octubre 28, 2023

Pináculos o balaustres

El gato con botas escucha divertido, desde unas zarzas que arden al sol de la tarde, la conversación entre los dos conejos. ¿Son galgos o podencos? Efectivamente se aproximan a la carrera unos perros, no muy lejos. Los conejos discuten. Esperad, ¿son conejos?, se pregunta el gato. Desde su posición agazapada no los distingue. Por el olor diría que sí, que son tiernos conejitos asustados, aunque si atiende a las voces ásperas podría tratarse de liebres corpulentas. Aumentan los ladridos en la polvareda. Hay que actuar rápido. Las piezas están sobre el saco, siguen discutiendo, los muy lagomorfos. Quedan unos veinte segundos para que la jauría los alcance. Como tantas otras veces, tira de la cuerda con un salto y desaparece de la trayectoria canina con las presas cobradas. Menudo jarrito de agua en el pescuezo. De camino a los dominios del marqués de Carabás, el gato encuentra a dos hombres enterrados hasta el cuello en un páramo. No es habitual esta forma de castigo, aunque tampoco insólita. ¿Qué delito atroz habrán cometido? La sed y la impotencia les ha hecho perder la cabeza. Discuten sobre si lo de la catedral de Augsburgo son pináculos o balaustres. Uno sostiene que las formas verticales pinzan con su altura los arbotantes. El otro que cómo va a ser eso, si la catedral de Augsburgo no tiene arbotantes, no como estructura externa al menos, aunque sí las suficientes terrazas como para albergar una buena cantidad de balaustradas. Y le replica el primero que las terrazas y balaustres se los ha sacado de la manga, porque las cubiertas de las construcciones en la región de Schawben son siempre a dos aguas. El gato con botas pasa entre las cabezas sin detenerse. Una gata sin botas, agazapada en unas zarzas oscuras, acecha a los enterrados en el crepúsculo. Será una gata cerval, pero parece una leona, se admira el gato. Si los reos supieran lo que se les viene encima no dirían tantas tonterías. 

octubre 21, 2023

Pan negro y queso

 Cuando la Bella Durmiente despertó, el reino se había quedado anticuado. Ella, como es lógico, no lo percibía de esta forma. Acababa de despertar de la siesta. Nada tenía por qué haber cambiado. Nos cuenta papá Perrault que sus ropas eran creación reciente de un joven sastre muy prestigioso, los muebles del castillo estaban a la última en panes de oro y trucos de ebanista, la música ambiente era la de siempre, una mezcla modernísima mitad fox-trot, mitad cuplé. El príncipe, a pesar del flechazo de Cupido, apenas podía evitar mirarla raro. Sus ropas se parecían a las que vestía su bisabuela en el óleo del gran salón del trono de papi, el rey, los muebles eran tallas policromadas del año de la tos, la música, madre mía, la música era todita sin autotune. Como su erección creciente estaba por ser lo único importante, no dio pábulo a anacronismos y carcomas. El amor fluyó junto a las viandas de la cena, que resultaron ser por igual añejas y exquisitas. Sonó el maestro Couperin, forlanas, rigodones, minuetos, y aunque la boda no fue en Las Vegas, se ofició en latín. Los besos y las caricias de los novios se les caían de las manos y los labios. Algo de gerentofilia había, para qué engañarnos. Él rondaba más o menos la veintena y ella debía tener no más de ciento diecisiete. A la mañana siguiente, saciados ambos del cuerpo del otro, se separaron. Ella para reanudar la gerencia en su reino aún medio dormido, como fray Luis su cátedra, tras un siglo en la cárcel del sueño. Él para que no le echasen en falta allá en el suyo, ni sus papis, los reyes, lo pensasen malherido, muerto o, casi peor, cautivo del Gran Turco al otro lado del mar. Inventó entonces, por no dar muchas explicaciones, la historia del carbonero que lo había acogido en su choza y aderezó el relato de su extravío con pan negro y queso, lo poco que el humilde paisano habría compartido a la hora de la cena, porque en realidad, hasta aquel reino pretérito aún no habían llegado el pan blanco y otras moderneces culinarias. 

octubre 07, 2023

Palingenesia

 Aunque no conocemos la Hintegridad de la Palabra, nuestra teoría es muy simple: el Huniverso contiene muy pocos Hespíritus fabuladores. Hauténticos fabuladores, queremos decir. No cuentan las Habuelas, ni los Hexecutive coaches, ni por supuesto los Habogados. Mediante palingenesia, dichos Hespíritus invaden los cuerpos de gente a priori Hanodina, convirtiéndolos durante el brevísimo lapso de sus vidas en literatos abrumadores. Así podríamos Hesnifar líneas metempsicóticas a lo largo de las generaciones e ir saltando de narrador en narrador desde Tartessos hasta Futuroscope sin tocar suelo. A nuestra derecha Lee Krasner, pictomercenaria pizpireta, toma notas rápidas junto a la desembocadura del Harlem, boceta mandalas Hirregulares en tonos verdes y morados y sufre un leve vahído cada vez que recuerda a su Hamado Pollock. Remontarse más allá de la raíz perraultiana, explicamos, supondría un Hesfuerzo indoeuropeo, aunque se cree que recogió el hálito de Malherbe, o puede que de Catalina de Zúñiga, a saber. Lo que sí parece quedar demostrado —y la palingenesia, digan lo que digan, fue también objeto de la ciencia Hempírica— es su transmigración inmediata al cuerpo de la véneta Bergalli, Hillustre rimatrice d’ogni grado, d’ogni forma, d’ogni età que pasó la primera mitad del siglo XVIII escribiendo sus versos y poniendo en valor los de otras rimatrici célebres, y desde tal fenómeno lírico del barroco veneciano fue el Hánima eterna a parar nada menos que a don Leandro Fernández de Moratín, que en aquel año de nuestro señor de 1760 daba sus primeros lloros en la Villa y Corte, Hastro Hindiscutible de la dramaturgia protorromántica patria y contrario a los matrimonios desiguales, el cual al morir, ya viejo, dejó vagar de nuevo su Hesencia fabulante en el Huniverso —los caminos de la palingenesia son Hinescrutables—. ¿Cómo es esto posible?, interrumpió incrédula Lee Krasner. Pues aún hay más, reímos, porque viajó también hasta Yàsnaia Poliana, lugar donde fue a toparse con el recién nacido Lev Nikoláyevich Tolstói, varón, aparentemente sano, tres trescientos, algo cabezón, ligeramente ictérico, que tiró de nodrizas de pechos Hopulentos y saludable Haspecto, complacientes por temerosas quizá de ser despedidas, creció, escribió y fue sepultado, y su Halma migró con insistencia al tercer día, caracoleando una vez más en el éter, hasta la minúscula parroquia de Serantes, cerca de un bosquecillo de robles y nogales en el fin del mundo, yendo a posarse allí en un nuevo Hinfante, primogénito bautizado como Gonzalo por su padre, rudo marino de paternidad vacante, y criado por su Hamantísima madre Ángela, mucho menos ausente, un niño que fue miope hasta las trancas y sin embargo pronto despierto para la lectura, las Hensoñaciones, las guerras entre lampreas y Hestorninos y los pasos de frontera portugueses. Lee Krasner levantó en ese momento la cabeza y se nos quedó mirando. ¿Entonces el Hespíritu de Perrault habitará hoy en algún otro cuerpo?, dijo, ¿se podría saber? Aún no, aseguramos, pero podría estar en Irene Franco o en Anastasia Untila, ni idea. ¿Y Hespíritus  pictóricos?, preguntó de repente Hilusionada, ¿haylos? La Hintegridad de la Palabra es un misterio y lo que conocemos de ella Hopera resurrecciones restringidas, repetimos. La viuda suspiró tristemente y volvió a sus bocetos como quien entretiene sus nostalgias con un producto inmoral —y por tanto fálico— de la Hindustria Hextranjera. 

octubre 01, 2023

Postwar abstracción

 Siempre hablamos mucho de papá Perrault, pero al otro lado de la ciudad está Madame d’Aulnoy, reflexionando en la cama sobre su turbulenta vida y cómo debería ser capaz de aislarse de la especie dentro de la especie misma. Con idénticos mimbres, levantar una catedral desde la mugre y la fealdad y la miseria. Se ha dormido bajo estos pensamientos, aliviada por la noche y el cansancio parisinos. Tras tres horas de sueño, escucha aún dormida un siseo que la obliga a despertar. El siseo se concreta en la voz quizá de un dios niño, o tal vez de una serpiente verde, nunca lo tendrá claro, que la impele con dulzura a abandonar el lecho. Como a madame le ha dado por remoloner un poco, la voz se ha vuelto tumulto en un momento. Asustada, se pone una bata, trata sin éxito de encender una vela y al final corre a abrir a oscuras la puerta vidriera del balcón que da a la calle de donde proceden los gritos. Lo primero que siente es el frío de la madrugada. Lo segundo, una luz diurna en absoluto posible. Abajo, en la rue Saint-Benoît, en formación paramilitar, Madame d’Aulnoy descubre todas las maravillas con que el arte secunda la naturaleza. Allí están Clyfford Still, espatulando el lienzo en flagrante prescindencia de bellezas, y Mark Rothko, estampándole en la cara los susurros de lo inmenso. Desde fuera se podría calificar como una suerte de batallón contrartístico, pero sería una imagen pobre para tamaño desconcierto. Lee Krasner va trotando entre las filas, pizpireta como un hada de los colores borracha; Robert Motherwell, delicadamente rojo pero abrumadoramente negro, emborrona de carbón la fachada de Marguerite Duras; y Ellsworth Kelly trata de ordenar tanto lo disperso y como lo soleado, de no perder la formación cartesiana, de no caminar sin rumbo. Una gran columna de minions dedicados a la abstracción, con Meyer Schapiro, oh capitán, mi capitán de hordas degeneradas, con John Chamberlain, lieutenant volumétrico, a la caza de la chatarra que tapia patios y desguaces. Y Robert, sobre todo el tito Robert, que si un Kennedy aquí, que si una cabra allá, bailando con Sigmar Polke un tenue valsecito sobre sus colchas sucias, pisoteadas, una parte de erección matutina y tres de deshilado nocturno. Las narices aplastadas o las bocas en las orejas, los ojos bizcos, ni pies ni manos y otras normales deformaciones. Apartado y excéntrico, Basquiat pinta una cabeza de burro en la pared de la Escuela de los Benedictinos. No sabrá nunca Madame d’Aulnoy el tiempo que duró la revelación. Congelada, entra al desvanecerse aquella de nuevo en el gabinete y se abalanza al escritorio para consignar en texto cada una de las figuritas inclasificables de su epifanía, con cabezas y manos móviles, en su mayoría de porcelana pero no necesariamente, pequeñas y pequeñísimas, feas y parlanchinas, metáforas estúpidas de una humanidad épsilon, lambda, pi que vomita su cochambre después de la guerra. 

septiembre 26, 2023

Una de dinosaurios

Marcela llevaba ya mucho a su espalda. Se levantaba temprano para ir a vender sus cosas al mercadillo y sacarse algo de dinero antes de ir a Jumbo a trabajar hasta las 22. Llegar a casa y estar con su familia, que cada una de ellas tenía los mismos problemas que ella, incluso tenían peores situaciones económicas. 

La vida allí se hacía cuesta arriba, ver como la pobreza hacía que la gente tuviera que asaltar a otras personas sabiendo que un fallo en un asalto te llevaría a la tumba directamente. Ver como sus familiares ahorraban dinero para ir a España sin papeles y verles de nuevo a los años por que les deportaron. Y quienes están allí aun sufriendo el racismo de la gente y trabajando sin papeles con miedo a que la policía les pare y vean que no tienen permiso de residencia. Todo eso lo sumas a como empresas europeas destrozaban el ecosistema de su país sacando de allí a los mapuches, ver como el desierto de Atacama ahora era al basurero de las grandes empresas... Eran el basurero de Europa y el laboratorio de pruebas de Estados Unidos para llevar acabo allí sus golpes de estado y leyes liberales, y racistas, para ver como funcionarían en sus países.

Con todo esto el día a día se hacía muy difícil, había quien caía en el alcohol, o las drogas que eran incluso más baratas, o quienes directamente acababan con su propia vida. No era fácil aguantar tanta mierda. Y como Marcela no es ninguna heroína de las típicas películas, también tenía todos esos pensamientos. 

Aunque a ella se le vino algo mejor a la mente, ¿y si la colonización no hubiera existido? Pues el mundo sería un lugar mejor para todes. ¿Y cómo podía parar eso? Ya que matar a Colón no habría valido, ya que cualquier otro colono lo habría hecho igual. Había dos opciones; o bien matar a toda Europa, o la vuelta de los dinosaurios. Y la verdad que ella veía mejor eso, acabar con toda Europa era complicado, pero salvar a algunos dinosaurios y que se reproduzcan sería lo más eficaz. Puede que con ello ni siquiera ella existiría, pero no podía seguir sufriendo, ni quería ver como sufrían las demás personas racializadas. Era hora de salvar dinosaurios.

Con unos rituales que sacó de libros que tenía su madre y gracias a ayudas de las ancianas de su pobla encontró la manera. Haciendo un par de cositas hizo lo que debía hacer, volvió al pasado. Ahora mismo se encontraba en otro lugar totalmente distinto, sin ciudades, sin carreteras, sin blancos ni policías.

No tardó en asustarse al escuchar el rugido de uno de los dinosaurios. Estando allí y ver la situación se dio cuenta que era imposible hacer esto, ¿cómo iba a comunicarse con ellos? Al menos no estaba sufriendo, prefería morir intentando salvar a la humanidad de la colonización que seguir trabajando para empresarios de mierda. Hizo crujir sus nudillos y avanzó en busca de alguna manera de salvar a la humanidad de la blaquitud. 

septiembre 23, 2023

Próximos a despertar

 Como todo bildungsroman, el Petit Poucet se agotaba en su propia idea constructiva. Cuánto más fructuoso y significativo resultaba, en el fondo, todo el corpus de obra derivada y qué divertido fantasear, envolver y reinventar arquetipos que fueron y serían infinitos en extensión y eternos en el tiempo. Los carteristas Grimm dejaron claro que se podía soñar lo ya soñado y Ravel esbozó como nadie lo tenebroso del bosque sonoro y la maldición de los pájaros que pían hambrientos. A veces una de estas reinterpretaciones deja en mantillas la matriz, la catacumba histórica, la idea primigenia. Si tras arduas lecturas tuvieras, por imperativo legal o por pura vanidad, que elegir entre Homero o Joyce, entre Goethe o Novalis, ¿estarías próximo a despertar?, ¿te descubrirías pidiendo que el camino fuese largo?, ¿confundirías, habiendo abandonado ya tus migas de nostalgia, la única luz de la casa del ogro con el hogar de tus padres? Y en un hipotético escenario en el que la confianza dialéctica diera sentido a la novela didáctica, ¿cuánto tardarías en cruzar los tablones entre Escila y Caribdis una calurosa tarde porteña?, ¿no recorrerías tal vez con método los desvaríos de su lógica y prestarías, como Linneo, más atención a las aves zancudas? Se hace casi obligatorio dejar constancia en cada nueva revisión que Pulgarcito ya venía aprendido de casa, y que la misma astucia que salvo a siete niños de la muerte fue la degollina de otras siete niñas, y que el actor mexicano Cesáreo Quezadas acabó en la cárcel por abusar sexualmente de su propia hija. 


septiembre 16, 2023

Psique

Algunas noches, al abandonar con el ocaso el ama de llaves la alcoba, papá Perrault convoca el espíritu remoto y barbado de Apuleyo. Prepara con esmero el papel vacío, el tintero portátil, la pluma hábilmente cortada. Al principio nunca sucede gran cosa, que no hay idea que fluya de un seso empapado todavía en sudor, fluidos y saliva, ni de un ingenio escurrido entre carnes de Venus gobernanta. Pero pronto empieza a escuchar una voz dispuesta a dictar palabras con aires de vieja, una voz neutra, femenina y masculina, que no desvela novelas, ni peroratas, ni relatillos de infantes, sino ningún otro artificio que versos: …en una noche escura…a tu divina frente, oh poderoso…decid a todos que ha sido…un arroyuelo apenas percibido…por el que la princesa viene… Papá Perrault se siente morir un instante y entonces entra en trance. Sobre el ara plana de color hueso vierte sangre negra y dibuja con ella, in media res, signos ignotos. Pretende consignar lo que dice la voz, dejar constancia del milagro. A veces la mano se aquieta para aspirar bocanadas de pigmento, dejando en el pliego un reguero de cadáveres de hormigas. Otras, el frenesí del autómata aumenta, consignando órbitas de Kepler y petroglifos informes. Con los ojos extraviados en alas de angelote, con los oídos obturados por tragedias líricas, nuestro viejo médium viaja a edades confusas para traernos, como traen del futuro la lejía, flechas de ponzoña venerea. Ya conocen vuesas mercedes que un pinchacito nimio de la postrera rueca del reino todo lo puede. En el clímax del ensueño, Perrault hace tiritar más febrilmente si cabe su mano diestra y deja por escrito un testamento de polenta oscura, dos óbolos verbales de condenado a la rueda y un sinfín de manchurrones ininteligibles para las generaciones de filólogos venideras. Vuelto en sí tras el hechizo, trata inútil de comprender lo revelado. A su pesar, la razón pronto desiste pues, como en tantas otras ocasiones, solo alcanza distinguir palabras sueltas: radiante, infierno, respirar, lenitivo… Apuleyo se ríe una vez más en su puta cara, como lo haría un bufón borracho. Toda búsqueda es insensata, se carcajea. Cada alquimia especula en torno al fracaso. Por eso, en el día de hoy, aún rumiando la derrota, le sobreviene la emoción esclarecida del triunfo. ¡Eureka! Entre lo infuso y el balbuceo de sus garabatos, papá Perrault ha encontrado unos versos perfectamente legibles, que serán emborronados de inmediato por alguna que otra lágrima: El dios vive en nosotros, donde nada requiere de poder no concedido a quien ama: ejercicio de la mente, laureles del amor. Y la certeza.

septiembre 09, 2023

Perdices, comieron perdices

 En las fantasías de papá Perrault, el proveedor de perdices oficial era el gato con botas. ¿Las han probado escabechadas vuesas mercedes? Ingredientes: un gato, una bolsa, unas botas para andar entre matorrales y un rostro de hormigón, preferentemente armado. Las perdices están en los campos de grano, el gato abre de par en par su bolsa, es difícil que las perdices entren en la bolsa, casi siempre salen volando en cuanto sospechan algo. Con los días se va adquiriendo habilidad y la caza mejora (son muchos años de prácticas con ratones, salamanquesas y jilgueros, mis preferidos), y un día se aprende a tirar de los cordones a tiempo y cerrar la bolsa con la presa dentro (la idea inicial del hijo del molinero era comerse al gato y hacerse unos guantes con su piel), lo malo es que ahí te das cuenta que las vidas de un gato nunca son siete, que alguna ya has perdido de camino, y tienes que ir al palacio del rey otra vez para ofrecerle las piezas cobradas, con lo mal que te trataron en la última audiencia soltándote a los perros, y una vez allí intentar colarle al monarca el bulo del marqués de Carabás sin mover una pestaña. Cómo cambia la cosa. El pacto ficcional aquí es del tamaño de la Conserjería, porque gracias a los arrestos cinegéticos del minino comieron perdices La Bella durmiente, Cenicienta, Piel de Asno, Pulgarcito, Riquete y hasta Grisélidis, que ya le vale a Grisélidis. Todos menos Caperucita. Caperucita no. Caperucita no comió perdices. 

septiembre 06, 2023

Encuentros en el Tercer Reich

 Como la literatura une a las personas de maneras insospechadas y por motivos improbables.



En mis horas de descanso entre turno y turno de cocina en el restaurante Del Blau me gusta aprovechar para leer. Camino un par de minutos en línea recta con el mar en el horizonte en mi lado derecho. Leo: Manhattan. Un bar clásico, regentado por un matrimonio de mujeres de mediana edad. Ellas me sirven amablemente un café americano con un poco de leche y hielo para que el verano sea menos caluroso y el trabajo salga adelante a pesar del cansancio. Tomo un taburete del exterior y me lio un cigarrito. Lo enciendo, abro mi libro. A mitad de un capítulo un hombre me interrumpe señalando mi lectura. ¿Tú sabes lo que estás leyendo? Me dice. Sonríe y me enseña un anillo con una swastika. Me empieza a contar que antes era muy nazi y ahora ya se ha hecho mayor y no lo es tanto. Me habla de su estancia en la seguridad social, donde unos “putos moros” entraron antes que él porque “son los amos de España” y lo injusto que es eso. Me relata su pasado como empresario y todo el dineral que pagó a sus trabajadores cuando cerró. Continua hablando del Mein Kampf y lo aburrido que se le hacía, sobretodo por lo reiterativo que es. Aquí aprovecho para contarle que intenté leerlo una vez, y que era muy pesado, demasiado para terminarlo. Lo que en realidad quería decirle es que no soy nazi. Le digo que El Tercer Reich de Roberto Bolaño es una novela sobre un juego de guerra y no sobre el imperio alemán. Nota en mi voz que no soy de los suyos aunque no se lo diga explícitamente y eso lo sé porque empieza a intentar defender con argumentos que su pensamiento nazi ni es tan nazi ni está tan mal serlo. Sabe, porque no puede no saberlo, que si no eres uno de ellos, lo más probable es que los odies o por lo menos que te generen rechazo. Intenta demostrarme que no es un mal hombre con esa historia de pagar a sus trabajadores, como que fue un acto digno. Les dio 9000€ a cada uno. Lo que no me cuenta es que probablemente estuviera obligado por ley a ello. Seguro que en esos 9000€ había más de un mes de sueldo, finiquitos, compensaciones por la pérdida apresurada de su empleo. Como siempre, el iceberg del nazismo solo deja ver su punta y dice que es blanca, pura, justa. Miré al nazi a los ojos, le transmití todo ese inmenso odio que jamás se ha podido terminar de purgar con el tiempo, toda la rabia de la humanidad contra sí misma. Me pregunto si a Bolaño le hubiera gustado ésta anécdota. Un libro suyo provocando que un nazi salude a uno de sus lectores. Curiosamente, segundos antes de la interrupción del sujeto fascistoide, leía una página donde Clarita le pregunta a Udo si es nazi. El cual responde que no, que es antinazi. La literatura es fuego y permanece en comunión con la vida.

Un par de días atrás, en el mismo bar, en el mismo taburete, leyendo el mismo libro, un hombre se para para decirme que le alegra ver a alguien leyendo a Bolaño. Afirma que no conoce el libro que tengo entre mis manos pero sí la famosa y maravillosa Los Detectives Salvajes, Estrella Distante y Literatura Nazi En América. La causalidad resulta llevarme a comprar cloro para desinfectar la humilde piscina montable en la tienda del lado del Manhattan. Resulta que el dependiente es el lector de Bolaño del otro día. Le cuento mi encuentro con el señor fascista en los días anteriores y se ríe y afirma sin duda alguna que a Bolaño le habría encantado la anécdota. Le pasaron muchas así por sus novelas que siempre se mofaban del fascismo de forma sutil y elegante, jamás apoyando ningún movimiento ni ideología y criticando sin parangón.

septiembre 02, 2023

Pommes

  A papá Perrault no le gustan las manzanas. Esas que saben a arena son asquerosas. Son como masticar cieno. Y las ácidas, las granny smith, esas le dan dolor de muelas solo con verlas amontonadas en el mercado des Enfants Rouges. Pero las que más odia, las que no puede soportar ni aún muerto de hambre, son las manzanas japonesas. Las fuji son unas manzanas que se las dan de rueca: un pinchacito de acidez y a continuación su empalagoso dulzor como de largo sueño. Un verdadero asco. Papá Perrault prefiere la hombría suculenta del plátano, la humedad melosa de los pequeños higos, la gravidez sabrosa de unas buenas peras. Un día de verano se encontró casualmente con Ravel en Futuroscope, que está justo a medio camino entre Donibane Lohizune, lugar de vacaciones del músico, y la capital francesa, lugar de residencia del cuentista. Se saludaron efusivamente y, como ambos habían venido solos sin nadie que les incordiase, resolvieron visitar juntos el parque, empezando por subirse a la Gyrotour. Ravel, como siempre, iba comiendo manzanas. Manzanas fuji. La Gyrotour empezó a subir y a girar y aburrir al más pintado. La charla empezó con halagos del viejo al Petit Poucet, pero pronto se agrió al señalar a Ravel el feo que había sido incluir en la suite aquel bodrio orientalizante de la sierpe de d’Aulnoy, o esa otra castaña del vals de la bestia y la muchacha, repetitiva en exceso, y qué decir de la pavana inicial, que parecía más una berceuse. Ravel, por su parte, defendía con pasión juvenil su música: claro que era una berceuse, maestro, la princesa está dormida, no muerta, y en esa defensa escupía sin querer micropedazos de pulpa de fuji sobre el rostro y la pechera del anciano. Papá Perrault aún no había escrito ni una palabra de La bella durmiente, así que no tenía ni zorra idea de qué putain le estaba hablando aquel pianista de 1900. Intentó sobrellevarlo con entereza, pues la paciencia es una virtud muy parisina, pero al final perdió los nervios, arrancó lo que quedaba de fuji de la mano de Ravel y la tiró, al grito de merde alors!, por sobre las cabezas de los atónitos visitantes. La mala fortuna hizo que el hueso casi mondo de la manzana cayese en el mecanismo de la Gyrotour por una rejilla rota, bloqueando la plataforma circular a cuarenta y tres metros de altura. Todas las ruecas son un poco manzanas, ya lo dijimos. Perrault y Ravel fueron rescatados por los bomberos de Poitiers, junto a otros ochenta y seis aventureros, mediante un laborioso y lento dispositivo de rápel. No tardaron en ser denunciados por las autoridades de Futuroscope. Desde ese día y para siempre, los autores de Ma mère l’oye tuvieron prohibida la entrada al parque. 

agosto 26, 2023

Pizza

  A papá Perrault le pirra la pizza. También le gustan los libros de caballerías, bailar pavanas hasta que cierran el bar y visitar castillos medievales con muchas puertas. Le favorecen los colores rojo y verde por las mañanas, practica bondage suave con su ama de llaves por las tardes y se enfrenta a la hoja en blanco por las noches, con éxito irregular. Como tantos otros, ubica sus historietas más allá de los Alpes. Papá Perrault cuida también con total dedicación sus abdominales, es decir, los engorda. Polpa di pomodoro, mozzarella di Bufala, aglio, olio, peperoncino o peperoni, poco importa, glielo dico io! Tampoco hace ascos a la pasta fresca. Da igual carne o verdura, figurativo o abstracto, cuando hay un buen plato de macarrones y raviolis en caldo de capones, gnoccos fritos o tagliatelli al estilo de Las Marcas, ni la zorra mirando las uvas. Llámalo Bengodi, llámalo Jauja. Aun con esto, la verdadera perdición de monsieur son los dulces: mamia en kaiku, talos con chocolate, idiazabal con membrillo, tortas de San Blas, cigarrillos de Tolosa, pastel de cerezas, pantxineta, porque quien dijo Alpes, dijo Pirineos. Luego, de madrugada, sin haber escrito más de un párrafo, se levanta descompuesto a cagar al corral y dispara, como había visto en una peli de los noventa, a las gallinas. Audrey Tautou, a quien como cada mañana han despertado los tiros, le da los buenos días desde la ventana de enfrente, sonriendo crípticamente. En el fondo toda esta rutina fisiológica de su vecino le viene de perlas para llegar a tiempo al set, porque ya sabemos cómo se pone Jean-Pierre si los actores llegan tarde. Cosa facciamo?

Paradojas de Zenón

Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: se...