marzo 23, 2024

Postrecito especial

 Escucha, amiga, esta historia tan triste y tan real. Nuestra protagonista tiene tantos nombres que no podemos darle uno que sea apropiado. Ojalá un paradigma, un símbolo, Justicia/Castigo/Venganza, que no fuera ridículamente pretencioso. Hay que salirse por la tangente. En cualquier cadáver exquisito, el cadáver es El Cadáver, es decir, las partes se sacrifican sin apego por el todo, así que podríamos llamar Sinécdoque a nuestra heroína, y santas pascuas. ¿Qué tal? Ocurrente, doctor. Ah, la vendetta femminile, dulce, cabal y explosiva. Supongamos que Sinécdoque Zunz, residente en calle Liniers, recibe una carta. Una carta informando del suicidio de su padre. Este sufrió una tropelía y huyó y sus enemigos se fueron de rositas y nunca, nunca lo superó, el pobre. En primer lugar piensa ejecutar su revancha con la escritura y publicación de un libro, uno que narre prolijidades, trapos sucios y secretos ocultos, y llamarlo Merci pour ce moment. Sin embargo, le parece un escarmiento manido. Solo funciona con famosos, casi ninguna editorial querría respaldar la vida insulsa de un paria desconocido. Además, cuesta un porrón escribir. Escribir interesante. Sinécdoque Gallo, ahora ecuatoriana con visado de estudios en USA, necesita algo más concluyente y expeditivo para resarcirse, una reacción lucreciana, y en lugar de buscarse un marinero sueco y fugaz, encuentra a un exmarine llamado John Wayne Bobbit y se casa con él. El fuckin’ sueño americano. Los primeros días el matrimonio fue anglosajonamente puntual: risas, un hogar, adopción del apellido del esposo y centros comerciales. Pero al poco tiempo Sinécdoque Bobbit se da cuenta de que el tipo es un bala perdida. Igual lo de John Wayne debería haberla puesto sobre aviso. La desprecia, la engaña con otras, la golpea y viola. Un hijo de puta de manual. Como hiciera Grisélidis, asume estoicamente durante años el agravio matrimonial, que se le hace cada vez más cuesta arriba. En el último momento, cuando estalla, empapada en sangre de cerdo, atranca las puertas del gimnasio con sus poderes telequinésicos y provoca un incendio que abrasa a todos los asistentes al baile. Y es que a la hora de contar un batiburrillo y no acusar dispersión, el ensamblaje de piezas dispares se vuelve esencial, y por eso en las dos sesiones iniciales del posterior juicio, Sinécdoque Bachmeier estuvo en silencio como si fuera espectadora de un programa de entrevistas. El asesino de su hija de siete años, Klaus Grabowski, acusado también de violarla, reconoció una parte de los hechos, insinuó que había sido seducido por la víctima y detalló los pormenores del tormento. El tercer día de proceso, Sinécdoque consiguió colar una pipa en el juzgado y descerrajó ocho tiros a Grabowski, de los cuales siete impactaron en su espalda y el octavo en el ala derecha del águila de Weimar que había tallada en el frontal del estrado. Esa misma noche, cuando acabó el rodaje, Sinécdoque Salander pidió al catering un bocata de calamares. 

marzo 16, 2024

Palabras que yo todavía no sé

 Los loros, en nuestro imaginario colectivo, tienen solucionados los problemas del lenguaje. Porque hablan, obvio. Pero también debido a que poseen el otro ingrediente indispensable que a nosotros, ajetreados sapiens, nos falta. No es la inteligencia. Me refiero al tiempo. Sabido es que los loros son eternos y que cuando nosotros llegamos al mundo ya estaban aquí. Eso les permite aprender, valorar y, en última instancia, autorrealizarse sin límite. El loro de Von Humboldt, por ejemplo, aprendió una lengua muerta. Sobrevivió a sus dueños, extintos tras recurrentes luchas territoriales con los caribes, hasta convertirse en el último hablante de su idioma. Cuarenta años después se lo encontró Humboldt en tierras del Orinoco, fresco como una lechuga, repitiendo a chorro palabras y palabras en lengua atare. Sin problemas verbales. Ni renales. Un papagayo sanote. Los alemanes de esa época estaban muy preocupados por el lenguaje. Novalis se moría por encontrar palabras que aún no conocía. Goethe navegó en la fecundidad de la palabra. Hölderlin descubrió su simbiosis catártica con la poesía. Richter derivó las dificultades hacia un conflicto particular con sus propias ocurrencias. Y mientras, el hallazgo de Von Humboldt, pico, color y plumas, de vuelta de la vida, del mundo y de las formas lingüísticas del extrañamiento. Otro caso distinto fue el loro de Reboiras, ejemplar patrio, que guardaba en su interior toda la Historia detallada y crítica de Castroforte, desde la época de los marinos efesios y las pesquerías romanas. Era un aedo con alas. Así se refería, más o menos, en las leyendas locales. El loro en GTB es enigma filológico en sí mismo. Su dueño, que era boticario, es decir, alquimista, solo necesitaba descubrir la Palabra Secreta que disparase el mecanismo recitativo del pájaro y dictase de pe a pa la crónica completa de la ciudad. Otra vez la Palabra como piedra filosofal. La búsqueda sin fin del Verbo exacto. El vicio de poetas y glotólogos. Ayer hablando de pedos y hoy de loros. Qué incorrección. ¿Dónde estaba el pasaje de la sola palabra que te gustaba tanto? Magníficas aves, che. Antaño fueron dinosaurios chiquititos. Su evolución se dio en muy pocas generaciones. Cosas de la longevidad. Aprendes idiomas, descartas adjetivos, te mueres siempre tarde. Los loros tienen tiempo para conocer palabras, clasificarlas y elegir cuidadosamente las que van a usar. Su economía de medios es entendida por nosotros, animales incapaces per se, como una incapacidad animal. No, no. Los loros han seleccionado muy bien sus palabras, las que repiten, porque han tenido tiempo de meditar y resolver. Han descartado lo superfluo. Han alcanzado la perfección comunicativa. Está clarísimo que Flaubert mató al loro de Félicité para que no acabara dominando las palabras mejor que él.

marzo 09, 2024

Palanganato

Cambiando de tercio, hagamos un panegírico. Pongamos las cosas en su sitio, que si La saga/fuga de J.B. es mejor que el Quijote, se dice y punto. Una vez levantada la polémica, departamos de esa logia masónica rosacruz, femenina y suigéneris, que fue el Palanganato. Si la letra P regenta esta no obra, la invención quizá más feliz de don Gonzalo tenía que estar. Estar en un no lugar privilegiado, quizás un estante, voy improvisando, del cuarto de trabajo de papá Perrault. Cada vez que Ravel viene de visita y cierra la puerta tras de sí, la saga/fuga cae al suelo inevitablemente, como la razonable y por lo mismo loca Gramática de Andrés Bello. La retranca de Torrente Ballester era insuperable, pero ahí andamos, probando. Fue Lilaila, una de ellas, Barallobre seguro, quizás a fines del XVIII, la que trajo desde Austria el rito rosacruz a Pontevedra, que ya no engañamos a nadie con lo de Castroforte, ¿eh, Gonzalito? Cuando la Restauración, el juez fernandino de turno condenó a muerte a Lilaila por algo de una bandera premonárquica, a lo Mariana Pineda, aunque es evidente que lo que deseaban los próceres de la tardocontrarreforma era aniquilar los ritos masónicos mujeriles. Hasta aquí la ortodoxia. Resultó que la mártir aún tuvo tiempo de recibir la visita de su nieta Celinda, de doce años, en su celda y transmitirle punto por punto los fundamentos del conciliábulo de féminas. Pero. Nótese por su aislamiento una función adversativa de primera categoría. Pero. Donde Lilaila enunció palingenesia y metempsicosis, Celinda entendió palanganato y escopetástasis. Y bueno, durante el siglo XIX esta logia local fue un despropósito completo. La tía Celinda no es que hiciese lo que pudo con los mandamientos de la yaya, sino lo que le dio la imperial gana. Seguiría dando datos. Destripando, vamos. Sin embargo creo haber despertado curiosidades suficiente. Al menos entre los devoralibros más intrépidos. Ataos los machos, que esto del Palanganato debe tratarse como del uno por mil del total de lo que pasa en este don Quijote mejorado. GTB. Retranca. Palingenesia. Escopetástasis. 

marzo 02, 2024

Precios, frecuencias y variedad de los servicios

  Fueron marionetas y pagodas, pero podrían ser estorninos y lampreas. Al trenzador le bastan unos pocos mimbres para tejer la gran malla del arquetipo universal. El resto son o bien modas, o bien alardes. El viaje de retorno a ninguna parte necesita, se diría, de poco más que un viejo pescador y la superficie estentórea del mar. El amor, ya sea contingente, pansexual, puro y flamígero, autocrático, incluso abúlico, dependerá no obstante de precios, frecuencias y variedad de los servicios. Un vistazo a la luna llena a través de la niebla da para fundar una patria. Suele ser algo natural, como la decadencia. O confitado en aceite de venganza. El camino empieza, con héroe o sin él, porque al cabo de la obra alguien quiere tallar trochas en los bosques calcinados y liberar de encajes, quizá, a las guardianas del fuego de Vesta. Exigen su príncipe y su doppelgänger mendicante, la receta del bizcocho de la abuela, el olor mortal de la aldea arrasada por el aliento rojo del dragón. Solamente la triste estupidez, enemiga marmórea del arte, vuelve ancianos a los caminantes, los muda en cerriles del planteamiento, nudo, desenlace. Yuxtaposición, circunloquios, scherzos. Collage y cajas chinas. Metatexto. Paratexto. Contexto. Ultratexto. Pretexto. Cualquier rugosidad les viene grande. Cualquier guisante los desvela. Más allá de su cansancio perenne está Oulipo boca arriba, pero ellos son funcionarios de la censura. Podrían imaginarse a Potocka fallando un re bemol, pero acaban soñando con dios hecho hombre hecho monito rosado hecho bacilo de Koch, en aseada catábasis. El trenzador de hoy mira internet y es frugivorista. Trabaja diez horas en una oficina alienante a cambio de no llegar a fin de mes, por lo que confecciona unas pocas cestas que no van a tener asas ni orificio de entrada ni capacidad traslativa. No quiere distinguir su realidad, sino alternar con la vuestra. Desea empujar, tour de force, al caminante. Hay que irse acostumbrando. Amour fou, soft porn y derecho de retracto. Hace siete mil años un rapsoda se rebeló contra el poder, mató al padre ausente, amó como nadie jamás habría de amar, ironizó del narcisista con cilicio. Sin saberlo estaba inventando la literatura. El juego más inocente y el más peligroso, el juego de las palabras escritas y su lectura. Un pacto con el diablo disfrazado de temor de dios. La ouija del autoconocimiento. Será vuestra indómita disconformidad la que consiga hacer del trenzador de historias un pionero. Hace un siglo que se os invita a terminar la obra. Aunque en cada época el artisteo ha sido mitad puta, mitad santa, hoy se nos nota como nunca. When you call my name it’s like a little prayer. Si pensáis que no quedan arquetipos que fundir, es que no estamos a lo que estamos.

febrero 24, 2024

Pagodas y marionetas

 La señora D’Aulnoy se acercó a la taquilla y pidió entradas para el pase de las 18:15. Una reposición del Cocteau de posguerra. Sin determinar. Le daba igual. Cocteau parecía un tipo interesante. Compró un combo de palomitas con coca-cola y añadió una bolsita de discos de regaliz rojo, de esos que estiras y estiras y están tan ricos. Al entrar se dejó acariciar por las candilejas. Subió por el pasillo lateral con diligencia. En la sala había cuatro gatos, los mininos habituales. Se puso cómoda en una butaca del fondo y el chaquetón fue a parar a la de al lado. Le gustaba quedarse atrás, no al final del todo, pero casi. Después, en el cinefórum, nunca deseaba tener demasiado protagonismo. Estaba dispuesta a no participar, que se conocía y acababa a la gresca con cualquiera. En la última fila había una pareja dándose el lote sin reparo. La señora D’Aulnoy no pudo evitar sentir un pellizco de envidia. Por delante tenía no más de seis cabezas repartidas por el campo visual. Le recordaban a aquellas figuritas chinas de porcelana que tenía en los anaqueles del salón su abuela, la de Poitiers. Pagodas, los llamaba. Extasiada por esa idea, se relajó. Arriba, la pantalla y su blancura se volvieron grisáceas cuando las luces se apagaron por tramos, lentamente. Los anuncios del movirécord también la distrajeron de sus obsesiones. Llevaba días rumiando el mito de Eros y Psique. Esperaba encontrarse una película bélica que por supuesto Cocteau no había hecho jamás, no sé, tipo Dunkerke de Nolan, para desconectar. No hubo suerte, claro, y en vez de aquella de la reina y el anarquista, que hubiera sido más sutil e interesante, pusieron La Belle et la Bête. Le pareció una peli demasiado teatral, demasiado peluche, demasiado ensimismada. Se maravilló, eso sí, de las estatuas y los brazos sirvientes sin cuerpo visible. Y del humo. El diabólico humo, señores, por el culo. Las similitudes con lo de Psique eran, sin duda, de primer orden. A esas alturas de la película cualquier historia parecía parte de la misma historia. Así que decidió dejarse llevar y darle más tarde una vuelta de tuerca al asunto y escribir quizá sobre marionetas arrasando una playa de pagodas. La parejita de la última fila seguía erre que erre en su confusión de manos y baba. La señora D’Aulnoy se giró varias veces en la oscuridad cuando el pellizco de envidia se le fue a colocar entre las piernas. La película acabó sin pena ni gloria. Tras los créditos, las candilejas se prendieron. Un hombre muy, muy viejo de la primera fila se levantó y dio las gracias en nombre de la organización y del propio Cocteau, que no había podido asistir. Iba vestido con una sábana. Empezó la charla, cómo no, mencionando El asno de oro. Hablaba con familiaridad de esta obra, origen de tantas otras, dijo. En ella estaban ya la magia, las hermanastras odiosas, la servidumbre invisible, el secreto asediado por la curiosidad. Al acabar su discurso, cedió la palabra a los demás asistentes. Del subsuelo salió la cabeza de papá Perrault, que había estado hasta entonces hundido en su butaca. Pidió permiso para hablar y centró su intervención en la contraposición existente entre la divinidad de Eros y la humillación de Bestia. Mencionó a Barba Azul, el cual sin ir más lejos también arrastraba su condena de maldad y colgaba esposas como quien desgarra ciervos. La distancia entre la belleza de Cupido y la fealdad del derivado moderno tenía algo freudiano que cabría analizar. También mencionó que Bella poseía a su vez aspectos de Antígona, de Grisélida, de mártir a merced de los tetrarcas. Una chica rubia de la tercera fila le dio la razón. Objetó, no obstante, que la invención naïf de Straparola-Villeneuve —así llamó al famoso relato, en tono despectivo— no alcanzaba su culminación hasta la aparición de la figura de King Kong, ya en el Hollywood años 30, la auténtica fiera que todos teníamos en mente.  Acabó su intervención con un grito de pánico que no venía a cuento. Perrault estuvo de acuerdo, pues siquiera la terribilità de su Barba Azul podía compararse al contraste exquisito que se da entre la atrocidad inherente y la superprotección incomprendida del gran simio con respecto a la chica, atendiendo a una lectura social, es decir, en tanto sujeto marginado y atacado por la turba fascista. Walt Disney le arrebató la palabra entusiasmado para recordar que fue él, en el 91, quien hizo hincapié en esta dimensión y que si Bella, ahora y entonces, era una evidente metáfora de la Francia ocupada, no estaba tan claro que la Bestia simbolizase el nazismo, y para encarnar ese papel abominable tuvo que sacarse de la manga a Gastón y la caterva aldeana y ponerlos a perseguir judíos. Aquí la señora D’Aulnoy, bastante molesta con el comentario, se alzó en armas. Vamos a ver, buzo de lavabos, en 1991 tú estabas muerto y congelado, le escupió a la cara. Todos se giraron. Disney se quedó a cuadros. La chica rubia y el viejo de la toga apenas podían contener la risa. Ahora ya sabía este yanqui quien era la señora D’Aulnoy. Para calmar los ánimos, tomó la palabra un irlandés corpulento y barbudo, el cual llamó la atención del grupo en que estas fábulas trataban de desmentir con pragmatismo que la belleza exterior correspondía con un corazón puro, lo que las alejaba del original romano, piensen si no en los vampiros, esos aristócratas asesinos de modales exquisitos. Polidori, desde su butaca, asintió con vehemencia. El irlandés continuó su discurso, coherente al principio, pero acabó despotricando de John Darham, Anne Rice, Jack Palance y el Coppola que los parió a todos por haber convertido la pura maldad en un pastiche tardorromántico condenado a dar alas a esa ignominia familiar del crepúsculo y demás variantes. Polidori, entusiasmado, iba a decir algo, pero la desatada señora D’Aulnoy se adelantó: vamos a ver, almas de cántaro, ya está bien de obviar la figura esencial del mito, que no hacéis más que andaros por las ramas. No habéis mencionado a Venus ni una sola vez, porque, que yo sepa, en la Bella y la Bestia no hay más que un vago hechizo que pesa en exclusiva sobre el macho, pobrecito. Que tenga que recordaros que la mala del cuento es la putodiosa del amor, que dispara su maleficio venéreo exclusivamente a la mujer, que os habéis caído del guindo ahora y os creéis que se casó con Marte porque los que se pelean se desean. Esos castigos divinos son lo mollar del relato, junto a la venganza de Psique, y se modificaron con el tiempo porque el centro del universo tenía que ser el tío, el maromo, el gañán, el que a pesar del pelo ostenta la polla, y no, nunca, jamás la loca del coño, que aparece como una doña perfecta mojigata. Se hizo un silencio, esta vez sin risas. Los presentes la miraba como las estatuas de Cocteau. Alguno echaba humo. En mitad de esa incomodidad general, la pareja de la última fila aprovechó para bajar por el pasillo lateral, cogidos de la cintura, saludando entre dientes. Cayeron todos en la cuenta de que eran Vitti y Antonioni. Tenían que haberlo sospechado. El viejo de la sábana dio por terminado el cinefórum, si nadie tenía nada que añadir, y les convocó al siguiente ciclo, el mes próximo, que iría sobre el cine fantástico de Guillermo del Toro. D’Aulnoy masculló que eran marionetas de las opiniones dominantes y que ella prefería los pagodas de su abuela, que por lo menos estaban quietos y callados. Se puso el chaquetón y siguió a la parejita feliz fuera de la sala. Era casi de noche. Entró en el primer bar abierto que encontró a beberse un par de gintonics cargaditos. Dunkerke. Tenía que haberse quedado en casa y buscar en qué plataforma estaba Dunkerke. 

febrero 17, 2024

Paredro

 Está junto a mí, sobre mí, debajo. Sé quien es por el siglo que he tardado en conocerme, aunque apenas todavía le conozco. Es mi cuerpo, es otro cuerpo en este lugar, un alter ego sin nombre ni espejo en el que entrar y diluirse. Es él, sentado a mi derecha en el tren como yo tres filas atrás en el cine y somos cuatro hemisferios en total bregando contra sesenta y dos cabezas completas. Es el que pide altanero castillos sangrantes cuando solo me apetece zumo de naranja. Me pone más zancadillas que nadie por metro cuadrado, compra los libros que no voy nunca a leer, socializa en las animadas salas de los restaurantes mientras asisto a dichos almuerzos con desteñida desolación. Se aposenta de cara al mundo presente del mismo modo que yo me acomodo de espaldas a quintas dimensiones. Es mi autor, su papá Perrault, tu madre la oca. Alguien que echa paladas de sombra a la oscuridad, vaya ocurrencia tardogótica, Hulio. Tanta metaliteratura para esto. Hubiéramos preferido una tanda de ocurrencias ya plenamente pop: es el que maneja mi barca, es el que mece la cuna, es el guionista fantasma de Avatar, es la momia del loro de Barnes. El esclavo de mi propio torpe albedrío. Pared con pared, enemigo siamés, trastorno disociativo. También tengo referencias prerrománticas, para los muy nostálgicos, a saber, Novalis en la mina, Wollstonecraft vindicante, Polidori y su vampiro, el mismo loro seco de antes, pero en el cuento de Flaubert. Una hermandad íntima del quiero y del no puedo. Vuestro confidente y portavoz. El otro, nadie, ninguno, nada. Para aceptar a tu sosias nabokovsiano necesitas aprender a leer, ya no entre líneas, que se presupone, sino entre almas, y eso, señores míos, huele a deus ex machina que tira para atrás.

febrero 10, 2024

Poesía al cuadrado

 Hace algunas páginas abandonamos los cierres cinematográficos sin motivo aparente, como también dejamos de hablar de instrumentos de tortura. Rasgo número uno: los movimientos de este texto son por entero brownianos. Recomendamos pues al lector cinéfilo que regrese al regazo del rechoncho Hitchcock y a los sayones presentes que apliquen, siempre que fuera posible, la clemencia del retentum. Rasgo número dos: la piedad y la ternura de este libro serán siempre juzgados in absentia. Lo nuestro, pero no tanto lo nuestro, sino lo de ahora, es la revisión de los clásicos. Su mise en boite, su destrozo impío, su absorción rococontemporánea. Por eso encontraréis príncipes vueltos del revés como calcetines, gatos lenguaraces arrojados a los perros, pagodas de segundas vanguardias desfilando por las calles de París. Rasgo número tres: no se cimienta esta obra sobre estructuras burguesas, sino en lo que llamamos los lexiconautas dispersión de estilo. La niebla, el rompecabezas, las omisiones y el dislate son, en síntesis, la materia estética de estos escritos. Antepondremos la ocurrencia a la reflexión siempre que la reflexión no se anteponga a la ocurrencia. Rasgo número cuatro: la idea golpea a la poética, la poética corta al referente, el referente tapa la idea. No sabemos qué pinta Barba Azul rascándole la espalda a Erzsébet Báthory. Es inexplicable que hayamos mencionado a Drácula solo de pasada. No tenemos ni zorra de por qué a Ravel le gustan tanto las manzanas fuji. Y, por supuesto, jamás revelaremos la identidad secreta del ama de llaves de papá Perrault, información que podría hacer estallar una revolución en Francia. El juego ya lo era todo en Torrente Ballester y aquí, en esta escuela, somos muy obedientes. Rasgo número cinco: el compromiso para con el lector por parte del autor es de una sólida debilidad y quedará, de este modo, en las cuatro manos de ambos fijar los límites y redactar las cláusulas del pacto ficcional. Hay que terminar de imaginar, enlucir las fronteras apenas esbozadas, arrojarse desde el campanario, pensar mal, acertar, suponer y desdecirse, hay que sublimar las minucias, mitigar los hallazgos, ejecutar una poesía elevada al cuadrado que sirva de jergón a las lagunas de la trama. Rasgo número seis: los jirones y harapos de esta última no podrán ser en modo alguno motivo de reclamación por parte del lector, ni el autor estará obligado a resarcir a nadie por efecto o causa de dichas carencias. Como diría Umberto Eco, al ser este libro descomponible e intercambiable, carecerá por completo de interés y mataremos así al dragón. Esto último no lo dijo Eco, sino San Jorge. Rasgo número siete: cómprese usted un glosario de mitos griegos (y bíblicos, claro), porque no lo podemos evitar. Asterión es mi pastor, nada me falta. El objetivo, si es que hay alguno, es convertir las no mythologies to follow en mythologies de pleno derecho. Si D’Aulnoy hablase de perritos de aguas, los contrapondremos a la náutica de Aurora Luque. Si Madame de Beaumont escribe sobre los tres deseos, nosotros esparcimos trazas de Tilda Swinton en 3000 años esperándote. Si papá Perrault despacha casi con desdén lo que debió ser una complejísima probatura del diminuto zapato de cristal en los pies regordetes de cada hermanastra, el tratado noir dedicado a la tradición secular del uso de brodequins en Europa durante los siglos XV a XIX va a ser del tamaño de varias tesis doctorales. Rasgo número ocho: ningún exceso es suficiente. Nuestro texto es, en sí mismo, un espectro de Brocken. La deformidad y desproporción se atendrán, no obstante, a las normas euclidianas. Esta inequívoca incoherencia no es tal si tenemos en cuenta los trastornos obsesivos del autor, la cantidad ingente de correcciones, ubicación y supresión de comas, control exhaustivo de plagas de polisíndeton, retorcimiento, arruga y fundición de planteamientos, que en conjunto harían imposible llevar a término la opereta. Por eso se estructura, como viene siendo habitual, en cien lustrosos cañaverales de palabras, que podrían llegar a ser más que las canciones de Schubert si no ejercemos la violencia de la poda a sus ínfulas de acanto. Rasgo número nueve (last but not least): la música es lo que mueve este mundo. La música de las esferas activa los cielos. La música de la calderilla envilece a los hombres. La música de Ravel determina lo escrito. Si no te gusta la gran música —y SPOILER el reguetón no lo es— estás a tiempo de irte a leer el próximo premio planote o el último serial de don Arturo. Y hasta aquí mis instrucciones. Vale. 

febrero 06, 2024

Todo gratis, ¡to pa mí!

 Las BiciMad volvieron a ser gratis durante unos meses, justamente un poco antes de que empezarán las elecciones de nuevo. Toda la gente, sobre todo las jóvenes, lo usaban mucho. Ya sea para ir al curro, ir a la compra, dar una vuelta con tus amigues, hacer carreras ilegales absurdas o dar una vuelta por el barrio porque quieres despejar la mente. Lo importante es que era gratis y se usaba mucho. 

Cuando pasaron las elecciones volvieron a ser de pago, otra vez. Pero esta vez ya no tenía gracia, no podía ser que te dieran algo gratuito para después ponerlo de pago y encima más caro. Mucho más caro. Ahora la vuelta del curro sería más larga y tediosa. Esta vez la gente no empezó a hacer tik toks haciendo el meme de echar de menos las bicis, sino que las boicotearon. Si yo no puedo usarlas gratis, no va a poder usarlas nadie. Al principio cortaban los frenos, rompían los radios, quitaban el código QR o las quemaban, cada persona hacía cosas diferentes. Y todas ellas se empezaron a hacer virales por redes sociales para que pudieran coger ideas las demás. 

El gobierno no sabía que hacer, no quería poner las bicis gratis, aunque ya era tarde. Empezaron las manifestaciones. Estas manifestaciones no las llevaba ningún sindicato ni partido, era gente normal hasta el coño de todo. La pancarta ponía "Esto pa mi. Esto pa ti. Esto pa todes" con este eslogan declaraban que todo lo que debía de ser gratis, iba a ser gratis. Las casas, la comida, el ocio... todo iba a ser gratis a partir de ahora.

La gente empezó a okupar casas, a robar en supermercados, a colarse en eventos de pago. Todo iba a ser gratis les gustase o no al gobierno. La diversión se hizo política por primera vez. No pedían pan, querían comer lo que les apeteciera. No pedían dignidad, el trabajo no dignifica. No pedían derechos, iban a crear los suyos propios con sus manos desnudas. 

La diversión era el lema de toda esta revuelta, obviamente una diversión gratuita. ¿Y que les parecía divertido? Hacer disturbios. Los disturbios empezaron a normalizarse en todos los lugares de España, esto era imparable. Nadie puede parar la diversión. Cuando alguien quiere divertirse no habrá ni policía ni gobiernos que los puedan parar.

La única manera de parar esto no era poner gratis BiciMad, eso ya era secundario, exigían divertirse gratis. Lo que hicieron es pagar a muchos youtubers e influencers para crear un contenido nuevo hablando de diversión gratuita, pero fuera de la ilegalidad. Con el tiempo sofocaron la revuelta y ya quedaba poca gente queriendo hacer cosas ilegales, que fueron detenidos, incluso desaparecidos. Ahora lo que era divertido era lo que decían influencers o eventos que montaban, que eran financiados por el gobierno para parar todo. Vuelta a la normalidad. Vuelta al aburrimiento. No tardaría en estallar todo ya que la diversión era algo que nunca pararía, la diversión reventará este mundo.

febrero 03, 2024

Piña, papaya, paraguayo

  Hay fruta. Mucha fruta. En los banquetes reales. En los trucos de las hadas. En las alacenas frugales. En los predios de los latifundios. El gato con botas gustaba más de la carnaza. Perdices, faisanes, liebres, hasta gorriones si andaban al descuido. Era un gato, pues, qué esperaban vuesas mercedes. Aún así, algunas veces le pillaron los chambelanes del marqués comiendo fresas con delectación de minino sediento. Lo de los ogros es harina de otro costal, porque no solo huyen por norma del frutero y abrazan sin reparo la chicha cruda, sino que además necesitan que el filete proceda, sí o sí, de un menor no tutelado, para no perder el paladar. Aquí los comefrutas somos todos primos de simio: príncipes, ancianas, leñadores, doncellas. Una reminiscencia arbórea, milenios de recolección aérea en el ADN. ¿A qué hijo de vecino no le complace una tajada de melón o un zumo de naranja? ¿Dónde fue a parar el placer clandestino de subir por las ramas a robar cerezas? Tampoco las hadas hacen ascos a los frutos sabrosos. La piña, la papaya y el paraguayo, entre sus favoritos. Y tienen que venir por avión, que los reinos de fantasía quedan lejos para los barcos, imposibles por carretera, y la fruta no conserva su tersura original y llega mustia a los ágapes. En realidad el comercio aéreo internacional de fruta lo gestionan emporios de hadas, con sede en ciertos áticos indeterminados entre la City y Kensington Park. En los almacenes de los aeropuertos se les tiene mucho respeto a las hadas de la fruta y nadie se atreve nunca a almorzarse ni un lichi aunque sus supervisores estén despistados. Os interesará saber también que a papá Perrault le gustan las peras confitadas. Su ama de llaves las tiene muy dulces y jugosas, a pesar de estar fuera de temporada. Monsieur Ravel, por su parte, es un hooligan de las manzanas fuji. Ya le conocéis. No hay constancia de que el músico tuviese problema alguno con las peras, todo aquello son habladurías, pero sí es sabido y proverbial que Perrault no soporta las manzanas, por alguna fijación bíblica tal vez, y que por eso tiró de ruecas en sus cuentos. Algún crítico aburguesado, enemigo del autor, documentó en círculos oficiosos una famosa riña que mantuvieron Cenicienta y la Bella Durmiente por la sustracción e ingesta de un mango maduro. Ocurrió una tarde triste de noviembre, cuando las dos eran roomies en un castillo de los suburbios. Mientras Perrault, responsable legal, tomaba destilado de grosellas en una taberna del barrio, Bella se levantó hambrienta de una larga siesta y le robó el abultado manjar de la nevera a Cenicienta, que por culpa de la madrastra se había vuelto frugivorista a la fuerza. El viejo volvió tarde y borracho al castillo, cuando ambas ya se habían arrancado los ojos la una a la otra. También es digno de mención que tanto los pagodas como los oompa-loompas se alimentan exclusivamente de bananas.

enero 27, 2024

Préludes

 El assez lent et trés espresif de 1913 es tragarse a Ravel entero. Minuto y medio para darse un atracón sin tener que tirar de almax, como con Dafnis y Cloe o Gaspard de la Nuit, que son platos contundentes. Esto es cuñita de pélardon, tomate trinchado y copazo de tinto. La sinopsis de la dieta mediterránea. Por el contrario, el arranque de Le Tombeau de Couperin resulta deliciosamente hipnótico, un dejarse caer por los salones de moda, devaneos de musas quizás algo obesas y nadar, nadar en un aperitivo entre el dulce y el salado, no sé, quizá un canapé de tomme con la mermelada de cerezas justa. Dicen las malas lenguas que Ravel destruyó en su juventud tantos preludios como fugas, por académicos, rígidos y reaccionarios. Y que comía manzanas fuji hasta el empacho. Pero las malas lenguas son como las buenas y mienten. No puedes dejar que las habladurías te atraviesen de nostalgia por escuchar cosas que nunca existieron más allá de unas tardes de trabajo y unos garabatos en la pauta. Qué insano. Juegos de agua (mimolette), el concierto en sol (livarot), la silueta de Don Quijote declamando versos a Dulcinea, palabras que serían las últimas (reblochon). ¿Acaso no es suficiente la realidad sin tener que echar mano de lo posible? ¿Es que queda algún fermento lácteo por redescubrir? Dejemos el sucio husmear por entre archivos inmaculados y cavas olorosas para los sabios tañedores y los gastrónomos anacoretas. Vivamos, mea Lesbia, aquello ya pertinentemente catalogado. La vida es un prélude a la inexistencia, un calentamiento para la danse macabre de los que nos precedieron, que será la nuestra, la de Ravel, la de Quijote y Cartouche, la de Pizarnik, Barba Azul y Báthory, el fin de los inocentes y de los culpables, el severo regreso a la nada. La vida es la exuberancia adolescente mirándose al espejo. El sabor amplio del chabichou. El clave bien temperado. Si alguien me preguntase qué es para mí la muerte, diría no escuchar más Ravel, pero la verdad es que lo que más me joderá, egoísta de mí, va a ser no volver a catar el queso. 

enero 21, 2024

El padre invisible

La navidad es como ese poema de Bukowski en el que relata lo triste de la sonrisa de su madre, y ella le insiste: «sonríe, Henry, sonríe». Todo es más húmedo y frío en navidad cuando no tienes guantes. Acudes a las cenas y citas familiares con una sonrisa y es la sonrisa más triste que jamás han visto nunca. Y si no sonríes te preguntan: «¿por qué no sonríes? Si es época de sonreír». 

A mí me revienta que haya una época de sonreír. Intento mantenerme firme, pero no puedo más que tiritar pensando en lo que viene. Solo hay una época del año en la que los gritos y la culpa se multiplican por cinco. Solo hay una época del año en la que siento miedo a parecerme a mis dobles: y agarro mi humanidad lo más fuerte que puedo, pero se me escapa, es que se me escapa...

Aún recuerdo ese día en el que el amigo invisible de mi tía se gastó el dinero del regalo en alcohol. Luego vinieron los berridos, las amenazas, los animales y todo el arca. Solucionó el tema más tarde comprando tres euros de golosinas. Los tres euros que necesitábamos para comprar la fruta, los robó de la cartera de mi madre y le dijo a mí tía: «toma, tu regalo». 

Y todos contentos, y todos felices cantando villancicos. Y yo, con la cabeza gacha y mi sonrisa adolescente de empleada temporal de Pans&Company, entonaba un tímido canto frustrado de sirena anulada. Y supongo que parecía feliz también.


Beth Lázaro 

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Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: se...