PARTE I
Había mucho revuelo por los pasillos de las oficinas. La ronda me llevó casi toda la mañana. Cuando llegué a las salas de los insectos todos los responsables médicos de los animales del zoo estaban allí, con guantes de látex, recogiendo muestras de los mariposarios. Nadie me contó nada hasta que no me necesitaron ¿Podrías llevar estas cajas de muestras a los laboratorios?, me dijeron, ya sabemos que eres el vigilante y que no... pero estamos hasta arriba.
Eché un último vistazo a los mariposarios, cada par de alas como una escama levantada y retorcida, una piel de reptil con los colores de las diferentes familias de mariposa; verdes, ocres, tonos tierras y rojos y amarillos de advertencia —todas muertas—, alfombrando los terrarios alrededor de los responsables agachados con sus guantes y sus bolsas, tomando muestras con la cara desencajada, casi en pánico. De acuerdo, les dije, de acuerdo. En parte fue vergüenza y en parte compasión.
Eran 7 cajas enormes de cartón. Tuve que hacer tres viajes. Mientras iba y venía decidí cargar el revolver de casa en cuanto llegase. No sé muy bien el porqué.
Cuando llegué, saludé a Clara, nos dimos un beso largo, luego se lo dije. Todas las mariposas del zoo han muerto, dije. Oh, vaya, me contestó. Fui al dormitorio a cargar el arma, doblando el pasillo le dije a Clara que iba a tomar un baño.
En las noticias de la noche vimos que había sucedido lo mismo en zoológicos y reservas y bio-domos del mundo. No había ninguna respuesta, nadie parecía saber nada. Imaginé todo ese montón de cajas resultante colapsando los laboratorios. Estos periodistas, pensé, sensacionalistas, la vida seguía; de momento.
Dos semanas después el mapa del tiempo seguía despejado; ninguna borrasca. Fue la única sorpresa del desayuno. La cara de la chica del tiempo no conseguía darle interés al hecho de que llevásemos una semana con la misma temperatura. 21 grados y algunas décimas, sin cambios por el momento; eso es todo, decía, el tiempo seguirá estable en los próximos días. No dijeron nada sobre las mariposas.
Tengo casi la edad de jubilarme y no quiero hacerlo, en fin.
Mientras guardaba la agenda en la cartera me fijé en los ojos de Clara. Mi esposa estaba allí, en medio de la cocina, clavada en la rutina oxidada de los gestos cotidianos, esperando el beso de despedida. En su mirada vi claro que le daba igual, que posiblemente ni me quería ni ese hecho le molestaba lo más mínimo. A mí tampoco me importaba; le di un beso y me fui al trabajo. Sin decirnos una palabra, decidimos dejarlo todo como estaba. A esas alturas daba igual, supongo.
Hacía la ronda como cada mañana y me pasé por los mariposarios. Había escarabajos peloteros arrastrando pequeñas bolas de estiércol. Me acerqué y sonreí con otros con enormes cuernos. Unos de los jefes del equipo científico caminaba por allí. Se detuvo a mi lado, así que le pregunté por las mariposas, me dijo que no sabían nada en absoluto.
No escuché nada más sobre el tema de las mariposas.
Sin apenas cambios. Cada día que volvía del trabajo había menos gente por la calle. Podía oír el aire pasando por mis fosas nasales deformes, silbando de forma ridícula. El escándalo habitual de las avenidas y calles, del metro, fue sustituido por el silbido de mis fosas nasales que rompía con timidez el silencio. ¿Qué nos está pasando? A la ciudad, al mundo. Me duele la cabeza menos últimamente.
Esa tarde seguíamos teniendo 21 grados y algunas décimas. Cuando llegué a casa contemplé, por unos instantes, a Clara, a la que le había dado por mirar a través de la ventana durante horas. Casi todo el día, cada instante que tenía lo pasaba allí. No era la única persona que lo hacía. Las ventanas de los edificios de enfrente estaban plagadas de siluetas con la espalda recta y los brazos cruzados por delante. Como mi esposa, sólo miraban. Yo seguía tomando notas en mi agenda, me ayuda, escribir me ayuda a pensar con más claridad.
Cada día había más gente mirando a través de sus ventanas, como Clara. Yo podría haber hecho lo mismo. Por entonces ni siquiera me alimentaba: ni sólidos ni líquidos. Desapareció la necesidad de ir al baño, mi cuerpo dejó de producir sudor. Podía haberme quedado allí, en la ventana de casa como ella, pero seguí yendo al trabajo durante toda la semana. Allí, mis compañeros, los que aún acudían a sus puestos, lo hacían tan sólo de manera presencial. La gente estaba sentada en oficinas y laboratorios, en la enfermería —donde fuera—; esperaban a que la hora del cierre llegara y salían del zoo. Los animales de todo el zoológico podrían estar muertos o dormidos, a nadie parecía importarle.
Creo que fue la tarde del sábado, desde entonces es muy complejo calcular el tiempo, han podido pasar semanas de caos estático. Pensar es difícil cuando no ocurre nada en ninguna parte, una especie de bruma. Mientras, sigue atardeciendo, el sol se ha parado, el planeta se ha detenido, habrá dejado de girar sobre sí mismo. El hecho es que desde entonces es por la tarde. El sol a medio hundir en el horizonte, estático, proyectándose anaranjado constantemente sobre los edificios y las calles. Es curioso, porque los relojes siguen avanzando... cuesta siquiera pensar en algo; hacer el gesto sencillo de levantar el teléfono y llamar a emergencias no tiene sentido, aunque esté viendo como la gente que miraba por las ventanas comienza a arrojarse al asfalto. Se estrellan contra el suelo dorado de sol. Yo sigo escribiendo y mirando por la ventana de vez en cuando. Hay un viejo que dispara sobre los coches, parece no entender por qué los cristales no estallan sino que se cuartean y caen despacio al suelo... cada uno se resiste como puede. Por la calle cruza una mujer con ropas mínimas de corredora, ella sí suda, espumarajos a través de los poros de la piel, es extraño, pero cada uno es cada uno. El revólver en el dormitorio cargado. No podría levantarme, tampoco me he preocupado de Clara.
Tal vez todo se deba a las mariposas, tal vez sólo quedemos unos cuantos que seguimos cambiando el mundo, como yo lo cambio con la tinta impregnándose en el papel de mi agenda, como el viejo que dispara a los coches o la chica que corre. Todo esto se acaba, pero si pudiera surgir de uno de nosotros siquiera el impulso suficiente para
PARTE II
Dicen las viejas historias que en principio fue una mariposa sin tamaño ni perspectiva de arriba o abajo o izquierda o derecha porque habitaba en medio de la nada. LA NADA ¿sabéis, bantúes?
El fuego crecía en espiral desde el hogar de fuego y hacia arriba siguiendo la voz de la anciana que narraba.
Dicen que aquella extraña bestia alada con una trompa como de elefante, cuerpo como de pantera, alas de mariposa, ojos de mosca y patas como patas de mosquito comenzó a mover sus alas de mariposa sin aire alrededor, a embestir con su cabeza de Insecto-Elefante aunque no existiera un adelante ni un atrás.
Cuentan las ancianas mientras los ancianos dibujan en las paredes de las cuevas que ese extraño ente, esa Bestia alada batió con tanta fuerza sus alas que desplazó LA NADA alrededor y se creó el aire que y que empujó tanto y tan fuerte con su cabeza que su dolor fue esparciéndose como minúsculos puntos luminiscentes: luceros. Un esfuerzo más, se dijo esa bestia. Defecó rocas como planetas y orinó océanos y mares y ríos: algunos amarillos de amoníaco y venenosos, pero muchos más azules y llenos de vida.
¿Y qué más, abuela?
Por hoy es suficiente, dijo la anciana, levantando sus dedos curtidos por el trabajo y lanzando un enorme beso a la luna. Mirad que CLARA está hoy el ojo de esa Bestia alada.
A todas las mujeres que me dejaron marchar alguna vez
FIN
1 comentario:
Creo recordar que le di el 5 ;DD
palabra: comize
curiosa mmm ;D
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