noviembre 30, 2024

Periplo del [meta]héroe

 Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como los matorrales de los bosques, la mañana en que dije mierda. Eché a andar apabullado por épicas seculares de excéntricos semidioses. No es real, no es real, me repetía. La realidad era mucho más prosaica e insuficiente. Estaba harto de salvar a mis semejantes y que cada gesto heroico no fuese sino una gota de agua fría en el océano caliente. En mis oídos resonaba la noticia de otras tantas redenciones insignificantes aplastadas bajo cúmulos de catástrofes. Era como intentar cazar un huracán, surcar los sueños, hacer bailar a las estrellas. Y me fui. Me fui sin más. Abandoné esperanza y coraje y me sentí renacido. El sacrificio que arrastraba se revirtió, para sorpresa de nadie, como quien desabrocha una cremallera o esgrime un insulto. Frente a la acción temeraria y el designio aciago de los hados, el héroe nunca es héroe hacia fuera, sino hacia dentro. La heroicidad solo pugna por quedarse en el pecho. El viejo sabio que fui se convirtió en joven inmaduro en lo más hondo de la fosa y estaba bien que así fuera. Tal vez la inocencia general pudiese salvar el mundo donde los tratados, las proezas y la ciencia habían fracasado. La epifanía patas arriba, el triunfo del ocultamiento. Aquel héroe talludo es hoy una esfinge campestre, una inacción catalizadora, un contemplarse el ombligo. Maté al padre, abracé mis impulsos, rechacé la disciplina. Cada día al revés hasta reiniciar el mundo. Y otra de esas mañanas áridas, invertido por completo el periplo, alcancé en efecto el umbral, pero desde el otro lado, y lo atravesé y volví a casa, a mi puta casa, a mi amniótica casa. Ahora eran otros los héroes inútiles y yo una nada caliente en la extinción. Si no hay aventura no hay interés, dicen con decisión los próceres. Y yo digo: salvar a la humanidad es mucho más fácil que distraer al reloj. Nadie puede ser héroe para nadie sin ser antes villano de sí mismo. 

noviembre 23, 2024

Pido gracia para este pasaje

La idea fue de la Bella durmiente, aunque tampoco está claro. Lo raro es que a casi nadie le pareciese estúpida. A toro pasado resulta fácil darse cuenta de que lo de las caretas no hablaría demasiado bien de nosotros, porque hasta el tonto del ogro intuía que había una amplia componente de acoso laboral en lo que hacíamos, y aún así lo hicimos. Supongo que la perspectiva de perder de vista a Cenicienta nos alegró el día por encima de nuestras esperanzas. Ocurrió muy rápido. Pulgarcito apenas podía contener la risa. Y no es que la muchacha fuese mala gente, ni siquiera caía mal a la mayoría del equipo. Solo había ido a dar con la horma de su zapato y, puestos a elegir bando, el mundillo eligió team rueca, por supuesto, qué íbamos a hacer. El oropel atrae más que la ceniza. Ahora bien, una cosa es alegrarse de su marcha por lo bajini y otra muy distinta participar en aquella encerrona distópica, aquel carnaval psicótico, no sé cómo llamarlo, al que Cenicienta acudió confiada como ternera al matadero. En realidad no había nada que celebrar, los personajes entran y salen de las fantasías continuamente. Hoy eres un cuento barroco y mañana un remake del último enfant terrible del cine independiente. Ya cansa tanto zapatito de cristal y tanta calabaza maravillosa. Decidió por sí misma dejar esta novela, así que a princesa que huye, puente de plata. Fue la Bella durmiente, como digo, la que organizó la verbena homenaje, dolida, manifestó con pompa, por no haber tratado a la muchacha con más cortesía. Sería una fiesta sorpresa, habría caviar ruso y barra libre de Hendrick’s con pepino, que no se respire miseria. La plantilla al completo se apuntó, por supuesto. El gato con botas fue el encargado del cátering y Grisélida, hacendosa, de la decoración. Hasta ahí, todo correcto. Nos pareció que la Bella pretendía enmendar a última hora lo mal que se portó siempre con la sucia mosquita muerta. ¿Qué más nos daba a nosotros el motivo si lo que había montado era una techno rave hasta el amanecer? Una hora antes ya estábamos listos para sorprender a la homenajeada, corrían el champán, la perdiz escabechada y las manzanas fuji, pero no fue hasta menos cinco cuando la Bella durmiente repartió las caretas. En nuestra defensa diremos que no hubo tiempo material para calcular las consecuencias. Simplemente nos pareció divertido e inocente ir disfrazados de Cenicienta, pero como el que se pone una máscara de Guy Fawkes, eh, sin segunda intención ni nada. Entre los que con dos gintonics de más ya no distinguían las caras de cartón de las reales y los que guardaron silencio por inquina, nadie supo prever la tremenda hostia que íbamos a darle a una muchacha que venía con tan severas carencias afectivas de serie. Si hubo alguno sensato que se negó a cubrirse la jeta fue presionado por la manada y acabó por sucumbir a regañadientes. A las doce en punto, con la primera campanada, llegó la invitada principal. Imaginaos el número cuando abrió la puerta, su cara de espanto cuando se vio reflejada en nuestros rostros miméticos. Cientos de Cenicientas silenciosas miraban cómo la auténtica Cenicienta, aterrada, rompía a llorar, echaba a correr por donde había venido y abandonaba esta novela para siempre jamás con la última campanada. Todos vimos claramente cómo perdía un zapato de cristal en su huida. La Bella durmiente se quitó la careta y lo recogió. Tuvo los santos ovarios de asegurar que la idea se la había dado Caperucita, la única que no estaba allí para defenderse, qué casualidad, y que este rollo de las caretas siempre le pareció una maldad sin paliativos, un bulling arquetípico, una tortura despiadada, y que no entendía, nos señaló con el zapato, que nadie, ninguno de nosotros la hubiera avisado de que aquello era una idea estúpida. 

noviembre 16, 2024

Personalidades en desorden

Vitti y Antonioni están tomando Tom Collins en un antro swinger de Niza, cerca del puerto. Fuman. Se sientan tête-à-tête en la semioscuridad y se besan apasionadamente sin descanso. En la barra hay una pareja que tal vez. La voz áspera de Vitti mezcla el italiano y el francés con soltura. Su sonrisa nunca deja de ser cáustica, como si supiera que a su alrededor cada elemento de la realidad es tan falso como en el cine. Fuma. A Antonioni aún no le hemos visto las manos, a saber dónde andarán. Es un tipo en apariencia serio, casi diríamos de figura triste, un espíritu definitivamente ausente. Sin embargo, se muestra afable en el trato y ameno en la conversación. Algo no concuerda. Fuman. Apuesto a que ninguno de los dos lleva ropa interior. Alehop! La puerta se abre y con el olor marino entra una pareja que viene de muy lejos. Él es un tipo grande, fuertote, barbudo. Su fisonomía se explicaría si un bisonte se volviese humano sin volverse humano del todo. A pesar del pelo mira con fervor a la mujer que le acompaña. Ella es una joven pálida que un día, por lo que sea, dejó de sonreír. Tiene rasgos del este, cabello tirando a claro, ojos un tanto oblicuos. Es menuda, pero camina con altivez nobiliaria. Fuman. Los dos. Se sientan en una mesa y piden vino. Son mucho más interesantes que la pareja de la barra. Será la novedad. Vitti y Antonioni cruzan unas palabras, se les van los ojos, terminan sus copas. Parecen turistas húngaros. Y eso por qué, Monica? Te digo que son húngaros. Fuma. Ella es perfecta, parece de porcelana, la has visto? Perfecta. Perfecta. Y él, te gusta? No es guapo. Fuma. No, no es guapo, pero tiene un no sé qué. Atracción húngara, ríe Antonioni. Zitto, scemo. El bisonte y la chica han empezado a sentirse observados. Se vigilan los cuatro de reojo. Vitti y Antonioni actúan como críos compulsivos. Attendete, amici! que la pareja de la barra está a punto de abalanzarse. Decisión tomada. Se cuelan por delante y saludan. Sois húngaros?, pregunta Vitti sentándose frente a ellos, tenéis que ser húngaros. Deja el tabaco en pleno centro de la mesa. Pues yo preferiría que no, dice riendo Antonioni, he apostado una botella de champán del caro. Michelangelo! La otra pareja se ha quedado un poco pasmada, ha sido una entrada triunfal, pasan unos segundos hasta que reaccionan. Yo soy de París, lo siento, dice el barbas, pero ella… Lo sabía!, estalla Vitti, graciosísima. Consigue que el hielo se rompa. Sí, bueno, empieza a contar la joven con una voz dulce, marcado acento del este, mi aldea siempre fue húngara, muy cerca de Bratislava, pero ahora creo que pertenece a Eslovaquia. Hace siglos que no voy. Maravilloso, voy pidiendo el champán. No venís mucho por aquí? No, dice el bisonte, es la primera vez que hacemos esto. Esto? Sí, lo del intercambio, me refería, nos da un poco de vergüenza. Ah, non parliamone più! Ahora estáis con nosotros, os ayudaremos. Yo soy Monica Vitti y este estirado es Antonioni. El director de cine? El mismo. Y tú eres la actriz. Ecco! Io sono! Besa al bisonte en la boca. Reparte tabaco. Te vimos en Desierto rojo. La chica besa a Antonioni en la mejilla afeitada. Hay cierta confusión de posiciones y bocas que desanuda la tensión. Buena peli. Sí, buena peli. Gracias. Pues cuando os digamos quienes somos nosotros lo vais a flipar aún más. Podríamos adivinarlo, dijo Antonioni divertido. Llega el champán. Brindan. Beben. Fuman. Venga, a ver… tú eres parisino… Auguste Rodin! No, y bebes, Vitti. Espera, interviene Antonioni, lo intento yo y si pierdo, bebemos los dos. A ver, a ver… París, eh?… Charles Aznavour! Risas. Joder, no, yo llevo barba. Bebéis. Beben. Me toca, dice la húngara, quién soy yo? Antonioni le coge la mano. Como queriendo leer en las líneas. A ver, a ver… Zsa Zsa Gabor! No, no. Te toca, Monica. Ah! Zsi Zsi Emperatrice! Estalla en una gran carcajada. Todos estallan. Qué ocurrencia! Beben, fuman y se tocan. Dadnos una pista. Bueno, diría que soy un personaje de ficción, asegura el barbas. Non mi dire! Vitti y Antonioni dan unos grititos de entusiasmo. A ver, a ver… Antonioni tuerce el gesto, piensa, piensa y resuelve: Grenouille! No me jodas! En serio? Ese era lampiño. No se te ocurre nada más? Antonioni levanta los hombros y pone cara de póquer. Vitti detiene las voces con las manos. Se concentra. No puedes ser el capitán Nemo. Frío, frío, asiente el bisonte. Tampoco creo que seas Jean Valjean. Frío. Eres Des Grieux? Uhm, te vas acercando en el tiempo. Se miden y brota, de repente, la complicidad. Antonioni y la húngara se han dado cuenta y sonríen, celosos. Más atrás? París, París… No tienes cara de ser un bufón de Molière, ni un príncipe de d'Aulnoy… Caliente, caliente… Nadie respira. Monica Vitti se ilumina: Eres el puto Barba Azul!!!, exclama triunfante. Se deja caer como una avalancha sobre el gran bisonte y casi se caen de espaldas con silla y todo. Se rehacen entre risas y caricias y, con la copa en la mano, Vitti brinda por los cuentos de viejas, por las esposas asesinadas, por el amor interracial. Beben, ríen y fuman sin medida. Te toca adivinar, Michelangelo, pide la única que sigue sin nombre. La muchacha parece que sonríe, como si se hubiese quitado una máscara o un peso de encima. Sí, sí, voy. Eres real o imaginaria?, pregunta el cineasta. Real, dice ella impaciente, tan real que hace algo más de cuatro siglos maté a 630 mujeres y niñas para bañarme en su sangre. La nuez de Antonioni sube y baja raspándole la garganta. Esa no la vieron venir. Hay, claro, un silencio embarazoso. Vitti se adelanta: Eres… la condesa… sangrienta… la Báthory… eres… la… Ambos se echan hacia atrás asustados. No hay brindis. La condesa se angustia. Ahora ya lo sabéis. No vi que os preocupase hace un minuto que mi acompañante se haya cargado a todas sus mujeres. Ya, pero tú fuiste real, Isabelita, mataste de verdad a esas niñas. Y qué?, responde por ella Barba Azul, cuántos como yo de reprobables existieron en la realidad y qué tardaréis vosotros en ser personajes de alguna novelette? Pensaba qué erais auténticos seres libres, pero por lo que veo no hemos derribado las últimas fronteras amatorias. Esto, sí, claro, pero es que tu chica mató físicamente a media Hungría, arguye Antonioni, y lo tuyo, barbas, se lo inventó un loro. Has dicho loro? He dicho loco. Loco. Caen como pesos muertos sobre las sillas. Pensaba que erais personas tolerantes, los dos, dice Barba Azul con serenidad; será prejuicio también, pero supusimos que las gentes del cine eran más abiertas. He de deciros que ya me he reformado, se excusa Báthory, ambos lo hemos hecho. Pagamos por nuestros crímenes. Ya no matamos gente. Antonioni y Vitti se miran un instante y asienten. Piden perdón y vuelven a acercarse a la mesa. Beben y fuman, aunque ya no ríen. La conversación se apaga. Se ha roto la magia y no saben si volverá. Si volviese habría personalidades en desorden, una gran encrucijada de amores exacerbados, sexo duro interdimensional, a saber qué más ocurrencias. Si por el contrario no volviese la magia, se despedirían, apenados. Barba Azul y Báthory caminarían hacia el puerto de Niza preguntándose si deberán también, en las escapadas de fin de semana, ocultar sus identidades para evitar el rechazo. Son gente normal, que trabaja, ama y se divierte, no delincuentes. Antes sí, de lo peorcito, es cierto. Pero ya no matan ni moscas, ya penaron sus crímenes. Él es autónomo y ella cuida a personas mayores. Pagan sus impuestos, saludan siempre a sus vecinos, tienen, como los demás, sus pequeños vicios. No se merecían esto. Por su parte, Vitti y Antonioni se quedarían charlando un rato en el bar. Conociéndolos, igual no le daban muchas vueltas al asunto y se tiraban a la pareja de la barra sin demasiado miramiento. Más tarde comerían pizza en la trattoria de algún conocido. Me dirás, lector, qué hacemos. Orgía o despedida? Vaya elección dejo en tus manos. Los cuatro elementos, Vitti, Barba Azul, Antonioni y Báthory miran al lector desde el antro swinger de Niza, cerca del puerto. Fuman. El deseo sigue ahí, junto a los prejuicios. Tal vez necesiten follar. Tal vez necesiten tiempo, fumarse tres paquetes, bailar un minueto. Tal vez, qué hacemos. Los dejamos ahí congelados para siempre. Qué no hacemos. Cuestionamos qué es ficción y qué es realidad. Rompemos otra vez el hielo. Acaso Antonioni y Vitti no son ficción ahora. Qué. Es el recuerdo una ficción. Lo es la historia. Lo somos nosotros. Qué hacemos, lector, qué. 

noviembre 02, 2024

Poesía triunfante

Al cabo de esta novelette está la poesía. El jueguecito del lenguaje y las ideas. La gran palabra. No quisiera que llegases al final y te encontrases un muro prosaico de rictus semánticos y tropos recurrentes. La apuesta es la más alta que puedo permitirme y no pienso perder la sonrisa cuando tires este libro por la ventana. Varios niños lo verán caer desde el parque y correrán a ver qué es. Leerán allí mismo sus primeras líneas [Hay que probar todas las puertas, se le revolvió el puto Barba Azul, con cajas destempladas] ateridos de preadolescencia, sumidos en lo prohibido. El más temerario se lo llevará escondido, para que sus padres no lo vean. De chavales nos tapaban la boca con diez cañones por banda, puede que con la sombra errante de Caín, incluso con ¡Paraíso perdido! Perdido por buscarte etc. Y estaba bien, pero no era del todo gran palabra. Si la manzana era el mundo, la rueca actuaba como órbita. Ya sé que es raro que manzana y rueca estén curvilíneamente relacionadas y que por esa razón crezcamos. Alcanzamos la juventud entre la fortuna y el suplicio. Con una vitalidad envenenada empezamos a caer y a fallar siempre en la caída. Tu ventana sigue abierta, lector. Abajo, por tu calle, camina una joven camarera con los pies destrozados, que vuelve a casa después de once largas horas de trabajo. Nuestro libro le caerá cerca y pensará que ha sido una suerte que no le cayese directamente en la cabeza. Lo recogerá, hojeará y seguirá andando con él bajo el brazo. A esa edad aparece la mano de Emmanuéle lo estuviera desabotonando, con la frente a la altura de tu plinto y si no te conozco, no he vivido. Muy resumido, porque ser joven es descender a los infiernos, perderse en los suburbios, buscar jardines feéricos. Y transcurre rapidísimo, che. La verdad sólida del poema tiene la virtud de hacerte perder la noción del espacio, del tiempo, del amor y de la música. Pronto pasará un señor en bicicleta, verá otro libro estrellarse contra la nieve embarrada, parará, mirará arriba sorprendido, lo pondrá en la cesta de la bici, volverá a mirar y seguirá su camino. A partir de ahí no hay que contradecir a los dioses, porque sabes de sobra que es una forma como otra cualquiera de asumirlos. La gran palabra ya estará dicha mil veces para entonces. Llegarán a deshora nuestras voces, tarde, siempre tarde, aunque míranos, aquí andamos, palabreando tanto y tanto y sin poder dejar de hacerlo. Barnett Newman dijo algo sobre los pájaros y no vamos, de facto, a desautorizarlo. Una señora con bufanda camina despacio. Da un puntapié a su libro caído sobre la acera, le cuesta una vida agacharse a recogerlo, pero le da ánimos llegar pronto a la residencia, habrá caldo, unas pastillas, con suerte dos o tres horas de lectura curiosa todavía, a su edad cuesta dormir, antes de caer rendida en la cama helada. Al cabo de esta novelette, de este arrabal de años y letras, debería hallarse, triunfante, insisto, la poesía, que es la menor de las ficciones y por ello la más justificada. Cuando la realidad da asco (marketing, plástico, fascio) y la ficción apesta (reguetón, memes, premios planote), dime tú cómo lo arreglamos si no es mediante una compacta poética de aliento. Al borde mismo de la fosa de las Marianas se escucha el lamento de Carnero, alto, húmedo y claro, clamando como el Bautista en el desierto: Hoy que la triste nave está al partir, con su espectacular monotonía, disposición convencional y materia vigente: ilustraciones que es sabio intercalar esa carcasa ocre es Helena. Incluso entrecortada, yuxtapuesta y sin sentido se aprecia con nitidez la gran palabra. La inmensa palabra. La enormísima palabra. Y yo me pregunto, os pregunto, quién cojones está escuchando allá abajo. Volvamos al principio. Al cabo de esta novelette estáis tú y mi sonrisa prosaica rictus tropo jueguecito. Por lo que sea, has decidido no tirarnos por la ventana y los niños, la camarera, el ciclista y la anciana se irán a la cama sin leer. Mañana alguien te preguntará que de qué iba este libro y tú dirás que no sabes explicarlo. 

octubre 26, 2024

Psittacus erithacus

 No os lo había contado hasta ahora, pero ya no puedo retrasarlo más. Como autor omnisciente que soy, he de deciros que Papá Perrault tenía un yaco africano encerrado en los sótanos de su caserón de París. No parece gran cosa a priori. Lo que cuentan de los loros, lo de la longevidad, lo de Humboldt y eso, es mayormente fantasía. Cualquiera puede tener un periquito canturreando en el balcón mientras escribe Barba Azul. No me refería a eso, sino a algo más gordo. Muy gordo. Esta vez va en serio. Lo digo. Allá va: Era el loro el que le dictaba al viejo Perrault los cuentos. ¿Cómo os quedáis, eh? El gato con botas lo redactó un pájaro. Y Cenicienta. Y Pulgarcito y lo demás. No un pájaro cualquiera, sino el loro más especial que existió jamás en Francia. Nadie, ni Ravel ni el ama de llaves, llegó a descubrir el secreto. Que Ravel, visitante esporádico y un poco a por uvas, no se enterase, diréis vale, pero es difícil tragarse que el ama de llaves haya bajado al sótano sin descubrir el paradero del animal, con rescate nocturno y entrega épica en refugio de aves. Pensaba que a estas alturas vuestra suspensión de incredulidad sería ya del tamaño de Córcega. Desde el sótano, amigos, es evidente, partía un túnel oculto por una puerta secreta, y más allá del túnel había un aviario subterráneo, insonorizado, terrorífico y tocho como la pirámide del Louvre. Por eso los gritos de auxilio del yaco no llegaban a oídos entrometidos. Solo Perrault conocía el acceso y solo él bajaba de noche a sonsacar al loro, mediante trozos de piña, papaya y paraguayo, las palabras exactas que todos conocéis de los libros, transcritas al dictado. Al principio el animal se resistía, pero el hambre aguza el ingenio. Y si la cosa al final se complicaba, Papá Perrault ponía a trabajar sus instrumentos de tortura: largas agujas de coser, hierros candentes, ruedas de carro y comadrejas glotonas. Luego, con el legajo a rebosar, se iba a beber cerveza a una taberna y hacía como que escribía. El loro cautivo, que resultó ser una lora, se llamaba Alejandra. 

octubre 19, 2024

Perfecto Reboiras

 Si estuviésemos hechos solo de palabras. Si fuésemos verbo. Canciones lentas para los encuentros furtivos, verborreas para levantar imperios, susurros para establecerse en los bosques otoñales. Si lo fuéramos, oídme bien, guardaríamos una esperanza: no buscar, como la alquimia, sino ser la palabra que haga renacer el mundo. Al pie de ese cañón, buscando y buscando para los restos, están Ofterdingen, el de las perras negras, algunos de Flaubert, muchos poetas indecisos, la práctica totalidad de los héroes de epopeya y, por supuesto, don Perfecto Reboiras, taumaturgo boticario. ¿Se reconocían como personajes literarios? ¿Sabían ellos que su realidad estaba compuesta de palabras? ¿Lo sabemos nosotros? Qué empeño en husmearse por fuera cuando hay que abrirse en canal y escudriñar dentro. La carne es sustantiva. El alimento diario, adjetivo. Casa, barrio, país son complementos circunstanciales. Naces, creces y te reproduces uniendo sonidos en sílabas, pero no mueres, porque no se muere cuando se está hecho de palabras, ni se olvidan de uno si está fabricado de recuerdos que, de pronto, vuelven a explicarse, bendecido por una lengua hábil, heraldo emplumado para las gatas blancas, los libros abiertos y este kit de supervivencia tan cerca de las últimas páginas. Porque quien dice renacer, dice sucumbir y, al segundo o tercer día, reordenarse. Quizás intuía ya don Perfecto, pues no era estúpido, que ser y buscar son la misma tarea. Pareciera continuamente que una manivela ontológica bien engrasada levantase con admirable fluidez un dique teleológico. Y bajo aquella ignorancia, aún hay quienes rastrean el Verbo Angular, la Clave de los Universos Imaginables, como si buscasen un caudal ignoto y concreto en las lejanas costas de los pagodas. Cuesta siete vidas asimilar que todas las voces por sí mismas son generativas, que cada una de ellas construye tanto lo cotidiano como cuanto deba existir de extraordinario e inadmisible. Algunos pretenden tropezar con un mampuesto dorado en lugar de aprender el oficio de los canteros. Una puta locura. Entretanto, Parnaso arriba, en el centro del maremágnum lingüístico, los dioses distraen sus días contándose unos a otros tal vez chistes verdes, rimando consonante o desguazando arquetipos, con mañas de albañil e ínfulas de rétor a un tiempo. Dioses que tienen nombres extrañísimos, Torrente Ballester, Madame d’Aulnoy, Guillermo Carnero, capricho de la tradición y la mitología. Dioses inaprensibles pues no fueron concebidos de sólidas palabras, sino en carne y luego en piedra y por eso resisten con cierta dificultad los continuos Apocalipsis que zarandean las tramas y los versos. Piensan algunos que ahí, escrito entre el hueso y el granito, está el fiat que desencadena la existencia literaria. En tanto las palabras subsistan todos viviremos en la tierra inverniza, dragones feos sumisos al mandamiento: «Huirás de la afasia como de la muerte». Porque sin duda es el olvido del lenguaje el mal que nos relega al polvo, al A4 de nuevo en blanco, a la conjetura cartesiana de que si nadie te lee, no existes. Yo te doto con la más perfecta fealdad, aunque una palabra tuya bastará para sanarme. Verbos de doble filo, diría don Perfecto. Como todos los verbos, sin excepción.

octubre 12, 2024

Pene de tigre

 El affaire empezó mientras Ravel leía a Barnes. Canturreaba una melodía pentatónica, todavía blandita y sin forjar, cuando por la página 42 decidió ir a conocer en persona a madame d’Aulnoy. Desde Montfort cualquier mención de algo que esté más allá de Versalles suena a literatura. Aleluya. Se duchó, perfumó y dandificó en un periquete, saliendo a una tarde glacial de enero de 1691. Volvió de inmediato a por otro abrigo más gordo, porque no quería pillar una pulmonía. El coche de caballos le dejó cuando oscurecía en casa de la marquise de Castelnau, amiga en común, también escritora. Una vez allí observó que la tertulia bullía a pleno rendimiento. Fue recibido por la anfitriona y presentado como «un músico prometedor», dignidad a priori lisonjera que no supo muy bien si debía tomarse a mal, estando a punto, como estaba, de cumplir los treinta. Escorada hacia un rinconcito del salón, sentada en un confidente, reposaba Marie-Catherine d’Aulnoy, cuarentona, pesante y enérgica, contando chismes sobre Carlos II a unas niñas. Ravel saludó a los concurrentes. [Lenclos, Racine, Scudéry]. Departió un rato. [Sablière, Fontenelle, Sévigné]. Gesticuló intentando llamar su atención. [Cornuel, La Bruyère, Montespan]. Y nada. Fue ampliamente ignorado por la escritora, a pesar del esfuerzo. D’Aulnoy, que se había quedado sola, leía un tomo de La Fontaine. En su rostro soñador prorrumpían con total nitidez los desconchones del destierro. Ravel iba a abordarla cuando alguien le pidió que tocase algo de Couperin. Bien sûr, monsieur. A ver si así, pensó, madame me hace caso. Tomó asiento ante el teclado con los ojos clavados en ella, que lo mismo se asomaba a ratos por la ventana, se rascaba el escote o pensaba en asuntos de hadas. Una baronesa no se deja arrastrar con facilidad hasta espectáculos piromusicales improvisados por clavecinistas desconocidos, que una tiene una reputación, cualquier distracción antes de prestar oídos a otro juntateclas. Ravel interpretó un prélude y, al acabar, hubo un silencio de lo más incómodo. Se abalanzó sobre algunas danzas, para tratar de remontar el recital, forlana por aquí, rigodón por allá, las cuales fueron aplaudidas en grado desigual y más bien por compromiso. Demasiado raro, se escuchaba entre susurros, eso no es del organista Couperin, se cree que somos idiotas, qué atrevimiento. La voz de la marquise de Castelnau refrenó la indignación anunciando canapés de oca y a otra cosa. Madame d’Aulnoy, que hasta entonces, como dije, había ignorado fuerte al juntateclas, se fijó por fin en él, debido precisamente al revuelo. No era guapo, aunque sí le resultó armónicamente sugestivo. Acercándose por detrás le dijo al oído: toca usted como si bailara sobre la tumba de Couperin. Tendrá usted que concretar a cuál de los Couperin se refiere, madame d’Aulnoy, dijo el músico dándose la vuelta. Oiga, ya que usted, por lo que veo, me conoce a mí, permítame a mí conocerle a usted. Y le echó, sin más preámbulos, mano al paquete. Maurice Ravel, para servirla, alcanzó a decir él con voz de pito. Tanto gusto. Madame de Castelnau, que era joven pero no tonta, les hizo acompañar con discreción a una alcoba que ella misma había diseñado para favorecer al máximo los placeres de la cama. Alto dosel, unos almohadones enormes, vino champenoise puesto en nieve, mirillas desde la estancia contigua para los curiosos. Confirmamos que París es una gran bola de musgo, sábanas, pelos y abortos. Ravel apenas podía aguantarse el deseo. D’Aulnoy, amante avezada, lo levantó en vilo y lo precipitó encima de la gran cama. Quiero hacerte, declamó, lo que la pluma le hace al papel. Y le arrancó de un tirón los pantalones. Pues yo quiero hacerte, se animó él, lo que hacen el corno inglés y el piano hacia el final del segundo movimiento de mi Concierto en Sol. No fue tan poético como lo de la pluma y el papel, si bien, para compensar, el joven se coló bajo la falda de la baronesa su buen cuarto de hora. Desnudos por fin y en absoluto celo, follaron a la luz de las velas hasta que el día rompió y la marquise de Castelnau les mandó el desayuno a la alcoba. Se portó como un tigre, confesaría horas después madame d’Aulnoy a su joven amiga. ¡Vaya potencia!, exclamó la marquise. Sí, muy potente, ¡y qué espículas! ¿Eso qué es? Espinas, querida, espinitas juguetonas en el glande. Castelnau abrió unos ojos como platos. No había forma de que me la sacara, el tío, dijo con picardía d’Aulnoy; he disfrutado como una gata. Castelnau quiso conocer más detalles. Haremos algo mejor, iremos las dos a su casa, sin avisar, esta noche. Me han asegurado, apuntó Castelnau, entusiasmada por la idea, que le gustan las manzanas fuji. Pues tendrá que conformarse con manzanas autóctonas, rió d’Aulnoy apretándose la pechuga entre las manos. Y a la joven marquise se le hizo la boca agua. 

octubre 05, 2024

Paradojas de Zenón

Íncipit. Los primeros son pasos breves, tanteadores. Introductorios. Tal vez circulares. Existía una idea difusa, seguramente generativa: señalar el contraste entre las fábulas primigenias (ya edulcoradas por Papá Perrault) y las versiones en almíbar posmoderno (oh, buzo de lavabos). Debían ser textos sin pretensiones, simples divertimentos expresivos, dislates simulacro del barroco. Si estilo francés, Pierrot et Colombine; si estilo italiano, maschere di carnavale. Tenía entre manos, pues, un proyecto. Una cantidad creciente de objetos a los que dar forma. Les puse un techo contra el que chocar, un tope necesario. Seréis cien, les dije. ¡Otro hectoedro!, respondieron. Sí, dije rascándome la calva. Pues vaya. Ese proyecto es la tortuga. Una tortuga exponencial que se las pela. Con ella, el cajón de los bocetos, de repente, rebasó la centena. Yo soy Aquiles, mucho más lento componiendo. Cuando alcance las cien entradas, triunfante sobre París, la tortuga estará cruzando Poitiers. Cuando llegue escribiendo a Poitiers, si llego, ella estará tomando el sol en Donibane Lohizune. Las paradojas, las paradojas, las paradojas. Se ha demolido a menudo la narrativa, así que ya es hora de descombrar. En el bosque había una flecha, pero no se movía. Un poco más allá acampaba un ciego que comía uvas de dos en dos mientras tú callabas. Se interponía un totum revolutum de material informe, sometido a altas presiones. La flecha quieta atravesó dicha hojarasca, potaje, puzzle, magma, orgía y se clavó cuánticamente en los dos ojos del ciego a la vez, que como ya estaba ciego de antes, ni lo notó. Anduvo la mitad de la mitad de la mitad del camino que quedaba con la flecha clavada y jamás alcanzó su destino. A veces somos crónica y a veces chisme. Con tanta indeterminación corremos el riesgo de que este caldo en que te atreves a chapotear, como chapotea Homero en su ceguera, se convierta en una recopilación de desconexiones locas sobre asuntos feéricos. No obstante, Ravel, D’Aulnoy, Carnero y yo preferimos llamarlo hiponovela. Creo que ya he usado el término. Una hiponovela rococontemporánea. Una densa resistencia literaria. Una carencia en sí. La tortuga vencerá a Aquiles si, y solo si, el ciego es atravesado por la flecha cuántica. Como siempre, eres tú, el leyente, quien le dará su razón y rumbo. Qué paradoja. Para derrotar a la tortuga hay que pararse, renunciar, comer raíces. No escribir de corrido. Eso nunca. También hay que leer y leer y leer, pero como leen los ciegos: el silencio del viento en los cerezos ateridos, el olor a bizcocho de un mar picado, el roce amarillo de las libélulas azules. Para matar la novela no basta matar la trama, el estilo, los personajes, la propia escritura. Estaría en blanco y seguiría siendo una novela. Que no escuchemos caer el grano de mijo significa precisamente que existe relato. Se necesita de un sacrificio que ni Patroclo ante los muros de Ilión. Un sacrificio que nadie, que sepamos, ha otorgado. Aquiles se pregunta a todas horas por el lugar que ocupa la tortuga, y el lugar se pregunta por qué Aquiles la persigue, y la tortuga se pregunta por el camino más recto hacia Poitiers. Eso es novela. La pregunta, el lugar, la pregunta, el lugar, otra pregunta, una pregunta en un lugar, pregunta, lugar lugar, lugar-pregunta y casi ninguna respuesta. Éxcipit. Los chicos quieren cargarse la literatura, cuando en realidad basta con que la literatura no les arrolle en su carrera. No veo en qué quedará tanta paradoja cuando Aquiles se coma con patatas a la tortuga.

septiembre 28, 2024

Postureo estético

 Debido a la caótica gestación de esta cosa, estoy atendiendo poquísimo al personaje de Carnero. Menos de lo que yo querría. Sé que es importante en la nebulosa trama, aunque aún no ha llegado su momento y, estando como estamos al 70%, puede que nunca llegue. Acabo de convertir a Bartók en un fantasma. Perrault y Ravel son poco más que guiñoles literarios desde el principio. Madame d’Aulnoy, tal vez la figura más íntegra, que ha ido creciendo sin pausa en protagonismo, no llegará a romper. Los demás elementos son secundarios: Gershwin mendicante, Barba Azul y Erzsébet enamorados, los pagodas de vanguardia, el Pulgarcito épico, la guillotina y no recuerdo qué más, paja intelectualoide, cocaína imaginativa, pretextos de escritura. He perdido, es verdad, el punch venecianista que traía de serie con demasiada facilidad, como se pierde un imperio o la cartera. La propia estructura atómica de estas patrañas, una vez desestabilizado el núcleo, exige ir terminando pronto, antes de que colapse el sistema y nos pille debajo. Sospecho que es la sombra de Carnero la que me está tapando el sol. Y es que cada palabra es postureo vacuo, aquí en la página en blanco. Las manchas del papel brillan a la luz de algunas ocurrencias y, sin embargo, Carnero, antaño picajoso, ahora condesciende. Hay que someterlo pronto, me digo, como a los demás. Mi silueta autoral aparece y se recorta a contraluz por el hueco de unos libros robados de un polvoriento anaquel. Pretendo ser un espectro de Brocken, algo que le amilane, pero Carnero, aún vivo, no se llega ni a incomodar, por mucho claroscuro y tiniebla que me arrogue. Examina estas mismas páginas, vivisección, análisis, consecuente diatriba. Carnero espartaco esteticista, Carnero el novisisísimo, Carnero y yo cadáveres sin rumbo y rosas. El gran poeta se impone sobre mi (supuesto) mausoleo de irreverencia y me impide descalabrarle como a los otros muertos. Ha sido un apóstol intocable, versos beatos, en su altísima hornacina. Es muy posible que no sea exigencia externa, sino mero autocontrol. Los hechos probados son que, en esta MI confusa letanía, no se me ha dado potestad para maltratarle, y no sé muy bien por qué. 

septiembre 21, 2024

Para que bailen los osos

 Para que bailen los osos hay que cantar a media voz. Ni muy fuerte ni muy flojo. Si quieres seguir con vida mantente de pie, esgrime tu garganta y elige bien el repertorio. Una vez encomendado al sagrado fantasma de Bartók, ya puedes centrarte por completo en la fiera. Va a ser una lucha de titanes. Desde sus observatorios, los astrónomos te mirarán raro. Eh, atentos a ese idiota, no sabe conmover a las estrellas, pensarán engreídos. Y seguirán con sus longitudes de onda, paralajes y transposiciones, porque nunca se han enfrentado a un oso. Dicta nuestra fe que, paseando por los pueblos valacos, el sagrado fantasma de Bartók se encontraba con ellos a menudo y, en lugar de escapar, los amansaba mediante improvisadas danzas de las que parecen danzarse desde siempre y los osos bailaban. Lo ancestral no tiene que ser ancestral, aunque sí parecerlo a oídos de los osos. La mayoría no quiere estridencias, así que descarta los exabruptos. Tampoco podrás engatusarles con susurros y palabritas de niño bueno. Lo cursi te lo guardas. Un solo zarpazo bastaría, pero no pasará, porque el fantasma te asiste y te acompaña. Hay que sujetar fuerte la línea melódica y no soltarla. Usa contrapuntos prácticos para rellenar los huecos. Nada de armonías prohibitivas. Camina en círculos como si tú también bailaras. Al fin y al cabo los dos sois plantígrados. Gira y el úrsido girará. Intenta huir y no cantarás más. Si el oso se pone a gruñir contigo, no suele ser porque vaya a emprender contra ti una embestida mortal. A veces sus rugidos son simpatía armónica. Llegarás a notar que no solo tu voz provoca aquella fluida cadena de arabescos y pliés, sino que es esa danza animal la que empuja el sonido a tu garganta. Es algo recíproco. El oso te engatusa también a ti. Te dice: abandona el delirio de la astronomía. Tu tesitura es la insuficiencia. Lo entenderás si sobrevives. Entonces, en un temerario silencio de blanca, el fantasma y tú haréis un rápido mohín de burla a las estrellas. Quién las necesita conmover si puedes hacer que bailen los osos. Justo ahí te sentirás tocado por la gracia. Nada que ver con aquello que canturrean los engreídos astrónomos. Seguramente su canto no sea sino ruido de ecuaciones para el cálculo de órbitas. Mucho lerele y poco larala. Tú haces bailar a los osos, ojo. Esa es la auténtica magia. Lo otro es presunción, nadie ha nacido que pueda conmover a las estrellas. Podría parecer que algunos lo hacen, pero no. Bartók lo sabe y ahora tú también. Tienen suerte los astrónomos de no salir nunca de sus observatorios y no cruzarse con un oso. Serían incapaces de hacerlo bailar y el oso los haría, en un santiamén, polvo de estrellas. Hacia el final del baile, llegado el momento, el oso se dará la vuelta y no volverá a girarse. Se marchará feliz y nadie podrá quitarle lo bailado. Es posible que te recuerde, o quizá no. Tú harás exactamente lo mismo. Comerás raíces, beberás en arroyos, dormirás bajo cornisas. Y el día menos pensado te encontrarás de frente con otro oso y, con ayuda del sagrado fantasma de Bartók, le harás bailar. 

septiembre 14, 2024

Poema 7

Hay 7 partituras manchadas de sangre en tu tumba. Hay 7 versos recordando, los engranajes edulcoran, y parece un tiempo menos malo. Hay un sacrificio hueco cuando me despierto [a la hora que sea], un montón de intentos contra el cristal. Las victorias son humillantes e insignificantes: una puerta gatera que rechina. Un timo en la cultura, dense todas por aludidas. Enajeno. Surco mi cráneo con los dedos y sin sentido alguno. Nos quedan un millar de cigarrillos por fumar y la piel arde fácil. Hay 7 cosas malas para rezar. Y está bien así.

septiembre 13, 2024

LA CAJA DE HERRAMIENTAS

Ya no le tengo miedo.


MAGIA Y ANARQUÍA [2024].

 

CICATRICES

Estas dos, y me señalo a los ojos, son de no dormir [...] de buscarte en lo oscuro del techo y de encontrar, cuando el gallo Montenegro canta, un mundo como el mío: donde vivir todo el tiempo, donde olvidar, donde soñar que sueño y ser un dios otra vez.

Estas otras, que ni siquiera he contado, son de buscar inspiración [otro patético intento de hacerme el interesante], de rezarle al ángel caído que reniega también de Lucifer; su trono es ocupado en soledad, sin súbditos, sin política, sin alteridad, pero como sabe más que los demás, él si tiene

Tengo alguna más en nombre del alcohol, un homenaje a la salida de emergencias, para cobardes dolientes, por la puerta de atrás y del fondo a la derecha. A la violencia del intoxicado, al que lucha solo.

La última que no me deja dormir, que me obliga a emprender estupideces, que me oculta ese miedo en medio de la batalla del que habla el resto, que intoxica en dulce y amargo como la cocaína mi triste e inexistente obra...

Estas dos, y me señalo a los ojos, son de no dormir, de buscarte en lo oscuro del techo, y de encontrar por la mañana un mundo como el mío donde vivir. Las que nunca he contado son las de hacer las cosas porque sí, sin pedir permiso al resto y sin dar más razones...

[Cómete todos mis puntos suspensivos, trozo de mierda]

Una la oculté con un reloj de pulsera en perfecto funcionamiento, y brotó de la soledad, era mi particular intento [nada original] de decirle al mundo que le sobraba. Os sobro. Me valemadre, hijos de la gran puta. Acabó con un cuchillo en mi cuarto que olía mucho a vegetales y poco a sangre. Dejarlo todo a medias.

septiembre 09, 2024

EL NIDO ENERGÉTICO

EL NIDO ENERGÉTICO es un espacio mental en el que el lavavajillas escalona sus luces rojas en un reflejo para transmutarse en altar, el LOCO se levanta y dibuja en los azulejos blancos un árbol verdirrojo con Dios en la copa, y Satán en las raíces, como es arriba es abajo.

Sobreviene una erección grabando en memoria-humana una recarga chacrática; asistimos como público a la magia de los aficionados. Alguien arranca una rama dorada que termina sirviendo de combustible en el hogar de fuego, podemos vernos. 

Llénalo todo de punk industrial y citas de ensayos de Silvia Federici en bocas de falses aliades. Llénalo todo de anarco-teología y techno ruso. Llénalo. El mundo liminal entre la esquizofrenia y la iluminación, ambas parecen algo, pero no son nada. Aprender una terminología que caduca antes de afianzarse dentro. Aprender unos códigos y observar las lindes del CANAL. Esta es mi piel, llénala de pinchazos. Deltoides, brazo, nalgas y entre los dedos del pie izquierdo. Año 2009, Mark Fisher se ahorca; su proceso de asfixia durará ocho años. Yo hago lo propio, comienzo a escribir narrativa. Nick Land termina de escribir The Shanghai World Expo Guide 2010, ¿dónde está la droga dura? ¿Dónde está el manifiesto aceleracionista? Dónde está La Gran Novela Americana escrita extra-muros de EEUU. 

EL NIDO ENERGÉTICO es un espacio liminal y mental incómodo y cálido. Nada bueno puede salir de allí. Nada útil. Nada que llame a sus iguales para estar juntos por siempre jamás. 

No.

MAGIA Y ANARQUÍA (2024). 



septiembre 07, 2024

Planteamiento, nudo, desenlace

 La ventana está abierta. Con el viento, las velas se han apagado. Papá Perrault lambucea ansioso la escudilla de callos de Caen que se acaba de zampar, para que su ama de llaves se ahorre el friegue del cacharro. Durante el refrigerio, la cosa cambia. Antes no había manera de subvertir el curso normal de la narración y mira ahora, todo patas arriba. Hay un lobo vomitando, un ogro simpático y un gatazo señorial anunciando en instagram una marca de zapatos caros, cada uno escrito en su papel y cada papel revoloteando por la cámara. No está mal como tablero de dirección. Papá Perrault se calza el pijama para la siesta. El ama de llaves vendrá después a darle friegas por todo el cuerpo para que el dolor de aire le baje a los pies. Escribe desde las primeras luces, vaya usted a saber el qué. A veces confunde el cristal con las pieles de ardilla. Nada raro. Oscurecerá pronto sobre Santa Genoveva. Han llamado a la puerta. Dos golpes de albada, uno, silencio. No son horas. París sabe que Perrault escribe de mañanas. ¿O era por las noches? Ravel sube ligero las empinadas escaleras. Buenos días, viejo, ¿cómo estás hoy? Hambriento, y también arrugado. Vivo, por lo tanto. No, vivo solo de momento. El desenlace habitual, también te digo. Pues no te creas, que los hay inmortales. El ama de llaves entra en la estancia, le baja los calzones a Perrault hasta medio muslo y se encarama, poniéndole las tetas en la cara. Son más de cuarenta años de friegas infalibles. La guardiana y el maestro, o algo así. Mientras tanto, continúa la charla. Debes ordenar la narración, viejo, asegura Ravel, no se entiende nada. El músico levanta la mano y coge una cuartilla demostrativa al vuelo. ¿Para qué?, contesta Perrault, si el lector ha muerto, tan tranquilo, en su cama. Escribimos para nadie. Exageras, Charles, responde Ravel, siempre hay generaciones nuevas, público valiente. El tiempo juega a nuestro favor mientras sigamos vivos. Pero Papá Perrault no está muy convencido de seguir vivo. La tuya parece una teoría de mierda, Maurice. Y en esas están cuando el ama de llaves trae el rancho: callos de Caen, sus preferidos. Amanece y ya no corre el viento. ¿Te quedarás a cenar, verdad? Con mucho gusto, viejo. Y entonces, mágicamente, los papeles voladores se desmoronan hasta el suelo.

agosto 31, 2024

¿Por qué no nos basta con los libros?

 Conozco tres o cuatro personas, ya granadas, que viven en un galaxia muy, muy lejana. Otras seis enganchadas a Tolkien y un par más a Lovecraft. De ahí no les sacas. La prima de mi madre no ha despegado la oreja del pop de los 70 y mi tío Carlos, que ya le vale, concentra en Pajares y Esteso sus aproximaciones al cine español. Zonas de confort, herederas de las cavernas. Mi primo Enrique, de joven, quería ser pintor de decorados. Un día visitó una expo de Cezanne en el Thyssen y se convirtió al postcubismo confitado, con medallita francesa y galería monográfica. Yo mismo, para no mentirme, quedé prendado de La saga/fuga y sigo en mis trece. Una catedral que ni la de Villasanta. Tal vez, inconsciente de mí, me obsesione imitarla más de lo que me permito admitir, aunque fuese una miserable bóveda, sin lograrlo. Todo esto viene porque a Julian Barnes no le valía con los libros de Flaubert. Tenía que encontrar al loro. Efectivamente, no basta con los libros. Hay que consumir oxígeno, agua, proteínas, y quizá algodón, eso como mínimo. El kit del buen ser vivo, palpable y concreto. A partir de aquí, las pirámides divergen. Maslow es solo una opinión. Herzberg otra. Hay quien necesita sexo y familia, drogas y recogimiento, éxito y martirio. Pero este es otro tema. Hablábamos de obsesiones estéticas, resistencia al cambio y monotonía cultural. Aquella mañana, con las primeras luces, Ang Lee se acercó al lago mucho antes que cualquier otro miembro del equipo de rodaje. Tenía algo que meditar sobre Dios, los mitos y la epistemología. Miró el croma de fondo como si mirase al horizonte y pensó que el guion ninguneaba de forma flagrante el pacto ficcional divino, aquello que otros han llamado la fe, como si fuese el de un vulgar cuento de hadas, lo cual iba a debilitar la sólida estructura del film y lastrar al héroe tangible que revela, casi al final del metraje, que todo lo mágico vivido solo estaba en su puta cabeza. Ang Lee escuchó rugir a Richard Parker, cerca, en su jaula. Supuso que el gran felino, omnisciente, estaba 100% de acuerdo en lo de buscar al loro, aunque era ya muy tarde para plantear cambios a la productora.

agosto 27, 2024

un comentario post-Fisher

Conectar el malestar con la causa del mismo es fácil. O debiera serlo. Un chaval me dijo una vez que el capitalismo no había satisfecho sus inquietudes espirituales. ¿Una puerta de salida/entrada desde lo actual hacia el futuro? Nostalgia de un lugar mejor que no llega a materializarse. Un chaval me dijo, me dijo que [...].

Tengo algo entre manos ¿Tengo o tenemos? Un hombre puede hacer el trabajo de la sociedad, ¿puede? Llevo unas lupas naranjas para poder ver ¿Cuál ha sido tu daño? ¿De qué manera te ha aplastado el sistema? ¿Una esquizofrenia paranoide quizás? Puede, seguro que sí. 

 

extracto. 

agosto 24, 2024

Pierre Menard, autor de (autocompletar)

 Supongamos que Papá Perrault escribe Anna Karenina doscientos años antes que Tolstoi. Se cree por un rato Pierre Menard y el arquetipo de la adultera reaparece como una premonición tiznado de cenizas, amontonado de ruecas y tocado de pelucas. Nadie discutirá su total modernidad, hito inexplicable como Shakespeare, más milagrosa que la original. Perrault redactó además algunos finales de las novelas de Steinbeck, los nueve cuentos de Salinger, varios poemas de Apollinaire al azar y un nutrido tomo con ensayos de Borges previos a 1939. A Ravel, por la parte que le toca, le pasó algo parecido. Compuso Tavener, Pärt y Górecki con décadas de antelación, porque, total, no hay ruinas musicales. Durante el proceso se alimentó exclusivamente con manzanas fuji mientras volvía a creer de nuevo en dios, doblegaba sus grandes orquestaciones al mínimo y se acordaba de sus amigos muertos en la Grande Guerre. Este laberinto de música y letra consigue que todos puedan escribirse unos a otros sin ton ni son en una orgía que multiplica hasta la náusea el trabajo de melómanos y lectores, míranos con qué cara de póker. No es plagio, no es reescritura, ni homenaje, ni parodia. Cuando Perrault escribe “Pitié pour nous qui combattons toujours aux frontières / de l’illimité et de l’avenir, / pitié pour nos erreurs, pitié pour nos péchés.” no está ensalzando con falsa modestia la titánica tarea estética de las Vanguardias, sino disculpando sinceramente su desconocimiento del futuro —sus dilatadas bifurcaciones literarias— al afrontar la menardización de la lírica surrealista. Cuando Garcilaso encara a Carnero no compone desde la flema preciosista del novísimo, sino que la trastoca en parva comunión con la Naturaleza. Cuando Beethoven hace frente a un cuarteto de Bartók no encontramos rastro de desfiguración folclórica, sino una partitura con un claro síndrome de burnout. Desde estos presupuestos, la cosa se puede complicar bastante al trascender las combinaciones binarias mediante otras ternarias y cuaternarias. Somos Tolstoi siendo Perrault siendo Menard siendo Ravel siendo nosotros, puestos hasta las cejas en abismo. Plano, maqueta y teresacto. También tú, sí, tú, que me lees desde el triclinio o desde el i-sofá, a mí o a cualquiera que haya escrito esto, palabra por palabra y línea por línea, infinitas veces. ¿Por qué no lo inventas de nuevo, erre que erre, con tu lectura generativa?

agosto 17, 2024

Pipeto, el monito robado

 Los monos roban. Es innato. Roban libros. Luego se disculpan, como Pinochos con pelo. Se disculpan más que las personas, que roban libros y nunca los devuelven y mienten si se les pregunta. Nadie dijo que la evolución fuera en la dirección correcta. La vida es el objetivo, no ser más guapo, ni más leído, ni más bueno. Los seres humanos somos una involución y Collodi lo sabía, y si no lo sabía se hizo el sueco. Aquellos personajes casi humanos son un espejo convexo en el que nunca deberíamos mirarnos sin comprender de antemano que lo que veremos no es deformidad, sino inconsistencia. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa.

agosto 10, 2024

Poitiers bien vale una misa

 Madame d’Aulnoy está que se sube por las paredes. Ya sabéis la mala hostia que gasta. Si todo sigue así Papá Perrault va a comerle la tostada. Es un ciudadano negligente, refunfuña, es un cerdo misógino, un pésimo escritor. Ella, por el contrario, escribe como los ángeles. Combina mejor los tropos y desarrolla con absoluta exuberancia su vívida imaginación. Lo dicen todos los críticos. Los que saben. Es-una-diosa-de-las-letras. Su Venus de Willendorf. La reina de las hadas. Debería bastar para prevalecer. A su pesar, no obstante, es la fama del parisino la que crece con el paso de las décadas, mientras ella cae en el olvido. Eso la encabrona máximo. La relega al papel de eterna aspirante, como Louis de Bourbon. Oh, Charlie, ganso seboso, qué habrán visto los lectores en ti, con tanta moralina estúpida, tanto desorden argumental y esa fijación pomposa por aleccionar a las mujeres. Oh, reyezuelo cuentista. D’Aulnoy le odia a muerte. No lo puede evitar. Ni quiere, porque es un simple. Un corazón simple incapacitado para gobernar la sofisticación. No vamos a descubrir ahora a nadie que por sistema las escritoras han sido sepultadas en su quehacer diario bajo prohibiciones ridículas y deberes ajenos a la escritura. Las que milagrosamente han conseguido salvar estos escollos en vida y plasmar de algún modo su relevancia han sido tapiadas para la posteridad, como Bathory por un tribunal de siglos, preservadas de la luz del Parnaso como princesas cierva, asediadas cual monarca hugonote por despiadados católicos de la amnesia. Que Papá Perrault es hombre y D’Aulnoy no lo es, ¿queda claro? Así se alimenta el sencillo mecanismo de la exclusión de género. Así se derroca a las mujeres. Mais c’est fini, escupe. Hoy, aquí ante nosotros, reclama su legítimo derecho al trono feérico porque el barroco es ella, señores, y da un puñetazo en su escritorio, ELLA, Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, Baronesa d’Aulnoy. El refinamiento general, la estridencia absoluta, la siempre acertada selección de cada exceso. Y no solo ella, sino TODAS, las cuentistas, las fabuladoras, las novelistas, que son más. Muchas más que ellos. Madame de La Force, Madame de Murat, la Marquesa d’Aulneuil, Madmoiselle L’Héritier, Lubert, Lintot, Villeneuve, Leprince de Beaumont, Fagnan… Apenas recordadas en Francia aunque perduren en todo el mundo sus invenciones, versiones y rescates como excelsas obras anónimas. Hermanas, ha llegando el momento de vindicar con lo escrito vuestro lugar en el recuerdo colectivo. Paris bien vale una misa. Y si no es Paris será Poitiers, Pekín o Pernambuco. Aceptad la corona sin remilgos ni complejos, sin atisbo de impostura. Vosotras sois las que sois. Reinas de las hadas. Descalzaos los demás, que pisáis suelo sagrado. 

agosto 03, 2024

Pezuña de camello

  Sherezade se quedará aún un rato despierta, una vez alejada del sultán. Recostada en su otro lecho, leerá algo de Houellebecq, dispuesta a mantener el pescuezo intacto cueste lo que cueste. A mi pésima edición de Las mil y una noches le faltan páginas. Un error de encuadernación. Así que poco o nada sé de ungulados. ¿En qué estarían pensando los operarios de la imprenta? A saber. Las leí, incompletas, hace 20 años y llevo queriendo ahorrar desde entonces para acceder a una edición digna. Son caras, las noches, pero salían un montón de camellos, eso seguro. En Moby Dick salen ballenas, ¿no? Obvio. Me aburren, en general, las cosas sin pezuñas. Las ballenas aún tienen dedos, pero en el mar, como que se usaban menos. La evolución conserva todas las páginas. Penungulados de Kipling. Perisodáctilos de McCarthy. Bóvidos de granja. El cuerpo me pide taxonomía, como a Melville. Resulta que hay más especies de ungulados que quesos en Francia. ¿Da o no da para paja? Mis favoritos, por favor, los de uñas pares. Rodolfo el reno. El búfalo de Bill. Peppa Pig y la vaca Lola. Hasta Flipper con Willy liberada. Una gran fondue evolutiva de pelambre, glándulas odoríferas y dedos vestigiales. Las mil y una noches del fanerozoico. En este marco narrativo quisiera desarrollar brevemente mis pequeñas subhistorias de camellos. Como la de aquel que vendió una joroba para pagarse el aumento de la otra, o la de aquel que cruzó el desierto, desde Baréin hasta Beirut, a la pata coja, o la de aquel otro que bailaba claqué sobre cadáveres enemigos cuando terminaba la batalla. Tal vez Sherezade sueñe estrategias que incluyan pezuñas de camello o tal vez arranque algunas páginas del Sumisión, pero lo innegable es que está dispuesta a mantener el pescuezo intacto cuente lo que cuente. 

julio 27, 2024

Princesa idumea

 Nos, Antipas, tetrarca de Galilea, dimitimos de nuestros cargos, repudiamos a nuestra mujer y nos fugamos con Salomé, hijastra, sobrina y medio nieta, a tierras del Barada. El amor, como la muerte, no tiene edad, ni discierne la sangre una vez derramada por Cupido. Aún recuerdo la cabeza sin cuerpo del profeta, una cabeza hermosa, como todas cuando son recién cortadas, hermosa la del rey Luis, hermosa la de Weidmann. Una azotea heráldica de precursor divino, digna de estar en un museo de cholas, compadre. Le hicimos todo tipo de preguntas durante años como quien consulta a las pitonisas de la tele, reímos por su deforme silencio, sus párpados de celofán y su lengua asomando. Aquella noche, en Maqueronte, la espada del verdugo no entregó piltrafas de augur. Por fin Nos lo comprendemos. Lo que recibimos fue a Salomé en bandeja de plata. Desde entonces, Nos, que somos lo opuesto a aquel charlatán decapitado, su espejo infame, que hemos cometido por igual crímenes contra la moral de dioses y de hombres, perdimos la cabeza por ese cuerpo de diosa. Qué perreo, oye. Qué gym. Los celos de Herodías iban en aumento. Razones tenía. Llegamos a temer por la vida de la muchacha. La mirábamos con descaro, desde el borde del delirio. La abordábamos a solas con galanterías y regalos: un vestidito de Hermès, unas botas de Jimmy Choo, la mollera de algún rebelde esenio. Mantuvimos la nuestra en su sitio de milagro, solo sujeta por el ansia de comer coño de princesa idumea, por la codicia de encajar entre sus muslos, blancos como la gata, la cierva y la tórtola. Oh, Salomé, que Oscar Wilde te guarde lo que no te guardó Flaubert. ¿Acaso deben importar a un rey más leyes de las que dicta el deseo? Ya la liamos gordísima con Herodías, su madre, también hija y esposa de mis hermanos, y no se acabó el mundo. Viajamos durante años con ella por el valle de los placeres prohibidos a los hombres corrientes. ¿Por qué no hacerlo de nuevo? Más viejo pero ansiosamente vivo, follaremos con Salomé todas las noches en un discreto loft de Damasco, sometido por fin a su tortura deliciosa. Dirán de Nos que fuimos desterrado a España por el rabioso Calígula, porque así dispusimos que constara en los anales, sobornando con oro a cronistas romanos. Acabaremos sin embargo nuestros días anegado de vino, montando a Salomé mientras el body aguante y esperando que nos eche la buenaventura de tanto en tanto el melón podrido e hipnótico del bautista, que atrozmente aún conservamos en un frasco de formol. Apiádense los dioses de Nos, Antipas, tetrarca de Galilea. 

julio 22, 2024

nadie supo hacerlo mejor

 Nadie supo hacerlo mejor, prensar la especia [fuerza de hombre, fuerza de niño y fuerza de bebé]. Surgir entre lo recurrente como una nueva respuesta que fulmina lo anterior. No hay nada nuevo bajo este sol, faltan gases protectores y recursos poéticos no trillados. El recuerdo de lo que se está cayendo, lo hace despacio, la arenilla es un suspiro en este desastre universal. Todo se acaba aparentemente. Prendo un cigarrillo y les dejo entrar; hay veces que no se trata de expulsar sino de aceptar la crudeza que empuja. Descubrir la luna y las alimañas nocturnas, descubrir el hogar de piedra y la hoguera y la hoz y los ramajos secos: anudas cáñamo para tener una escoba en medio de la jungla. Seres blancos, europeos, que vienen a la selva y nos dicen que nuestra cultura depende del daño de la medicina. Maniatan al hombre código y nos embuten con palabras impresas en libros de hombres europeos y hombres bancos que nunca, nunca, han pisado la jungla. Nadie supo hacerlo mejor. He hecho este reportaje fotográfico y no he tomado la medicina porque es maligna: extiende puentes malignos de el "mundo es así". Una terrible enfermedad que llamamos "no son como nosotros" y "tenemos que enseñarles a ser como nosotros" con nuestros libros de hombres europeos que nunca estuvieron en la jungla. Creed en lo que os digo, nadie vive, ningún ahogado, en el fondo del río. No hay ciudades sumergidas para la gente que se llevó el río, ese mismo que parte en dos, aquí, la jungla. No hay. No. Y lo sabemos porque los libros de los hombres europeos que han vivido lejos de aquí no mencionan esa posibilidad. Vuestra cosmovisión es un daño producido por vuestra mezcla de lianas y plantas y raíces que os vuelven unos alucinados. ¿No veis que en los libros de los hombres europeos no se comenta nada del río ni de los ahogados ni de las plantas ni de su verdad? Llevadle libros a esos pobres dementes de la jungla, necesitan una guía infalible para percibir el cosmos. Ayudadles, por favor. Los libros y la medicina.  

julio 20, 2024

¿Para qué quieres ser un Ravel de segunda si puedes ser un Gershwin de primera?

 La ficción es una catarata. Pon uno o dos ingredientes reales en una acción plausible y tendrás tu pequeño Niágara. Luego repítelo in æternum con un Saltito del Ángel o unas coquetas Victoria. Llámalo ultraficción. Atentos. Nueva York, marzo de 1928. En una fiesta se conocen Maurice Ravel y George Gershwin. El viejo maestro francés quiere empaparse de la frescura American Falls del jazz neoyorkino, que era una música tan reciente y diametral que parecía imposible que hubiese nacido ella sola. El joven genio de Broadway, por su parte, está como loco por conseguir que alguna celebridad europea le imparta clases Gavarnie de armonía y contrapunto. Tocan juntos, se emborrachan juntos y en una de esas Gershwin le pide a Ravel some lessons, master. Hasta aquí la historia, la realidad, lo que corroboran los testigos, todo aquello que jamás te debe estropear una buena leyenda. La ultraficción se activa y es exuberante. Nos vende que Ravel rechazó la oferta del siguiente modo: ¿para qué quieres ser un Ravel de segunda si puedes ser un Gershwin de primera? Épico al máximo, tú, pero falso. Una declaración evidentemente apócrifa. El francés nunca respondió en esos términos. La anfitriona, Eva Gauthier, mezzo, asegura que Ravel juzgaba que las rigideces europeas desbaratarían el descaro americano del amigo Gershwin y que no pensaba ser el ejecutor de tamaña desgracia. Luego siguieron cantando The man I love y bebiendo Tom Collins hasta el amanecer. Por lo que sea, Gershwin arrastró durante su corta vida la obsesión insana de querer secarse en el desierto de la tradición veteromundista. Hubo otros desencuentros. El coche de Gershwin recoge a Stravinsky en la Sala Pleyel para ir a otra fiesta. De nuevo protagonistas reales y escena verosímil. Se conocen desde hace semanas y, por el carácter de ambos, podría decirse que ya son amigos. Gershwin se lanza y le pide ser su alumno como quien le declara amor eterno. El chófer revelaría después que Stravinsky rechazó prosaicamente la oferta, aunque para el mito ultra, la conversación transcurrió tal que así: ¿Querría usted darme clases? Antes de responder a eso, George, quiero saber cuánto gana usted en Broadway. Gané 200.000 dólares Horseshoe el año pasado, master, confesó Gershwin. Pues entonces, sentenció el autor de Petrushka, soy yo el que debería aprender de usted. Tercer incidente. Arnold Schönberg se ha ido a vivir a Los Ángeles huyendo del nazismo. Gershwin también, porque ha empezado a trabajar en Hollywood, tentado por las mieles del nuevo cine sonoro. Gershwin pide clases. El vienés le dice que no, pero que si le apetece pueden jugar al tenis. Skógafoss. Cuarto intento. Se cruzó una noche con Rachmaninov al salir de Carnegie Hall y le pidió algún consejo sobre digitación clásica. ¿Ves estas manos?, contestó Rachmaninov enfadado: pues te las comes. Y así, poco a poco, puedes ir metiendo en tu ultraficción las Iguazú que quieras. Quinto acto. Gershwin visita a Dvórak en el Conservatorio Nacional de América, calle 25 Oeste. Es puntualmente rechazado. Toma seis. Gershwin intenta convencer a Bartók en su modesto apartamento de la calle 57. Llega tarde. Ditta, su viuda, le informa que acaba de morir de leucemia. Capítulo siete. Gershwin pide ayuda a Boulanger, Glazunov, Ibert, Ginestera, Milhaud, Piazzola, Martinu, Tailleferre, incluso a Bertold Brecht, que pasaba por allí. Uno por uno se la fueron negando. Al final, como guinda, añades un último aparato ultra. Un epílogo sin esperanza como por ejemplo Gershwin probó suerte a la desesperada con Hans Zimmer, que no podía decirle que no, coño, él era el gran Gershwin, ¡nadie del siglo XXI dice que no al puto gran Gershwin! Era un caluroso día de julio en Beverly Hills. A Gershwin le dolía la cabeza. Hola, Hans. Hola, George. Quería pedirte que me dieras alguna clase Yosemite Falls de armonía. Ah, muy bien, será un honor, ¿cuándo quieres empezar, George? Mañana mismo, Hans, si te parece. Uf, mañana es sábado, George, los sábados toco el teclado con unos amigos españoles. Oh, vaya. A partir del lunes, sin problema. Vale, Hans, perfecto. Muy bien, George. El lunes 12. Sí, lunes 12, nos vemos aquí, hacia las nueve. ¿Yosemite Falls, eh? Claro, claro, Yosemite. Adiós, Hans. Adiós, George. 

julio 18, 2024

by Raúl Sánchez

 

Metástasis con centro en crujiente cereal, cáncer de boca, bocetos en colores ocres colgados y por el suelo, los restos de una pelea de bar en una sóla losa. Restos de papelillos de carnaval, un par de barriles de estramonio completamente secos, tiras de piel de plátano a medio liar junto con una cucharilla en la que se ha hervido algo de nuez moscada, restos de nexus en la tapa del CD, micro-dosis de LSD en papel secante troquelado con diseño de cómic, toda una juventud que se vomita en el tigre de un bareto, peleas, peleas que se `pierden en el parking de la disco, todos los ancestros de un punki son muchos ancestros. Papel celo y cinta americana, tijeras y cola, algunos bolis, lápices y rotuladores y marcadores, viejos libros de poemas rescatados de la basura para carne en lámina de collage, poemas manuscritos en viejas máquinas de escribir, enumeraciones, enumeraciones, y los restos del naufragio de un miércoles. No hay fanta. El limón hirviendo en el fondo de la garganta junto con tendones mandibulares que se deshacen en ácido; la ansiedad me devoró la carne, perdí 27 kilos y gran parte de mi masa. Cuando hablo del mal, la gente sabe que ni miento que ni invento, saben que lo digo en serio, cuando hablo del mal la gente se calla porque saben que soy honesto; que puedo serlo.


... y dónde queda la piel, oquedades llenas de terminaciones nerviosas, lame, lame, lame esas tetas, los pezones, un escroto. Tantos cuerpos confusos de continuar en la costilla del amante, lame, lame, lame ese cuello. Toca, toca, mete los dedos y muévelos dentro.


Dónde queda la polla y dónde queda el cerebro. El centellear electro-químico entre neuronas funcionales. Un torpe flagelo que descarga el electrón al disparo de la NADA. La muerte de lo que podría haber sido un acto o un olor, perfectamente. La muerte de lo que podría haber sido la fe, la extirpación de un millar de comienzos, el rezo, el rezo y el reo. Recuerdos que caen como en un pozo de brea, despacio y absoluto, yo soy Elvis, yo soy Elvis. Yo soy la estrella de rock rodeado de viejos indecentes. Creemos que saldrá de aquí mejor, Doctor, tome sus pastillas. Comprimidos blancos con sabor a muerte retrasada, comprimidos amarillos para la pena, comprimidos blanqui-rojos y capsulas moradas para la sed del alma. Prescolar y ouijas mal cerradas; hay algo aquí dentro, hay algo aquí dentro... conmigo, en el surco de lo acontecido y fracturado, en la herida permanente de despertarse cada mañana. Hay un cadáver dentro de mi ropa y no puedo sacarlo. Hay un muerto en mi lugar, hay un aparecido cuando doblo una esquina del pasillo. Enciendo el leño y sigo manejando la antigua locomotora,las coordenadas son un pueblo pesquero, en la ruina, hay caballo en circulación y hace mucho que no importa nada. La escritura. Los restos pegajosos en la taza de café. Hay una gota que ahora mismo se está evaporando sobre la alfombra. ¿Hay una alfombra? Los pies descalzos y llenos de tizne. El polvo que alguien trajo del camino, el retroceder en cada huella de arenilla y basuras. La continua reinvención del YO a través de los delirios de grandeza, la copa del árbol que arde y habla la lengua de enoch, ser hijo, padre y espíritu una y otra y otra y otra vez en el huerto, orando y huyendo de la muerte. Padre, por qué estoy en tus planes como carnaza. Padre, el hijo muerto se eleva sobre sus cabezas. Padre, mira esta herida, esta laceración, mira y contempla la prueba de amor por ellos sobre mi piel. Cristo dudando es lo más cerca que estará el hombre de ese dios. Te comes un pajarito que es el mismo Dios, y todo se apaga. Valga el homenaje. Valga el plagio voluntario y el querer hacer propias palabras ajenas porque también encajan dentro de uno. Eso sea lo que sea. El error induce al pez a aplastar la cara contra el cristal. Esta vez no, muchacho. No.


Acantilados, aves y vida marina que parece el génesis. Meteoros que cruzan el cielo señalando cada nuevo mesías recién nacido. 187 trompetas, 500 hombres, la santidad y la guerra a continuación, lo bendito y la muerte

julio 13, 2024

Peor que una flauta

 De paseo por Austria-Hungría, se respira música. Los camiones en las autovías suenan a Strauss hijo. No exagero. Se escuchan polkas a cada claxon. Trish trash. En el Burggarten, junto a la Ópera, las tórtolas graznan como el clarinete jazzy de la Pastoral. Parecen bailar sobre la hierba cortada de la mañana. Un bebé llora armónicamente en su carrito por la calle Nußdorfer, llanto que suena sin remedio a Winterreise. Así todo el rato. Cerca de San Esteban se intuyen los cánticos de los fantasmas de las niñas del Blutgasse, afinados con tijeras y largas agujas de tejer. Pared con pared, un acordeonista callejero destroza algún valsecito sin amo, muy cerca de la casa en que vivió Mozart. ¿Qué suena peor que una flauta? Dos flautas. Flotando en este caldo sonoro no encontraréis melindres francesas, Chloes, Siringas, poemitas de Ronsard. Solo masonería compacta, Wie Stark ist nicht dein Zauberton, rondós marciales de Doppler y una cadencia nunca escrita por Haydn al final de cada movimiento del concierto en D-dur. La narrativa musical germana, siempre vertical y masculina. ¡Las tramoyas no cantan conmigo!, protestó Fischer-Dieskau en mitad de un ensayo del Wozzeck. Le parecía que no habían previsto suficiente sangre sobre el cartón-piedra del decorado. Se comió sin rechistar la bronca de Karl Böhm, por impertinente, pero dio a los de producción una buena excusa para solucionar el superávit de flautas.

julio 06, 2024

Penrose

 No sé si a estas alturas quedarán dudas. Debajo de cada libro hay otro libro. Las cebollas, los puerros, las chalotas, las cebollitas de Cambray tiene capas y dentro un corazón como los alcauciles, los relojes y los internos del manicomio. La travesía ontológica de aquel Heinrich von Ofterdingen tardosurrealista, grávido allá, pero definitivamente cuántico acá, es la misma búsqueda de sangre de Erzsébet Báthory a través del prisma ultralírico de Valentine Penrose. Se masca, de nuevo, la tortura. Nos hemos ganado la potestad de poner a girar en la rueda un buen puñado de ideas, como vírgenes desmembradas, mientras alguien, tú mismo que lees, se tumba debajo a embadurnarse con sus humores y su mierda. No sabemos cierto si en el encierro final la condesa fue asistida por la cour d’amours de un pájaro azul o si vislumbró alucinada un colorido loro de luz como Fèlicité. Aún así, la investigación de Penrose es exhaustiva hasta dejar a la vista una red de obvias craqueladuras, grietas y desconchados. Durante los años del terror, la alimaña de Csejthe estucó sin descanso las paredes, suelos y techos de su leyenda como un alarife aplicado, diríase que con buen talante y entusiasmo, secundada por un poder que rebasa los privilegios de la nobleza feudal para adentrarse en jurisdicciones sobrenaturales. El Maligno. Nosferatu. Belcebú. El pacto habitual. Vayan llamando a otro exorcista, que Sidonay va tirándolos al río. Con su grimorio, Penrose picotea en el revoque fabuloso y nos deja un buen montón de cascotes y un par de corros de brujas con vísceras humanas. Nosotros, espectadores inexpugnables sobre nuestra atalaya, mitad primer mundo, mitad tercer milenio, paladeamos por igual el olor ferroso de las pétreas mazmorras y el etéreo proceder de la taumaturgia. Lo bello. Lo sublime. Lo pintoresco. Hacia el final, no obstante, solo queda la sensación de fracaso. Otro fracaso. Todo quisque en la vieja Hungría sabía de los apetitos y desmanes de la Báthory y, sin embargo, tardaron como tres décadas en emparedarla. Si pusiéramos en fila los cadáveres de las niñas, a metro y medio por niña, podríamos dibujar la línea de costa de la Liberty Island o vadear el Miño en A Guarda de espinazo en espinazo. Cualquier narratólogo de poca monta hallará sin esfuerzo trazas de Psique vengándose de sus hermanas, vestigios de un Barba Azul desquiciado, huella de las ogresas comeniñas que poblaban los bosques de los Cárpatos. La ficción siempre deformó la realidad porque la realidad sin deformar era insoportable. Después fue meridianamente sencillo realizar el camino inverso y aliñar los cuentos clásicos con las múltiples fechorías, ahora sí bien documentadas, que la gente de abolengo nos ha ido regalando a través de los siglos. Así, los vampiros se convirtieron en aristócratas preclaros. Las madrastras fueron progenitoras ilustres, pero adictas y negligentes. Los gigantes sacudieron la tierra desde sus despachos y avaricias de magnate. Los héroes feroces de ayer, última defensa, se fueron volviendo cada día más cotidianos y más inútiles. Remakes, retelling, adaptaciones, novelización, inspiraciones lejanas. Hoy la realidad oculta la ficción porque es la propia ficción lo que se nos está volviendo insoportable. La clarificación de Penrose resulta ser, paradójicamente, un ejercicio frustrante, si somos capaces de proyectar por un momento aquella Edad Media en la nuestra. ¿Cuántas niñas son enviadas en este momento a Csejthe a servir a la condesa en su matadero? Aquí, en Shanghai, en Monrovia, en Poitiers, en Ohio. Más arriba estaba el bosque lleno de linces, de lobos, de zorros y de martas, animales pardos en verano y blancos en invierno. Allí vivían las Vilas, las hadas. Y allí dormían seguros los vampiros. Debajo de cada bosque hay otro bosque y eso es muchísimo que talar. Debajo de cada muerta hay otra muerta. Y debajo otra. Y debajo. Debajo. 

julio 01, 2024

sin reflejos

son cuatro amigos con el agua al cuello, una confabulación, servilletas que prometen cumplir la venganza que no llega, el juego de ouija que habla con los muertos que aún viven en el mundo, señale un punto en google maps y disfrute del espectáculo, 7 sentidos aburridos, el deseo y las heridas en la polla, el surco en el cráneo y sentinel del norte como último anhelo. viajar, en ocasiones, te deja la palma de la mano buena sucia y pegajosa de orines, el surco en el cráneo, los recuerdos implantados: transhumanismo y techno-hechiceros, me gusta enumerar, me gusta enumerar. sucede que me gusta demasiado enumerar. ya lo sabes, querida, ya lo notas, querido. sólo frente al infierno mientras el mundo GIRA.

volver a casa es una canción en el liceu, volver al hogar es sentir esos aplausos como si fueran para ti; la locura como hogar, dorothy, la locura como el peor de los males. ella arroja un bebé por la ventana y le encaluman (tiene una amiga de toda la vida que ahora viste de negro/azul) el crimen a una esquizofrénica. mi madre mata a mi padre y conspira con mi hermana para acabar con este enumerador, amigas que acaban en el porno-venganza para humillar al camello-rata, y darle a probar de su propia medicina. el camello-rata sólo folla con niñas de 20 años y tiene casi 40 palos. mientras escriba el diablo no podrá morderme los tobillos porque atrapado ya me tiene ¿Qué puedo hacer? Nadie escucha al enumerador porque quién sabe qué hizo él antes, qué drogas tomó o cuantas veces fue violado: padrino-ejército-anciano zapatero (pactado con mamá).

hay muchas ganas de coger un martillo y hacerles pagar por lo anterior.

 


 

junio 29, 2024

Polidor Club-Restaurant

En el Polidor Club-Restaurant se sirve un cóctel de sangre de cordero esferificada en un trago de ginebra. Lo llaman Villa Diodati. Recomiendan acompañarlo con una tapa de chorizo a la sidra. Alto contraste. Mi amiga Lupita y yo somos socios del Polidor desde los tiempos de Maricastaña y vamos a cenar a menudo nada más caer la noche, para facilitar la digestión de todo lo que vendrá después. Lupita es una mexicana salvaje, capaz de beber y beber bloody marys hasta que asoma el día y tumbarse a dormir en cualquier cajón de madera más a gusto que en una cama del Ritz. Dizque dicen que el dueño del Polidor es un tipo raro y, a juzgar por el ambiente del club, no me extrañaría nada. A los interioristas se les ha ido la mano con las telarañas y los retratos de Dorian Gray. En realidad del alto staff solo conocemos al maître, un highlander de Portland de dos por dos con un explícito problema de albinismo en la piel, que sin embargo practica un trato afable con los comensales. Los camareros en sus fracs van de aquí para allá flotando, auténticos profesionales, sin dar un paso. El suelo está enmoquetado de ricas alfombras y las paredes y ventanas, de opacos tapices colganderos. No hay luz eléctrica, que sepamos, pero no faltan candelabros y lámparas imperio. Tampoco hay espejos. Las reuniones en el Polidor son animadas a primera hora, y van volviéndose montaraces conforme el ánimo de los socios se tonifica entre manjares y pasatiempos. No hace mucho Lupita me presentó a un nuevo miembro del club, un europeo del este apellidado Lugosi, viejo conocido suyo. El señor Lugosi era actor como Lupita, y aunque nunca trabajaron juntos, fueron antaño uña y carne en los sets de Universal Studios. Aquella primera noche cenamos ligero y luego nos fuimos por las discotecas de West Hollywood, a completar el menú con bebercio y, qué os voy a contar, algún que otro exógeno hematopoyético. Recuerdo que esa juerga la acabé en unos baños encaramado a una curvy que se entregó a mí con actitud sacrificial. Creo que Lupita y el señor Lugosi se fueron a un hotel, por los viejos tiempos, y sembraron el terror a lo largo de los pasillos y en varias habitaciones. Por la mañana regresamos ahítos a desayunar al Polidor, que siempre está abierto para los habituales. Fue divertido. Tanto que desde entonces los tres somos inseparables. Solemos quedar como mínimo una vez al mes. Nos flipa el menú degustación. Mi plato favorito son los coágulos de plasma sobre lecho de pomelo y heparina. Lupita prefiere un guiso de carne que responde en carta al pomposo nombre de Albóndigas del Rey de Hungría. Otras veces pedimos algún otro entrante proteico al azar y cerramos con un enorme château saignant para compartir, regado con caldos de los Cárpatos, vinos que aquí son bastantes inusuales y caros. Lo mejor es que pilla cerca de algunos bares de esos que parecen granjas humanas. Es como ir al supermercado. Bailamos hasta el agotamiento. El señor Lugosi ha resultado ser un fantástico bailarín, algo que Lupita me había asegurado y me costaba creer, a su edad. Nos cuenta que aprendió a moverse en Broadway, hace incontables décadas, recién llegado de Europa. En la pista siempre hay hype y van apareciendo incautos como polillas hacia la luz. Lupita se contorsiona igual de bien que el señor Lugosi. Da gusto verlos perrear como adolescentes eternos. Por mi parte, bueno, yo hago lo que puedo. Nunca se me dio nada bailar, pero como tengo cierto encanto natural y sé contar chistes de tejanos, me dedico a cubrirles desde la barra. Cuando nos interesa alguien, chico o chica, qué importa, ellos le incitan al baile y yo le engatuso con mis ocurrencias. Qué fácil es ganarse la confianza de algunos. En cuanto encienden las luces y se pira el DJ, lo arrastramos a tomarnos la penúltima al Polidor. El maître sonríe picarón cuando ve entrar a nuestro cándido acompañante. Rápidamente manda preparar una mesa. A nadie le importa que entremos a desayunar cuatro y salgamos tres. Esta semana hemos planeado para el verano un viaje a Tijuana y alrededores. No ha sido fácil cuadrar agendas. Lupita y el señor Lugosi tienen muchos compromisos, pero las jaranas de Rosarito dicen que son de lo más encarnizado que se puede encontrar al Sur de California. Salimos para allá a primeros de julio. En barco. Va a ser terrorífico. 

junio 22, 2024

Próximo Premio Planote

  A Papá Perrault le han dado el Premio Planote. Un millón de pavos que se irá en cerveza. Los taberneros de París ya han puesto en marcha su propio cuento de la lechera, asesorados por un comercial del BNP. Saben que para Perrault el tándem birra/tinta es irresistible, así que la mayoría ha corrido a proveerse de lo segundo a la tienda de estilográficas de monsieur Garabatine. Este ha visto cómo sus ingresos se disparaban en apenas una semana hasta convertirlo en uno de los hombres más ricos de Francia. Por ser hombre cabal, de inmediato se ha entregado a hacer algunas inversiones a medio plazo en el mercado del maíz, pero ante todo a controlar el negocio inmobiliario capitalino. Sobre cualquier terreno que permanezca baldío en los faubourgs del Norte, Garabatine construirá edificios residenciales de lujo, provocando una explosión urbanística que cambiará por completo el callejero de París. Estas residencias, de medio kilo para arriba, se venderán como rosquillas entre la nueva burguesía durante un siglo. De esta época procede el dicho “ganas más perras que un albañil de Saint Martin”. Y no se sabe bien qué fijación tenían estos alarifes con la náutica, el caso es que les dio por comprarse yates y amarres en las costas de Normandía. En serio, ¿cómo iban a hacer la revolución en estas condiciones? Los astilleros se forraron tanto que ampliaron sus negocios a la industria aeroespacial, sin mucho éxito, todo hay que decirlo, que estamos en los preludios del siglo XIX. Sin embargo esto vino muy bien a los vendedores de palomitas, porque cada vez que en el Champ de Mars iban a mandar un cohete al espacio, se congregaban las multitudes a ver cómo el artefacto estallaba en impresionantes fuegos de artificio. La situación tuvo dos consecuencias directas y nefastas pour la France. Por un lado los fabricantes de pólvora cerraron. Ya nadie quería petardos tradicionales. Por otro, la obesidad aumentó. Cuando llegó la guerra francoprusiana, el ejército estaba bajo mínimos de munición y sobre máximos de grasa corporal. Las tropas del káiser les dieron un baño. Los nuevos administradores, germanófilos de pro, aplicaron burocracia teutona en todo el suelo francés. Las necesidades del Estado en cuanto a material de oficina aumentaron un 300%. ¿Y sabéis quién estaba allí para satisfacerlas? Exacto, Garabatine, el vendedor de estilográficas, el capital que se muerde la cola. Garabatine no era solo un monsieur cabal, sino que poseía a su vez una moral férrea. Estaba dispuesto a devolver a la sociedad una parte (pequeña, es cierto) de lo que la sociedad le había dado a él. Así fundó el Goncourt y se lo dio a Queffélec, que usaba las plumas de Garabatine desde siempre, y era como de la casa. No contento con eso, exportó la idea a Inglaterra primero y a España después, dando forma al Booker allí y al Planote aquí. Efectivamente, el lector ya sabrá que este último está dotado con un millón de pavos y que en su primera edición se lo dieron a Charles Perrault, y así es cómo los cuentos de lecheras son, para los que tienen una flor en el culo, profecías autocumplidas. Ya estoy deseando saber quién recibirá el próximo premio. 

junio 15, 2024

Prodigiosamente almacenada en las manzanas

 Una vieja Nikon figura paisajes furtivamente cambiantes, como cuerpos que envejecen. El alma y las uñas, capítulo 80. Los poetas son algo parecido a un grupo de patinadores chocando entre sí y dejándose las rodillas en el hielo. Una luz que va creciendo entre albaricoques calientes. Poetas. El alma trascendente de la literatura, la conciencia eterna de las palabras. No hemos hablado de los cérvidos de los cuentos, ya son muchos animales. Me acuerdo de la corza blanca de Bécquer, otra vez nívea en tanto mujer, de nuevo hechizada. Me acuerdo también de Acteón y sus perros. No dije nada hasta ahora de los lápices Alpino, porque no vino al caso. Aurora nos los evoca, que en ocasiones el quehacer poético es guarnecer de recuerdos. Bailar o rezar, una obsoleta cámara de fotos, un día cualquiera de verano. Todo lo simbólico y esencial puede estar prodigiosamente en un puñado de tierra mojada, almacenado en unos versos garabateados a los veinte, oculto en la ambigua confusión de las manzanas. Sin saberlo, Ravel baila con Aurora, nobles y sentimentales. Las correspondencias son también impredecibles. El vaivén siempre es en ambos sentidos y las ondas se cancelan o amplifican. Si escuchas cierta música con la atención suficiente puedes percibir, bajo el silencio, la risa milenaria de las corzas burlándose, como tú, del pecado original. Me gustaría escribir para llegar donde estés y tocarte.

junio 09, 2024

LAS CAJA DE HERRAMIENTAS Vol 7.

los días son demasiado estériles 

sin la magia de la música 

flotando en un salón 

sin el crepitar de cintas de cassette 

sin la vieja radio con la hora alienígena 

en rojo

parpadea una E parpadea mucho más rápido 

un par de dientes de vampiro y un cero 

habitaciones de humo que matan lo onírico 

habitaciones de humo que te cobran 

sin las benditas habitaciones de humo 

borracho de camino a tus trincheras 

[formas de amanecer y amenazar hay] 

amanece camino de la gasolinera 

conduzco sobre un río letal de luz solar 

que avanza en dirección contraria 

habla otro idioma: la luz como enemigo, 

vaya elección.

#Raúl Sánchez

 

junio 08, 2024

Provocatoria

 “Mitad provocación, mitad convocatoria”, escribí el 26 de enero de 2024. Hoy, 1 de mayo, más de tres meses después, no encuentro sentido a la ocurrencia. Tampoco es la primera vez. Así que improvisar sobre los entresijos de la génesis narrativa no está tan mal. Los críticos, pobres, agradecerán estos puntos de apoyo para mover sus pequeños mundos alrededor de mi persona. Provocatoria suena a Ars provocatoria. Ninguna acción estética quiere apaciguar o anular emociones, al contrario. La que no es punzante es hiriente. La que no es hiriente es despectiva. No va ser menos la mía. En ella, la certificación petulante de una inteligencia por encima de la media es el leit motiv, mejor o peor oculto o postergado. La idée fixe berlioziana. El inolvidable perrito de Astérix. Lo demás es variación en desarrollo, pajas mentales del tamaño de tres X antes de la L, y de ahí al serialismo, ya se sabe, hay un paso. No importan Papá Perrault o madame D’Aulnoy, sino cómo superarlos. Provocatoria es una llamada al feligrés para que no se duerma en los laureles, una cita multitudinaria con el jueguecito de las palabras y las imágenes, la señal luminosa de un motel de carretera. Ahora bien, la nacional que va desde el ingenio hasta el embuste nunca ha tenido asfalto, ni lo va a tener. Algunos creen que esos pasajes de primera en editorial cara tiene algo que ver con la literatura. Y no. Escribir es dolor de pies, años en blanco, manchas de salsa boloñesa en el pijama. Leer, leer, leer, leer, leer y que sea un endecasílabo. Quien escribe te convoca a una provocación a la que ha sido muchas veces convocado. Te invitan a cenar en el castillo del ogro y sabes perfectamente que lo que hay en las bandejas no es cordero asado. No puedo ser más franco, amigas y amigos: altanero e impostor, a partes iguales. 

junio 03, 2024

(La ciencia de Kneist [un huevo dorado para ti])

Para la gente que ya lo sabía, para Mónica Ripley, para la arrebatadora Férula, para la loca fascista Férula, para la Bella Easo, para el señor que se esconde en las orejas, gente en las costillas y hámsteres en ruedas dentadas dentro del pulmón.


























"Aquí tenemos a un estudiante practicando sus lecciones. Lanza sobre un cubo de basura naranja el tapón rojo de una botella de leche. A medio metro. El tapón vuela sobre el cubo como un platillo volante. Lo vuelve a intentar. Idéntico resultado. Examina el tapón y ve que uno de los bordes está aplastado. Lo endereza. El tapón cae ahora en el cubo dócilmente. Cada objeto que usted toca está vivo, con la vida y la voluntad que le comunique."


¡Exterminador!, William S. Burroughs (1966)


"3.

La música ha cobrado gran importancia. Es la música que jamás suena igual, la música sin canciones que propone laberintos y da respuestas, posibles veredas que tomar. Antes me daba miedo elegir y la música mandaba; ahora lucho contra el miedo y mando yo. Aunque tampoco es mandar el verbo que define lo que antes hacía la música, lo que ahora hago yo. Podría ser dirigir. Ahora dirijo yo. O conducir. Ahora conduzco yo. Pero no, el verbo más adecuado sigue siendo escribir. Sí, ahora escribo yo."


No tiene nombre, Estanislao Orozco (2009)












I

El Mago


(Ciudad Dormitorio)


Cada vez que Profeta salía de un psiquiátrico lo hacía más convencido de su beatitud. De la profunda santidad del sol y de la deuda que tenía con los eclipses de luna, con la luna llena, con ella. Una semana antes corría calle abajo intentando, a gritos, convencer a su vecino J de que le diera la pistola de su padre muerto. "¡La pistola de tu padre!" le gritó para que comprendiera que el panadero satánico le había engañado e iba a matar a la Enana Marrón, su pobre madre. Diez minutos antes subía la misma calle con todo el peso del planeta sobre los hombros, era un mago-espía de la era que estaba por venir. Asustó a unos cuantos vecinos mientras buscaba al panadero satánico portal-clave por portal-clave (hay números mágicos en cada esquina del mundo). Y el mundo era un enorme rompecabezas marroquí que tenía que resolver o mucha gente que amaba iba a morir. Por eso tenía que esconderse. Tenía que encontrar a Cordero (nombre mágico del panadero satánico) y tenía que hacerlo antes de que llegaran los falsos médicos que iban a ajusticiarlo en nombre del Dios hetero-patriarcal. Profeta intuía esas balas benditas por el Dios cruel y masturbatorio de la religión católica saliendo del cañón de una reglamentaria cargada con 9 mm PARABELLUM. Su abrigo Quechua no soportó la tensión del momento y se descuartizó por la maltrecha cremallera. Asustó a los viejos que vivían en los portales-clave. Luego, frente a la casa de su madre (y sin la pistola de su vecino muerto) intimidó a otro vecino con pintas de agente doble, de sicario enviado por El Vaticano para detenerle. Sólo le puso las llaves de la casa de su pobre madre en la cara, pero lo hizo como si sostuviera un arma de filo letal. El sicario comprendió y dio unos pasos atrás sin dejar de vigilar la llave que sostenía Profeta. Un psiquiatra que estuviera allí diría que ese caminar hacia atrás no ayudó demasiado a Profeta, pero esa no es una historia de locos sino de cambios: ¿No lo hueles en el ambiente?


Una vez, muchos años antes del incidente que dio con Profeta en el psiquiátrico por tercera vez en su vida mortal, cuando aún no tenía ese nombre mágico, estuvo jugando con hongos sagrados. Sacó la idea de una entrevista a Marylin Manson en la que declaraba que le gustaba tomar LSD a oscuras. Tenía un montón de hongos sagrados y estaba cansado de tomarlos en la ciudad de Cádiz (se había cansado de mirar con ojos de un dios menor la catedral, harto de ver cómo el tiempo se desplazaba entre y sobre los edificios, la hierba de Plaza España brillando brumosa y verde y blanca y azul; palpitando), así que decidió tomarlos a oscuras. Los tragó mirando a los árboles del patio. Cuando vio cómo las hojas grises desprendían cierta maldad violácea-vegetal y comenzaban a respirar inflándose se apresuró a lo oscuro de su agujero. En la cama pensó que no le estaba subiendo la droga sagrada. Pensó que era raro que le doliera la cabeza de vaca izquierda, sobre todo cuando la derecha apenas la sentía; se palpó, y ya estaba allí. Comenzó a caminar por la magnífica Ciudadela construida en mármol blanco con remates azul añil, había ostentosos jardines con ánforas doradas que refulgían bajo el sol. Caminó toda la noche y se dio cuenta de que en la Ciudadela, aunque fuera de planta regular, era fácil entrar pero no tanto salir. Sobre sus calles en damero actuaba un efecto óptico que te dejaba atrapado por siempre. No se podía salir de la Ciudadela si se caminaba en línea recta, no se podía circundar, no había salida de aquel maravilloso lugar, que por cierto sólo habitaba él, un monstruo bicéfalo atrapado en un laberinto que pronto consideró su hogar dentro de sí mismo. Un lugar al que pertenecer, en el que no tenía ningún porqué para estar enfadado. Un lugar mágico perdido en la memoria nemea. Cada vez que Profeta salía de un psiquiátrico lo hacía más convencido de su beatitud.


XVII

La Estrella


(Ciudad Dormitorio)


Bajó al asfalto ardiente desde la ambulancia que le acercó a la casa de su pobre madre, se ajustó la mascarilla y llegó con lo que se fue, con lo puesto. Abrió la puerta y saludó, Hola, madre, dijo. Su pobre madre soltó un lamento, Ay, Dios mío. ¿Cómo estás, mi niño? Creo que he perdido peso, dijo Profeta, y se encaminó a su antigua habitación, conectó lo que quedaba de portátil a un TV (había destrozado la pantalla del ordenador en su último ascenso) y su madre detrás lamentándose, quejumbrosa como unos puntos suspensivos... Profeta, con la mirada en otro tiempo (uno no tan lejano) trabó la puerta con un par de maletas, y se libró de la incomodidad que le producía la Enana Marrón (nombre mágico de su pobre madre). Se puso a escribir sobre mujeres poderosas que no olían a nada. Después de un buen rato fracasando llamó a su ex, una de las 3 brujas del norte que le acogieron, una de las 3 meigas que le enseñaron sobre el oficio de la alquimia literaria. Fue un proceso duro y extraño, ajeno en ocasiones y en otras conmovedor. La Monja Solitaria (aka Mónica) le habló, con la excusa del humor, en ocasiones de Cagliostro; un mago que revolucionó toda europa incendiando desde dentro la revolución francesa. Engañó a ricos y poderosos con fórmulas mágicas fraudulentas y fornicó con todas las mujeres que pudo a cambio de favores mágicos. Profeta reflexionaba sobre el hecho de que nadie podía ser consciente ni de su poder ni de su papel en un destino a punto de materializarse. Aunque Profeta vislumbró algo, todos esos brotes, todas esas ascensiones. Los psiquiatras, las pastillas, los encierros junto a la muerte. No era más que... ¿R, hola? ¿Ya estás fuera? Ya te vale no haber tomado la medicación, le soltó La Monja Solitaria a su ex-pareja. No fue mi culpa, se excusó, de que aquella psiquiatra pareciera una enviada de El Yunque... ¿Qué querías que hiciera? No quiso recetarme el inyectable. Lo de siempre, R, tú siempre tirando balones fuera. Y deja de fliparte ya con El Yunque, El Yunque no sabe quién eres. Tumbaste un foro literario de afine, ¿y? Que después, murmuró Profeta, cuando lo levantaron de nuevo llegó Anonymous y lo tumbó otra vez. Yo no empecé, dijo, esa es la narrativa ¡R!, interrumpió Mónica, haz el favor de comportarte y deja de hacer daño a la gente que te queremos, cabrón egoísta. No me va a quedar hueco esta vez para chistes, ¿verdad?, le dijo Profeta. Exacto, contestó Mónica, y siguió hablando y enumerando todos las cagadas de Profeta, una tras otra. Hasta que Profeta le soltó que había escrito algo muy bueno en el psiquiátrico, que lo hizo a mano, que fue divertido.


Le leyó el texto:


"¿NOTA APARTE DE TODO? Rau se lo cuenta a Mónica: Nosebundo es mi lado paterno con toda su ira y suspicacia; con todo su saberse un DIOS. Un día Padre se cargó 3 sacos de cemento a la espalda sólo para demostrar que podía hacerlo. ¿A qué te refieres, Rau?, pregunta Mónica. A que ni siquiera le importaba el dinero de la apuesta, sólo quería imponerse sobre el resto, extinguir las voces de sus iguales. Así que se impuso, de una manera estúpida, pero lo hizo (Cada saco pesaba unos 50 kg). En otra ocasión cuando ya me tenía agarrado de la nuca (para él eso era el cariño) me obligó a cambiar de acera porque de frente venía otra pareja padre-hijo (ambos negros) y me dijo, ante los grandes interrogantes que ondulaban sobre mi cabeza, que lo hizo porque "tenía miedo". Tenía miedo, el mismo hombre, que años antes se había cargado a la espalda 150 kg de cemento gris marengo. ¿Era eso la paternidad? ¿Comenzar a sentir mucho miedo?


No lo creo.


Madre es Alpaviese, Alpaviese es madre... Madre nos crió entre caramelos pegajosos en los dedos y un aura de oscuridad a hermana y a mí como príncipes de la pena: Madre, era, es la Reina del sumidero negro. Ese mismo por donde se escapa toda la alegría y el brillo de esta patria en la que el sol se estrella (también rebota) desde los cristales de sal hasta cegarnos: a hermana y a mí y a todos en la playa brumosa de agosto. Madre es la diosa de la pena; te da caramelos pegajosos para que te los enredes en el pelo. ¿FINAL DE LA NOTA APARTE DE TODO?".

¿Y bien? Pregunta Profeta.

Periplo del [meta]héroe

 Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...