agosto 31, 2024

¿Por qué no nos basta con los libros?

 Conozco tres o cuatro personas, ya granadas, que viven en un galaxia muy, muy lejana. Otras seis enganchadas a Tolkien y un par más a Lovecraft. De ahí no les sacas. La prima de mi madre no ha despegado la oreja del pop de los 70 y mi tío Carlos, que ya le vale, concentra en Pajares y Esteso sus aproximaciones al cine español. Zonas de confort, herederas de las cavernas. Mi primo Enrique, de joven, quería ser pintor de decorados. Un día visitó una expo de Cezanne en el Thyssen y se convirtió al postcubismo confitado, con medallita francesa y galería monográfica. Yo mismo, para no mentirme, quedé prendado de La saga/fuga y sigo en mis trece. Una catedral que ni la de Villasanta. Tal vez, inconsciente de mí, me obsesione imitarla más de lo que me permito admitir, aunque fuese una miserable bóveda, sin lograrlo. Todo esto viene porque a Julian Barnes no le valía con los libros de Flaubert. Tenía que encontrar al loro. Efectivamente, no basta con los libros. Hay que consumir oxígeno, agua, proteínas, y quizá algodón, eso como mínimo. El kit del buen ser vivo, palpable y concreto. A partir de aquí, las pirámides divergen. Maslow es solo una opinión. Herzberg otra. Hay quien necesita sexo y familia, drogas y recogimiento, éxito y martirio. Pero este es otro tema. Hablábamos de obsesiones estéticas, resistencia al cambio y monotonía cultural. Aquella mañana, con las primeras luces, Ang Lee se acercó al lago mucho antes que cualquier otro miembro del equipo de rodaje. Tenía algo que meditar sobre Dios, los mitos y la epistemología. Miró el croma de fondo como si mirase al horizonte y pensó que el guion ninguneaba de forma flagrante el pacto ficcional divino, aquello que otros han llamado la fe, como si fuese el de un vulgar cuento de hadas, lo cual iba a debilitar la sólida estructura del film y lastrar al héroe tangible que revela, casi al final del metraje, que todo lo mágico vivido solo estaba en su puta cabeza. Ang Lee escuchó rugir a Richard Parker, cerca, en su jaula. Supuso que el gran felino, omnisciente, estaba 100% de acuerdo en lo de buscar al loro, aunque era ya muy tarde para plantear cambios a la productora.

agosto 27, 2024

un comentario post-Fisher

Conectar el malestar con la causa del mismo es fácil. O debiera serlo. Un chaval me dijo una vez que el capitalismo no había satisfecho sus inquietudes espirituales. ¿Una puerta de salida/entrada desde lo actual hacia el futuro? Nostalgia de un lugar mejor que no llega a materializarse. Un chaval me dijo, me dijo que [...].

Tengo algo entre manos ¿Tengo o tenemos? Un hombre puede hacer el trabajo de la sociedad, ¿puede? Llevo unas lupas naranjas para poder ver ¿Cuál ha sido tu daño? ¿De qué manera te ha aplastado el sistema? ¿Una esquizofrenia paranoide quizás? Puede, seguro que sí. 

 

extracto. 

agosto 24, 2024

Pierre Menard, autor de (autocompletar)

 Supongamos que Papá Perrault escribe Anna Karenina doscientos años antes que Tolstoi. Se cree por un rato Pierre Menard y el arquetipo de la adultera reaparece como una premonición tiznado de cenizas, amontonado de ruecas y tocado de pelucas. Nadie discutirá su total modernidad, hito inexplicable como Shakespeare, más milagrosa que la original. Perrault redactó además algunos finales de las novelas de Steinbeck, los nueve cuentos de Salinger, varios poemas de Apollinaire al azar y un nutrido tomo con ensayos de Borges previos a 1939. A Ravel, por la parte que le toca, le pasó algo parecido. Compuso Tavener, Pärt y Górecki con décadas de antelación, porque, total, no hay ruinas musicales. Durante el proceso se alimentó exclusivamente con manzanas fuji mientras volvía a creer de nuevo en dios, doblegaba sus grandes orquestaciones al mínimo y se acordaba de sus amigos muertos en la Grande Guerre. Este laberinto de música y letra consigue que todos puedan escribirse unos a otros sin ton ni son en una orgía que multiplica hasta la náusea el trabajo de melómanos y lectores, míranos con qué cara de póker. No es plagio, no es reescritura, ni homenaje, ni parodia. Cuando Perrault escribe “Pitié pour nous qui combattons toujours aux frontières / de l’illimité et de l’avenir, / pitié pour nos erreurs, pitié pour nos péchés.” no está ensalzando con falsa modestia la titánica tarea estética de las Vanguardias, sino disculpando sinceramente su desconocimiento del futuro —sus dilatadas bifurcaciones literarias— al afrontar la menardización de la lírica surrealista. Cuando Garcilaso encara a Carnero no compone desde la flema preciosista del novísimo, sino que la trastoca en parva comunión con la Naturaleza. Cuando Beethoven hace frente a un cuarteto de Bartók no encontramos rastro de desfiguración folclórica, sino una partitura con un claro síndrome de burnout. Desde estos presupuestos, la cosa se puede complicar bastante al trascender las combinaciones binarias mediante otras ternarias y cuaternarias. Somos Tolstoi siendo Perrault siendo Menard siendo Ravel siendo nosotros, puestos hasta las cejas en abismo. Plano, maqueta y teresacto. También tú, sí, tú, que me lees desde el triclinio o desde el i-sofá, a mí o a cualquiera que haya escrito esto, palabra por palabra y línea por línea, infinitas veces. ¿Por qué no lo inventas de nuevo, erre que erre, con tu lectura generativa?

agosto 17, 2024

Pipeto, el monito robado

 Los monos roban. Es innato. Roban libros. Luego se disculpan, como Pinochos con pelo. Se disculpan más que las personas, que roban libros y nunca los devuelven y mienten si se les pregunta. Nadie dijo que la evolución fuera en la dirección correcta. La vida es el objetivo, no ser más guapo, ni más leído, ni más bueno. Los seres humanos somos una involución y Collodi lo sabía, y si no lo sabía se hizo el sueco. Aquellos personajes casi humanos son un espejo convexo en el que nunca deberíamos mirarnos sin comprender de antemano que lo que veremos no es deformidad, sino inconsistencia. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa.

agosto 10, 2024

Poitiers bien vale una misa

 Madame d’Aulnoy está que se sube por las paredes. Ya sabéis la mala hostia que gasta. Si todo sigue así Papá Perrault va a comerle la tostada. Es un ciudadano negligente, refunfuña, es un cerdo misógino, un pésimo escritor. Ella, por el contrario, escribe como los ángeles. Combina mejor los tropos y desarrolla con absoluta exuberancia su vívida imaginación. Lo dicen todos los críticos. Los que saben. Es-una-diosa-de-las-letras. Su Venus de Willendorf. La reina de las hadas. Debería bastar para prevalecer. A su pesar, no obstante, es la fama del parisino la que crece con el paso de las décadas, mientras ella cae en el olvido. Eso la encabrona máximo. La relega al papel de eterna aspirante, como Louis de Bourbon. Oh, Charlie, ganso seboso, qué habrán visto los lectores en ti, con tanta moralina estúpida, tanto desorden argumental y esa fijación pomposa por aleccionar a las mujeres. Oh, reyezuelo cuentista. D’Aulnoy le odia a muerte. No lo puede evitar. Ni quiere, porque es un simple. Un corazón simple incapacitado para gobernar la sofisticación. No vamos a descubrir ahora a nadie que por sistema las escritoras han sido sepultadas en su quehacer diario bajo prohibiciones ridículas y deberes ajenos a la escritura. Las que milagrosamente han conseguido salvar estos escollos en vida y plasmar de algún modo su relevancia han sido tapiadas para la posteridad, como Bathory por un tribunal de siglos, preservadas de la luz del Parnaso como princesas cierva, asediadas cual monarca hugonote por despiadados católicos de la amnesia. Que Papá Perrault es hombre y D’Aulnoy no lo es, ¿queda claro? Así se alimenta el sencillo mecanismo de la exclusión de género. Así se derroca a las mujeres. Mais c’est fini, escupe. Hoy, aquí ante nosotros, reclama su legítimo derecho al trono feérico porque el barroco es ella, señores, y da un puñetazo en su escritorio, ELLA, Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, Baronesa d’Aulnoy. El refinamiento general, la estridencia absoluta, la siempre acertada selección de cada exceso. Y no solo ella, sino TODAS, las cuentistas, las fabuladoras, las novelistas, que son más. Muchas más que ellos. Madame de La Force, Madame de Murat, la Marquesa d’Aulneuil, Madmoiselle L’Héritier, Lubert, Lintot, Villeneuve, Leprince de Beaumont, Fagnan… Apenas recordadas en Francia aunque perduren en todo el mundo sus invenciones, versiones y rescates como excelsas obras anónimas. Hermanas, ha llegando el momento de vindicar con lo escrito vuestro lugar en el recuerdo colectivo. Paris bien vale una misa. Y si no es Paris será Poitiers, Pekín o Pernambuco. Aceptad la corona sin remilgos ni complejos, sin atisbo de impostura. Vosotras sois las que sois. Reinas de las hadas. Descalzaos los demás, que pisáis suelo sagrado. 

agosto 03, 2024

Pezuña de camello

  Sherezade se quedará aún un rato despierta, una vez alejada del sultán. Recostada en su otro lecho, leerá algo de Houellebecq, dispuesta a mantener el pescuezo intacto cueste lo que cueste. A mi pésima edición de Las mil y una noches le faltan páginas. Un error de encuadernación. Así que poco o nada sé de ungulados. ¿En qué estarían pensando los operarios de la imprenta? A saber. Las leí, incompletas, hace 20 años y llevo queriendo ahorrar desde entonces para acceder a una edición digna. Son caras, las noches, pero salían un montón de camellos, eso seguro. En Moby Dick salen ballenas, ¿no? Obvio. Me aburren, en general, las cosas sin pezuñas. Las ballenas aún tienen dedos, pero en el mar, como que se usaban menos. La evolución conserva todas las páginas. Penungulados de Kipling. Perisodáctilos de McCarthy. Bóvidos de granja. El cuerpo me pide taxonomía, como a Melville. Resulta que hay más especies de ungulados que quesos en Francia. ¿Da o no da para paja? Mis favoritos, por favor, los de uñas pares. Rodolfo el reno. El búfalo de Bill. Peppa Pig y la vaca Lola. Hasta Flipper con Willy liberada. Una gran fondue evolutiva de pelambre, glándulas odoríferas y dedos vestigiales. Las mil y una noches del fanerozoico. En este marco narrativo quisiera desarrollar brevemente mis pequeñas subhistorias de camellos. Como la de aquel que vendió una joroba para pagarse el aumento de la otra, o la de aquel que cruzó el desierto, desde Baréin hasta Beirut, a la pata coja, o la de aquel otro que bailaba claqué sobre cadáveres enemigos cuando terminaba la batalla. Tal vez Sherezade sueñe estrategias que incluyan pezuñas de camello o tal vez arranque algunas páginas del Sumisión, pero lo innegable es que está dispuesta a mantener el pescuezo intacto cuente lo que cuente. 

julio 27, 2024

Princesa idumea

 Nos, Antipas, tetrarca de Galilea, dimitimos de nuestros cargos, repudiamos a nuestra mujer y nos fugamos con Salomé, hijastra, sobrina y medio nieta, a tierras del Barada. El amor, como la muerte, no tiene edad, ni discierne la sangre una vez derramada por Cupido. Aún recuerdo la cabeza sin cuerpo del profeta, una cabeza hermosa, como todas cuando son recién cortadas, hermosa la del rey Luis, hermosa la de Weidmann. Una azotea heráldica de precursor divino, digna de estar en un museo de cholas, compadre. Le hicimos todo tipo de preguntas durante años como quien consulta a las pitonisas de la tele, reímos por su deforme silencio, sus párpados de celofán y su lengua asomando. Aquella noche, en Maqueronte, la espada del verdugo no entregó piltrafas de augur. Por fin Nos lo comprendemos. Lo que recibimos fue a Salomé en bandeja de plata. Desde entonces, Nos, que somos lo opuesto a aquel charlatán decapitado, su espejo infame, que hemos cometido por igual crímenes contra la moral de dioses y de hombres, perdimos la cabeza por ese cuerpo de diosa. Qué perreo, oye. Qué gym. Los celos de Herodías iban en aumento. Razones tenía. Llegamos a temer por la vida de la muchacha. La mirábamos con descaro, desde el borde del delirio. La abordábamos a solas con galanterías y regalos: un vestidito de Hermès, unas botas de Jimmy Choo, la mollera de algún rebelde esenio. Mantuvimos la nuestra en su sitio de milagro, solo sujeta por el ansia de comer coño de princesa idumea, por la codicia de encajar entre sus muslos, blancos como la gata, la cierva y la tórtola. Oh, Salomé, que Oscar Wilde te guarde lo que no te guardó Flaubert. ¿Acaso deben importar a un rey más leyes de las que dicta el deseo? Ya la liamos gordísima con Herodías, su madre, también hija y esposa de mis hermanos, y no se acabó el mundo. Viajamos durante años con ella por el valle de los placeres prohibidos a los hombres corrientes. ¿Por qué no hacerlo de nuevo? Más viejo pero ansiosamente vivo, follaremos con Salomé todas las noches en un discreto loft de Damasco, sometido por fin a su tortura deliciosa. Dirán de Nos que fuimos desterrado a España por el rabioso Calígula, porque así dispusimos que constara en los anales, sobornando con oro a cronistas romanos. Acabaremos sin embargo nuestros días anegado de vino, montando a Salomé mientras el body aguante y esperando que nos eche la buenaventura de tanto en tanto el melón podrido e hipnótico del bautista, que atrozmente aún conservamos en un frasco de formol. Apiádense los dioses de Nos, Antipas, tetrarca de Galilea. 

julio 22, 2024

nadie supo hacerlo mejor

 Nadie supo hacerlo mejor, prensar la especia [fuerza de hombre, fuerza de niño y fuerza de bebé]. Surgir entre lo recurrente como una nueva respuesta que fulmina lo anterior. No hay nada nuevo bajo este sol, faltan gases protectores y recursos poéticos no trillados. El recuerdo de lo que se está cayendo, lo hace despacio, la arenilla es un suspiro en este desastre universal. Todo se acaba aparentemente. Prendo un cigarrillo y les dejo entrar; hay veces que no se trata de expulsar sino de aceptar la crudeza que empuja. Descubrir la luna y las alimañas nocturnas, descubrir el hogar de piedra y la hoguera y la hoz y los ramajos secos: anudas cáñamo para tener una escoba en medio de la jungla. Seres blancos, europeos, que vienen a la selva y nos dicen que nuestra cultura depende del daño de la medicina. Maniatan al hombre código y nos embuten con palabras impresas en libros de hombres europeos y hombres bancos que nunca, nunca, han pisado la jungla. Nadie supo hacerlo mejor. He hecho este reportaje fotográfico y no he tomado la medicina porque es maligna: extiende puentes malignos de el "mundo es así". Una terrible enfermedad que llamamos "no son como nosotros" y "tenemos que enseñarles a ser como nosotros" con nuestros libros de hombres europeos que nunca estuvieron en la jungla. Creed en lo que os digo, nadie vive, ningún ahogado, en el fondo del río. No hay ciudades sumergidas para la gente que se llevó el río, ese mismo que parte en dos, aquí, la jungla. No hay. No. Y lo sabemos porque los libros de los hombres europeos que han vivido lejos de aquí no mencionan esa posibilidad. Vuestra cosmovisión es un daño producido por vuestra mezcla de lianas y plantas y raíces que os vuelven unos alucinados. ¿No veis que en los libros de los hombres europeos no se comenta nada del río ni de los ahogados ni de las plantas ni de su verdad? Llevadle libros a esos pobres dementes de la jungla, necesitan una guía infalible para percibir el cosmos. Ayudadles, por favor. Los libros y la medicina.  

julio 20, 2024

¿Para qué quieres ser un Ravel de segunda si puedes ser un Gershwin de primera?

 La ficción es una catarata. Pon uno o dos ingredientes reales en una acción plausible y tendrás tu pequeño Niágara. Luego repítelo in æternum con un Saltito del Ángel o unas coquetas Victoria. Llámalo ultraficción. Atentos. Nueva York, marzo de 1928. En una fiesta se conocen Maurice Ravel y George Gershwin. El viejo maestro francés quiere empaparse de la frescura American Falls del jazz neoyorkino, que era una música tan reciente y diametral que parecía imposible que hubiese nacido ella sola. El joven genio de Broadway, por su parte, está como loco por conseguir que alguna celebridad europea le imparta clases Tugela de armonía y contrapunto. Tocan juntos, se emborrachan juntos y en una de esas Gershwin le pide a Ravel some lessons, master. Hasta aquí la historia, la realidad, lo que corroboran los testigos, todo aquello que jamás te debe estropear una buena leyenda. La ultraficción se activa y es exuberante. Nos vende que Ravel rechazó la oferta del siguiente modo: ¿para qué quieres ser un Ravel de segunda si puedes ser un Gershwin de primera? Épico al máximo, tú, pero falso. Una declaración evidentemente apócrifa. El francés nunca respondió en esos términos. La anfitriona, Eva Gauthier, mezzo, asegura que Ravel juzgaba que las rigideces europeas desbaratarían el descaro americano del amigo Gershwin y que no pensaba ser el ejecutor de tamaña desgracia. Luego siguieron cantando The man I love y bebiendo Tom Collins hasta el amanecer. Por lo que sea, Gershwin arrastró durante su corta vida la obsesión insana de querer secarse en el desierto de la tradición veteromundista. Hubo otros desencuentros. El coche de Gershwin recoge a Stravinsky en la Sala Pleyel para ir a otra fiesta. De nuevo protagonistas reales y escena verosímil. Se conocen desde hace semanas y, por el carácter de ambos, podría decirse que ya son amigos. Gershwin se lanza y le pide ser su alumno como quien le declara amor eterno. El chófer revelaría después que Stravinsky rechazó prosaicamente la oferta, aunque para el mito ultra, la conversación transcurrió tal que así: ¿Querría usted darme clases? Antes de responder, el ruso quiso saber cuanto ganaba el americano en Broadway. Gané 200.000 dólares Horseshoe el año pasado, master, confesó Gershwin. Pues entonces, sentenció el autor de Petrushka, soy yo el que debería aprender de usted. Tercer incidente. Arnold Schönberg se ha ido a vivir a Los Ángeles huyendo del nazismo. Gershwin también, porque ha empezado a trabajar en Hollywood, tentado por las mieles del nuevo cine sonoro. Gershwin pide clases. El vienés le dice que no, pero que si le apetece pueden jugar al tenis. Skógafoss. Cuarto intento. Se cruzó una noche con Rachmaninov al salir de Carnegie Hall y le pidió algún consejo sobre digitación clásica. ¿Ves estas manos?, contestó Rachmaninov enfadado: pues te las comes. Y así, poco a poco, puedes ir metiendo en tu ultraficción las Iguazú que quieras. Quinto acto. Gershwin visita a Dvórak en el Conservatorio Nacional de América, calle 25 Oeste. Es puntualmente rechazado. Toma seis. Gershwin intenta convencer a Bartók en su modesto apartamento de la calle 57. Llega tarde. Ditta, su viuda, le informa que acaba de morir de leucemia. Capítulo siete. Gershwin pide ayuda a Boulanger, Glazunov, Ibert, Ginestera, Milhaud, Piazzola, Martinu, Tailleferre, incluso a Bertold Brecht, que pasaba por allí. Uno por uno se le fueron negando. Al final, como guinda, añades un último aparato ultra. Un epílogo sin esperanza como por ejemplo Gershwin probó suerte a la desesperada con Hans Zimmer, que no podía decirle que no, coño, él era el gran Gershwin, ¡nadie del siglo XXI dice que no al puto gran Gershwin! Era un caluroso día de julio en Beverly Hills. A Gershwin le dolía la cabeza. Hola, Hans. Hola, George. Quería pedirte que me dieras alguna clase Yosemite Falls de armonía. Ah, muy bien, será un honor, ¿cuándo quieres empezar, George? Mañana mismo, Hans, si te parece. Uf, mañana es sábado, George, los sábados toco el teclado con unos amigos españoles. Oh, vaya. A partir del lunes, sin problema. Vale, Hans, perfecto. Muy bien, George. El lunes 12. Sí, lunes 12, nos vemos aquí, hacia las nueve. ¿Yosemite Falls, eh? Claro, claro, Yosemite. Adiós, Hans. Adiós, George. 

julio 18, 2024

by Raúl Sánchez

 

Metástasis con centro en crujiente cereal, cáncer de boca, bocetos en colores ocres colgados y por el suelo, los restos de una pelea de bar en una sóla losa. Restos de papelillos de carnaval, un par de barriles de estramonio completamente secos, tiras de piel de plátano a medio liar junto con una cucharilla en la que se ha hervido algo de nuez moscada, restos de nexus en la tapa del CD, micro-dosis de LSD en papel secante troquelado con diseño de cómic, toda una juventud que se vomita en el tigre de un bareto, peleas, peleas que se `pierden en el parking de la disco, todos los ancestros de un punki son muchos ancestros. Papel celo y cinta americana, tijeras y cola, algunos bolis, lápices y rotuladores y marcadores, viejos libros de poemas rescatados de la basura para carne en lámina de collage, poemas manuscritos en viejas máquinas de escribir, enumeraciones, enumeraciones, y los restos del naufragio de un miércoles. No hay fanta. El limón hirviendo en el fondo de la garganta junto con tendones mandibulares que se deshacen en ácido; la ansiedad me devoró la carne, perdí 27 kilos y gran parte de mi masa. Cuando hablo del mal, la gente sabe que ni miento que ni invento, saben que lo digo en serio, cuando hablo del mal la gente se calla porque saben que soy honesto; que puedo serlo.


... y dónde queda la piel, oquedades llenas de terminaciones nerviosas, lame, lame, lame esas tetas, los pezones, un escroto. Tantos cuerpos confusos de continuar en la costilla del amante, lame, lame, lame ese cuello. Toca, toca, mete los dedos y muévelos dentro.


Dónde queda la polla y dónde queda el cerebro. El centellear electro-químico entre neuronas funcionales. Un torpe flagelo que descarga el electrón al disparo de la NADA. La muerte de lo que podría haber sido un acto o un olor, perfectamente. La muerte de lo que podría haber sido la fe, la extirpación de un millar de comienzos, el rezo, el rezo y el reo. Recuerdos que caen como en un pozo de brea, despacio y absoluto, yo soy Elvis, yo soy Elvis. Yo soy la estrella de rock rodeado de viejos indecentes. Creemos que saldrá de aquí mejor, Doctor, tome sus pastillas. Comprimidos blancos con sabor a muerte retrasada, comprimidos amarillos para la pena, comprimidos blanqui-rojos y capsulas moradas para la sed del alma. Prescolar y ouijas mal cerradas; hay algo aquí dentro, hay algo aquí dentro... conmigo, en el surco de lo acontecido y fracturado, en la herida permanente de despertarse cada mañana. Hay un cadáver dentro de mi ropa y no puedo sacarlo. Hay un muerto en mi lugar, hay un aparecido cuando doblo una esquina del pasillo. Enciendo el leño y sigo manejando la antigua locomotora,las coordenadas son un pueblo pesquero, en la ruina, hay caballo en circulación y hace mucho que no importa nada. La escritura. Los restos pegajosos en la taza de café. Hay una gota que ahora mismo se está evaporando sobre la alfombra. ¿Hay una alfombra? Los pies descalzos y llenos de tizne. El polvo que alguien trajo del camino, el retroceder en cada huella de arenilla y basuras. La continua reinvención del YO a través de los delirios de grandeza, la copa del árbol que arde y habla la lengua de enoch, ser hijo, padre y espíritu una y otra y otra y otra vez en el huerto, orando y huyendo de la muerte. Padre, por qué estoy en tus planes como carnaza. Padre, el hijo muerto se eleva sobre sus cabezas. Padre, mira esta herida, esta laceración, mira y contempla la prueba de amor por ellos sobre mi piel. Cristo dudando es lo más cerca que estará el hombre de ese dios. Te comes un pajarito que es el mismo Dios, y todo se apaga. Valga el homenaje. Valga el plagio voluntario y el querer hacer propias palabras ajenas porque también encajan dentro de uno. Eso sea lo que sea. El error induce al pez a aplastar la cara contra el cristal. Esta vez no, muchacho. No.


Acantilados, aves y vida marina que parece el génesis. Meteoros que cruzan el cielo señalando cada nuevo mesías recién nacido. 187 trompetas, 500 hombres, la santidad y la guerra a continuación, lo bendito y la muerte

julio 13, 2024

Peor que una flauta

 De paseo por Austria-Hungría, se respira música. Los camiones en las autovías suenan a Strauss hijo. No exagero. Se escuchan polkas a cada claxon. Trish trash. En el Burggarten, junto a la Ópera, las tórtolas graznan como el clarinete jazzy de la Pastoral. Parecen bailar sobre la hierba cortada de la mañana. Un bebé llora armónicamente en su carrito por la calle Nußdorfer, llanto que suena sin remedio a Winterreise. Así todo el rato. Cerca de San Esteban se intuyen los cánticos de los fantasmas de las niñas del Blutgasse, afinados con tijeras y largas agujas de tejer. Pared con pared, un acordeonista callejero destroza algún valsecito sin amo, muy cerca de la casa en que vivió Mozart. ¿Qué suena peor que una flauta? Dos flautas. Flotando en este caldo sonoro no encontraréis melindres francesas, Chloes, Siringas, poemitas de Ronsard. Solo masonería compacta, Wie Stark ist nicht dein Zauberton, rondós marciales de Doppler y una cadencia nunca escrita por Haydn al final de cada movimiento del concierto en D-dur. La narrativa musical germana, siempre vertical y masculina. ¡Las tramoyas no cantan conmigo!, protestó Fischer-Dieskau en mitad de un ensayo del Wozzeck. Le parecía que no habían previsto suficiente sangre sobre el cartón-piedra del decorado. Se comió sin rechistar la bronca de Karl Böhm, por impertinente, pero dio a los de producción una buena excusa para solucionar el superávit de flautas.

Paradojas de Zenón

Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: se...