enero 13, 2024

Palinuro

  Cuando Virgilio asumió el encargo, no pensaba que tendría que cargarse a nadie. Quería salvarlos a todos en la travesía, que ya bastante jodidos venían de sobrevivir al asedio de Troya y demás desastres de la guerra. No obstante, bisnes son bisnes, tuvo que hacer algunos cambios. El mantuano nunca olvidará la visita del dios de los mares, una noche queda, cual fantasma de los solsticios pasados. Estaba en camisón y gorro de dormir, retozando en su triclinium, cuando entró Neptuno sin llamar, vestido como un comerciante de navajas de afeitar, traje raído, sombrero chicago-años-veinte y un maletín esposado a la muñeca. Se sentó en una silla sin pedir tampoco permiso, con el maletín en el regazo, y fue al grano: Mira, Virgilio, hemos leído el borrador que remitiste y tenemos algunas dudas. ¿Dudas? Sí. ¿Qué dudas? Pues básicamente que no hay sangre. Tienes que matar a alguien. Hombre, ya los mató Homero a casi todos en la precuela, para qué voy yo a… El jefe quiere al menos un fiambre importante. El mercado manda. No puedes negarte, dijo Neptuno. ¿Pero el jefe no eras tú?, se rebeló Virgilio. Neptuno movió los ojos furtivamente un par de veces. No te salgas del tema, Virgi, queremos un cadáver. Voy a matar a Anquises. Ese no cuenta. Es viejo. Cárgate a uno más joven. Si no hay fiambre no hay pasta. Está bien, mataré a Eneas, que me cae mal. Neptuno alzó una voz de marejada. ¿Estás putoloco, Virgilio? No puedes matar al prota, que esto no es juego de tronos. ¿Cómo que el prota? Lo que oyes, Eneas será el prota. Y tamborileó impaciente con los dedos sobre el maletín. Virgilio iba a protestar, pero sintió un tifón recorrerle el espinazo. ¿Entonces a quién me cargo? Matas a Palinuro y no se hable más. ¡Palinuro es el piloto, Nep, sin él no fundarán Roma en la vida! Añade más barcos. ¿Cómo que más barcos? ¿Qué arreglo con eso? Así alguno llegará. Hubo un silencio. Mira, Virgi, si quieres estar en el candelero tienes que hacerme caso. El jefe quiere a Palinuro, ¿no?, pues tú se lo das. El cómo ya es cosa tuya. Tienes libertad. Pero… si…, balbuceó el guionista. Palinuro, Virgi, Palinuro, no seas plasta, atajó el dios caminando de repente hacia la puerta. Ah, y también queremos que metas a Escila y Caribdis. Es nuestra última palabra. Virgilio guardó otra vez silencio mientras lo miraba marcharse. Al final dijo: Oye, Nep, espera, ¿qué llevas en el maletín? Lo de siempre, contestó Neptuno sin girarse apenas, el tridente plegable, mi kit de escollos traicioneros y una bolsa de terribles tormentas marinas. Y se marchó con viento fresco. Virgilio tragó saliva. Se quedó, reclinado como estaba, mirando la puerta. Si el mejor piloto del Mediterráneo sucumbía, toda la narrativa se vendría abajo. Luego se reclinó más para quedar mirando al techo. Reflexionó hasta que unas lágrimas se le extraviaron de los ojos, campo a través, por las mejillas. Palinuro le caía bien, mejor que Eneas, el muy estirado. Sería durísimo reescribir toda la Pulinuriada. Y añadir naves. Joder, ¿cuántas? Tendría que cambiar hasta el título, nada más que por exigencia de Neptuno. Eneida sonaba fatal. Se durmió pensando que si quería cobrar ese guion iba a tener que afilar la olivetti y capear el temporal.

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