julio 20, 2024

¿Para qué quieres ser un Ravel de segunda si puedes ser un Gershwin de primera?

 La ficción es una catarata. Pon uno o dos ingredientes reales en una acción plausible y tendrás tu pequeño Niágara. Luego repítelo in æternum con un Saltito del Ángel o unas coquetas Victoria. Llámalo ultraficción. Atentos. Nueva York, marzo de 1928. En una fiesta se conocen Maurice Ravel y George Gershwin. El viejo maestro francés quiere empaparse de la frescura American Falls del jazz neoyorkino, que era una música tan reciente y diametral que parecía imposible que hubiese nacido ella sola. El joven genio de Broadway, por su parte, está como loco por conseguir que alguna celebridad europea le imparta clases Gavarnie de armonía y contrapunto. Tocan juntos, se emborrachan juntos y en una de esas Gershwin le pide a Ravel some lessons, master. Hasta aquí la historia, la realidad, lo que corroboran los testigos, todo aquello que jamás te debe estropear una buena leyenda. La ultraficción se activa y es exuberante. Nos vende que Ravel rechazó la oferta del siguiente modo: ¿para qué quieres ser un Ravel de segunda si puedes ser un Gershwin de primera? Épico al máximo, tú, pero falso. Una declaración evidentemente apócrifa. El francés nunca respondió en esos términos. La anfitriona, Eva Gauthier, mezzo, asegura que Ravel juzgaba que las rigideces europeas desbaratarían el descaro americano del amigo Gershwin y que no pensaba ser el ejecutor de tamaña desgracia. Luego siguieron cantando The man I love y bebiendo Tom Collins hasta el amanecer. Por lo que sea, Gershwin arrastró durante su corta vida la obsesión insana de querer secarse en el desierto de la tradición veteromundista. Hubo otros desencuentros. El coche de Gershwin recoge a Stravinsky en la Sala Pleyel para ir a otra fiesta. De nuevo protagonistas reales y escena verosímil. Se conocen desde hace semanas y, por el carácter de ambos, podría decirse que ya son amigos. Gershwin se lanza y le pide ser su alumno como quien le declara amor eterno. El chófer revelaría después que Stravinsky rechazó prosaicamente la oferta, aunque para el mito ultra, la conversación transcurrió tal que así: ¿Querría usted darme clases? Antes de responder a eso, George, quiero saber cuánto gana usted en Broadway. Gané 200.000 dólares Horseshoe el año pasado, master, confesó Gershwin. Pues entonces, sentenció el autor de Petrushka, soy yo el que debería aprender de usted. Tercer incidente. Arnold Schönberg se ha ido a vivir a Los Ángeles huyendo del nazismo. Gershwin también, porque ha empezado a trabajar en Hollywood, tentado por las mieles del nuevo cine sonoro. Gershwin pide clases. El vienés le dice que no, pero que si le apetece pueden jugar al tenis. Skógafoss. Cuarto intento. Se cruzó una noche con Rachmaninov al salir de Carnegie Hall y le pidió algún consejo sobre digitación clásica. ¿Ves estas manos?, contestó Rachmaninov enfadado: pues te las comes. Y así, poco a poco, puedes ir metiendo en tu ultraficción las Iguazú que quieras. Quinto acto. Gershwin visita a Dvórak en el Conservatorio Nacional de América, calle 25 Oeste. Es puntualmente rechazado. Toma seis. Gershwin intenta convencer a Bartók en su modesto apartamento de la calle 57. Llega tarde. Ditta, su viuda, le informa que acaba de morir de leucemia. Capítulo siete. Gershwin pide ayuda a Boulanger, Glazunov, Ibert, Ginestera, Milhaud, Piazzola, Martinu, Tailleferre, incluso a Bertold Brecht, que pasaba por allí. Uno por uno se la fueron negando. Al final, como guinda, añades un último aparato ultra. Un epílogo sin esperanza como por ejemplo Gershwin probó suerte a la desesperada con Hans Zimmer, que no podía decirle que no, coño, él era el gran Gershwin, ¡nadie del siglo XXI dice que no al puto gran Gershwin! Era un caluroso día de julio en Beverly Hills. A Gershwin le dolía la cabeza. Hola, Hans. Hola, George. Quería pedirte que me dieras alguna clase Yosemite Falls de armonía. Ah, muy bien, será un honor, ¿cuándo quieres empezar, George? Mañana mismo, Hans, si te parece. Uf, mañana es sábado, George, los sábados toco el teclado con unos amigos españoles. Oh, vaya. A partir del lunes, sin problema. Vale, Hans, perfecto. Muy bien, George. El lunes 12. Sí, lunes 12, nos vemos aquí, hacia las nueve. ¿Yosemite Falls, eh? Claro, claro, Yosemite. Adiós, Hans. Adiós, George. 

julio 18, 2024

by Raúl Sánchez

 

Metástasis con centro en crujiente cereal, cáncer de boca, bocetos en colores ocres colgados y por el suelo, los restos de una pelea de bar en una sóla losa. Restos de papelillos de carnaval, un par de barriles de estramonio completamente secos, tiras de piel de plátano a medio liar junto con una cucharilla en la que se ha hervido algo de nuez moscada, restos de nexus en la tapa del CD, micro-dosis de LSD en papel secante troquelado con diseño de cómic, toda una juventud que se vomita en el tigre de un bareto, peleas, peleas que se `pierden en el parking de la disco, todos los ancestros de un punki son muchos ancestros. Papel celo y cinta americana, tijeras y cola, algunos bolis, lápices y rotuladores y marcadores, viejos libros de poemas rescatados de la basura para carne en lámina de collage, poemas manuscritos en viejas máquinas de escribir, enumeraciones, enumeraciones, y los restos del naufragio de un miércoles. No hay fanta. El limón hirviendo en el fondo de la garganta junto con tendones mandibulares que se deshacen en ácido; la ansiedad me devoró la carne, perdí 27 kilos y gran parte de mi masa. Cuando hablo del mal, la gente sabe que ni miento que ni invento, saben que lo digo en serio, cuando hablo del mal la gente se calla porque saben que soy honesto; que puedo serlo.


... y dónde queda la piel, oquedades llenas de terminaciones nerviosas, lame, lame, lame esas tetas, los pezones, un escroto. Tantos cuerpos confusos de continuar en la costilla del amante, lame, lame, lame ese cuello. Toca, toca, mete los dedos y muévelos dentro.


Dónde queda la polla y dónde queda el cerebro. El centellear electro-químico entre neuronas funcionales. Un torpe flagelo que descarga el electrón al disparo de la NADA. La muerte de lo que podría haber sido un acto o un olor, perfectamente. La muerte de lo que podría haber sido la fe, la extirpación de un millar de comienzos, el rezo, el rezo y el reo. Recuerdos que caen como en un pozo de brea, despacio y absoluto, yo soy Elvis, yo soy Elvis. Yo soy la estrella de rock rodeado de viejos indecentes. Creemos que saldrá de aquí mejor, Doctor, tome sus pastillas. Comprimidos blancos con sabor a muerte retrasada, comprimidos amarillos para la pena, comprimidos blanqui-rojos y capsulas moradas para la sed del alma. Prescolar y ouijas mal cerradas; hay algo aquí dentro, hay algo aquí dentro... conmigo, en el surco de lo acontecido y fracturado, en la herida permanente de despertarse cada mañana. Hay un cadáver dentro de mi ropa y no puedo sacarlo. Hay un muerto en mi lugar, hay un aparecido cuando doblo una esquina del pasillo. Enciendo el leño y sigo manejando la antigua locomotora,las coordenadas son un pueblo pesquero, en la ruina, hay caballo en circulación y hace mucho que no importa nada. La escritura. Los restos pegajosos en la taza de café. Hay una gota que ahora mismo se está evaporando sobre la alfombra. ¿Hay una alfombra? Los pies descalzos y llenos de tizne. El polvo que alguien trajo del camino, el retroceder en cada huella de arenilla y basuras. La continua reinvención del YO a través de los delirios de grandeza, la copa del árbol que arde y habla la lengua de enoch, ser hijo, padre y espíritu una y otra y otra y otra vez en el huerto, orando y huyendo de la muerte. Padre, por qué estoy en tus planes como carnaza. Padre, el hijo muerto se eleva sobre sus cabezas. Padre, mira esta herida, esta laceración, mira y contempla la prueba de amor por ellos sobre mi piel. Cristo dudando es lo más cerca que estará el hombre de ese dios. Te comes un pajarito que es el mismo Dios, y todo se apaga. Valga el homenaje. Valga el plagio voluntario y el querer hacer propias palabras ajenas porque también encajan dentro de uno. Eso sea lo que sea. El error induce al pez a aplastar la cara contra el cristal. Esta vez no, muchacho. No.


Acantilados, aves y vida marina que parece el génesis. Meteoros que cruzan el cielo señalando cada nuevo mesías recién nacido. 187 trompetas, 500 hombres, la santidad y la guerra a continuación, lo bendito y la muerte

julio 13, 2024

Peor que una flauta

 De paseo por Austria-Hungría, se respira música. Los camiones en las autovías suenan a Strauss hijo. No exagero. Se escuchan polkas a cada claxon. Trish trash. En el Burggarten, junto a la Ópera, las tórtolas graznan como el clarinete jazzy de la Pastoral. Parecen bailar sobre la hierba cortada de la mañana. Un bebé llora armónicamente en su carrito por la calle Nußdorfer, llanto que suena sin remedio a Winterreise. Así todo el rato. Cerca de San Esteban se intuyen los cánticos de los fantasmas de las niñas del Blutgasse, afinados con tijeras y largas agujas de tejer. Pared con pared, un acordeonista callejero destroza algún valsecito sin amo, muy cerca de la casa en que vivió Mozart. ¿Qué suena peor que una flauta? Dos flautas. Flotando en este caldo sonoro no encontraréis melindres francesas, Chloes, Siringas, poemitas de Ronsard. Solo masonería compacta, Wie Stark ist nicht dein Zauberton, rondós marciales de Doppler y una cadencia nunca escrita por Haydn al final de cada movimiento del concierto en D-dur. La narrativa musical germana, siempre vertical y masculina. ¡Las tramoyas no cantan conmigo!, protestó Fischer-Dieskau en mitad de un ensayo del Wozzeck. Le parecía que no habían previsto suficiente sangre sobre el cartón-piedra del decorado. Se comió sin rechistar la bronca de Karl Böhm, por impertinente, pero dio a los de producción una buena excusa para solucionar el superávit de flautas.

julio 06, 2024

Penrose

 No sé si a estas alturas quedarán dudas. Debajo de cada libro hay otro libro. Las cebollas, los puerros, las chalotas, las cebollitas de Cambray tiene capas y dentro un corazón como los alcauciles, los relojes y los internos del manicomio. La travesía ontológica de aquel Heinrich von Ofterdingen tardosurrealista, grávido allá, pero definitivamente cuántico acá, es la misma búsqueda de sangre de Erzsébet Báthory a través del prisma ultralírico de Valentine Penrose. Se masca, de nuevo, la tortura. Nos hemos ganado la potestad de poner a girar en la rueda un buen puñado de ideas, como vírgenes desmembradas, mientras alguien, tú mismo que lees, se tumba debajo a embadurnarse con sus humores y su mierda. No sabemos cierto si en el encierro final la condesa fue asistida por la cour d’amours de un pájaro azul o si vislumbró alucinada un colorido loro de luz como Fèlicité. Aún así, la investigación de Penrose es exhaustiva hasta dejar a la vista una red de obvias craqueladuras, grietas y desconchados. Durante los años del terror, la alimaña de Csejthe estucó sin descanso las paredes, suelos y techos de su leyenda como un alarife aplicado, diríase que con buen talante y entusiasmo, secundada por un poder que rebasa los privilegios de la nobleza feudal para adentrarse en jurisdicciones sobrenaturales. El Maligno. Nosferatu. Belcebú. El pacto habitual. Vayan llamando a otro exorcista, que Sidonay va tirándolos al río. Con su grimorio, Penrose picotea en el revoque fabuloso y nos deja un buen montón de cascotes y un par de corros de brujas con vísceras humanas. Nosotros, espectadores inexpugnables sobre nuestra atalaya, mitad primer mundo, mitad tercer milenio, paladeamos por igual el olor ferroso de las pétreas mazmorras y el etéreo proceder de la taumaturgia. Lo bello. Lo sublime. Lo pintoresco. Hacia el final, no obstante, solo queda la sensación de fracaso. Otro fracaso. Todo quisque en la vieja Hungría sabía de los apetitos y desmanes de la Báthory y, sin embargo, tardaron como tres décadas en emparedarla. Si pusiéramos en fila los cadáveres de las niñas, a metro y medio por niña, podríamos dibujar la línea de costa de la Liberty Island o vadear el Miño en A Guarda de espinazo en espinazo. Cualquier narratólogo de poca monta hallará sin esfuerzo trazas de Psique vengándose de sus hermanas, vestigios de un Barba Azul desquiciado, huella de las ogresas comeniñas que poblaban los bosques de los Cárpatos. La ficción siempre deformó la realidad porque la realidad sin deformar era insoportable. Después fue meridianamente sencillo realizar el camino inverso y aliñar los cuentos clásicos con las múltiples fechorías, ahora sí bien documentadas, que la gente de abolengo nos ha ido regalando a través de los siglos. Así, los vampiros se convirtieron en aristócratas preclaros. Las madrastras fueron progenitoras ilustres, pero adictas y negligentes. Los gigantes sacudieron la tierra desde sus despachos y avaricias de magnate. Los héroes feroces de ayer, última defensa, se fueron volviendo cada día más cotidianos y más inútiles. Remakes, retelling, adaptaciones, novelización, inspiraciones lejanas. Hoy la realidad oculta la ficción porque es la propia ficción lo que se nos está volviendo insoportable. La clarificación de Penrose resulta ser, paradójicamente, un ejercicio frustrante, si somos capaces de proyectar por un momento aquella Edad Media en la nuestra. ¿Cuántas niñas son enviadas en este momento a Csejthe a servir a la condesa en su matadero? Aquí, en Shanghai, en Monrovia, en Poitiers, en Ohio. Más arriba estaba el bosque lleno de linces, de lobos, de zorros y de martas, animales pardos en verano y blancos en invierno. Allí vivían las Vilas, las hadas. Y allí dormían seguros los vampiros. Debajo de cada bosque hay otro bosque y eso es muchísimo que talar. Debajo de cada muerta hay otra muerta. Y debajo otra. Y debajo. Debajo. 

julio 01, 2024

sin reflejos

son cuatro amigos con el agua al cuello, una confabulación, servilletas que prometen cumplir la venganza que no llega, el juego de ouija que habla con los muertos que aún viven en el mundo, señale un punto en google maps y disfrute del espectáculo, 7 sentidos aburridos, el deseo y las heridas en la polla, el surco en el cráneo y sentinel del norte como último anhelo. viajar, en ocasiones, te deja la palma de la mano buena sucia y pegajosa de orines, el surco en el cráneo, los recuerdos implantados: transhumanismo y techno-hechiceros, me gusta enumerar, me gusta enumerar. sucede que me gusta demasiado enumerar. ya lo sabes, querida, ya lo notas, querido. sólo frente al infierno mientras el mundo GIRA.

volver a casa es una canción en el liceu, volver al hogar es sentir esos aplausos como si fueran para ti; la locura como hogar, dorothy, la locura como el peor de los males. ella arroja un bebé por la ventana y le encaluman (tiene una amiga de toda la vida que ahora viste de negro/azul) el crimen a una esquizofrénica. mi madre mata a mi padre y conspira con mi hermana para acabar con este enumerador, amigas que acaban en el porno-venganza para humillar al camello-rata, y darle a probar de su propia medicina. el camello-rata sólo folla con niñas de 20 años y tiene casi 40 palos. mientras escriba el diablo no podrá morderme los tobillos porque atrapado ya me tiene ¿Qué puedo hacer? Nadie escucha al enumerador porque quién sabe qué hizo él antes, qué drogas tomó o cuantas veces fue violado: padrino-ejército-anciano zapatero (pactado con mamá).

hay muchas ganas de coger un martillo y hacerles pagar por lo anterior.

 


 

junio 29, 2024

Polidor Club-Restaurant

En el Polidor Club-Restaurant se sirve un cóctel de sangre de cordero esferificada en un trago de ginebra. Lo llaman Villa Diodati. Recomiendan acompañarlo con una tapa de chorizo a la sidra. Alto contraste. Mi amiga Lupita y yo somos socios del Polidor desde los tiempos de Maricastaña y vamos a cenar a menudo nada más caer la noche, para facilitar la digestión de todo lo que vendrá después. Lupita es una mexicana salvaje, capaz de beber y beber bloody marys hasta que asoma el día y tumbarse a dormir en cualquier cajón de madera más a gusto que en una cama del Ritz. Dizque dicen que el dueño del Polidor es un tipo raro y, a juzgar por el ambiente del club, no me extrañaría nada. A los interioristas se les ha ido la mano con las telarañas y los retratos de Dorian Gray. En realidad del alto staff solo conocemos al maître, un highlander de Portland de dos por dos con un explícito problema de albinismo en la piel, que sin embargo practica un trato afable con los comensales. Los camareros en sus fracs van de aquí para allá flotando, auténticos profesionales, sin dar un paso. El suelo está enmoquetado de ricas alfombras y las paredes y ventanas, de opacos tapices colganderos. No hay luz eléctrica, que sepamos, pero no faltan candelabros y lámparas imperio. Tampoco hay espejos. Las reuniones en el Polidor son animadas a primera hora, y van volviéndose montaraces conforme el ánimo de los socios se tonifica entre manjares y pasatiempos. No hace mucho Lupita me presentó a un nuevo miembro del club, un europeo del este apellidado Lugosi, viejo conocido suyo. El señor Lugosi era actor como Lupita, y aunque nunca trabajaron juntos, fueron antaño uña y carne en los sets de Universal Studios. Aquella primera noche cenamos ligero y luego nos fuimos por las discotecas de West Hollywood, a completar el menú con bebercio y, qué os voy a contar, algún que otro exógeno hematopoyético. Recuerdo que esa juerga la acabé en unos baños encaramado a una curvy que se entregó a mí con actitud sacrificial. Creo que Lupita y el señor Lugosi se fueron a un hotel, por los viejos tiempos, y sembraron el terror a lo largo de los pasillos y en varias habitaciones. Por la mañana regresamos ahítos a desayunar al Polidor, que siempre está abierto para los habituales. Fue divertido. Tanto que desde entonces los tres somos inseparables. Solemos quedar como mínimo una vez al mes. Nos flipa el menú degustación. Mi plato favorito son los coágulos de plasma sobre lecho de pomelo y heparina. Lupita prefiere un guiso de carne que responde en carta al pomposo nombre de Albóndigas del Rey de Hungría. Otras veces pedimos algún otro entrante proteico al azar y cerramos con un enorme château saignant para compartir, regado con caldos de los Cárpatos, vinos que aquí son bastantes inusuales y caros. Lo mejor es que pilla cerca de algunos bares de esos que parecen granjas humanas. Es como ir al supermercado. Bailamos hasta el agotamiento. El señor Lugosi ha resultado ser un fantástico bailarín, algo que Lupita me había asegurado y me costaba creer, a su edad. Nos cuenta que aprendió a moverse en Broadway, hace incontables décadas, recién llegado de Europa. En la pista siempre hay hype y van apareciendo incautos como polillas hacia la luz. Lupita se contorsiona igual de bien que el señor Lugosi. Da gusto verlos perrear como adolescentes eternos. Por mi parte, bueno, yo hago lo que puedo. Nunca se me dio nada bailar, pero como tengo cierto encanto natural y sé contar chistes de tejanos, me dedico a cubrirles desde la barra. Cuando nos interesa alguien, chico o chica, qué importa, ellos le incitan al baile y yo le engatuso con mis ocurrencias. Qué fácil es ganarse la confianza de algunos. En cuanto encienden las luces y se pira el DJ, lo arrastramos a tomarnos la penúltima al Polidor. El maître sonríe picarón cuando ve entrar a nuestro cándido acompañante. Rápidamente manda preparar una mesa. A nadie le importa que entremos a desayunar cuatro y salgamos tres. Esta semana hemos planeado para el verano un viaje a Tijuana y alrededores. No ha sido fácil cuadrar agendas. Lupita y el señor Lugosi tienen muchos compromisos, pero las jaranas de Rosarito dicen que son de lo más encarnizado que se puede encontrar al Sur de California. Salimos para allá a primeros de julio. En barco. Va a ser terrorífico. 

junio 22, 2024

Próximo Premio Planote

  A Papá Perrault le han dado el Premio Planote. Un millón de pavos que se irá en cerveza. Los taberneros de París ya han puesto en marcha su propio cuento de la lechera, asesorados por un comercial del BNP. Saben que para Perrault el tándem birra/tinta es irresistible, así que la mayoría ha corrido a proveerse de lo segundo a la tienda de estilográficas de monsieur Garabatine. Este ha visto cómo sus ingresos se disparaban en apenas una semana hasta convertirlo en uno de los hombres más ricos de Francia. Por ser hombre cabal, de inmediato se ha entregado a hacer algunas inversiones a medio plazo en el mercado del maíz, pero ante todo a controlar el negocio inmobiliario capitalino. Sobre cualquier terreno que permanezca baldío en los faubourgs del Norte, Garabatine construirá edificios residenciales de lujo, provocando una explosión urbanística que cambiará por completo el callejero de París. Estas residencias, de medio kilo para arriba, se venderán como rosquillas entre la nueva burguesía durante un siglo. De esta época procede el dicho “ganas más perras que un albañil de Saint Martin”. Y no se sabe bien qué fijación tenían estos alarifes con la náutica, el caso es que les dio por comprarse yates y amarres en las costas de Normandía. En serio, ¿cómo iban a hacer la revolución en estas condiciones? Los astilleros se forraron tanto que ampliaron sus negocios a la industria aeroespacial, sin mucho éxito, todo hay que decirlo, que estamos en los preludios del siglo XIX. Sin embargo esto vino muy bien a los vendedores de palomitas, porque cada vez que en el Champ de Mars iban a mandar un cohete al espacio, se congregaban las multitudes a ver cómo el artefacto estallaba en impresionantes fuegos de artificio. La situación tuvo dos consecuencias directas y nefastas pour la France. Por un lado los fabricantes de pólvora cerraron. Ya nadie quería petardos tradicionales. Por otro, la obesidad aumentó. Cuando llegó la guerra francoprusiana, el ejército estaba bajo mínimos de munición y sobre máximos de grasa corporal. Las tropas del káiser les dieron un baño. Los nuevos administradores, germanófilos de pro, aplicaron burocracia teutona en todo el suelo francés. Las necesidades del Estado en cuanto a material de oficina aumentaron un 300%. ¿Y sabéis quién estaba allí para satisfacerlas? Exacto, Garabatine, el vendedor de estilográficas, el capital que se muerde la cola. Garabatine no era solo un monsieur cabal, sino que poseía a su vez una moral férrea. Estaba dispuesto a devolver a la sociedad una parte (pequeña, es cierto) de lo que la sociedad le había dado a él. Así fundó el Goncourt y se lo dio a Queffélec, que usaba las plumas de Garabatine desde siempre, y era como de la casa. No contento con eso, exportó la idea a Inglaterra primero y a España después, dando forma al Booker allí y al Planote aquí. Efectivamente, el lector ya sabrá que este último está dotado con un millón de pavos y que en su primera edición se lo dieron a Charles Perrault, y así es cómo los cuentos de lecheras son, para los que tienen una flor en el culo, profecías autocumplidas. Ya estoy deseando saber quién recibirá el próximo premio. 

junio 15, 2024

Prodigiosamente almacenada en las manzanas

 Una vieja Nikon figura paisajes furtivamente cambiantes, como cuerpos que envejecen. El alma y las uñas, capítulo 80. Los poetas son algo parecido a un grupo de patinadores chocando entre sí y dejándose las rodillas en el hielo. Una luz que va creciendo entre albaricoques calientes. Poetas. El alma trascendente de la literatura, la conciencia eterna de las palabras. No hemos hablado de los cérvidos de los cuentos, ya son muchos animales. Me acuerdo de la corza blanca de Bécquer, otra vez nívea en tanto mujer, de nuevo hechizada. Me acuerdo también de Acteón y sus perros. No dije nada hasta ahora de los lápices Alpino, porque no vino al caso. Aurora nos los evoca, que en ocasiones el quehacer poético es guarnecer de recuerdos. Bailar o rezar, una obsoleta cámara de fotos, un día cualquiera de verano. Todo lo simbólico y esencial puede estar prodigiosamente en un puñado de tierra mojada, almacenado en unos versos garabateados a los veinte, oculto en la ambigua confusión de las manzanas. Sin saberlo, Ravel baila con Aurora, nobles y sentimentales. Las correspondencias son también impredecibles. El vaivén siempre es en ambos sentidos y las ondas se cancelan o amplifican. Si escuchas cierta música con la atención suficiente puedes percibir, bajo el silencio, la risa milenaria de las corzas burlándose, como tú, del pecado original. Me gustaría escribir para llegar donde estés y tocarte.

junio 09, 2024

LAS CAJA DE HERRAMIENTAS Vol 7.

los días son demasiado estériles 

sin la magia de la música 

flotando en un salón 

sin el crepitar de cintas de cassette 

sin la vieja radio con la hora alienígena 

en rojo

parpadea una E parpadea mucho más rápido 

un par de dientes de vampiro y un cero 

habitaciones de humo que matan lo onírico 

habitaciones de humo que te cobran 

sin las benditas habitaciones de humo 

borracho de camino a tus trincheras 

[formas de amanecer y amenazar hay] 

amanece camino de la gasolinera 

conduzco sobre un río letal de luz solar 

que avanza en dirección contraria 

habla otro idioma: la luz como enemigo, 

vaya elección.

#Raúl Sánchez

 

junio 08, 2024

Provocatoria

 “Mitad provocación, mitad convocatoria”, escribí el 26 de enero de 2024. Hoy, 1 de mayo, más de tres meses después, no encuentro sentido a la ocurrencia. Tampoco es la primera vez. Así que improvisar sobre los entresijos de la génesis narrativa no está tan mal. Los críticos, pobres, agradecerán estos puntos de apoyo para mover sus pequeños mundos alrededor de mi persona. Provocatoria suena a Ars provocatoria. Ninguna acción estética quiere apaciguar o anular emociones, al contrario. La que no es punzante es hiriente. La que no es hiriente es despectiva. No va ser menos la mía. En ella, la certificación petulante de una inteligencia por encima de la media es el leit motiv, mejor o peor oculto o postergado. La idée fixe berlioziana. El inolvidable perrito de Astérix. Lo demás es variación en desarrollo, pajas mentales del tamaño de tres X antes de la L, y de ahí al serialismo, ya se sabe, hay un paso. No importan Papá Perrault o madame D’Aulnoy, sino cómo superarlos. Provocatoria es una llamada al feligrés para que no se duerma en los laureles, una cita multitudinaria con el jueguecito de las palabras y las imágenes, la señal luminosa de un motel de carretera. Ahora bien, la nacional que va desde el ingenio hasta el embuste nunca ha tenido asfalto, ni lo va a tener. Algunos creen que esos pasajes de primera en editorial cara tiene algo que ver con la literatura. Y no. Escribir es dolor de pies, años en blanco, manchas de salsa boloñesa en el pijama. Leer, leer, leer, leer, leer y que sea un endecasílabo. Quien escribe te convoca a una provocación a la que ha sido muchas veces convocado. Te invitan a cenar en el castillo del ogro y sabes perfectamente que lo que hay en las bandejas no es cordero asado. No puedo ser más franco, amigas y amigos: altanero e impostor, a partes iguales. 

junio 03, 2024

(La ciencia de Kneist [un huevo dorado para ti])

Para la gente que ya lo sabía, para Mónica Ripley, para la arrebatadora Férula, para la loca fascista Férula, para la Bella Easo, para el señor que se esconde en las orejas, gente en las costillas y hámsteres en ruedas dentadas dentro del pulmón.


























"Aquí tenemos a un estudiante practicando sus lecciones. Lanza sobre un cubo de basura naranja el tapón rojo de una botella de leche. A medio metro. El tapón vuela sobre el cubo como un platillo volante. Lo vuelve a intentar. Idéntico resultado. Examina el tapón y ve que uno de los bordes está aplastado. Lo endereza. El tapón cae ahora en el cubo dócilmente. Cada objeto que usted toca está vivo, con la vida y la voluntad que le comunique."


¡Exterminador!, William S. Burroughs (1966)


"3.

La música ha cobrado gran importancia. Es la música que jamás suena igual, la música sin canciones que propone laberintos y da respuestas, posibles veredas que tomar. Antes me daba miedo elegir y la música mandaba; ahora lucho contra el miedo y mando yo. Aunque tampoco es mandar el verbo que define lo que antes hacía la música, lo que ahora hago yo. Podría ser dirigir. Ahora dirijo yo. O conducir. Ahora conduzco yo. Pero no, el verbo más adecuado sigue siendo escribir. Sí, ahora escribo yo."


No tiene nombre, Estanislao Orozco (2009)












I

El Mago


(Ciudad Dormitorio)


Cada vez que Profeta salía de un psiquiátrico lo hacía más convencido de su beatitud. De la profunda santidad del sol y de la deuda que tenía con los eclipses de luna, con la luna llena, con ella. Una semana antes corría calle abajo intentando, a gritos, convencer a su vecino J de que le diera la pistola de su padre muerto. "¡La pistola de tu padre!" le gritó para que comprendiera que el panadero satánico le había engañado e iba a matar a la Enana Marrón, su pobre madre. Diez minutos antes subía la misma calle con todo el peso del planeta sobre los hombros, era un mago-espía de la era que estaba por venir. Asustó a unos cuantos vecinos mientras buscaba al panadero satánico portal-clave por portal-clave (hay números mágicos en cada esquina del mundo). Y el mundo era un enorme rompecabezas marroquí que tenía que resolver o mucha gente que amaba iba a morir. Por eso tenía que esconderse. Tenía que encontrar a Cordero (nombre mágico del panadero satánico) y tenía que hacerlo antes de que llegaran los falsos médicos que iban a ajusticiarlo en nombre del Dios hetero-patriarcal. Profeta intuía esas balas benditas por el Dios cruel y masturbatorio de la religión católica saliendo del cañón de una reglamentaria cargada con 9 mm PARABELLUM. Su abrigo Quechua no soportó la tensión del momento y se descuartizó por la maltrecha cremallera. Asustó a los viejos que vivían en los portales-clave. Luego, frente a la casa de su madre (y sin la pistola de su vecino muerto) intimidó a otro vecino con pintas de agente doble, de sicario enviado por El Vaticano para detenerle. Sólo le puso las llaves de la casa de su pobre madre en la cara, pero lo hizo como si sostuviera un arma de filo letal. El sicario comprendió y dio unos pasos atrás sin dejar de vigilar la llave que sostenía Profeta. Un psiquiatra que estuviera allí diría que ese caminar hacia atrás no ayudó demasiado a Profeta, pero esa no es una historia de locos sino de cambios: ¿No lo hueles en el ambiente?


Una vez, muchos años antes del incidente que dio con Profeta en el psiquiátrico por tercera vez en su vida mortal, cuando aún no tenía ese nombre mágico, estuvo jugando con hongos sagrados. Sacó la idea de una entrevista a Marylin Manson en la que declaraba que le gustaba tomar LSD a oscuras. Tenía un montón de hongos sagrados y estaba cansado de tomarlos en la ciudad de Cádiz (se había cansado de mirar con ojos de un dios menor la catedral, harto de ver cómo el tiempo se desplazaba entre y sobre los edificios, la hierba de Plaza España brillando brumosa y verde y blanca y azul; palpitando), así que decidió tomarlos a oscuras. Los tragó mirando a los árboles del patio. Cuando vio cómo las hojas grises desprendían cierta maldad violácea-vegetal y comenzaban a respirar inflándose se apresuró a lo oscuro de su agujero. En la cama pensó que no le estaba subiendo la droga sagrada. Pensó que era raro que le doliera la cabeza de vaca izquierda, sobre todo cuando la derecha apenas la sentía; se palpó, y ya estaba allí. Comenzó a caminar por la magnífica Ciudadela construida en mármol blanco con remates azul añil, había ostentosos jardines con ánforas doradas que refulgían bajo el sol. Caminó toda la noche y se dio cuenta de que en la Ciudadela, aunque fuera de planta regular, era fácil entrar pero no tanto salir. Sobre sus calles en damero actuaba un efecto óptico que te dejaba atrapado por siempre. No se podía salir de la Ciudadela si se caminaba en línea recta, no se podía circundar, no había salida de aquel maravilloso lugar, que por cierto sólo habitaba él, un monstruo bicéfalo atrapado en un laberinto que pronto consideró su hogar dentro de sí mismo. Un lugar al que pertenecer, en el que no tenía ningún porqué para estar enfadado. Un lugar mágico perdido en la memoria nemea. Cada vez que Profeta salía de un psiquiátrico lo hacía más convencido de su beatitud.


XVII

La Estrella


(Ciudad Dormitorio)


Bajó al asfalto ardiente desde la ambulancia que le acercó a la casa de su pobre madre, se ajustó la mascarilla y llegó con lo que se fue, con lo puesto. Abrió la puerta y saludó, Hola, madre, dijo. Su pobre madre soltó un lamento, Ay, Dios mío. ¿Cómo estás, mi niño? Creo que he perdido peso, dijo Profeta, y se encaminó a su antigua habitación, conectó lo que quedaba de portátil a un TV (había destrozado la pantalla del ordenador en su último ascenso) y su madre detrás lamentándose, quejumbrosa como unos puntos suspensivos... Profeta, con la mirada en otro tiempo (uno no tan lejano) trabó la puerta con un par de maletas, y se libró de la incomodidad que le producía la Enana Marrón (nombre mágico de su pobre madre). Se puso a escribir sobre mujeres poderosas que no olían a nada. Después de un buen rato fracasando llamó a su ex, una de las 3 brujas del norte que le acogieron, una de las 3 meigas que le enseñaron sobre el oficio de la alquimia literaria. Fue un proceso duro y extraño, ajeno en ocasiones y en otras conmovedor. La Monja Solitaria (aka Mónica) le habló, con la excusa del humor, en ocasiones de Cagliostro; un mago que revolucionó toda europa incendiando desde dentro la revolución francesa. Engañó a ricos y poderosos con fórmulas mágicas fraudulentas y fornicó con todas las mujeres que pudo a cambio de favores mágicos. Profeta reflexionaba sobre el hecho de que nadie podía ser consciente ni de su poder ni de su papel en un destino a punto de materializarse. Aunque Profeta vislumbró algo, todos esos brotes, todas esas ascensiones. Los psiquiatras, las pastillas, los encierros junto a la muerte. No era más que... ¿R, hola? ¿Ya estás fuera? Ya te vale no haber tomado la medicación, le soltó La Monja Solitaria a su ex-pareja. No fue mi culpa, se excusó, de que aquella psiquiatra pareciera una enviada de El Yunque... ¿Qué querías que hiciera? No quiso recetarme el inyectable. Lo de siempre, R, tú siempre tirando balones fuera. Y deja de fliparte ya con El Yunque, El Yunque no sabe quién eres. Tumbaste un foro literario de afine, ¿y? Que después, murmuró Profeta, cuando lo levantaron de nuevo llegó Anonymous y lo tumbó otra vez. Yo no empecé, dijo, esa es la narrativa ¡R!, interrumpió Mónica, haz el favor de comportarte y deja de hacer daño a la gente que te queremos, cabrón egoísta. No me va a quedar hueco esta vez para chistes, ¿verdad?, le dijo Profeta. Exacto, contestó Mónica, y siguió hablando y enumerando todos las cagadas de Profeta, una tras otra. Hasta que Profeta le soltó que había escrito algo muy bueno en el psiquiátrico, que lo hizo a mano, que fue divertido.


Le leyó el texto:


"¿NOTA APARTE DE TODO? Rau se lo cuenta a Mónica: Nosebundo es mi lado paterno con toda su ira y suspicacia; con todo su saberse un DIOS. Un día Padre se cargó 3 sacos de cemento a la espalda sólo para demostrar que podía hacerlo. ¿A qué te refieres, Rau?, pregunta Mónica. A que ni siquiera le importaba el dinero de la apuesta, sólo quería imponerse sobre el resto, extinguir las voces de sus iguales. Así que se impuso, de una manera estúpida, pero lo hizo (Cada saco pesaba unos 50 kg). En otra ocasión cuando ya me tenía agarrado de la nuca (para él eso era el cariño) me obligó a cambiar de acera porque de frente venía otra pareja padre-hijo (ambos negros) y me dijo, ante los grandes interrogantes que ondulaban sobre mi cabeza, que lo hizo porque "tenía miedo". Tenía miedo, el mismo hombre, que años antes se había cargado a la espalda 150 kg de cemento gris marengo. ¿Era eso la paternidad? ¿Comenzar a sentir mucho miedo?


No lo creo.


Madre es Alpaviese, Alpaviese es madre... Madre nos crió entre caramelos pegajosos en los dedos y un aura de oscuridad a hermana y a mí como príncipes de la pena: Madre, era, es la Reina del sumidero negro. Ese mismo por donde se escapa toda la alegría y el brillo de esta patria en la que el sol se estrella (también rebota) desde los cristales de sal hasta cegarnos: a hermana y a mí y a todos en la playa brumosa de agosto. Madre es la diosa de la pena; te da caramelos pegajosos para que te los enredes en el pelo. ¿FINAL DE LA NOTA APARTE DE TODO?".

¿Y bien? Pregunta Profeta.

Periplo del [meta]héroe

 Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...