En su defensa diremos sin recato que papá Perrault fumaba más canutos milesios de la cuenta. No era el único que usaba psicotrópicos para sus fabulaciones. Aún recuerdo el glorioso cuadro snuff que se marcó Raúl Sánchez (tenéis que leer Sh00ter) sobre un farmacéutico que tenía secuestrada a una tipa, su mujer, decía, y la empujaba hasta el borde de la muerte con adolonta porque el muy cabrón lo que quería era follarse un cadáver. La vida son hilos y todos llevan de un autor declarado a otro autor silenciado, de un Goethe a un Novalis, un clamor obvio de hilos de seda de araña, piolines de araña madre que tiene muchísimo sueño en un rincón del taller de Louise Bourgeois, aún joven, esculpiendo carcajadas de espanto al cabo de diez minutos, con esa languidez propia de quien está a punto de extinguirse. Un hilo que sigue y no se extingue como, a su pesar, se extinguió la condesa Báthory, en sangrienta posesión, eso sí, de ese poder divino que es la dominación sexual, su futilidad babeliana, q. e. p. d. El hilo, finalmente, nos conduce hasta Sadie Plant y las cosas que lee en su despacho de Birmingham. Opicultora postmoderna, psiconauta cualificada, ciberfémina de éxito, en su currículo podemos encontrar los ovillos que nos faltan para terminar nuestras obras. Parece como si hubiéramos dormido cien años, mientras al otro lado del canal papá Perrault se ríe a lágrima viva en plena revisión de lo recién escrito. Teje su culpa precisamente en una telaraña cuya hebra cero nace de la frente de la Bella Durmiente, tensa, sin comba, hasta la lámpara del techo del salón del Marqués de Carabás, y luego otra del pulgar del pie izquierdo de Pulgarcito al pestillo de la puerta del baño donde Barba Azul suele aún masturbarse como un depredador al acecho, contemplando su macramé macabro, la laxitud pre-mortem, la maraña de hebras que parte del ombligo femenino. Cada uno de nosotros busca el beso de amor invertido que nos mantenga despiertos eternamente. Dicen las malas lenguas que el autor de Cenicienta se acostaba los martes con Petronio y los jueves con Apuleyo, puesto hasta la peluca de paté de oca y de cuentos de viejas. Pero ese capítulo, por pudor, ha sido eliminado de esta historia.
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