julio 27, 2024

Princesa idumea

 Nos, Antipas, tetrarca de Galilea, dimitimos de nuestros cargos, repudiamos a nuestra mujer y nos fugamos con Salomé, hijastra, sobrina y medio nieta, a tierras del Barada. El amor, como la muerte, no tiene edad, ni discierne la sangre una vez derramada por Cupido. Aún recuerdo la cabeza sin cuerpo del profeta, una cabeza hermosa, como todas cuando son recién cortadas, hermosa la del rey Luis, hermosa la de Weidmann. Una azotea heráldica de precursor divino, digna de estar en un museo de cholas, compadre. Le hicimos todo tipo de preguntas durante años como quien consulta a las pitonisas de la tele, reímos por su deforme silencio, sus párpados de celofán y su lengua asomando. Aquella noche, en Maqueronte, la espada del verdugo no entregó piltrafas de augur. Por fin Nos lo comprendemos. Lo que recibimos fue a Salomé en bandeja de plata. Desde entonces, Nos, que somos lo opuesto a aquel charlatán decapitado, su espejo infame, que hemos cometido por igual crímenes contra la moral de dioses y de hombres, perdimos la cabeza por ese cuerpo de diosa. Qué perreo, oye. Qué gym. Los celos de Herodías iban en aumento. Razones tenía. Llegamos a temer por la vida de la muchacha. La mirábamos con descaro, desde el borde del delirio. La abordábamos a solas con galanterías y regalos: un vestidito de Hermès, unas botas de Jimmy Choo, la mollera de algún rebelde esenio. Mantuvimos la nuestra en su sitio de milagro, solo sujeta por el ansia de comer coño de princesa idumea, por la codicia de encajar entre sus muslos, blancos como la gata, la cierva y la tórtola. Oh, Salomé, que Oscar Wilde te guarde lo que no te guardó Flaubert. ¿Acaso deben importar a un rey más leyes de las que dicta el deseo? Ya la liamos gordísima con Herodías, su madre, también hija y esposa de mis hermanos, y no se acabó el mundo. Viajamos durante años con ella por el valle de los placeres prohibidos a los hombres corrientes. ¿Por qué no hacerlo de nuevo? Más viejo pero ansiosamente vivo, follaremos con Salomé todas las noches en un discreto loft de Damasco, sometido por fin a su tortura deliciosa. Dirán de Nos que fuimos desterrado a España por el rabioso Calígula, porque así dispusimos que constara en los anales, sobornando con oro a cronistas romanos. Acabaremos sin embargo nuestros días anegado de vino, montando a Salomé mientras el body aguante y esperando que nos eche la buenaventura de tanto en tanto el melón podrido e hipnótico del bautista, que atrozmente aún conservamos en un frasco de formol. Apiádense los dioses de Nos, Antipas, tetrarca de Galilea. 

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