marzo 16, 2024

Palabras que yo todavía no sé

 Los loros, en nuestro imaginario colectivo, tienen solucionados los problemas del lenguaje. Porque hablan, obvio. Pero también debido a que poseen el otro ingrediente indispensable que a nosotros, ajetreados sapiens, nos falta. No es la inteligencia. Me refiero al tiempo. Sabido es que los loros son eternos y que cuando nosotros llegamos al mundo ya estaban aquí. Eso les permite aprender, valorar y, en última instancia, autorrealizarse sin límite. El loro de Von Humboldt, por ejemplo, aprendió una lengua muerta. Sobrevivió a sus dueños, extintos tras recurrentes luchas territoriales con los caribes, hasta convertirse en el último hablante de su idioma. Cuarenta años después se lo encontró Humboldt en tierras del Orinoco, fresco como una lechuga, repitiendo a chorro palabras y palabras en lengua atur. Sin problemas verbales. Ni renales. Un papagayo sanote. Los alemanes de esa época estaban muy preocupados por el lenguaje. Novalis se moría por encontrar palabras que aún no conocía. Goethe navegó en la fecundidad de la palabra. Hölderlin descubrió su simbiosis catártica con la poesía. Richter derivó las dificultades hacia un conflicto particular con sus propias ocurrencias. Y mientras, el hallazgo de Von Humboldt, pico, color y plumas, de vuelta de la vida, del mundo y de las formas lingüísticas del extrañamiento. Otro caso distinto fue el loro de Reboiras, ejemplar patrio, que guardaba en su interior toda la Historia detallada y crítica de Castroforte, desde la época de los marinos efesios y las pesquerías romanas. Era un aedo con alas. Así se refería, más o menos, en las leyendas locales. El loro en GTB es enigma filológico en sí mismo. Su dueño, que era boticario, es decir, alquimista, solo necesitaba descubrir la Palabra Secreta que disparase el mecanismo recitativo del pájaro y dictase de pe a pa la crónica completa de la ciudad. Otra vez la Palabra como piedra filosofal. La búsqueda sin fin del Verbo exacto. El vicio de poetas y glotólogos. Ayer hablando de pedos y hoy de loros. Qué incorrección. ¿Dónde estaba el pasaje de la sola palabra que te gustaba tanto? Magníficas aves, che. Antaño fueron dinosaurios chiquititos. Su evolución se dio en muy pocas generaciones. Cosas de la longevidad. Aprendes idiomas, descartas adjetivos, te mueres siempre tarde. Los loros tienen tiempo para conocer palabras, clasificarlas y elegir cuidadosamente las que van a usar. Su economía de medios es entendida por nosotros, animales incapaces per se, como una incapacidad animal. No, no. Los loros han seleccionado muy bien sus palabras, las que repiten, porque han tenido tiempo de meditar y resolver. Han descartado lo superfluo. Han alcanzado la perfección comunicativa. Está clarísimo que Flaubert mató al loro de Félicité para que no acabara dominando las palabras mejor que él.

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