De regreso de tantas lecturas, Pulgarcito, el avispado Pulgarcito, se había convertido en un pequeñísimo Odiseo. Callado te lo tenías, viejo Perrault, qué desborde por la banda, qué finta vivaracha, qué cinturita rota. Muy pocos cayeron al principio, es cierto, pero siglos de minucioso estudio terminaron por descubrir el ardid. Pulgarcito, con su altivez biliosa, quiso hacer con miga de pan aquello que lograra con guijarros en otras contiendas: vencer, regresar sobradamente a Ítaca, incorporarse a su trono y abrazar a su esposa. Jactarse a diario de su propia astucia durante meses de merecido descanso. Así se empiezan a ver las costuras, justo por la jactancia. Los pajarillos, como traicioneros vientos y otras añagazas de Poseidón, se zamparon las señales, dejando a Pulgarcito sin baliza con la que guiar a sus hermanos por la espesura mediterránea. Los niños abandonados eran metáfora de la tripulación desamparada. La elección entre el ogro y los lobos, una franca parodia de Escila y Caribdis. Cuando tocaron tierra en el reino de los Cíclopes, los lectores estábamos ya seguros de que aquel ser de un solo ojo que perseguía a Nadie se correspondía, punto por punto, con el ogro comeniños. Hubo incluso quien identificó a las siete hijas coronadas del monstruo con Circe, Calipso, alguna Sirena, Leucótea, Nausícaa, Euriclea y la mismísima Penélope. Ahora bien, si miráis fijamente, amigos devoracuentos, hacia las sombras del bosque, allí donde pocos ven y ninguno se atreve a adentrarse, hallaréis que Perrault, mediante el personaje del ogro, no pretendía encerrar el espíritu terrible de Polifemo, ni mucho menos. El lector verdaderamente atento sabrá, a estas alturas, que aquel engendro cruel no es otro que el patizambo Tersites, menospreciando la pertinencia del combate. Y en ese mismo instante, ante vuestras narices, la Odisea se transformará en Ilíada, y todo cuento será un poema heroico cantor de esta campaña. Pulgarcito, un Aquiles abúlico. Sus hermanos, los petulantes jefes aqueos. Menelao, padre estulto y desesperado, abocándoles sin miramientos a la angustia guerrera frente a los muros de Ilión. Y Helena, ante todo Helena y su cuerpo de diosa, representará por siempre el desamor de las malas madres que hubo en la literatura. Ágave y Medea, Bernarda Alba y Doña Bárbara, la señora Wormwood y Nicole Blanchard, Emma Bovary y Cersei Lannister. Hijos traicionados en el afecto, hijos abandonados como extraños en el bosque, hijos devorados por la amargura. Qué razón tenía Carnero. Es la decrepitud lo que enciende esta guerra.
diciembre 17, 2023
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Periplo del [meta]héroe
Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...
-
El affaire empezó mientras Ravel leía a Barnes. Canturreaba una melodía pentatónica, todavía blandita y sin forjar, cuando por la página 42...
-
Para que bailen los osos hay que cantar a media voz. Ni muy fuerte ni muy flojo. Si quieres seguir con vida mantente de pie, esgrime tu gar...
-
No os lo había contado hasta ahora, pero ya no puedo retrasarlo más. Como autor omnisciente que soy, he de deciros que Papá Perrault tenía ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario