Madame d’Aulnoy también fumaba Apuleyos, uno tras otro, a su manera. Donde había una hermosa doncella eclipsando a Venus Murcia puso a Laideronnette. Se cepilló a los sirvientes etéreos y los cambió por pagodas de porcelana. Donde estuvo el dios Cupido, colocó un reptiliano embrujado. Y es que ese cuento del serpentino es como poco el reverso tenebroso de Eros y Psique, ya sabéis, lenitivo para quien desespera, talabarte acusador, será nieto de Marte cada hijo que paras. La vieja psicología pretende la luz, pero en lo más profundo de sí misma no ama al dios sino a la oscuridad, la noche oscura del alma, el memento buffandi de un listado de leguminosas, su apólogo o visión. Tenía anotado también algo sobre las hormigas, pero no recuerdo para qué. En compensación daremos cuenta de Venus Myrtea y sus querencias de suegra jardinera y arisca. Cuando la diosa se entera de que el alma castigada ha ostentado el metamor de su propio hijo, dispensa una orden de busca y captura, ofreciendo la recompensa habitual para con quien entregue a su nuera, esto es, un polvazo de alto standing con la divinidad requiriente. Aquí D’Aulnoy se marca otro de sus fantásticos trucos de magia, puede que por efecto del doble cero que se ha fumado o por influencia directa del mago Pop: los trabajos venéreos que planeó Apuleyo para la esclava Psique acabaron siendo los locos castigos de la malvada Magotine. Legumbres, rocas, pastelitos de polenta, jarras sin fondo, un totum revolutum de malditismo surrealista, cosas de dioses y sus venganzas, travesuras de las hadas, cuentistas y su vanidad. Qué buen arroz con lo que había en la alacena, qué potaje sabroso con sus ingredientes en crudo. Acabo de recordar el porqué de las hormigas. Cuando trabajas para el hormiguero, has de acostumbrarte a la oscuridad.
enero 06, 2024
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