motivos
siniestros que provocan esa alegría individual.
La alegría debe ser colectiva.
Igual al coma.
Por eso es común encontrar tumultos alegres, alrededor de
pequeñas naves cósmicas que contienen líquido para hacer volar unos 100 metros
hacia arriba, casi cerca de las nubes; pero volar no es asunto de líquidos y el
aterrizaje es forzoso, sin previo aviso. Los alegres, entonces, van de cabeza
contra el primero o la primera que esté tan volador como él, o no lo esté. Da
igual. Lo importante es demostrar la frustración por lo corto del viaje.
Pero para ese entonces ya se habrán retirado las cámaras,
ya habrán guardado las banderas, los micrófonos, y al otro día, cuando los
barrenderos recojan los vasos de cartón, bolsa plásticas, cucuruchos de papel,
cigarros a medio fumar, banderitas de colores, cornetas de lata, monedas de a
peso y 20 centavos, mierda, aretes de fantasía, almohadillas usadas, vidrios de
botellas de ron, caramelos a medio chupar, restos de vómito; justo un poco
después, cuando la pequeña plaza esté completamente limpia, la gente volverá a
tener la sensación de que todo marcha a las mil maravillas. Y olvidarán su rabia contenida la noche anterior, al descubrir la estafa, el
engaño del corto vuelo, el estrepitoso aterrizaje.
Todo está bien, se dirán en sus camas, saboreando el sorbo
de chícharo con café que no cambiarían por el mejor Cubita o Serrano.
Every thing is fine.
Te repites ahora que ya tienes los pies dentro del cesto
enorme.
Eres una muda de ropa recién lavada y el cesto es de mimbre
y te guardará hasta que una mano te saque para planchar todas tus arrugas, tus
miserias de ropa demasiado usada, de aquí para allá. El cesto de mimbre te
guardará hasta que todo marche un poco
mejor, de verdad.
Pero no eres una muda de ropa y el cesto no es para
guardarte. El cesto se aferra con más de tres brazos al globo.
Qué globo más lindo… ¡ño!, qué risa te da, y dejas caer
sobre la azotea dos o tres lastres para comenzar a volar, de verdad.
Volar de verdad. Como si fueras un pájaro gordo y lleno de
colores y de fuego. Volar como si fueras una estrella fugaz, y allá abajo
quedan todos los alcohólicos mirándote y pidiendo 134 mil deseos, porque no se
atreven a ser estrellas fugaces ellos mismos.
—¡Borrachos fugaces!
Les gritas cuando el globo pasa por encima de las azoteas y
casi te enredas con una antena de televisor.
Los televisores están apagados.
No hay nada que ver.
No hay nada que celebrar.
En un día como hoy no murió nadie. A nadie se le ocurrió nacer ni asaltar ningún
cuartel ni dar una carga al machete ni redactar ningún documento importante que
haga celebrar al tumulto.
No hay fiestas.
Algunas botellas de ron, es lo único que venden en las
cafeterías; pero solo las acompañan músicas románticas o de tristes mensajes.
Eres el centro de todas las aburridas miradas.
Debes tener cuidado.
Si descubren tu sonrisa podrían sospechar, avisar al Jefe
de Sector, a cualquier otro con un cargo importante en la policía.
—Every thing is fine.
Repites y enseñas tus dientes al cielo estrellado, es el
único que no te traicionaría.
Pero el viento sí.
Te da empujones como si fueras una brizna de trigo. Como si
ya no se pudiera sacar nada bueno de ti. Quieres ir más suave, saborear el
escape como si fueras aquel conde vengativo. Pero no quieres vengarte de nadie,
solo quieres que nadie se percate de tu alegría, de tu escape.
Estar alegres y escapar son actos sumamente peligrosos en
esta ciudad.
Las ciudades comatosas suelen ser mucho más vengativas que
el conde francés.
Tienes derecho a estar bien, pero tu deber es estar mal.
¿Cómo lo entiendes?
No estás aquí para entender. Solo para ocultar tu risa. La de verdad.
La risa de mentiras es la única autorizada para salir a la
calle. Nadie sabe de qué sería capaz una risa sin educación, sin principios,
desbocada como los caballos que recuerdan de repente su naturaleza.
Allá abajo hay un pueblito y no es una ciudad que conoces.
Quizá has volado demasiado al oeste.
A lo mejor debías haber ido más al sur o al norte o al
sureste, pero el oeste siempre ha sido un lugar a respetar.
Nadie sabe si en el oeste de Cuba existan cowboys o
gángsters del desierto.
La gente no suele hablar de cosas tan interesantes y
peligrosas.
A no ser que comiencen a repartir cowboys y
gágnsters por la Libreta de Abastecimientos o Maité Vera escriba una
telenovela sobre ellos.
Pero eso debe de resultar un poco caro.
Qué risa. ¿Qué harías con cinco gángters al mes? O un cowboy
por núcleo familiar. ¿Lo revenderías para comprar alegría?
Qué risa.
Lo revenderías para comprar más risa.
No caben dudas. Cada vez vuelas más al oeste.
¿Y si un disparo convierte tu globo en un pedo enorme?
Eres un pedo enorme, descolorido, aterrizando cada vez con
menos control. ¿De dónde vendría el disparo? ¿De la Ley Seca o de las
Minas de Oro?
Seguro fue un siouxs.
Pero los siouxs viven más al norte. ¿En Dakota?
¿Un apache?
Esas gentes son pacíficas.
¿Un guardafronteras?
¡Dios tuyo, un guardafronteras te ha disparado!
Vas camino a estrellarte contra los arrecifes por causa de
un guardafronteras que vendrá pronto a recoger lo que quede de ti para guardarte en una bolsa verde.
¿Qué importancia tiene el origen de la bala?
Quizá solo sea que el globo se cansó de volar.
O el Destino.
—¡Ño!, every
thing is fine.
Y vas a dar con los codos contra la arena blanca y llena de
piedras dóciles, cobos, nidos de tortugas, cangrejos ermitaños.
—Esta es la tierra más hermosa que he osado pisar.
Está amaneciendo. Es la primera vez que vez salir el sol
por el lado contrario. En el malecón lo ves nacer desde los edificios. Pero
verlo salir del mar y a la izquierda es distinto. Eso no te da tanta risa. Casi
te provoca deseos de llorar.
¿Llorar?
¿En este lugar estará permitido llorar?
Los guardafronteras deben de estar por llegar. No puedes
perder tiempo con las lágrimas.
Debes reír lo antes posible.
Si descubren que estás alegre a pesar de la caída, podrían
sospechar. Si sospechan, descubren, revisarán los bolsillos y descubrirán el
resto de tu alegría.
Every thing is fine.
Dirás la contraseña, para que sepan que eres de los de su
bando y no confundan tus buenas intenciones.
¿Por qué se demoran en llegar?
¿Dónde estás?
¿En una tierra exenta de guardafronteras?
El color del cielo anuncia que no has salido de Cuba,
podrías estar en Las Bahamas, pero sabes que viajaste al oeste, y las Bahamas
están al noreste, eso no has podido olvidarlo ni con toda tu alegría voladora.
Enciendes otro cigarro. Los policías de la costa no te lo
permitirían. Absorbes con pasión, como si nunca más volvieran a verse.
Caminas.
Al pie de una palma de corcho encuentras una iguana.
La iguana te mira de medio lado, como si pensara muy mal de
ti.
Estás cansado de que siempre sospechen de ti, estás cansado
de sospechar de los demás.
También esta iguana podría ser una de ellos, los dueños de
las banderas, las pipas de cerveza, los doctores que no logran sacar del coma a
la ciudad que dejaste atrás.
—Hola.
La iguana te ha saludado.
Al parecer venció sus dudas o su timidez de reptil
fosilizado.
Quizá se anime a decirte dónde estás.
¿Las iguanas saben de geografía?
En este país todo el mundo sabe de todo. Hasta los
animales. Para eso somos parte de la ciudad
más culta del globo terráqueo, ¿no?
—Guanahacabibes.
Qué risa. La iguana sabe de geografía.
—¿Guanahacabibes? ¿Y eso está…
—¿Te suena el Cabo de San Antonio?
Con tanta risa has olvidado tú la geografía. Te pones a
caminar al lado de la iguana, es un poco difícil seguirla. Se va a la orilla del mar.
—¿Y no hay guardafronteras?
—¿Dónde no?
También sabe de política.
Y de religión, economía, historia, botánica; agrega la
iguana exponiendo su panza al sol.
—¿Botánica?
—¿Plantas para la
alegría?
Qué risa.
La iguana te muestra el camino de su plantación.
Es una iguana muy competente, y muy servicial.
—¿Te gusta?
—¡Qué verdeee!
—¿Quieres probar?
—¿Y los guardafronteras?
—No hablo con ellos.
—¿Por qué?
—No hablo con lo que no existe.
—¿Y yo? ¿Existo?
—Por lo menos existes hoy, necesitaba hablar con alguien.
—¿Existo solo porque te sentías sola?
Es una iguana muy existencialista además.
Y un poco adicta, porque no hay que ser tan exagerados, con
dos o tres plantitas tendría para todo un año.
No te confíes de la iguana. Ella cambia de color. Podrías
dejar de existir cuando abandone el verde.
—¿Y los otros?
Te has puesto sentimental. Te lo advertí. ¿De qué vale
preocuparse por un montón de adictos? La iguana te contestará que solo existen
mientras tú existas y tú existes porque existe su pensamiento y su pensamiento
existe porque ella, la iguana, se las arregló para sembrar más de cien metros
de esas plantas alegres y prohibidas.
—Porque son de verdad. Son lo único real.
—No puede ser. Every
thing is fine.
—Oh, yeah, everything is fine mientras existan
ellas, prueba a desaparecerlas y conocerás la nada.
—¿La nada tiene que ver con el coma?
La iguana vuelve a mirarte de medio lado. Quizá ha
comenzado a desconfiar nuevamente.
Podría cambiar de color. Aléjate, si es una trampa no te salvará ni que
digas la contraseña a los guardafronteras.
—Pero, ellos…
¿Por qué no te subes a esa palma de corcho? Quizá allá
arriba estés un poco seguro. Seguro de ellos, de la iguana, de las
Plantas.
—¿De mí?, yo soy todos ellos.
Estás en lo alto de la palma y ves llegar a los
guardafronteras con sus motos amarillas corriendo por la arena. La iguana está
asoleándose sobre una gran piedra y ni siquiera se fija en ellos.
El guardafrontera 1 detiene la moto y mira alrededor.
El guardafrontera 2 se baja y se acerca al cesto de mimbre
y el globo desinflado.
El guardafrontera 1 y el guardafrontera 2 se miran. Otean
el horizonte. El enemigo podría estar
acechando.
Una risa estrepitosa, de novelita de terror, se asienta en
la playa.
Los guardafronteras miran asustados al cielo.
Miras asustado a la iguana. ¿También se ríe? ¿Y sin temor?
Pero la iguana está panzas arriba, conversando con un sol
verde claro que acaba de crear en su imaginación. No tiene deseos de reírse.
Entonces recuerdas al conjunto de plantas verdes y alegres.
Sientes los tambores a tus espaldas.
Presientes que los guardafronteras están a punto de dejar de ser.
Las alegres Plantas lo han decidido.
Qué risa.
Así podrás quedarte todo el tiempo que quieras. Reír lo que
te plazca sin temor a ninguna mirada.
Conversar con la iguana sobre la existencia del hombre sin temor de que
te acusen de algo terrible. Te quedarás
hasta que la ciudad comatosa decida cambiar de adictos, de falsas risas, de
contraseñas Every thing is fine.
O hasta que alguien decida desconectarle la respiración
artificial.