Supongamos que Papá Perrault escribe Anna Karenina doscientos años antes que Tolstoi. Se cree por un rato Pierre Menard y el arquetipo de la adultera reaparece como una premonición tiznado de cenizas, amontonado de ruecas y tocado de pelucas. Nadie discutirá su total modernidad, hito inexplicable como Shakespeare, más milagrosa que la original. Perrault redactó además algunos finales de las novelas de Steinbeck, los nueve cuentos de Salinger, varios poemas de Apollinaire al azar y un nutrido tomo con ensayos de Borges previos a 1939. A Ravel, por la parte que le toca, le pasó algo parecido. Compuso Tavener, Pärt y Górecki con décadas de antelación, porque, total, no hay ruinas musicales. Durante el proceso se alimentó exclusivamente con manzanas fuji mientras volvía a creer de nuevo en dios, doblegaba sus grandes orquestaciones al mínimo y se acordaba de sus amigos muertos en la Grande Guerre. Este laberinto de música y letra consigue que todos puedan escribirse unos a otros sin ton ni son en una orgía que multiplica hasta la náusea el trabajo de melómanos y lectores, míranos con qué cara de póker. No es plagio, no es reescritura, ni homenaje, ni parodia. Cuando Perrault escribe “Pitié pour nous qui combattons toujours aux frontières / de l’illimité et de l’avenir, / pitié pour nos erreurs, pitié pour nos péchés.” no está ensalzando con falsa modestia la titánica tarea estética de las Vanguardias, sino disculpando sinceramente su desconocimiento del futuro —sus dilatadas bifurcaciones literarias— al afrontar la menardización de la lírica surrealista. Cuando Garcilaso encara a Carnero no compone desde la flema preciosista del novísimo, sino que la trastoca en parva comunión con la Naturaleza. Cuando Beethoven hace frente a un cuarteto de Bartók no encontramos rastro de desfiguración folclórica, sino una partitura con un claro síndrome de burnout. Desde estos presupuestos, la cosa se puede complicar bastante al trascender las combinaciones binarias mediante otras ternarias y cuaternarias. Somos Tolstoi siendo Perrault siendo Menard siendo Ravel siendo nosotros, puestos hasta las cejas en abismo. Plano, maqueta y teresacto. También tú, sí, tú, que me lees desde el triclinio o desde el i-sofá, a mí o a cualquiera que haya escrito esto, palabra por palabra y línea por línea, infinitas veces. ¿Por qué no lo inventas de nuevo, erre que erre, con tu lectura generativa?
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