Pulgarcito es pure Coltrane. Siete notas como siete leguas. Fa# Re Si Sol Sib Si La. Tropezón. Precipitado. Re Sib Sol Re# Fa#. Como huyendo de algún ogro armónico en vertiginosa coloratura. Un hijo de puta, que decía Miles Davis. El jazz son zapatillas de trekking, de las de pasar con pasos gigantes por encima de todo lo anteriormente expuesto o acordado. Esto lo estoy tocando mañana. El jazz es esa ondina con olor a jazmín riéndose del transeúnte casual que la rechaza. Parece ofrecerte la divinidad fluvial y solo te garantiza un viaje al fondo del lago. El jazz, por último, son Ravel, Garban y Viñes a grito pelado en la Opéra-Comique, a miles de kilometros de Nueva Orleans. ¿Dónde estaba Gershwin entonces? Para concretar de qué va esto, se me ha ocurrido una rueda de referencias, un círculo de quintas ultradimensionado. Pulgarcito. Ravel. Ondine. Coltrane. Giant steps. Botas. Perrault. Pulgarcito. Y vuelta. Pero también se me ocurre la confusión estética y necesaria de la manzana con la rueca, la de Parker con Coltrane, la de las inofensivas botas del gato con las mágicas del ogro que mató a sus siete hijas. Siete, otra vez. Una por cada legua. Siete notas como siete cascadas. Do# Si La Sol Mi# Re# La#, majestuosamente desmoronadas en un clímax acuático que va desde la humedad hasta el empapamiento. Y allí, entre la cellisca y el diluvio, hay un castillo de agua en cuyo balcón sumergido está John Coltrane asperjando sus miríadas de notas. Ravel toma apuntes desde la orilla del lago. Trane se ríe a carcajadas. Otra confusión, estética y necesaria.
mayo 11, 2024
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