La jauría de las perras negras nos hostiga. En mails, en carteles publicitarios, en informes macroeconómicos de pega, en discursos de próceres variopintos y salvapatrias. A veces las perras, bla, bla, bla, son blancas, cariñosas y letales, te desmenuzan en leche caliente como una galleta tostarica y caes hecho una gacha contra la superficie líquida, salpicando. También pueden ser perras terribles, cantos de sirena y alas de arcángel. Basta con leer ciertos poemas de Guillermo Carnero. Otros canes verbales son blanditos, como tigres de felpa, perras tristes y gordas, pianos bajo la lluvia. A resguardo en una posada, Papá Perrault pergeñó su Marqués de Carabás en otro ataque de indecencia y lo dotó de un proverbial tancredismo: la palabrería de un gato, caleidoscopio de la meritocracia, bastaría para sanarle. Un minino que no hizo en su vida más que apuntarse de joven a un par de másters en la privada, agenciarse unas panama jack nuevecitas cuando tuvo ocasión y échale guindas al pavo que yo le echaré a la pava. La palabrería es lo contrario de la literatura, miau, o debería serlo. Con qué facilidad nos perdemos en los cañaverales de palabras. Aquí tenéis, majestad, un conejo silvestre, dos perdices, un faisán. Pero el rey, cansado de tanta cháchara, soltó a sus propios perros.
julio 15, 2023
julio 11, 2023
Un ermitaño de jardín
Este es mi primera contribución al blog, que se ha hecho esperar como lluvia, soy Omduart, un placer dejar caer mi relatito por aquí.
El alma joven
Me llaman rico excéntrico. Esos pobres. Tan pobres que no pueden soñar. La imaginación está vacía si no tienes riqueza para hacerla real. Yo, en cambio, después de comprar todo lo que quiero he decidido adquirir algo más. Un ermitaño, un ermitaño de verdad viviendo en mi jardín. Hasta le he comprado unos trapos nuevos. Se los compré a un vagabundo por un dinero que le sirvió para comprarse seis piezas de ropa. Cada día me agrada más mi última adquisición. He poseído leones, tigres, delfines, los delfines me costaron más de lo que había imaginado, pero son hermosos y el tito siempre me convence. Poseí una casa del terror. Eso sí que fue una excentricidad. Gastaba centenares de euros en sangre falsa, gasolina para la motosierra y sueldos de psicópatas que disfrutan aterrorizando a mis amigos. Yo jamás entré, para mi era un tema de apuestas y voyerismo. Me encanta contemplar. Yo creo que he nacido para ello. Para gastar la fortuna familiar y contemplar todo aquello que adquiero. Que bonita la vida, y que grande que soy en lo mío. Cada día me agrada más mi última compra. Mi ermitaño estudió filosofía en la facultad. ¡Tiene el título y todo! Pero un día se volvió loco o algo, no me explico porqué querría nadie dejar su trabajo de catedrático siendo un pobre sin herencias decentes en espera. El filósofo es un ser raro, pero me entiendo con el mío. Me dice que el contemplamiento es una forma de meditación. Bueno el dice contemplación, pero es porque no tiene tanto estilo como yo, ni sabiduría y sobretodo no tiene dinero. A veces me paso la tarde hablando con él y contemplamos juntos el jardín. Les he dicho a los jardineros que hagan lo que él les pida. A mi ermitaño le gustan las plantas y la verdad es que está haciendo un gran trabajo con el jardín. Nos sentamos, él en su piedra grande de meditar y yo en mi butaca de lujo. Él toma bocanadas de aire fresco y yo gintonics. Él me habla del estoicismo, de sus maestros Buda y Diógenes y el valor de la vida y la materia. No sabe que está loco y solo le doy lo que se le da a los locos, el sí, el claro, el por supuesto. Siempre me da la razón cuando le digo que la vida contemplativa es la mejor vida, lo más lógico, lo más sano. Ayer me convenció por plantar algunas plantas carnívoras. Dice que ver una planta devorar vida es algo bello y que provoca reflexión instantánea. Me gusta ver cómo comen moscas las carnívoras, pero me decepcionó amargamente que solo coman una al día como mucho. Menos mal que tengo toda la casa por dentro y por fuera llena de cámaras grabando las veinticuatro horas del día, y así le digo a Rodrigo el vigilante que me guarde las escenas más interesantes. Rodrigo me pasó un vídeo de mi ermitaño sentado en pelotas viendo atentamente como cae una gota de rocío en una hoja hasta el suelo. Es fascinante mi andrajoso ermitaño. Una de las tardes de conversación, mi sucio filósofo me habló del tarot. Me dijo que desde la carta que lo representa se puede llegar a la última de los arcanos mayores, el Mundo. Algo así como que desde la sabiduría se puede comprender todo, no sé. Le pregunté en cuál me encontraba yo y me dijo que el mago tanteando el emperador. No entiendo su razonamiento, está claro que soy el Emperador, el rey. Está loco, yo le digo que tiene más de el Loco que de Ermitaño. Él se ríe, yo me río, él respira profundamente y yo apuro mi gintonic. Cada cual en su mundo tiene todo lo que quiere aunque él ignora todo de lo que yo gozo sin que pueda ni imaginarse todas las riquezas que poseo. No sé si me cansaré algún día de tenerlo por ahí en mi jardín, pero por ahora es fantástico, muy grato poder ver sus locuras de pobre cada día mientras me tomo una copa.
El ermitaño
Nunca pensé que acabaría viviendo en el jardín de una alma joven, pero si bien es cierto tiene sus convenientes. No me manca de nada material y cada día tengo la oportunidad de aprender sobre el rebaño paseante sin renunciar a mi maestra la soledad y la majestuosa naturaleza. Qué fácil es tenerlo todo como dios quiere, jamás sospeché que un hombre que un capricornio pudiera aprender sin explorar el mundo desde la pobreza material. Y quizá me equivoque, al menos, la invitación que me da a ocupar su jardín deja la veda abierta. Hoy, después de vivir una muerte en vida como solo un ser de mi sol en noviembre puede comprender en profundidad, Dios me ha hecho un hermoso regalo. Ocurrió mientras meditaba, mi mente ascendía libre abandonando mi cuerpo. El alma se expandía manteniendo el lazo mente/cuerpo y sentía el sufrimiento de la división, el amor de la unión, el gran dolor. Regresó todo a mi porción de Dios y caí de espaldas contra la tierra. Observé el cielo unos siempre relativos instantes y luego lo vi. Un escorpión saliendo de debajo de una piedra, acercándose a mí, quedándose quieto, delante de mis ojos, contra toda lógica biológica y en pleno fulgor espiritual, como una presencia física de la gran divinidad. El escorpión continuó su camino sin prisas sabiéndose en casa y arropado por El manto. El sol siempre está detrás de una nube. El sol, mi sol, permanece opacado. Toda la energía que irradia permite atravesar las nubes y demostrar su existencia e incluso iluminar, dar vida a su alrededor, aunque permanezca oculto. Sin embargo en ese esconderse erradica mi gran dolor, mi falta de. Entre tanto el alma joven sigue cruzando el jardín con su copa permanentemente pegada a su mano. Le llamaré el As de copas, nadie está tan cerca de ella. Es más, el As de copas es el que descubre por vez primera la generosidad y el gran beneficio de proveer. As de copas, gracias, espero que mi presencia acompañe tu crecimiento como la tuya acompaña la mía. Una mañana hermosa, una caca interesante. Acabo de dejar salir un excremento granuloso que se ha amontonado en forma de montaña. Se puede observar pepitas varias de mi dieta a base de frutos. Me impresiona el poco tiempo que tardan las moscas en localizar su botín. Todos damos, todos recibimos. El As de copas me ha sugerido que debería ser más atento con sus necesidades. Yo le dije, señor, estamos aquí para servirnos, mientras le llenaba la copa de ginebra; señor, venimos a descubrir misterios, a cruzar a Maya y ver lo que nos queda en conocimiento de su existencia y en el profundo desconocimiento de su forma. Respire, señor, aspire conmigo el aire que llenará su cuerpo de las experiencias del mundo, el camino del loco continúa a cada artilugio nuevo que descubre, cada acto mágico que aprende. Caminemos, señor.
julio 08, 2023
Pizarnik
Cuando Barba Azul se topó con Erzébet Báthory, se enamoraron sin remedio. Alejandra tenía entonces once años, once meses y once días. Pensó en comerse todas las galletas que había en el bote mientras leía a papá Perrault, pero a última hora se vio gorda en el espejo. Por las venas de estos castillos, sentenció su abuela desde una fosa común al norte de los Cárpatos, corre la sangre como en un saludable deshielo, así que guárdate de los idus de marzo. Era habitual en Alejandra escuchar voces de muertos e interpretó con inocencia que no debía ir, oh, peregrina, a Roma. Una mañana de junio hizo de tripas corazón, lleno su vieja mochila con libros de Sartre y se embarcó en un transatlántico, pasaje de tercera, hacia París. Llevaba, eso sí, Cruz de Malta como para sobornar a todo el personal de la embajada argentina. En París escribió algunos poemas a la luz de velas verdes, folló con desconocidos en buhardillas, entre el humo y el jazz, leyó a la Duras sentada en una cafetería de la rue du Cherche-Midi, nada menos que la rue du Cherche-Midi, se ganó también algunos buenos amigos. Cuando regresó a Buenos Aires consumió más secobarbital de la cuenta durante años, hasta que un señor alto y con barba la quiso inútilmente con vida. En los deshielos de sangre todo es jaula para las almas dolientes, abuela. Donde hubo una muchacha hay un cadáver.
julio 06, 2023
Todo llega
TODO LLEGA
julio 01, 2023
Procrastinar
Procrastinar es deporte nacional. Como lo de los huesos de aceituna, pasar farlopa o leer a Pérez-Reverte. Increíble todo lo solemne que tengo aún por escribir y aquí me tienes, escribiendo en círculos, a pasos cortos, venecianísimo, eso sí, como a mí me gusta, en fin, literatura. Algo hemos avanzado desde que papá Perrault entró en nuestras vidas, algo se ha descalcificado. En torno a Caperucita, el bosque y el lobo se ha perdido el tiempo que buscábamos, el tiempo de Proust, el tiempo de Momo, el tiempo de Hawking. A lo mejor para encontrarnos hay que prescindir del tiempo, revolcarnos en la física cuántica. A lo mejor hay que tirarse como Cooper en un agujero negro y ceder el control al amor, sobre todo al amor propio, entrar con fe en teseractos imposibles y conocer a tu yo anciano, a punto de palmar por una insuficiencia renal severa, ya sin tiempo para leer lo último de don Arturo, pasar farlopa en el barrio y olivica comía, huesecico al suelo. Ese era mi sueño, Hans, le comentó en un aparte la Chastain al Zimmer, una vida a la española, para que tú me entiendas sin preludios ni fugas, sin forma sonata, sin pavanas ni zortzikos ni menuets. Hans apuró con lentitud su cerveza, ya sin tiempo, y sentenció atemorizado: yo estuve allí, Jessica, una vez fui teclista de Mecano.
junio 29, 2023
A los enemigos ni agua
A LOS ENEMIGOS NI AGUA
junio 26, 2023
Pavana
Por las calles de París aún resuenan las provocaciones de Los Apaches. Imaginad por un momento a Schmitt percutiendo a pedradas las farolas de la Rue de Seine hasta fundirlas. Pensad en Viñes desmembrando con dedos vigorosos los pájaros muertos del Quai de Conti. Y Ravel, sobre todo Ravel, sentenciando en el centro del Pont Saint Michel a voz en grito, oh, sacrilège, que la pavana es eso que hay entre un menuet y un zortziko. A la bella durmiente más le hubiese valido no despertarse nunca del maleficio de Eris. Aquella rueca era en realidad otra manzana y todas las manzanas son la misma manzana. Ravel no solo lo sabía, sino que abusaba. En sus paseos matutinos por San Juan de Luz, tras abandonar la tempranera escritura, cuando ya el sol lucía en alto, visitaba la frutería de monsieur Cadeau y le compraba tres kilos de manzanas fuji. Luego seguía camino a buen paso hasta los acantilados de Santa Bárbara y se las comía de tres en tres sentado en la hierba, con piel y semillas, salpicando trocitos masticados de pulpa como notitas de mano izquierda, decenas de miles de frutas prohibidas, manzanas de toda una vida, quizá en busca del sueño.
junio 22, 2023
Po
El príncipe, novio a la fuga por el bosque entre montañas, aborrece el himeneo, el sagrado vínculo del matrimonio, la conveniencia del linaje. La pastora Grisélidis, no obstante, hilaba sumisa junto al arroyo. He perdido a mis bros, estoy empanado, pero también blessed contigo, queen. Y ella mira, bebé, yo te llevo, bebé, si me sigues, bebé, yo te llevo, bebé. Y él cásate conmigo, queen, eres mi crush, yo te daré sieteveinticuatro. Y ella yo me caso, bebé, te obedezco, bebé, por tus celos, bebé, yo me caso, bebé. Papá Perrault está a la última, okey, pero sigue siendo un sádico, tanto bello sexo, tanto modelo perfecto, y como uno más plantado entre la muchedumbre a las puertas de Saint-Pierre. El empujón al reo, decúbito prono. El giro de muñeca sutil, experimentado. Mecanismo infalible. El cuerpo que cae sin ayuda en el cajón adyacente, capítulo 97, alta ingeniería. Las cosas en bruto: conductas, rupturas, catástrofes, la justa venganza de Grisélidis, esa pretérita y extrañísima doppelgänger de Jane Eyre, aquella tiniebla de Molly Bloom, su ominosa moraleja, monsieur, merece una tesis doctoral: El uso público de la guillotina. De Pelletier a Weidmann. Agua dulce del Po, agua salada del Adriático.
junio 18, 2023
EL NUEVO JUEGO GRATIS Y DE MODA
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junio 17, 2023
Pillados
En el dialéctico ir y volver del romanticismo y el clasicismo, papá Perrault se pajea mirándole el culo al gato con botas. Sonará gratuito, pero The Duke ya dijo que no entendía las cosas si no tenían swing. One! Ese swing de los hombres que dominan los áticos del mundo. Two! Ese swing de las redes sociales que alfombran el fascismo. Three! Ese swing de los equidistantes de mármol. Four! Ese swing bañado en mierda. Así que mejor mirarle el culo al gato con botas mientras se pueda, amigos, ese culo elegante de minino engreído que cuando suma está restando y viceversa, un culo sucio, peludo y maloliente que vale más que toda la caterva, tu caterva, nuestra putísima caterva, un culo negro como el de Ella Fitzerald, negro como un blues de Jelly Roll Morton, culo sonrisa del primo de Cheshire, culo maravilla, culo intermitente y neblinoso como aquel accidentado rodaje en que un operario de cámara novato pilló a Antonioni comiéndole las tetas a la Vitti detrás del decorado.
La mala hierba
La introvertida
No ser capaz de ser yo misma.
Fingir un personaje con disfraz de madreselva
cuando soy más bien una amapola sin olor.
Una rareza silvestre en mitad del cruel asfalto.
Ponerme la incómoda máscara de marfil,
cuando me siento como el vulnerable elefante
al que le han cortado los colmillos.
Todo para complacerte
porque querías que fuera ola,
pero me enseñaste a ser sumisa
como el agua de balsa.
¿No te das cuenta, mamá?
Que yo soy un caracol, cómodo viviendo en su espiral.
Que soy el tímido rocío y no la corredera del río.
Mi tiempo es lento,
soy árbol de granada.
Mi nieve es mi refugio de la basta montaña.
No me obligues a ser alud
cuando yo soy escarcha.
Si yo pudiera
Soy una pena henchida,
una esponja de pesares.
Mi garganta es un acuario,
que alberga el llanto melódico
de una sirena
ahogada en su sal.
Si yo pudiera ser algo más
que unos brazos que protegen.
Si yo pudiera ser algo más
que una carcasa vacía.
Pero ahora soy la sombra,
la tercera en alimentarse,
la última en ser escuchada.
Unos pechos que vierten el mar
en las bocas de los otros,
secándose por dentro
como caracola abandonada.
Mis ojos flotan sobre el agua,
pitidos sordos inundan mis oídos:
no escucho alivios ni alientos.
Si yo pudiera nadar contra la marea,
contra mi vientre.
Si yo pudiera no ser madre,
si yo pudiera ser persona.
Lavadero
«En la aldea, no hay vieja sin niño
ni niña sin vieja».
Las suegras engañan a sus nueras
para bautizar a sus bebés
en el antiguo lavadero.
El agua recorre la piel rosada
de los recién nacidos.
Los purifica del amor de sus madres
y los limpia de sus besos y caricias.
El musgo se frota en sus ojos cerrados
y ya nunca más las reconocerán.
Por cada niño, se pesca un renacuajo
que las viejas se tragan sin masticar.
«Descansa, pequeño,
ahora eres el hijo de una rana».
El contacto de sus pieles con la piedra,
fría y lisa, ayuda a catalizar
el hechizo.
Ceremonia de una sola vez en vida,
las suegras cantan al unísono
que quieren volver a ser madres:
«en la aldea, no hay vieja sin niño
ni niña sin vieja».
En la aldea, no hay mamás.
Se ahogan intentando rescatar del agua
a los espejismos de sus bebés falsos.
Ellas no lo saben,
pero los verdaderos
están con sus nuevas madres.
«En la aldea, no hay vieja sin niño
ni niña sin vieja».
Adolescencia
No me quise
y dejé que mi pelo fuera estropajo y ceniza,
y mi cabeza un enjambre.
Mis ojos se torcieron
y empecé a mirar siempre al suelo.
Mi piel se volvió
hoja reticulada de otoño,
esperando un beso en el parque.
Volcanes y costras
crecieron en mi cuerpo desnudo
de sabor a ola.
Plumas de cuervo
llenaron mis cejas de cinismo
y mis piernas de vergüenza.
Era una niña pequeña
y un monstruo por fuera,
por dentro era un avispero.
Nosotras
Según tú, todas nos comportábamos igual.
Todas éramos traidoras serpientes sibilinas de lengua roja.
Todas estábamos preocupadas de que nuestro rostro
fuera de tacto de seda y nuestros labios de fuego.
Según tú, nuestras lágrimas mentirosas no eran de sal
por lo que requeríamos siempre un falso consuelo.
Lo que sentíamos te resultaba ajeno como una nebulosa.
Nos clasificabas clavándonos con agujas en las alas,
como a las mariposas las estudian los coleccionistas,
midiendo nuestra belleza con números y ponderaciones.
Y nos ponías nombres, nombres que no eran los nuestros.
Ahora lo entiendo: nos robabas nuestra identidad.
Inventaste un nuevo mundo para hablar de nosotras.
Un mundo en el que todas éramos menos que un insecto.
Y yo veía el universo de constelaciones al que pertenecíamos
donde todas éramos astros únicos y a la vez hermanas.
Donde todas estábamos hechas de infinitos matices.
Y no entendía por qué yo estaba atrapada en tu mundo
siendo para ti solo una burda copia de todas las demás.
Siendo para ti el reflejo de tus delirios y tus flaquezas.
Inventaste un nuevo mundo para hablar de nosotras.
Un mundo en el que todas éramos menos que el polvo.
Así era más fácil castigarnos, menospreciarnos, odiarnos.
Así era más fácil para ti creer que no éramos personas.
El aguacero
Me dijeron que te dejara llorar
y mi instinto te agarró fuerte,
mis delgados brazos de hoja caduca
se tornaron ramas de robusto olivo.
Mi voz de cerámica deteriorada
se convirtió en el canto del mirlo.
Mi triste mirada de pantano gris
se volvió de amable verde ciprés.
Y te coloqué en el arrullo que es mi cuerpo,
columpiándote sobre mi piel de lino:
como las olas de un mar templado mecen las algas,
como el viento de septiembre acuna a la hojarasca.
Dormiste entre mis pechos:
cálido abrazo del verano al pueblo del norte,
de las montañas al valle.
Allí te alimentaste.
Me dijeron que te dejara llorar
y mi instinto hizo cesar el aguacero.
El edificio
En este edificio de roja fachada consumido de pobreza,
donde el cemento se deshace por las lágrimas torrenciales,
viven encías cuyos dientes bailan, muertos en vida.
Se oculta en sus rellanos ocres una maldad provocada
por un nudo que aprieta la cuerda en los cuellos inquilinos.
Allí las almas no pueden permitirse tener moral.
Por eso los locos sacan las navajas bajo las escaleras,
por eso la noche grita furiosa y ebria palabras obscenas,
por eso el humo negro entierra como un alud sus ventanas.
El edificio es el último de los dioses de una calle maldita,
que emerge como un titán de la tierra de huerta inerte
y se alimenta de la desgracia de los que lo habitan.
Muchos cuerpos se han precipitado por sus garras curvas,
sábanas blancas apiladas en el asfalto tapan sus rostros.
Desde su cornisa el cielo rosa decora el mar inalcanzable,
y yo me pregunto cómo podemos estar bajo el mismo cielo:
los que viven al borde del sol de primavera entre flores y olas,
los que viven en hogares de luces cálidas y fiestas de azúcar;
y nosotras, las que vivimos en el cementerio de ladrillo,
las que vivimos en un lugar que nos reclama como sacrificio.
Mi miedo
Perdí tus rizos de verano
y trepar por los almendros.
Perdí tus cuentos de agosto
y tus bolsillos de jazmines.
Perdí tu sonrisa de piscina
y el tacto de tu mejilla.
Vi cómo te quedaste sola como un hueso
entre los carroñeros y caníbales.
Te dejé allí
porque estaba hueca,
mis padres llenaban el agujero
con brea.
Vi cómo te mordisqueaban y rompían,
cómo se reían de tus restos.
Me quedé quieta.
Mi miedo es resina amarilla en un pino vivo del patio,
mi miedo es el final de la escalera del último piso del colegio,
mi miedo es un martillo en mi mochila adolescente.
Creciste,
te hiciste fuerte como la lluvia del pueblo,
pero yo seguí endeble como sus ruinas mojadas.
Yo te había perdido,
pero tú no habías perdido nada.
Beth Lázaro
Paradojas de Zenón
Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: se...
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