junio 29, 2024

Polidor Club-Restaurant

En el Polidor Club-Restaurant se sirve un cóctel de sangre de cordero esferificada en un trago de ginebra. Lo llaman Villa Diodati. Recomiendan acompañarlo con una tapa de chorizo a la sidra. Alto contraste. Mi amiga Lupita y yo somos socios del Polidor desde los tiempos de Maricastaña y vamos a cenar a menudo nada más caer la noche, para facilitar la digestión de todo lo que vendrá después. Lupita es una mexicana salvaje, capaz de beber y beber bloody marys hasta que asoma el día y tumbarse a dormir en cualquier cajón de madera más a gusto que en una cama del Ritz. Dizque dicen que el dueño del Polidor es un tipo raro y, a juzgar por el ambiente del club, no me extrañaría nada. A los interioristas se les ha ido la mano con las telarañas y los retratos de Dorian Gray. En realidad del alto staff solo conocemos al maître, un highlander de Portland de dos por dos con un explícito problema de albinismo en la piel, que sin embargo practica un trato afable con los comensales. Los camareros en sus fracs van de aquí para allá flotando, auténticos profesionales, sin dar un paso. El suelo está enmoquetado de ricas alfombras y las paredes y ventanas, de opacos tapices colganderos. No hay luz eléctrica, que sepamos, pero no faltan candelabros y lámparas imperio. Tampoco hay espejos. Las reuniones en el Polidor son animadas a primera hora, y van volviéndose montaraces conforme el ánimo de los socios se tonifica entre manjares y pasatiempos. No hace mucho Lupita me presentó a un nuevo miembro del club, un europeo del este apellidado Lugosi, viejo conocido suyo. El señor Lugosi era actor como Lupita, y aunque nunca trabajaron juntos, fueron antaño uña y carne en los sets de Universal Studios. Aquella primera noche cenamos ligero y luego nos fuimos por las discotecas de West Hollywood, a completar el menú con bebercio y, qué os voy a contar, algún que otro exógeno hematopoyético. Recuerdo que esa juerga la acabé en unos baños encaramado a una curvy que se entregó a mí con actitud sacrificial. Creo que Lupita y el señor Lugosi se fueron a un hotel, por los viejos tiempos, y sembraron el terror a lo largo de los pasillos y en varias habitaciones. Por la mañana regresamos ahítos a desayunar al Polidor, que siempre está abierto para los habituales. Fue divertido. Tanto que desde entonces los tres somos inseparables. Solemos quedar como mínimo una vez al mes. Nos flipa el menú degustación. Mi plato favorito son los coágulos de plasma sobre lecho de pomelo y heparina. Lupita prefiere un guiso de carne que responde en carta al pomposo nombre de Albóndigas del Rey de Hungría. Otras veces pedimos algún otro entrante proteico al azar y cerramos con un enorme château saignant para compartir, regado con caldos de los Cárpatos, vinos que aquí son bastantes inusuales y caros. Lo mejor es que pilla cerca de algunos bares de esos que parecen granjas humanas. Es como ir al supermercado. Bailamos hasta el agotamiento. El señor Lugosi ha resultado ser un fantástico bailarín, algo que Lupita me había asegurado y me costaba creer, a su edad. Nos cuenta que aprendió a moverse en Broadway, hace incontables décadas, recién llegado de Europa. En la pista siempre hay hype y van apareciendo incautos como polillas hacia la luz. Lupita se contorsiona igual de bien que el señor Lugosi. Da gusto verlos perrear como adolescentes eternos. Por mi parte, bueno, yo hago lo que puedo. Nunca se me dio nada bailar, pero como tengo cierto encanto natural y sé contar chistes de tejanos, me dedico a cubrirles desde la barra. Cuando nos interesa alguien, chico o chica, qué importa, ellos le incitan al baile y yo le engatuso con mis ocurrencias. Qué fácil es ganarse la confianza de algunos. En cuanto encienden las luces y se pira el DJ, lo arrastramos a tomarnos la penúltima al Polidor. El maître sonríe picarón cuando ve entrar a nuestro cándido acompañante. Rápidamente manda preparar una mesa. A nadie le importa que entremos a desayunar cuatro y salgamos tres. Esta semana hemos planeado para el verano un viaje a Tijuana y alrededores. No ha sido fácil cuadrar agendas. Lupita y el señor Lugosi tienen muchos compromisos, pero las jaranas de Rosarito dicen que son de lo más encarnizado que se puede encontrar al Sur de California. Salimos para allá a primeros de julio. En barco. Va a ser terrorífico. 

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