junio 29, 2023
A los enemigos ni agua
junio 26, 2023
Pavana
Por las calles de París aún resuenan las provocaciones de Los Apaches. Imaginad por un momento a Schmitt percutiendo a pedradas las farolas de la Rue de Seine hasta fundirlas. Pensad en Viñes desmembrando con dedos vigorosos los pájaros muertos del Quai de Conti. Y Ravel, sobre todo Ravel, sentenciando en el centro del Pont Saint Michel a voz en grito, oh, sacrilège, que la pavana es eso que hay entre un menuet y un zortziko. A la bella durmiente más le hubiese valido no despertarse nunca del maleficio de Eris. Aquella rueca era en realidad otra manzana y todas las manzanas son la misma manzana. Ravel no solo lo sabía, sino que abusaba. En sus paseos matutinos por San Juan de Luz, tras abandonar la tempranera escritura, cuando ya el sol lucía en alto, visitaba la frutería de monsieur Cadeau y le compraba tres kilos de manzanas fuji. Luego seguía camino a buen paso hasta los acantilados de Santa Bárbara y se las comía de tres en tres sentado en la hierba, con piel y semillas, salpicando trocitos masticados de pulpa como notitas de mano izquierda, decenas de miles de frutas prohibidas, manzanas de toda una vida, quizá en busca del sueño.
junio 22, 2023
Po
El príncipe, novio a la fuga por el bosque entre montañas, aborrece el himeneo, el sagrado vínculo del matrimonio, la conveniencia del linaje. La pastora Grisélidis, no obstante, hilaba sumisa junto al arroyo. He perdido a mis bros, estoy empanado, pero también blessed contigo, queen. Y ella mira, bebé, yo te llevo, bebé, si me sigues, bebé, yo te llevo, bebé. Y él cásate conmigo, queen, eres mi crush, yo te daré sieteveinticuatro. Y ella yo me caso, bebé, te obedezco, bebé, por tus celos, bebé, yo me caso, bebé. Papá Perrault está a la última, okey, pero sigue siendo un sádico, tanto bello sexo, tanto modelo perfecto, y como uno más plantado entre la muchedumbre a las puertas de Saint-Pierre. El empujón al reo, decúbito prono. El giro de muñeca sutil, experimentado. Mecanismo infalible. El cuerpo que cae sin ayuda en el cajón adyacente, capítulo 97, alta ingeniería. Las cosas en bruto: conductas, rupturas, catástrofes, la justa venganza de Grisélidis, esa pretérita y extrañísima doppelgänger de Jane Eyre, aquella tiniebla de Molly Bloom, su ominosa moraleja, monsieur, merece una tesis doctoral: El uso público de la guillotina. De Pelletier a Weidmann. Agua dulce del Po, agua salada del Adriático.
junio 18, 2023
EL NUEVO JUEGO GRATIS Y DE MODA
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junio 17, 2023
Pillados
En el dialéctico ir y volver del romanticismo y el clasicismo, papá Perrault se pajea mirándole el culo al gato con botas. Sonará gratuito, pero The Duke ya dijo que no entendía las cosas si no tenían swing. One! Ese swing de los hombres que dominan los áticos del mundo. Two! Ese swing de las redes sociales que alfombran el fascismo. Three! Ese swing de los equidistantes de mármol. Four! Ese swing bañado en mierda. Así que mejor mirarle el culo al gato con botas mientras se pueda, amigos, ese culo elegante de minino engreído que cuando suma está restando y viceversa, un culo sucio, peludo y maloliente que vale más que toda la caterva, tu caterva, nuestra putísima caterva, un culo negro como el de Ella Fitzerald, negro como un blues de Jelly Roll Morton, culo sonrisa del primo de Cheshire, culo maravilla, culo intermitente y neblinoso como aquel accidentado rodaje en que un operario de cámara novato pilló al Antonioni comiéndole las tetas a la Vitti detrás del decorado.
La mala hierba
La introvertida
No ser capaz de ser yo misma.
Fingir un personaje con disfraz de madreselva
cuando soy más bien una amapola sin olor.
Una rareza silvestre en mitad del cruel asfalto.
Ponerme la incómoda máscara de marfil,
cuando me siento como el vulnerable elefante
al que le han cortado los colmillos.
Todo para complacerte
porque querías que fuera ola,
pero me enseñaste a ser sumisa
como el agua de balsa.
¿No te das cuenta, mamá?
Que yo soy un caracol, cómodo viviendo en su espiral.
Que soy el tímido rocío y no la corredera del río.
Mi tiempo es lento,
soy árbol de granada.
Mi nieve es mi refugio de la basta montaña.
No me obligues a ser alud
cuando yo soy escarcha.
Si yo pudiera
Soy una pena henchida,
una esponja de pesares.
Mi garganta es un acuario,
que alberga el llanto melódico
de una sirena
ahogada en su sal.
Si yo pudiera ser algo más
que unos brazos que protegen.
Si yo pudiera ser algo más
que una carcasa vacía.
Pero ahora soy la sombra,
la tercera en alimentarse,
la última en ser escuchada.
Unos pechos que vierten el mar
en las bocas de los otros,
secándose por dentro
como caracola abandonada.
Mis ojos flotan sobre el agua,
pitidos sordos inundan mis oídos:
no escucho alivios ni alientos.
Si yo pudiera nadar contra la marea,
contra mi vientre.
Si yo pudiera no ser madre,
si yo pudiera ser persona.
Lavadero
«En la aldea, no hay vieja sin niño
ni niña sin vieja».
Las suegras engañan a sus nueras
para bautizar a sus bebés
en el antiguo lavadero.
El agua recorre la piel rosada
de los recién nacidos.
Los purifica del amor de sus madres
y los limpia de sus besos y caricias.
El musgo se frota en sus ojos cerrados
y ya nunca más las reconocerán.
Por cada niño, se pesca un renacuajo
que las viejas se tragan sin masticar.
«Descansa, pequeño,
ahora eres el hijo de una rana».
El contacto de sus pieles con la piedra,
fría y lisa, ayuda a catalizar
el hechizo.
Ceremonia de una sola vez en vida,
las suegras cantan al unísono
que quieren volver a ser madres:
«en la aldea, no hay vieja sin niño
ni niña sin vieja».
En la aldea, no hay mamás.
Se ahogan intentando rescatar del agua
a los espejismos de sus bebés falsos.
Ellas no lo saben,
pero los verdaderos
están con sus nuevas madres.
«En la aldea, no hay vieja sin niño
ni niña sin vieja».
Adolescencia
No me quise
y dejé que mi pelo fuera estropajo y ceniza,
y mi cabeza un enjambre.
Mis ojos se torcieron
y empecé a mirar siempre al suelo.
Mi piel se volvió
hoja reticulada de otoño,
esperando un beso en el parque.
Volcanes y costras
crecieron en mi cuerpo desnudo
de sabor a ola.
Plumas de cuervo
llenaron mis cejas de cinismo
y mis piernas de vergüenza.
Era una niña pequeña
y un monstruo por fuera,
por dentro era un avispero.
Nosotras
Según tú, todas nos comportábamos igual.
Todas éramos traidoras serpientes sibilinas de lengua roja.
Todas estábamos preocupadas de que nuestro rostro
fuera de tacto de seda y nuestros labios de fuego.
Según tú, nuestras lágrimas mentirosas no eran de sal
por lo que requeríamos siempre un falso consuelo.
Lo que sentíamos te resultaba ajeno como una nebulosa.
Nos clasificabas clavándonos con agujas en las alas,
como a las mariposas las estudian los coleccionistas,
midiendo nuestra belleza con números y ponderaciones.
Y nos ponías nombres, nombres que no eran los nuestros.
Ahora lo entiendo: nos robabas nuestra identidad.
Inventaste un nuevo mundo para hablar de nosotras.
Un mundo en el que todas éramos menos que un insecto.
Y yo veía el universo de constelaciones al que pertenecíamos
donde todas éramos astros únicos y a la vez hermanas.
Donde todas estábamos hechas de infinitos matices.
Y no entendía por qué yo estaba atrapada en tu mundo
siendo para ti solo una burda copia de todas las demás.
Siendo para ti el reflejo de tus delirios y tus flaquezas.
Inventaste un nuevo mundo para hablar de nosotras.
Un mundo en el que todas éramos menos que el polvo.
Así era más fácil castigarnos, menospreciarnos, odiarnos.
Así era más fácil para ti creer que no éramos personas.
El aguacero
Me dijeron que te dejara llorar
y mi instinto te agarró fuerte,
mis delgados brazos de hoja caduca
se tornaron ramas de robusto olivo.
Mi voz de cerámica deteriorada
se convirtió en el canto del mirlo.
Mi triste mirada de pantano gris
se volvió de amable verde ciprés.
Y te coloqué en el arrullo que es mi cuerpo,
columpiándote sobre mi piel de lino:
como las olas de un mar templado mecen las algas,
como el viento de septiembre acuna a la hojarasca.
Dormiste entre mis pechos:
cálido abrazo del verano al pueblo del norte,
de las montañas al valle.
Allí te alimentaste.
Me dijeron que te dejara llorar
y mi instinto hizo cesar el aguacero.
El edificio
En este edificio de roja fachada consumido de pobreza,
donde el cemento se deshace por las lágrimas torrenciales,
viven encías cuyos dientes bailan, muertos en vida.
Se oculta en sus rellanos ocres una maldad provocada
por un nudo que aprieta la cuerda en los cuellos inquilinos.
Allí las almas no pueden permitirse tener moral.
Por eso los locos sacan las navajas bajo las escaleras,
por eso la noche grita furiosa y ebria palabras obscenas,
por eso el humo negro entierra como un alud sus ventanas.
El edificio es el último de los dioses de una calle maldita,
que emerge como un titán de la tierra de huerta inerte
y se alimenta de la desgracia de los que lo habitan.
Muchos cuerpos se han precipitado por sus garras curvas,
sábanas blancas apiladas en el asfalto tapan sus rostros.
Desde su cornisa el cielo rosa decora el mar inalcanzable,
y yo me pregunto cómo podemos estar bajo el mismo cielo:
los que viven al borde del sol de primavera entre flores y olas,
los que viven en hogares de luces cálidas y fiestas de azúcar;
y nosotras, las que vivimos en el cementerio de ladrillo,
las que vivimos en un lugar que nos reclama como sacrificio.
Mi miedo
Perdí tus rizos de verano
y trepar por los almendros.
Perdí tus cuentos de agosto
y tus bolsillos de jazmines.
Perdí tu sonrisa de piscina
y el tacto de tu mejilla.
Vi cómo te quedaste sola como un hueso
entre los carroñeros y caníbales.
Te dejé allí
porque estaba hueca,
mis padres llenaban el agujero
con brea.
Vi cómo te mordisqueaban y rompían,
cómo se reían de tus restos.
Me quedé quieta.
Mi miedo es resina amarilla en un pino vivo del patio,
mi miedo es el final de la escalera del último piso del colegio,
mi miedo es un martillo en mi mochila adolescente.
Creciste,
te hiciste fuerte como la lluvia del pueblo,
pero yo seguí endeble como sus ruinas mojadas.
Yo te había perdido,
pero tú no habías perdido nada.
Beth Lázaro
junio 13, 2023
Dios en las cloacas del alma (vol. 7)
De pequeño jugaba a la ouija con Hermana, de pequeño estuve en una secta cristiana, hicimos, de niños cosas chungas después de dejar ouijas abiertas. ¿No sabéis que no soy un ángel caído? Ni de coña, soy un desertor. Y como tal peco sabiendo que Dios existe. Escupo en su cara, deshonro a mis padres, miento, me masturbo compulsivamente, no respeto mi vida como el mayor de los dones. Me castigo porque sé que le jode, le jode que me esté haciendo daño y eso hace que tenga erecciones duras y poluciones nocturnas. Lucifer, eres un prigao, ¿lo sabes? ¿Habéis visto su estatua en el retiro? El escultor mentía sobre su pose y significado. Luzbel, menudo pringao, eh. El ángel caído no está vencido, no aparta la vista y se cubre con el brazo porque Dios bla bla bla, lo que ocurre es lo siguiente: Lucifer podría en ese mismo instante haber matado a Dios, pero cierra los ojos para no hacer contacto con el mierdas (Dios) y le perdona la vida a su padre porque su apuesta, com0 la fue de Prometeo, es que el homo sapiens lo "matara", pobre imbécil. Por ello yo, que tengo fe en el Dios de los cristianos, deserto de sus órdenes grabadas en piedra: los mandamientos, digo. ¿Sabéis por qué en piedra y no en papiro o en madera? porque lo escrito en piedra obliga, no es flexible, es pétreo, una puta imposición. Por ello odio por defecto a mi prójimo (próximo o igual), en serio, es lo primero que pienso cuando conozco a alguien: "No sé el porqué, pero te odio". Ya poco a poco perdono a algunos, y me dura poco. Fui aceleracionista en 2007, fui ácrata en el instituto, anarquista en el ejército, un desertor, fui el mejor ingreso en Oza: me dejaban al "cargo" de los compas porque me estaba haciendo pasar por cuerdo, y a ver si me dejaban salir, una vez en tuiter el CM de la iglesia de Satán, menudos juláis preguntó qué querríamos a cambio de nuestra alma y todos esos capullos sicofantes empezaron a decir lo obvio: sabiduría, conocimiento, larga vida. Menudos mierdas, a mí ni me contestó ni me faveó que le dije clarito: LA TUYA. Porque peco, y lo quiero así. Ofender a Dios evitando sus maldiciones: como el trabajo, lo evito fuerte en la medida de mis posibilidades. Dios en la cloaca de mi alma y sufriendo cada vez que cago. Cada vez que defeco medio kilo de mierda cafeínica tu Diosito lo sufre. Yo me cago en Dios literalmente, soy un desertor no un caído. Nunca mais, bardeo a Dios, bardeo para sus creyentes, bardeo para todos los sumisos. Vengo siendo politeísta-Ateo desde hace más de 20 años.
Soy un montón de cosas con respecto a esa idea de Dios. Ojalá existiera para escupir sobre sus templos y que le duela, a él, no a los cobardes que le siguen. No.
Dios donde debe estar: en las cloacas del alma.
¿Alguien ha leído "El viajero y su sombra"? Yo no que me lo tengo prohibido, a F.N.
(...) el erizo sólo conoce un truco, pero es muy bueno.
junio 10, 2023
D.I.O.S. y los hombres de JL Pascual, una reseña
JL nos ofrece un clímax. En cuanto leemos dos frases del relato ya estamos en el clímax. No hay contexto ni explicación alguna: esos buzos está dejando caer sus botellas amarillas de oxígeno y ya es un clímax, se desnudan y follan.
Es un texto que evoca imágenes de manera correcta. Vemos El gran azul de Luc Besson a las primeras de cambios y Crash de Cronenberg inmediatamente después. Hay una máquina llamada D.I.O.S. que te provee a nivel químico de todo lo que necesitas para la experiencia swinger masoquista subacuática más extrema y extraña posible. ¿JL qué cojones te pasa en la cabeza? También hay un batiscafo que ilumina la escena (y sirve como indicador luminoso de avance de la ceremonia) al que se refiere como EVA. Judeocristianismo is comming. Y ya lo tienes encima: Ancárgeles, Querubines, Morenas y Tiburones amarillos.
Todos los buzos saben que el cielo, cuando estás abajo, no es más que la superficie del mar. El cuchillo y la sangre, las colas batiendo y generando borbotones de burbujas y corrientes heladas que te pasan por la rabadilla y erecta tus pezones y tu polla. Ese tipo de cosas enfermas debajo del mar.
En lo negativo decir sólo que no hay contexto, menos que en The Cube, lo que facilita, junto con el juego de mitología católica, la libre pero encauzada interpretación de qué cojones está pasando allá arriba. Por encima del cielo que no es más que la superficie teñida de sábanas de sangre y carne. Hagan sus apuestas, suelten sus bombonas de oxígeno, no hay que temer porque D.I.O.S. proveerá, y folla con esa pelirroja rolliza.
Why not?
Podéis encontrar este relato en ANTOLORGÍA, coordinada por Lorena Escobar, ¿el sitio? Amazon. Venga, no os quejéis que pillar un VVAA en Amazon es lo menos hijoputa que vais a hacer esta semana.
junio 09, 2023
La Hijastra
Mi madre es la amante del presidente.
No tengo la culpa de que se le
ocurriera estar a solas con el presidente. Aunque un presidente nunca está
solo. Y en realidad no podría estar segura si fue el tierno presidente quien
quedó flechado ante la visión de mi señora madre o si fue ella quien le hizo
guiños, como un semáforo en buen estado, hasta que él se detuvo en
Atención. Emergencia. El señor
presidente ha fecundado una idea genial.
HAY QUE AMAR.
Es preciso amar para que Todo salga
Adelante.
Busquen a esa mujer.
Y mi madre dio el paso al frente.
Como no había un zapato para probar, no
hubo ceremonias expectantes.
Es mi culpa que no existiera un
zapato. No tuve tiempo de comprar
zapatos nuevos a mi madre. Tuvo que ir con los viejos, remendados.
Los mandatarios tienen muchísimas cosas
en su agenda. Incluso, muchísimas ideas en sus cabezas. Por eso, aunque el amor
creciera dentro de su pecho, el presidente no lograría retener muchas horas la
imagen de mi madre.
¿Resultado?
Un presidente loco.
Porque nadie puede ser poseído por un
sentimiento tan fuerte sin tener muy claro hacia quién va dirigido. La sin
razón lo abofetearía tan fuerte hasta que el país quedara sin un mandatario
cuerdo.
Entonces la culpa del descalabro de mi
país habría sido toda mía, por no conseguir zapatos nuevos a mi madre.
¿Cómo cargar sobre mis hombros la culpa
de toda una nación?
Gracias a dios mi madre supo dar, una
vez más, el paso al frente. Logró salvarme de la inminente culpa.
Y ese pudo haber sido un final feliz.
Pudo.
Pero la convivencia familiar es un
asunto harto difícil. A pesar de mi salvación supuesta no soy una excepción.
Como todos tengo dificultades a la hora de compartir mi territorio…
Ya sé que para hablar con exactitud debo decir “el
territorio”, que fue lo primero que me dejó claro el señor mandamás cuando
decidió venirse con maletas y todos sus
cuidadores de espaldas, nanas y cocineros – incluida una masajista del Congo -.
Esta podrá ser la casa donde naciste, pero es el espacio que vamos a compartir,
es la casa de todos.
A cualquiera le resultará difícil de
creer que un dignatario abandone su residencia presidencial para vivir, sin
demasiada vigilancia, en una casa de procedencia humilde.
Pero el amor todo lo puede.
Y de todos modo él sólo venía a dormir,
o a recoger a mi madre para irse a pasear a alguna de esas praderas de flores
recién nacidas, o a hacer el amor…o a recibir masajes de su congolesa, a la
que dis-pusieron en mi cuarto, que dejó de ser mío para ser el de la salud del
presidente.
Era importante que yo mantuviese limpio
y ordenado el cuarto, así la congolesa masajista podría recibir toda la energía
positiva necesaria para regalar a nuestro presidente.
Una hora antes del masaje debía salir
de mi cuarto, por una cuestión de seguridad nacional, ya que los cuida espaldas
debían traer a los
perros-olfateadores-de-bombas-, los equipos-detectores-de-bombas, los
especialistas-en toda-clase-de-bombas y a un vudú nigeriano que desactivara la
tensión dejada por tantos rastreadores-de-bombas.
Una tarde, afligida, le pregunté a la
congolesa.
«¿Es que desconfían de mí?
Ella me miró en silencio. Antes de
aquel día nunca había sentido deseos de comunicarme con la intrusa. Pero la idea de
ser una sospechosa habitual había comenzado a deprimirme. ¿Acaso no me
consideraban patriota? Necesitaba cuanto antes la respuesta de la masajista.
Tu yo más profundo necesita una
rectificación a fondo. La intolerancia de tu ser inconsciente afecta tu
relación con la sociedad.
¿Masajista? ¿Congolesa?
Definitivamente no hablamos el mismo idioma.
Y a partir de entonces mi intolerancia inconsciente me llevó a no soportar la
convivencia con ella. Un estado me llevó al otro. ¿No estaría ella para afectar
la vida del presidente?
Si las nanas y cuidadores de espaldas
del señor principal de nuestra República no sentían verdadera confianza hacia
mi persona, lo mejor que podía hacer era ganármela. Y el mejor modo para
hacerlo era descubrir al verdadero ganador del trofeo de la desconfianza.
Es decir, al traidor.
Porque alrededor de la divinidad presidencial
hay siempre un traidor, como mismo dijo la masajista en algún momento, es como
el Ying y el Yang, siempre que está uno está el otro, es inevitable.
A veces me pregunto qué me molestaba
más, si la presencia de una intrusa en
mi habitación o la desconfianza hacia mis sentimientos políticos y filiales.
Al fin y al cabo el mandatario era,
también, mi padrastro.
¿Me creerían capaz de asesinar a mi
padrastro? ¿Al hombre que mi madre amaba?
¿No sería la masajista del Congo la
encargada de espiarme? ¿No serían sus sesiones de energía un pretexto para
informar al presidente sobre mí? Mi forma de dormir, las palabras entre sueños,
mis resabios dentro del cuarto. Cada detalle, cada gesto de mi cuerpo podría
ser interpretado por esta experta. Y sus palabras sobre mi intolerancia podrían
derivar en advertencia…o seria amenaza.
Finalmente me sentí exhausta,
confundida. Eso del espionaje y el contraespionaje no era para mí.
La mujer venida del Congo adivinó o
intuyó mi pesar y me propuso, a la hora de dormir, darme un masaje.
«¿Por qué hay que apagar las luces?», estaba un poco asustada por su repentina amabilidad y el proyecto de oscuridad total.
«Ellos no pueden saberlo.
Las nanas y cuida espaldas debían estar
al tanto de la pureza de energías de la congolesa. Que sus manos friccionaran a
otra persona podría devenir en enfermedad para el más grandioso presidente, o
en una recaída de su estado de ánimo.
Había que agradecer a mi madre que el
estado de ánimo presidencial hubiese cambiado tanto desde que la conoció. En
sus discursos ya no resaltaba la agresividad hacia todo lo diferente, ni ese
carácter autodestructivo que muchos creían adivinar en el dignatario, y había
disminuido bastante la ansiedad de ser amado por todos y ante todo.
Comenzaba a bastarle el amor de mi madre,
María.
Es cierto que el país no había cambiado
mucho, quizá el único cambio sustancial era la nueva ley que decretaba la
obligatoriedad del amor.
Pero, como quiera y por si acaso, lo
mejor era mantener el resto de las rutinas, sobre todo la de los inmaculados
masajes.
La dejé hacer.
Apagó la luz y fingimos dormir.
La mujer del Congo subió a mi espalda y
comenzó a acariciarla, suavemente, para que mi piel se acostumbrara a sus
manos.
El resto solo lo conocemos el
presidente y yo.
De eso no fui consciente hasta algunos
días después, cuando salí de esa especie de letargo mágico en el que me hizo
caer la masajista.
Miraba una semilla de frijol
agrietándose para dejar salir una plantica verde cuando caí en el detalle: el
presidente y yo compartíamos un secreto. Pero él no sabía. ¿O sí?
¿Me convertiría el alguien peligroso el
hecho de saber lo que sentía el presidente de nuestra República al ser tocado
por esta mujer venida del Congo?
¿Y si todo no era más que una trampa
para sacarme de mi habitación?
Que me declararan traidora sería el
método más eficaz para lograrlo.
Pero un nuevo hecho me hizo salir de
los pensamientos que amenazaban con volverme paranoica.
El baño no podría ser utilizado 2 horas
antes de que fuera a ser usado por el presidente.
El jefe de las nanas había leído en una
revista sobre un atentado que realizaron los sulúes de Manhatan a un mafioso
colombiano en el baño de un hotel.
Había que tener todos los detalles en
consideración. Un poco de jabón vertido en el lugar inapropiado derivaría en una
rotura de cadera o de clavícula, nunca se sabe, incluso en fractura de cráneo.
Lo más adecuado era un par de horas de
limpieza y revisión del cuarto de baño.
Pensé en construirme un cuarto de baño para mí sola. Pero una de las
nanas me advirtió sobre lo que pensarían los vecinos si vieran un movimiento
inusual de materiales de construcción.
Nada es más importante que la imagen de
un presidente. Su moral.
Así que tuve que resignarme a que un
cuida-espaldas revisara mi cuerpo antes de entrar al baño.
Todo por la imagen del presidente.
No iba a ser yo quien diera la
oportunidad de que me acusaran de antipatriota.
¿Y no debería aprovechar para
delatar a la mujer del Congo? ¿No era un
acto de traición el que había cometido ella al entrar en contacto con mi energía?
Me quedé mirándola mientras pensaba en esa posibilidad.
Acababa de salir del baño y su piel
oscura aún delataba humedad.
De algún modo sus ojos sorprendieron a
mis pensamientos, me sonrió y no pude
evitar sonrojarme.
Esa noche volvimos a ocultarnos de
Ellos. Besó mis pies con un rezo para darles fuerzas.
«¿Fuerzas para qué?», quise saber cuando amanecía y nos juntábamos en un mismo espacio.
Sus dedos fingieron ser dos pies por el
camino irreal de mi espalda.
Volví a sentir miedo.
¿Qué quería decirme?
¿A qué me estaba incitando?
¿Por qué?
Sentí deseos de salir gritando del
cuarto. Llamar a todos en la casa, que me ayudaran, que me habían encerrado con
una extranjera espía.
¿Y si era una doble agente? ¿Y si solo
pretendía ponerme a prueba? Verificar mi lealtad al presidente, a mi patria.
¿Y si realmente yo no podía ser leal?
¿Y si no me importara nada más de esta
masajista venida de África, solo sus manos encima de mi piel, de mis sueños?
Esa tarde tuve el deseo, por primera
vez, de que el gobernante dejara de existir. Me hicieron salir del cuarto, como
de costumbre, una hora antes de su llegada. Tuve deseos de gritarle que ella me
había tocado, para impedir que volviera a masajearlo. Pero como soy cobarde me
fui a la terraza a verificar cuánto había crecido la mata de frijol.
Por la noche ella estaba cansada. No
tenía muchos deseos de hablar.
Al otro día fue igual. Y al otro. Y al
siguiente también se negó a hablar.
«¿Acaso te lo prohibieron?
Apenas me miró y se recogió en sí
misma. Algo comenzó a oprimirme el pecho.
Apagué la luz y acaricié sus hombros.
Fue como sentir el revoloteo de miles
de libélulas a mi alrededor. Y atraparlas con mis manos sin tocarlas realmente.
Por primera vez dejaba de pensar en
el presidente, en su desconfianza hacia
mí, en el amor de mi madre que él me robaba aun antes de conocerla, en las nana
y los quitabombas, en los cientos de zapatos de María, la mujer del presidente;
en el baño y todas las cosas que apenas podía utilizar; en los vecinos; en la
“imagen” de nuestro gobernante; en la traición y la lealtad. En el camino.
Todo desapareció hasta la mañana
siguiente. Cuando regresaron las luces y volví a la realidad.
Y comprendí.
El tamaño de mi traición.
El miedo.
¿Qué haría en lo adelante?
¿Cómo miraría a la cara de mi madre, a
la del presidente? ¿Quién era yo para poseer un secreto mayor que el del propio
gobernante? ¿Cómo podrían confiar ellos en una extranjera que contaminaba, a
conciencia, la energía que debía brindar solo al presidente?
¿Y por qué estaba yo obligada a amar al
presidente?
Pero si decidía lo contrario perdería
el derecho a mi cuarto. Todas las nanas – no solo la masajista – estarían al
tanto de mis gestos, mis pensamientos.
Entonces lo grité.
«¡La mujer del congo habla con la planta
de frijol todas las noches! Se lo cuenta todo, le dice los secretos del
presidente….
Es de ella de quien deben desconfiar,
es ella quien le cuenta a las plantas, es ella quien se convierte en libélula.
Es ella la que quiere que eche a andar, que busque otro camino. Que me vaya,
que corra o que vuele.
Pero tengo miedo.
Porgy
En Catfish Row también es viernes por la tarde y se masca la tragedia. Papá Perrault estaría orgulloso. Desde alguna buhardilla sale un viejo disco de Sidney Bechet despertando a los cerdos de su siesta. Bess se fue a Nueva York con su camello. No era tan tonta como parecía. Los negros remolonean aún en sus hamacas. Son los vapores y nieblas que suben del encuentro del Cooper y del Ashley los que humedecen los coños de las negras. Porgy lamenta su mala suerte, con un ojo morado, regalito de la policía. Amo a Bess. She gone, but you very lucky. Amo a Bess. She gone back to the happy dust. Amo a Bess. She done throw Jesus out of her heart. Y Porgy, el jiboso, el patizambo, se acuerda algunas veces de su cuerpo como de sirenita varada, ébano ardiendo bajo el sol en un campo de algodón, polvo para quien no la amó, sus versos humo. En una terraza de Charleston, Gershwin, Perrault y Carnero peroran sobre la belleza mientras se beben nuestros martinis, los muy hijos de puta. Nueva York es p’arriba, Porgy, p’arriba a la derecha. The saints go marchin’in.
junio 07, 2023
Ya no escucharemos su sonido...
YA NO ESCUCHAREMOS SU SONIDO...
Periplo del [meta]héroe
Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...
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El affaire empezó mientras Ravel leía a Barnes. Canturreaba una melodía pentatónica, todavía blandita y sin forjar, cuando por la página 42...
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Para que bailen los osos hay que cantar a media voz. Ni muy fuerte ni muy flojo. Si quieres seguir con vida mantente de pie, esgrime tu gar...
-
No os lo había contado hasta ahora, pero ya no puedo retrasarlo más. Como autor omnisciente que soy, he de deciros que Papá Perrault tenía ...