El gato con botas escucha divertido, desde unas zarzas que arden al sol de la tarde, la conversación entre los dos conejos. ¿Son galgos o podencos? Efectivamente se aproximan a la carrera unos perros, no muy lejos. Los conejos discuten. Esperad, ¿son conejos?, se pregunta el gato. Desde su posición agazapada no los distingue. Por el olor diría que sí, que son tiernos conejitos asustados, aunque si atiende a las voces ásperas podría tratarse de liebres corpulentas. Aumentan los ladridos en la polvareda. Hay que actuar rápido. Las piezas están sobre el saco, siguen discutiendo, los muy lagomorfos. Quedan unos veinte segundos para que la jauría los alcance. Como tantas otras veces, tira de la cuerda con un salto y desaparece de la trayectoria canina con las presas cobradas. Menudo jarrito de agua en el pescuezo. De camino a los dominios del marqués de Carabás, el gato encuentra a dos hombres enterrados hasta el cuello en un páramo. No es habitual esta forma de castigo, aunque tampoco insólita. ¿Qué delito atroz habrán cometido? La sed y la impotencia les ha hecho perder la cabeza. Discuten sobre si lo de la catedral de Augsburgo son pináculos o balaustres. Uno sostiene que las formas verticales pinzan con su altura los arbotantes. El otro que cómo va a ser eso, si la catedral de Augsburgo no tiene arbotantes, no como estructura externa al menos, aunque sí las suficientes terrazas como para albergar una buena cantidad de balaustradas. Y le replica el primero que las terrazas y balaustres se los ha sacado de la manga, porque las cubiertas de las construcciones en la región de Schawben son siempre a dos aguas. El gato con botas pasa entre las cabezas sin detenerse. Una gata sin botas, agazapada en unas zarzas oscuras, acecha a los enterrados en el crepúsculo. Será una gata cerval, pero parece una leona, se admira el gato. Si los reos supieran lo que se les viene encima no dirían tantas tonterías.
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