julio 24, 2016

CortaPegas de mi muro

Estaba hurgando en los archivos de mi ordenador y me encontré contigo, ya sabes... Dios desperezándose en mi corazón. Y es que, camarada, hay tantas películas -tienes buen gusto- que no hemos visto juntos, tanta especia y tanta conversación cafeínica pendiente... Que duele... duele tenerte a un billete de autobús de distancia -a menos de dos horizontes- y no poder cogerlo de momento... Y echo de menos tu codo con mi codo, tu puño comunista y tu risa de jo, jo, jo ahí sí que les duele, ese tipo de cosas. Ya sé que sólo nos hemos visto como 5 veces a lo largo de la vida, pero quiero que sepas dura hija de puta que cuentas con toda mi admiración y todo mi apoyo en lo que tenga que venir... Aquella tarde yo estaba deprimido y a ti no se ocurrió otra cosa que mandarme un selfie; nada de tonteras... Composición y clase, muy a tu estilo, camarada. No lo sabes misántropa, pero eres una de mis personas favoritas del planeta. Y, por cierto, Marah, tengo un montón de libros de Palahniuk para regalarte.






















selfMarah





Al despertar no eres consciente, pero el dolor está ahí clavándose en el centro de la muela destrozada. Un viejo empaste que se desprendió de su hueco dejando una corona molar... Paso la punta de la lengua con ansia masoquista... El dolor es fuerte, parpadea y se enrosca alrededor de la encía.
Mi padre solía decir que durante un dolor de muelas era el mejor momento para tomar decisiones, que se te quitan todas las tonterías, que te quedas sólo con lo importante: El dolor de muelas, tú y lo que te pesa lo suficiente como para seguir ahí dentro, dando vueltas, a pesar del terrible dolor.

Mi padre no solía decir muchas cosas, pero cuando le dolían las muelas me llamaba para decirme que me quería.
El dolor se desvanece por la dopamina que segrega mi cerebro, un auto-inyectable que se activa con cada palabra correcta. Recuerda, escribir sobre el dolor propio nos salva del dolor propio, pero cuando lo dejes, éste volverá atropellándote como un enorme camión de 12 ruedas... El dolor te pasará por encima... Sólo imágenes punzantes de la corona molar clavada en la encía... El nervio vivo y palpitante... Y luego, ¿con toda esta focalización dolorosa qué has hecho? ¿Has decidido algo?
Mi padre no solía decir muchas cosas. Y había veces en que se equivocaba.
Este dolor de muelas se va... Os pertenece.



Siempre escribo después de jugar a la ruleta rusa con un pequeño .38 en negro mate. Suelto el revólver. Conjuro a las palabras correctas para celebrar la vida orgánica recién afirmada y rezo a mis dioses. Sé que no podré cumplir con las expectativas, que fracasaré otra vez, que borraré más de cuatro frases y tomaré un rumbo nuevo. Es imposible escribir un poema sobrio después de sobrevivir a la muerte-posibilidad: La vida-deseo se desnuda frente a mí y dice "tómame". Yo me deslizo hasta su piel y las presento: piel, te presento a piel, disfruten de los huecos que dejó la vida. Las palabras erróneas también pesan, se estrellan en las esquinas internas de mi calavera. ¿Sabías que nuestros huesos siempre están sonriendo? Pues eso. Sintiendo cada impacto de cada palabra errónea me doy por satisfecho...
... Cada mañana juego a la ruleta rusa y escribo algo. Estoy vivo, me digo, estoy a este lado del espectro. Escribo mierdas punzantes y vuelo demasiado alto para un enfermo mental... los duendes de parque me protegen, he aprendido a conjurarlos.
Poema raro. Dictado por Alpaviese Palabras desde más allá de mi meninge. Relato patrocinado por British American Tobacco (Brands) Limited & Café de Colombia & Especia de Marruecos. Con el apoyo de Wake up, Zombie. 2015, diciembre. Anti-copyright. Eso.


Hay libros que nunca deberían ser leídos... las palabras muertas de oscuridad y heridas por la proximidad obscena de más palabras... hay libros que nunca deberían abrirse porque encierran una verdad que sólo puede comprender el que ha regresado del abismo con sonrisa indiferente... estoy tan cansando... hay una verdad última a la vuelta del abismo: no hay tantas normas como parece... ¡Deslízate!


Vigilando al tiempo, siguiendo el rastro preciso del segundero y la estela invisible del minutero. Vigilándolo para que no escape, reteniendo cada tic tac con sabor a ducados, tabaco duro, trabajo duro. Vigilar a la representación para que no escape lo representado. Un ejercicio contradictorio... para no morir a cada momento hay que asesinar la vida, lo vivo, con pausado desinterés... mirando fijamente el reloj, en quietud, para vivir eternamente.


A veces pienso en mí mismo como en un fraude, un mero cliché, pero luego recuerdo que todas las etiquetas que cuelgan de mi cuello las elegí muy conscientemente. Que apesto como todos, pero yo elegí a qué oler. Y me costó mucho deshacerme de todas las mentiras que me contaron sobre mí y sobre el mundo... las tengo guardadas en un cajón junto con otros intentos fallidos, en este caso literarios. No sé si me explico.


"Voy a hacer el truqui, voy a hacer la chapuza, voy joder la conexión del cargador moviendo mucho la clavija"



Ya empiezas a tomar café de más, café que se vería perfectamente acompañado por un montón de humo; impregnas las paredes de tinta, los pulmones de cafeína y el estómago retorciéndose por la nicotina. Fluyes, pero no sabes nada de sinapsis ni de interacciones neuronales... tan sólo sabes que tus dedos se vuelven certeros y que las palabras comienzan a salir delante de tu nariz con la reluctancia de un maníaco. El mensaje sirve para dejar de ser un emisor oxidado y convertirse en canal que se desborda. ¡Sí! Escribes para dejar de ser y empezar a FORMAR PARTE de algo más más que tú mismo. Un cosmos que emite es un cosmos en pleno movimiento, que se expande hasta llegar allí donde no hay nada... Ahhh, la calma, y tenerlo claro. Tener bien claro cuál es el siguiente movimiento hacia la nada. Debe ser que el todo que eres no es del todo estable, debe ser que no quieres cortar el nudo gordiano como se ha hecho siempre y prefieres deshacerlo con la punta de unos dedos helados. Presagias que la calma llegará cuando dejes de teclear, pero es una trampa, ningún demonio se asusta por un simple texto. Sabes que no hay cura, pero te haces otro café y escribes.
Y, ahora, la literatura de verdad:


Yo de chaval me iba de fiesta con "El diccionario del Diablo" y "El anticristo" ocultos como puta droga. Luego los sacaba y los leía en medio del paraíso artificial en que habíamos convertido el descampado. Lo llamaba desbordarse de verdades. Y sí, lo hacía.

Y ¿cómo cumplo mis amenazas (postear) si he pasado toda la tarde fumando con ansia homicida? No me queda aliento, bien porque era parte del plan. Lo de gritar es la parte fácil.


Gritar cosas por la ventana debería ser entendido como el más urgente de los deberes de un ciudadano decente.


Cuando me pongo "profundo" al teclado siempre me topo con objetos punzantes... ¿vosotros no?



Cuando escribes y usas material íntimo (este post va ser un poco pornográfico) como sueños, filias, fobias y demás 'artilugios' psicologicos estás transferiendo (creo) parte de tu psique al texto, a la mente que intentas reflejar, quieres que destelle con el brillo miserable de un ser humano cualquiera. Quieres envolver el regalo en el papel adecuado, hacer los pliegues correctos para que su apertura sea asequible, pero no obvia... quieres llegar a simular la vida, la realidad, el amor y la muerte... quieres que tu texto tenga efecto en otro ser humano porque te crees la leche y un dios, menor, pero un dios. Como quieres la reacción aplicas al texto toda la acción que eres capaz de recordar, cortas y pegas, creas y voilá: el excremento de palabras salpica ahora la pantalla con una guía clara del asco que da una parte de ti. Ella lo lee y dice: "Es muy desagradable, el tipo". Vale, era parte del plan, quise hacerlo desagradable y ella ha leído "desagradable", eso es bueno. Pero el asco se hace un hueco en mi centro al saber/recordar que esa mente reflejada en el texto es parte de mi mente. Una parte pequeña y deformada y encauzada para que sea como una porción de mente ajena, pero que no deja de ser mí/yo/me... no deja de ser una parte de mí que, por lo que sea, le da asco. Una parte aberrada, cierto, pero está ahí, enquistada... Hacer uso de la memoria emocional es peligroso... los artilugios psicológicos de que disponemos suelen ser limitados, por eso deformo y encauzo una y otra y otra vez el mismo material. La historia que tengo que contar (es un cuento) no es una historia agradable, ni de leer ni de contar... Cuando lo termine os prometo no daros la chapa con mis sensaciones e intuiciones sobre el hecho literario. No hay nada más coñazo que un escritor hablando de literatura: ¡Calla!... y escribe.


Chulería rollo: 'Yo no escribo, os mido los pulmones'




Siempre es un último cartucho; el disparo sanador que acabe con la herrumbre, que pula el metal, que lo haga brillar de nuevo para que se refleje una carcajada eterna. Siempre voy escaso de munición cuando me siento a la máquina que sea para disparar... un último intento de captar la atención de tus ojos... que no lo distraigan el vaivén de las pestañas o las legañas enredadas. Siempre acudo a la batalla mal pertrechado, con un único cartucho, un disparo/un muerto me digo, pero tal vez el proyectil pase cerca de tus limites y se estrelle en la pared del fondo haciendo ¡crac! Y, ahora, que tengo tu atención apoyo el cañón en mi sien y ¡clic! Los tendones de la mano me fallan, las corvas me duelen y prostestan al hacer su trabajo, la herrumbre me dice que lo deje para otro momento. Atrapada en el poema me dices: "¿Por qué te haces esto? Tanto daño, pequeño, tanto..." Y yo, atrapado en el poema, te vuelvo a encañonar y ¡clic! ¡Clic! ¡Clic! Tan sólo aire... en la recámara traigo tan sólo aire... la herrumbre creciendo, el metal pudriéndose y una carcajada confudiéndose con el llanto en el fondo de la garganta. El escritor acudió mal pertrechado y fracasó. Como siempre que me siento a disparar a la máquina que sea...


La canción suena, parte de mi mente pierde el suelo bajo los pies y se desparrama, busco un asidero por supervivencia... Las notas del tema me sostienen en el vacío un instante, dudo, me digo: "¿Y si...?" Una rueda dentanda empuja a otra que hace su trabajo y clic: Todo se va un poco a la mierda... Las ideas me traicionan, los nervios me aplastan y creo poder salir de allí a pulso, haciendo algo de palanca con la memoria... Pero la memoria, vejada, no puede hacer más que sostenerme la mirada y decirme que sí, que todo el dolor del trozo de mundo que me toca pisar está tirando de los músculos de mi espalda por algo... Así se invocan los demonios para conversar, para ver qué piensan del asunto...


La periferia es una tenaza a punto de cerrarse, una mandíbula bien abierta que sangra rabia. La periferia es fértil, de aspecto áspero y cicatriz en la cara, las rodillas y los codos rotos de soportar el dolor del de al lado... puño con puño y codo con codo, la periferia suda orgullo y ganas de asaltar los cielos, de hacer suya su propia voz y comenzar a marcar las líneas, a limitar al centro, a asediarlo... la periferia es una máquina de guerra de pensamiento lúcido, una posición estrategicamente perfecta a punto de cerrarse sobre el centro para que arda el error... A punto de cerrarse. Y nosostros en el centro, creyéndonos en la periferia...



Y volver de nuevo a las andadas; cómo avanzar si no.



Con un meme sobra para toda la manada.


Poetas que nunca han estado locos, poetas que nunca han estado solos, poetas que beben porque les gusta no porque lo necesiten, poetas que nunca se enfandaron tanto como para escribir un poema, poetas que tuvieron amigos de niños, poetas que escriben desde la técnica, que hacen versos como si resolvieran una ecuación matemática más o menos compleja. Poetas que son felices y que lo dicen: "soy feliz". Y sobre todo poetas que sólo quieren escucharse a sí mismos y hablan bien fuerte mientras otros poetas cerebrales o no leen. ¿Me he hecho viejo como los huesos de mis poetas predilectos o es que la poesía ya no sirve para salvar el alma? ¿Dónde quedó la urgencia por no hundirse, el chapoteo vital de no quiero morir enredado en las palabras? Si no sabes de que hablo es que nunca has cabalgado. Besos.


"El suelo está lleno de todas esas octavillas: es ese taller anarco-artístico que ofrecen cursos de lucidez a través de patadas en la cabeza y empatía electroconvulsiva: no sé, no me termina de parecer una buena idea. Quieren captarme, pero yo... como una roca."
Extracto de "La caja de herramientas" (Abandonando ejemplares en rincones oscuros para asustar a los demonios, para tensar las cuerdas de los chicos malos... eso, y arrojada por la ventana un 24 de diciembre). Sonche cousas.


Que no me aplasten los aplausos, que no me traicionen los bárbaros, que me quiera el jardinero, el batería y el pipa... que no me saquen de mis casillas los poetas cerebrales, que me sigan escuchando mis dioses, que algún día pueda volver al camino. Que no me odien por mis pecados, que me recen los punkis cuando muera, que no me coman los delirios de grandeza, que no sabéis lo que me mola robar versos y "el placer que me provoca poner en vuestras putas bocas mis palabras". Fuck yeah, que no me vean la cara cuando lloro, que no me pierda el éxito de mis amigos... que no me pudran los aplausos, que no me aplaudan; que me lean... que no abuse de las enumeraciones, que no se note que carezco de técnica, que de una puta vez me salga un buen poema... que crezca, crezca, crezca: que las líneas se perpetúen hasta el infinito y que no me sienta solo en las horrendas tardes de pantallas y canciones... que no yerre cuando lo intente con más ganas de estar solo en mi columna, como un estilita. Que me quieran. Dioses, que me quieran...



Maniatado y de espaldas a la salida de la caverna me niego a eligir pastillita: quiero ambas le suelto a Morfeo. Verdad y Mentira y me las trago en seco; se arrastran garganta abajo amargando y entumeciendo principio de la lengua y esófago. Luego Morfeo corta mis ataduras y me señala la salida de la caverna por donde entra toda la luz que ha provocado este pequeño desastre en forma de teatro de sombras chinescas. Abrir los ojos duele.Pero ver el teatro allá fuera donde la luz... verdad y mentira fagocitadas lentamente... sombras chinescas bajo el sol: un imposible. Y Morfeo sonríe: "tenías que haber elegido la ROJA, como todo el mundo que quiere ver el mundo tal cual es". Ya, joder, pienso. Pero necesito la MENTIRA para hacer un buen cuento... así, despacio y lento, que parezca que soy humano. (?)



"Durante la primera oleada me deleito acariciando uno de los cigarros que me he traído de la obra. El paquete estaba lleno de polvo y arenilla; unos restos ásperos procedente de ese despropósito laboral... así que tuve que meter el tabaco en una vieja pitillera de lata -que ahora también uso como cenicero-. El corazón me latía lento y absoluto. Los dedos se me iban a la pernera del pantalón y comenzaban a simular que tecleaban sobre un qwerty, el mundo a mi alrededor perdía claridad en los detalles -esa claridad que se le presupone a la vigilia y que se pierde en los sueños según se recuerdan, según se despierta uno-. Así, comienzo a fijarme en gestos sin importancia, intuyo un significado oculto y trascendente en la manera en la que he plegado la manta... O me sorprendo cuando recuerdo que no todo el mundo tiene dedos como insectos; de esos que repliegan la cabeza sobre el abdomen justo antes de atacar o salir volando hacia otro arbusto seco una tarde de verano. Durante la primera oleada, ese breve trance, sé que podría escribir un gran poema sobre la pesadez de estómago que me produce el polvo de cemento... Pero se va, siempre lo hace. Y comienzo a fumar cigarros de más, a perder las ganas volviéndome lento y torpe sobre el mismo espacio que había dominado a la perfección. No sé si os ha ocurrido alguna vez, pero al igual que la visión de mis dedos como insectos denotan una cualidad cercana a la enfermedad mental, la incapacidad de surcar una de esas oleadas, denota -a su vez- una carencia absoluta de talento creativo."
Extracto de "La caja de herramientas" (próximamente en la bandeja de RECHAZAR de alguna editorial).
"mal negocio el de venderos mi mierda como poesía"
Hora Zulú


"Tengo el cerebro podrido de tumores y al mismo tiempo refrescado por las nubes que quedan limpias tras la Tormenta perfecta".
Raúl dixit en modo mitosis.



junio 30, 2016

Vigilando al tiempo, siguiendo el rastro preciso del segundero y la estela invisible del minutero. Vigilándolo para que no escape, reteniendo cada tic tac con sabor a ducados, tabaco duro, trabajo duro. Vigilar a la representación para que no escape lo representado. Un ejercicio contradictorio... para no morir a cada momento hay que asesinar la vida, lo vivo, con pausado desinterés... mirando fijamente el reloj, en quietud, para vivir eternamente.



Salud
Siempre escribo después de jugar a la ruleta rusa con un pequeño 38 en negro mate. Suelto el revólver. Conjuro a las palabras correctas para celebrar la vida orgánica recién afirmada y rezo a mis dioses. Sé que no podré cumplir con las expectativas, que fracasaré otra vez, que borraré más de cuatro frases y tomaré un rumbo nuevo. Es imposible escribir un poema sobrio después de sobrevivir a la muerte-posibilidad: La vida-deseo se desnuda frente a mí y dice "tómame". Yo me deslizo hasta su piel y las presento: piel, te presento a piel, disfruten de los huecos que dejó la vida. Las palabras erróneas también pesan, se estrellan en las esquinas internas de mi calavera. ¿Sabías que nuestros huesos siempre están sonriendo? Pues eso. Sintiendo cada impacto de cada palabra errónea me doy por satisfecho...
... Cada mañana juego a la ruleta rusa y escribo algo. Estoy vivo, me digo, estoy a este lado del espectro. Escribo mierdas punzantes y vuelo demasiado alto para un enfermo mental... los duendes de parque me protegen, he aprendido a conjurarlos.
Poema raro. Dictado por Alpaviese Palabras desde más allá de mi meninge. Relato patrocinado por British American Tobacco (Brands) Limited & Café de Colombia & Especia de Marruecos. Con el apoyo de Wake up, Zombie. 2015, diciembre. Anti-copyright. Eso.


Salud
Al despertar no eres consciente, pero el dolor está ahí clavándose en el centro de la muela destrozada. Un viejo empaste que se desprendió de su hueco dejando una corona molar... Paso la punta de la lengua con ansia masoquista... El dolor es fuerte, parpadea y se enrosca alrededor de la encía.
Mi padre solía decir que durante un dolor de muelas era el mejor momento para tomar decisiones, que se te quitan todas las tonterías, que te quedas sólo con lo importante: El dolor de muelas, tú y lo que te pesa lo suficiente como para seguir ahí dentro, dando vueltas, a pesar del terrible dolor.
Mi padre no solía decir muchas cosas, pero cuando le dolían las muelas me llamaba para decirme que me quería.
El dolor se desvanece por la dopamina que segrega mi cerebro, un auto-inyectable que se activa con cada palabra correcta. Recuerda, escribir sobre el dolor propio nos salva del dolor propio, pero cuando lo dejes, éste volverá atropellándote como un enorme camión de 12 ruedas... El dolor te pasará por encima... Sólo imágenes punzantes de la corona molar clavada en la encía... El nervio vivo y palpitante... Y luego, ¿con toda esta focalización dolorosa qué has hecho? ¿Has decidido algo?
Mi padre no solía decir muchas cosas. Y había veces en que se equivocaba.
Este dolor de muelas se va... Os pertenece.


Salud
Mis pies han aprendido a saltar accidentes geográficos... me elevo sobre unas rodillas desolladas, me elevo sobre los picos cortantes de montañas heladas... hasta llegar a los astros y presentar mi cadáver con ademanes marciales. Me cuadro frente a los pulsos de luz del puto universo; cerca del cielo, un cielo tan real como el abismo...
Recreación de Cerca del cielo de Nacho Vegas.





enero 06, 2016

Escribir alguna mierda, nada de ficción, sólo un poema mediocre... yo disparo porque te veo surgir entre las sombras de una oscuridad a prueba de balas. Tú miras de lado y me clavas unas lister para escayolas en medio de la cara. Cosas de pulp: tijeras y recortes y cola sobre la mesa. En mi casa los ceniceros rebosan de colillas porque el tiempo entre humo es menos tiempo, es menos urgente, se deja un par de tics por cada tac: el tiempo entre humos se fracciona en un montón de islas frías y seguras. 

Alguna mierda con sentidos cortantes como el hielo, que hieran en la mente palpitante de palabras. El receptor siempre va a salir herido de la ceremonia: os dañamos por nuestro bien.

Una vez un punki me retó a que escribiera algo tierno. Eso es duro, le dije. Muy duro. A la ternura habría que amordazarla y darle con una pala en la cabeza; luego, con la misma pala, enterrarla junto con toda la esperanza que quede en el mundo. Enterradas.



noviembre 13, 2013

Lucía en la taquilla con diamantes

El payaso Bob Bo-bó es incapaz de tener los calcetines secos; la colada siempre se le moja. Le gusta fumar en las tardes en las que el cielo está encapotado; se coloca frente a la ventanita de su caravana, sentado en un sillón orejero orientado hacia el descampado de turno, e inhala el humo de la heroína quemada sobre barquitos de papel de plata —Bob Bo-bó suele darle formas divertidas al aluminio antes de quemar el caballo sobre él—. Y como nunca ha sabido desmaquillarse del todo, va todo el día con las orejas rojas. “¡Bob Bo-bó, el payaso de vidriosa mirada y colorados pabellones auditivos!”, escucha en mitad de su delirio opiáceo, en la presentación de una función a la que sólo asistirá él. Mirando al descampado, se ríe cuando comienza a llover sobre la ropa tendida.

Lucía nunca sale las tardes de lluvia. Se queda en la cama leyendo novelas de Faulkner. Su cuerpo flacucho no se mueve de la mitad para abajo desde que tuvo el accidente, así que dejó el trapecio y ahora es taquillera. Su padre, el dueño del circo, este año tampoco podrá comprarle una silla de ruedas decente; está hasta el cuello de deudas y además está el asunto de Favio y su nuevo león. La gente no lo sabe, recapacita Lucía, pero los leones son muy caros. A Lucía siempre le costaba seguir los argumentos de Faulkner, por eso las tardes de lluvia en las que intentaba leer un libro suyo, las terminaba dedicando a la divagación que le llevaba invariablemente a Bob Bo-bó, su novio.

Cuatro hombres bajo la lluvia cavan un enorme hoyo. Los trillizos Bazzucos ayudan a Favio a sacar tierra del hoyo para que quepa su león muerto. Las gotas de lluvia tamborilean sobre la lona plástica azul que cubre el cuerpo del felino. Las caras embarradas suben y bajan acompañando los vaivenes de las palas. Los hombres las hunden con brío y las levantan apretando los dientes, pero la mitad de la tierra se pierde —enlodada, chorrea a los lados—. El sudor comienza a parecer insano cuando se mezcla con el agua de lluvia, y a cada momento les cuesta más arrancar la tierra del  fondo del hoyo.

—¡Eh, Favio! —grita Dragosi, el mayor de los Bazzucos, desgarrando la voz al deshacerse de una palada por encima del hombro— ¿No está bien todavía? ¿Eh, cabronazo? ¿No será que tu león estaba demasiado gordo?

Y Dragosi se incorpora mirando retador a Favio.

Bob Bo-bó lo ve todo desde su caravana y ríe viendo el duro trabajo, las indicaciones que parece dar Favio a los musculosos trillizos, cómo sale del hoyo y señala una esquina de la tumba gesticulando exagerado... Y Bob Bo-bó se ríe porque los trillizos parecen más cansados a cada palada, parecen estar más enfadados, bufan como bestias y exhalan vapor. Sabe que como Favio es un viejo amigo del jefe, tienen que ayudarlo en su capricho de enterrar al león en medio del descampado. Cabrones, piensa. Entonces recuerda que tiene que pasar por la caravana de los Bazzucos una noche de éstas porque se está quedando sin caballo; los trillizos aún le fían, así que... Uf, qué bien me sienta cabalgar, se dice, y ríe. Esos trillizos son unos hijos de la gran puta; como Favio, bastardo italiano, piensa el payaso. Y se rasca la panza, se rasca la panza el resto de la tarde, mientras los efectos de la heroína se desvanecen.

Al día siguiente hay función, y Lucía no puede evitar pensar en Bob Bo-bó ni en el trabajo. Aquella cabina en la que vende las entradas es preciosa, está llena de diamantes y bombillas multicolor. Se la arregló su novio como regalo de primer aniversario. Trabajó en ella todas las tardes que tuvo libres —excepto cuando llovía, claro—. No sólo la adornó, sino que la elevó lo suficiente como para que la enorme ventana de la taquilla coincidiera con las ventanas de las caravanas y le añadió unas ruedas, con motor eléctrico, que Lucía controlaba desde dentro. 

Cuando comienza la función, se pasea por los exteriores del circo en su maravilloso sarcófago, con las luces verdes, rojas y azules iluminando el interior y mirando con solvencia desde los dos metros y medio de altura; esa altura la hacía sentir segura de sí misma, junto con los cuatro escalones que llevaba delante y a ras de suelo y que funcionaban como parachoques. Como antes del accidente, volvía a mirar con displicencia a los trabajadores de papá. Les hablaba desde el micrófono y la voz sonaba electrónica. “¡Chico!”, solía comenzar, “Chico, haz esto, o aquello otro”, pulsaba el botón y decía: “¡Chico!”.

Los trillizos la llamaban, con sorna, “Nefertiti, la muy zorra”. Se le ocurrió a Catalin, el deslenguado hermano mediano, el que catapultaba a Dorel, el más pequeño y ligero, para que lo recogiera Dragonis en el otro trapecio, durante el trabajo de carpa. Qué hijos de puta, diría Bob Bo-bó.

Lucía deja de empujar el mando que hace avanzar el trasto cuando, entre jaulas, aparece Bob Bo-bó con la cara a medio desmaquillar y la ropa chillona del trabajo de carpa. Levanta la mirada; y la vé.

¡Esos zapatos, por Dios, qué gracia pueden tener...!, piensa Lucía, que sonríe mientras su novio sube los cuatro escalones hasta la ventanilla.

—¡Oye! ¿Y por qué no te he visto ese corsé negro antes? —pregunta Bob Bo-bó y se relame.

—¿A qué sí? Lo saqué del fondo del baúl —contesta ella—. El rollo gótico me queda total con estas luces —y hace un gesto de vedette mostrando las palmas y separando los dedos,  ilusionada.

—Sí, cojonudo... —contesta él, y le interrumpe un hilo de baba que le cae de la boca entreabierta.

—Deberías dejar la heroína, ja, ja, ja —se ríe Lucía—. Además, a veces te hace parecer tonto.

—Sí, bueno —dice él— ¡Oye! No te olvides de que tenemos una cita bajo la luna —y golpea la cabina con la palma, la acaricia despacio.

Ella se sonroja dentro.

—Déjalo, salido, tengo que ir a hablar con papá...

—Beso —pide él.

Y se besan con el cristal por medio. 

Lucía se acerca a la caravana de su padre, va hasta la ventana y lo llama: ¡Papá! ¡Papá, sal de una vez!

Bilko sale del baño alertado por los gritos de su hija, intentando ponerse los pantalones a la vez que mantiene el equilibrio. 

—¿Ya es la hora? —lo dice mientras mira un par de veces tras la puerta medio abierta del baño.

Lucía, enfadada, pulsa el botón del intercomunicador.

—Pero... ¡Papá! —se queja— ¿Es que nadie va dejar las drogas en este circo? —musita.

—De eso mismo quería hablarte, cariño... —dice Bilko mientras termina de recomponerse el vestuario—. Vamos muy mal; vamos fatal, cielo —muestra las palmas y se encoge de hombros.

—¿Qué quieres decir? —Lucía tuerce el gesto.

—Verás... el circo está acabado. Este año hemos perdido demasiado. Y sabes que siempre he dicho que el futuro está en la temporada de ferias, cariño, ¡las atracciones! Dos montañas rusas y unos coches de choque; pero de los medianos, no de los grandes. Ahí está el futuro, mi vida... He vendido — y baja la mirada avergonzado, escondiéndola en el fregadero.

—¡Papá! —le grita con enfado Lucía; y la cabina comienza a girar, zumbando, muy despacio.

Bob Bo-bó se asea, ha puesto una cinta con I´ve got you under my skin, de La Voz. Se pone crema en el torso y se lo afeita. Se lava los dientes y se enjuaga con elixir mentolado. Escupe el líquido azul dentro del lavabo. La Voz sigue balanceándose algo trabada y torcida por la casetera que lleva demasiados remiendos. Bob Bo-bó está emocionado, viste un traje oscuro y esa noche tiene una cita con Lucía, bajo la luna. 

Y después de encontrarse terminan haciendo el amor a través de la cabina.

Él la contempla mientras sube los escalones. Lleva entre los dedos una llave de seguridad que refulge bajo la luna. Ella, preciosa, respirando ansiosa, bajo las luces azules, rojas y verdes del interior, comienza acariciar el cristal con una mano y baja la otra al coño.

Él hurga con la llave en el corazón de bronce, la trampilla oculta que le puso a la cabina y que iba a dar entre las piernas de Lucía. Un corazón lo suficientemente grande como para que el payaso pudiera meter adentro sus caderas y moverlas golpeando. 
Fue un diseño brillante, diría Bob Bo-bó.

—Ya te dije que me gustaría tocarte a través del cristal —dice Bob mientras se saca la polla. 

—Cielo, aún tengo puestas las bragas —le indica ella con apuro.

Bob Bo-bó se olvida por un momento de guiar su polla que da contra los diamantes falsos de la cabina cuando la suelta. Se concentra en meter la mano y agarrar con fuerza la franja de tela blanca. Tira hasta romperla y, excitado, escupe sobre el cristal, delante de la cara de Lucía que se estremece. 

—Cabrón —jadea Lucía— ¡Fóllame de una vez!

Toda la cabina se contonea sacudida por las embestidas del payaso, que se agarra y la empuja. Pega el torso al cristal y ve a Lucía jadeando al otro lado. Embiste, taladrándola a través del corazón de bronce. Una y otra vez. 

La cabina va y viene y comienza a crujir. Bob Bo-bó tiene la polla ardiendo y los pezones duros por el contacto con el cristal a medio empañar. Lucía, adentro, se pellizca los suyos y tira de ellos con rabia, suda y grita a punto de desfallecer. Y Bob Bo-bó se corre bufando como un animal y sigue empujando y eyaculando y corriéndose durante casi un minuto.

Luego, ella dirige la cabina hacia las caravanas mientras fuman un cigarrillo de postre. 

—Oye, ¿te gustaría una pista de coches de choques? Atracciones, ya sabes...

—Estabas preciosa...

—¿Qué? —dice ella.

—Recortada contra el cielo y rodeada de diamantes, en serio... —dice él y sonríe.

—Bob Bo-bó... —dice ella con resignación.

noviembre 10, 2013

Fuerzas de reacción (un eco del pasado)

  

Cada vez que termino de masturbarme -con los ojos irritados por el sudor-, y recupero la vista y reconozco el olor  de mis sobacos evaporándose en el ambiente (cargándolo mucho más y mejor); cada vez que me rindo y tengo que meter la cabeza en la taza del váter, para ver si soy capaz de vomitar algo antes de ir al trabajo..., y descubro que ese cubo de porcelana en el que respiro profundamente por la ansiedad, lleva años sin limpiarse a fondo (que nunca he comprado desinfectantes para el cagadero), y huele a meados filtrados por riñones viejos, a infección de orina, a cadáver de rata, a mierda y a enfermedad... a cáncer de próstata.

Y pienso que no quiero estar allí. Con la cabeza metida hasta el fondo de la taza, respirando y oliendo todo aquello. Que debería haber salido a vomitar al patio de atrás -con todo ese aire fresco, con las estrellas y el frío despejándome poco a poco-. Una buena “vomitona” saludable rodeado de naturaleza; el <<locus amoenus>>, ¡ay!

Cada vez que me paso tres días con sus noches sin dormir, dando vueltas por la casa; tomando litros de café y agua y pastillas azules y rosadas; cuando comienzo a hablar solo y me creo rodeado de gente, aturdido como en medio de una multitud durante una fiesta... de improviso el murmullo cesa y me descubro -otra vez, solo- en medio del pasillo, sudoroso y jadeante... yendo y viniendo. Y pienso que si como un bocadillo de panceta y queso, tal vez me calme y pueda dormir (pero me dirijo al dormitorio en busca de cigarrillos). Y encuentro un paquete aplastado junto a la máquina de escribir -en la que 36 horas antes, aproximadamente- he dejado un folio en el que he mecanografiado a duras penas un par de frases mediocres (¡respira!). En ese instante me percato de que nunca más en mi vida escribiré algo bueno.

… cada mañana que abro los ojos y no tengo muy claro ni qué día es ni quién soy...

Cada vez que intuyo que he olvidado algo de vital importancia... cada mañana, cada tarde y cada noche...

Cada día, durante unos minutos pienso en el asesinato, en cuántos libros tendrán las bibliotecas de  las cárceles de este país. ¿Y quién no lo hace?

Todo esto sucede cuando me quedo solo. Cuando se rompen esas cadenas -que si bien me desollaban la piel de los tobillos- me mantenían unido a la superficie rocosa del planeta. ¡Sí, malditos primates! Ese mismo planeta que ahora pisáis (con los pies o con el culo). Ya no es mi juego... porque yo ahora soy un eco de hace 60 años. Un fantasma del pantano, un vagabundo en Nueva Orleans y estoy allí. En un cuartucho, oculto tras una columna de folios macilentos... una sombra que viste un traje arrugado, color hueso. Que oculta su faz (bajo el ala ancha de un sombrero lleno de manchas de humedad) mientras os escribe esto.

La criatura del pantano alarga sus óseos dedos de seda sibilina (cómo una suave brisa) para robar unos cigarrillos. Entonces podemos ver su piel traslúcida -pez abisal-, surcada por vasos sanguíneos azules y purpúreos y nos damos cuenta de que no es más que una larva del viejo tío Lee. Que algo se está gestando en su interior; otro monstruo más y mejor; algo que se remueve entre los fluidos gelatinosos... La larva se alimenta a través de los enormes poros, sonríe y escribe, nos guiña un ojo; enciende cigarrillos y baja la boca hasta la mesa -dónde el exterminador dejó olvidado unos polvos amarillos- los lame, los recoge con la lengua y se los traga; luego lanza señales químicas. Antes de finalizar con la metamorfosis, quiere saber si es el único de su especie.

(Luego pienso que debería dejar de leer ese asqueroso libro una y otra vez.)


<<Sigo muy pesado. Anoche me desperté porque alguien me apretaba la mano. Era mi otra mano... Me duermo leyendo y las palabras adquieren un significado cifrado... Obsesionado por las claves... El hombre contrae una serie de enfermedades que descifran un mensaje en clave...>>



William S. Burroughs El almuerzo desnudo (1959) 






octubre 30, 2013

Ya no le tengo miedo, padre

Mi última, última, última oportunidad.

7 de Julio. 2011

Debió emparedarme allí, aún sigo emparedado, acuchillado, en los putos patios de colegio, rechazado, ebrio, con la lengua trabada en el cerebro y las manos sudando en el estómago.

(Diario personal del autor)

He estado a punto de llorarte entre que me he decidido y no a contarme esto.

«¡No!»

Podría meteros algo de intranquilidad en el cuerpo con que eso ha sido una voz dentro de mi cabeza, nah, hombre... tranquilo Joselón, tu hijo no es ninguna bestia. Más bien se trata de un eco; así los reconozco mejor. Un eco de un pasado lleno de gritos y dolor... siempre los gritos como solución al dolor. Como causante de más dolor que provocan más gritos como respuesta: Un eco. Del pasado.

¿Y por qué te escribí aquella novela en la que te odiaba y te mataba? Porque te quise. Supongo que por lo mismo que usted, Joselón, me machacaba en el patio cuando era un crío; porque en casa nos queríamos de ese modo estúpido.

A lo que iba, padre.

Las mejores páginas de la novela de ficción en la que le mato. En la que una imagen de mí mismo mata una imagen de lo que fue usted, no llegaron a la última versión del libro porque los hechos se solaparon con su muerte, padre. ¿Fue el año 2005? ¿Cuándo los médicos le descuartizaron para salvar su vida? Creo que sí.

Mientras usted, Joselón, boqueaba como una tortuga a punto de extinguirse ―tortugas marinas y hierros―. Estuve a punto de dar con el secreto de mi sufrimiento, la clave estaba en el perdón.

No eran cojones, como usted siempre me exigió, sino desespero, cansancio y el tedio que me asaltó sentado en el paseo de Cádiz, a escasos metros del hospital en el que su vientre hinchado a costurones inflaba las sábanas, de su boca flácida y feliz con la morfina del post operatorio (joder, hacía siglos que no se le veía feliz) no le recuerdo feliz de esa manera desde que dejó usted el alcohol. Viejo, colega, gitano, mi amor.

La mañana que antecede a este intento demasiado cerca del cero, me han dicho que padezco esquizofrenia (no se preocupe, fue una diplomada en trabajo social). Y ¿sabe qué?, tampoco sería tan malo, Joselón.

Usted siempre quería saber qué hacía en la calle. Le diré qué hice mientras pasaba su primera semana de muerte que le llevaría un año casi completo.

Lloré en público, y no fue vergonzoso. Fue liberador. Hablé con uno de esos conspiradores que usted no supo enseñarme a combatir.

—Lo haces bien... ―le dije.

El tipo no tenía ni puta idea de qué le estaba hablando. El tipo (omitiré su nombre) sólo hablaba de sí mismo, de sus problemas. Así que ya tenía su atención, su extrañeza. Usted era feliz por la morfina por lo que pude madurar un poco y dejar de pelear mientras duró su felicidad.

—Pero no hace falta ―continué―, fíjate que mis ejércitos han abandonado el campo de batalla y que sus pendones y sus lanzas están siendo contaminados por enredaderas y naturaleza en flor. Fíjate ―le dije―, pero debes saber que eres muy bueno haciendo tu trabajo. Trabajo que agradezco, claro. Pero de verdad, ya no hace falta que sigáis haciéndolo.

Usted, padre, seguía colocado de morfina o dormiría pensando en las botellas de Rioja que se iba a tumbar esa semana de su muerte que le llevaría un año completo, Joselón.
Y mientras, el tipo: —¿Qué?

Y una amiga: —No entiendo una mierda, pero me están entrando ganas de llorar...

Y yo, su hijo: —Que me recuerdas a mí y no me gusta ―le dije― no me gusta tener que colocarme con lo que sea, zapeando a cada segundo; zap, zap, zap o ver siempre las mismas películas o cenar como un cerdo para poder conciliar el sueño. Y encima ser un borde con todo el mundo.

Y lloré otra vez. Y fue bueno, vaya que sí.
Seguí delirando con el conspirador que creyó haber encontrado a un igual. No sabía que lo iba a dejar en manos de otro (él no sabía que mi madurez estaba directamente relacionada con su sonrisa, padre).

—Sí, sí, eso ―me dijo el tipo. Y luego se dirigió a nuestra amiga común y le preguntó por cuando me iba, por el colega. Que cuando se iba..., que si se iba.

Pero yo ya estaba mirando la hora en el móvil para coger el último autobús de regreso y pensando en cómo salvar la vida que acababa de despertar, ¿cómo? Y fui a casa y cogí la novela de Leaving Las Vegas. Y subrayé con bolígrafo azul todo lo que me dio el toque para decir basta de pelear. Cada pasaje sobre los borrachos ―en sentido amplio sirve para cualquier tipo de gilipollas―, sobre cómo funcionan sus mentes por qué caminan rápido o por qué lo que piensan no es siempre lo que sale de su boca. Ese tipo de chorradas que no salvaron a su autor, O'Brien. Y cuando, con el libro en la cartera, encontré al tipo por Cádiz; lo aceptó pero quedó extrañado, porque de hecho no era a O'Brien a quien quería escuchar, sino a mí. 

Pero usted, padre, perdió la sonrisa durante el resto del año. Perdió sus ganas y le humillaron hasta en su tumba. En su última semana ya no había morfina ni bromas ni chistes con las enfermeras. Le pusieron a morir medio dormido ―sedado como un perro―, en una habitación junto a otra que estaba en obras. Y se escucharon los martillazos durante toda la semana. Machota sobre cincel, hierro contra hierro. Cómo iba a escucharle todos sus consejos, cómo iba a dejar de pelear, así sin más.

¡Cómo sin librarme de cada uno de esos martillazos!

Y entonces sí, dejé de lado las palabras hermosas y quise sacarme cada uno de esos martillazos a base de O-D-I-O.

¿Pero sabe qué, padre? Prefiero la llorera a seguir su ejemplo, a echarle cojones, como usted me exigió tantas veces. Me quedo con las palabras hermosas. Aún así, tengo que decirle, Joselón, que le quiero como cuando era pequeño y que le detesto como al eco de esos martillazos.

Pero de acuerdo, seguiré sus consejos: no pelearé más con la familia y gastaré todo mi dinero.





 Raúl Sánchez, el bicéfalo. Rebuscando en los cajones....


(Este relato fue publicado hace un tiempo en palabrasmalditas.net)

junio 08, 2011

Sobre la felicidad durante la guerra



Pero ella no ve nada, la luz no llega hasta su ventana, y cuando el sol está a punto de caer y los pájaros ya no cantan, ella no ve nada.

No ve a los niños pisoteando entre juegos los embriones que florecen, que pueblan los paisajes de la guerra. La carne quemada y los escombros lo manchan todo. Y no ve los esqueletos ardiendo en los carros de combate, el humo que sale, ni las colas de indigentes en busca de pan; ni a los francotiradores que les disparan apostados en lo alto de viejos templos (agujeros y paredes que se escaman).

Sara no es capaz de ver todo esto pero sueña postrada en la cama, sueña que vuelve a correr por la playa, salta sobre pequeñas olas y se tuesta lentamente bajo el sol, cosa ya imposible: por el agujero de la capa de ozono, por la contaminación, porque es vieja, ciega e inválida…porque una mina, aquella mañana de primavera que ya olía a pólvora, le explotó bajo los pies; su sangre y su sudor se mezclaron con la grasa del asfalto y Sara cayó al suelo; con la cara roja la espalda rota y  el alma atemorizada.

Ahora mismo se pudre en su desconchada habitación de hospital, mientras la ciudad poco a poco se suicida, lo hace con tremendo llanto: el patriotismo, el ardor guerrero y todas esas mierdas. 

Pero ella no ve nada; es feliz de un modo extraño en su ignorancia...

























(antes del 2002, creo) 





PS Publicado por primera vez en el blog el genio de la multitud (extinto, creo) y escrito en la vieja y difunta ETP de Olivetti. La foto es una puta mierda pero a mí me gusta.






mayo 16, 2011

Las cosas que me gustaron mucho de Madrid (Vol. 1)

Pongamos que hablo de 5 meses en Ronda de Atoncha o en la calle Amparo. Shhhh, no les des tantas pistas. 

Mis compañeros de piso: molaban. ¿Por qué? Porque les dije que era escritor y que me daba igual todo, que carecía de moral; y fueron y me contaron, en noches alternas, historias muy íntimas de su bagaje BIOS; uf, pensé..., mogollón de material para que el ser escribiente pudiera seguir escribiendo. 

Pero la cabeza se me rompió un día, no recuerdo el motivo... mmm déjame que piense: Pues no, recuerdo que salí a por café, subí por la calle Amparo en dirección a Tirso de molina -cruzando frente a la librería malatesta-. Pero para cuando estaba a la altura del Bar Gol no pude parar y seguí caminando y caminando buscando un desnivel que (en mi tierra) suele preceder al mar... Pero Madrid es enorme y no tiene mar... había obras. Una excavadora enorme y amarilla junto a un pequeño templo con pizarra en lo alto... no lo puedo recordar muy bien, no podía dejar de caminar; os lo recuerdo. 

Me crucé con un indigente negro; me hizo el consabido gesto así que le ofrecí un par de cigarrillos. A los indigentes hay que darles como mínimo dos cigarrillos; uno para que lo saboree y otro par que se lo guarde en el paquete que lleva oculto el algún bolsillo del gabán para ir llenándolo poco a poco; así se hacen con un paquete de 32 cigarrillos a lo largo del día; se pueden quedar en 4 cigarrillos si no tienen suerte. Me agradeció el detalle con un gesto de cariño sobre el brazo, una palmadita justo por encima del codo. La piel le brillaba como si la llevara empapada en gasolina: sólo una parte de ella, no todo el brazo. 


Salud, le dije. Sonrió y  se fue. 

Fiuuuuu. 

Todo se calmó dentro de mí y decidí regresar a mi cubil a seguir escribiendo mientras me maldecía por no haber elegido un séptimo piso. Pero bien. Bajando por las mismas calles alguien había hecho una pintada; muy jipi, muy comeflores, muy sencilla: <<Y sabrás que siempre estoy en la luna>>, una flor abajo y a la izquierda y una firma aún más sencilla: <<Te quiero>>. 

Pues seas quién seas yo también te quiero. Así sin más, me alegraste un día horrible y ni siquiera era tu intención. Son esas cosillas que en ocasiones te recuerdan por qué vives; por la deuda.
























Saúde e moitas gracias. 

El bicéfalo literario, ya sabéis. 


Paradojas de Zenón

Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: se...