Barba Azul y el Marqués de Carabás fuman en un callejón sin salida. El primero nació allí, junto a unos cubos de basura, y quiere salir de la mierda. El segundo es un advenedizo que no merece ni el bordillo en el que se sienta y pretende morir allí fumado, cueste lo que cueste. Vaya dos patas pa’un banco. Yo también leí de joven a Bukowski por encima. No recuerdo haber sangrado, ni por la nariz, ni por el culo, pero algo de hematoma siempre queda. Ese cardenal confortable de los eunucos emocionales. La potra de papá Perrault es digna de estudio. La viva imagen de Jesucristo en la pasión, seguro de resucitar, pero más gordito y jugoso. En el patio de La Conciergerie también se juega a los dados. Se hacen timbas en ángulos muertos y rincones malolientes, allí donde papá Perrault amasó su segunda fortuna. La primera fue follando con su tía abuela rica hasta dejarla KO de una catarata de orgasmos. Único heredero, dijo el notario. El FBI sospechó que la había matado por la pasta. Falsificaron un par de pruebas, lo dejaron en cueros y lo mandaron a una celda con vistas al Sena. En el penal se reveló pronto como un as. Se llevaba bien con todos, los peligrosos, los sodomitas, los guardias, los locos, Cartouche, los enfermeros y los de la funeraria. Pasaba anfetas, tabaco, goma de mascar, prestaba dinero, se hizo con un séquito pretoriano. Los presos hacían cola de nueve a once como si fuese un rey carolingio, yo que sé, el puto Carlos III, por ejemplo. En la celda dormía con los pies en alto, apoyados sobre el barrigón de Taylor, su compañero y esclavo. Si querías matar a otro presidiario, recurrías a él. Si necesitabas unos calcetines nuevos, le visitabas. Si pretendías fugarte, sin problemas, había organizado la próxima fuga masiva, mira qué calidades, quedan dos primeros sin vender, y el precio, un regalo. Era el emperador en Santa Elena. Un dios rústico con un gladiolo enorme asomándole por el culo. Cuando lo soltaron se subió a la torre de la ametralladora y diseminó sus beneficios al viento sobre el patio. Hurra, gritaban los reclusos. Se fue desnudo, tal y como entró. Hurra. Papá Perrault ha leído mucho desde Bukowski. Hoy trabaja en su tercera fortuna escribiendo cuentos sobre fumadores de crac neoyorkinos y traficantes de obra robada en museos de pueblo. Su prosa es limpia como la de un psiquiatra de la UCA. Ya ha firmado su primer contrato editorial. Nada como tener la suerte de cara, amigos. Y esto es solo el principio.
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