El Pinocho de Collodi me cae mal. Muy mal. Me cae peor que el Pinocho de Walter Elías, y eso es mucho caer, buzo de lavabos. Mal como para partirle la cara. Con un hacha. Es de madera. Sobre las piernas, tan flacas, mejor aplicar un sierra de marquetería. Un trabajo de ebanista. Despiece profesional. Será un gustazo devolverle en una mano el martillazo que aplastó al grillo. Sin clemencia. La otra mano la arrancaremos de cuajo, sujetándola en un torno. Tortura y percusión. Tortura y percusión. Tortura y percusión. En el fondo soy un moralista. Este pequeño monstruo de Frankenstein ha resultado ser incorregible. Usaré sus pies como tope de puerta. Los brazos, como tutor para mis monsteras. Y la nariz, la mítica nariz creciente, de tendedero de pieles, palo de gallinero, fusta palafrenera. Las manos, destrozadas ambas, serán reducidas a serrín y lo esparciremos alrededor como sangre sucia y coagulada. Pobre Geppetto, qué sollozos. Pobre Hada, mater dolorosa. Pobres Pigmalión y Morel, que son como de la familia. Con el cuerpo del muñeco haremos lonchas, contaremos sus anillos, jugaremos a tomar el té, platos de pulpo, lanzamiento de disco. Irán quedando trozos cada vez más inservibles. Prenderemos entonces una hoguera de estas partes, y de otras, y se irán consumiendo hasta la brasa y después serán ceniza. Je brûle les méchants. Con ella fabricaremos jaboncitos, los venderemos en instagram y Pinocho exfoliará de impurezas vuestra piel estresada por la insatisfactoria vida del siglo XXI. Bajo los rebuznos de sus amigos, el crepitar del fuego y el llanto computable de sus maestros de aritmética, tica, tica, tica, se escucharán las últimas vibraciones de una voz mecánica, una voz blanquísima de tocón, cantando con una técnica impecable de astillatura les oiseaux dans la charmi i i i i i lle
mayo 04, 2024
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