febrero 10, 2024

Poesía al cuadrado

 Hace algunas páginas abandonamos los cierres cinematográficos sin motivo aparente, como también dejamos de hablar de instrumentos de tortura. Rasgo número uno: los movimientos de este texto son por entero brownianos. Recomendamos pues al lector cinéfilo que regrese al regazo del rechoncho Hitchcock y a los sayones presentes que apliquen, siempre que fuera posible, la clemencia del retentum. Rasgo número dos: la piedad y la ternura de este libro serán siempre juzgados in absentia. Lo nuestro, pero no tanto lo nuestro, sino lo de ahora, es la revisión de los clásicos. Su mise en boite, su destrozo impío, su absorción rococontemporánea. Por eso encontraréis príncipes vueltos del revés como calcetines, gatos lenguaraces arrojados a los perros, pagodas de segundas vanguardias desfilando por las calles de París. Rasgo número tres: no se cimienta esta obra sobre estructuras burguesas, sino en lo que llamamos los lexiconautas dispersión de estilo. La niebla, el rompecabezas, las omisiones y el dislate son, en síntesis, la materia estética de estos escritos. Antepondremos la ocurrencia a la reflexión siempre que la reflexión no se anteponga a la ocurrencia. Rasgo número cuatro: la idea golpea a la poética, la poética corta al referente, el referente tapa la idea. No sabemos qué pinta Barba Azul rascándole la espalda a Erzsébet Báthory. Es inexplicable que hayamos mencionado a Drácula solo de pasada. No tenemos ni zorra de por qué a Ravel le gustan tanto las manzanas fuji. Y, por supuesto, jamás revelaremos la identidad secreta del ama de llaves de papá Perrault, información que podría hacer estallar una revolución en Francia. El juego ya lo era todo en Torrente Ballester y aquí, en esta escuela, somos muy obedientes. Rasgo número cinco: el compromiso para con el lector por parte del autor es de una sólida debilidad y quedará, de este modo, en las cuatro manos de ambos fijar los límites y redactar las cláusulas del pacto ficcional. Hay que terminar de imaginar, enlucir las fronteras apenas esbozadas, arrojarse desde el campanario, pensar mal, acertar, suponer y desdecirse, hay que sublimar las minucias, mitigar los hallazgos, ejecutar una poesía elevada al cuadrado que sirva de jergón a las lagunas de la trama. Rasgo número seis: los jirones y harapos de esta última no podrán ser en modo alguno motivo de reclamación por parte del lector, ni el autor estará obligado a resarcir a nadie por efecto o causa de dichas carencias. Como diría Umberto Eco, al ser este libro descomponible e intercambiable, carecerá por completo de interés y mataremos así al dragón. Esto último no lo dijo Eco, sino San Jorge. Rasgo número siete: cómprese usted un glosario de mitos griegos (y bíblicos, claro), porque no lo podemos evitar. Asterión es mi pastor, nada me falta. El objetivo, si es que hay alguno, es convertir las no mythologies to follow en mythologies de pleno derecho. Si D’Aulnoy hablase de perritos de aguas, los contrapondremos a la náutica de Aurora Luque. Si Madame de Beaumont escribe sobre los tres deseos, nosotros esparcimos trazas de Tilda Swinton en 3000 años esperándote. Si papá Perrault despacha casi con desdén lo que debió ser una complejísima probatura del diminuto zapato de cristal en los pies regordetes de cada hermanastra, el tratado noir dedicado a la tradición secular del uso de brodequins en Europa durante los siglos XV a XIX va a ser del tamaño de varias tesis doctorales. Rasgo número ocho: ningún exceso es suficiente. Nuestro texto es, en sí mismo, un espectro de Brocken. La deformidad y desproporción se atendrán, no obstante, a las normas euclidianas. Esta inequívoca incoherencia no es tal si tenemos en cuenta los trastornos obsesivos del autor, la cantidad ingente de correcciones, ubicación y supresión de comas, control exhaustivo de plagas de polisíndeton, retorcimiento, arruga y fundición de planteamientos, que en conjunto harían imposible llevar a término la opereta. Por eso se estructura, como viene siendo habitual, en cien lustrosos cañaverales de palabras, que podrían llegar a ser más que las canciones de Schubert si no ejercemos la violencia de la poda a sus ínfulas de acanto. Rasgo número nueve (last but not least): la música es lo que mueve este mundo. La música de las esferas activa los cielos. La música de la calderilla envilece a los hombres. La música de Ravel determina lo escrito. Si no te gusta la gran música —y SPOILER el reguetón no lo es— estás a tiempo de irte a leer el próximo premio planote o el último serial de don Arturo. Y hasta aquí mis instrucciones. Vale. 

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