octubre 01, 2023

Postwar abstracción

 Siempre hablamos mucho de papá Perrault, pero al otro lado de la ciudad está Madame d’Aulnoy, reflexionando en la cama sobre su turbulenta vida y cómo debería ser capaz de aislarse de la especie dentro de la especie misma. Con idénticos mimbres, levantar una catedral desde la mugre y la fealdad y la miseria. Se ha dormido bajo estos pensamientos, aliviada por la noche y el cansancio parisinos. Tras tres horas de sueño, escucha aún dormida un siseo que la obliga a despertar. El siseo se concreta en la voz quizá de un dios niño, o tal vez de una serpiente verde, nunca lo tendrá claro, que la impele con dulzura a abandonar el lecho. Como a madame le ha dado por remoloner un poco, la voz se ha vuelto tumulto en un momento. Asustada, se pone una bata, trata sin éxito de encender una vela y al final corre a abrir a oscuras la puerta vidriera del balcón que da a la calle de donde proceden los gritos. Lo primero que siente es el frío de la madrugada. Lo segundo, una luz diurna en absoluto posible. Abajo, en la rue Saint-Benoît, en formación paramilitar, Madame d’Aulnoy descubre todas las maravillas con que el arte secunda la naturaleza. Allí están Clyfford Still, espatulando el lienzo en flagrante prescindencia de bellezas, y Mark Rothko, estampándole en la cara los susurros de lo inmenso. Desde fuera se podría calificar como una suerte de batallón contrartístico, pero sería una imagen pobre para tamaño desconcierto. Lee Krasner va trotando entre las filas, pizpireta como un hada de los colores borracha; Robert Motherwell, delicadamente rojo pero abrumadoramente negro, emborrona de carbón la fachada de Marguerite Duras; y Ellsworth Kelly trata de ordenar tanto lo disperso y como lo soleado, de no perder la formación cartesiana, de no caminar sin rumbo. Una gran columna de minions dedicados a la abstracción, con Meyer Schapiro, oh capitán, mi capitán de hordas degeneradas, con John Chamberlain, lieutenant volumétrico, a la caza de la chatarra que tapia patios y desguaces. Y Robert, sobre todo el tito Robert, que si un Kennedy aquí, que si una cabra allá, bailando con Sigmar Polke un tenue valsecito sobre sus colchas sucias, pisoteadas, una parte de erección matutina y tres de deshilado nocturno. Las narices aplastadas o las bocas en las orejas, los ojos bizcos, ni pies ni manos y otras normales deformaciones. Apartado y excéntrico, Basquiat pinta una cabeza de burro en la pared de la Escuela de los Benedictinos. No sabrá nunca Madame d’Aulnoy el tiempo que duró la revelación. Congelada, entra al desvanecerse aquella de nuevo en el gabinete y se abalanza al escritorio para depositar en un texto cada una de las figuritas inclasificables de su epifanía, con cabezas y manos móviles, en su mayoría de porcelana pero no necesariamente, pequeñas y pequeñísimas, feas y parlanchinas, metáforas estúpidas de una humanidad épsilon, lambda, pi que vomita su cochambre después de la guerra. 

septiembre 26, 2023

Una de dinosaurios

Marcela llevaba ya mucho a su espalda. Se levantaba temprano para ir a vender sus cosas al mercadillo y sacarse algo de dinero antes de ir a Jumbo a trabajar hasta las 22. Llegar a casa y estar con su familia, que cada una de ellas tenía los mismos problemas que ella, incluso tenían peores situaciones económicas. 

La vida allí se hacía cuesta arriba, ver como la pobreza hacía que la gente tuviera que asaltar a otras personas sabiendo que un fallo en un asalto te llevaría a la tumba directamente. Ver como sus familiares ahorraban dinero para ir a España sin papeles y verles de nuevo a los años por que les deportaron. Y quienes están allí aun sufriendo el racismo de la gente y trabajando sin papeles con miedo a que la policía les pare y vean que no tienen permiso de residencia. Todo eso lo sumas a como empresas europeas destrozaban el ecosistema de su país sacando de allí a los mapuches, ver como el desierto de Atacama ahora era al basurero de las grandes empresas... Eran el basurero de Europa y el laboratorio de pruebas de Estados Unidos para llevar acabo allí sus golpes de estado y leyes liberales, y racistas, para ver como funcionarían en sus países.

Con todo esto el día a día se hacía muy difícil, había quien caía en el alcohol, o las drogas que eran incluso más baratas, o quienes directamente acababan con su propia vida. No era fácil aguantar tanta mierda. Y como Marcela no es ninguna heroína de las típicas películas, también tenía todos esos pensamientos. 

Aunque a ella se le vino algo mejor a la mente, ¿y si la colonización no hubiera existido? Pues el mundo sería un lugar mejor para todes. ¿Y cómo podía parar eso? Ya que matar a Colón no habría valido, ya que cualquier otro colono lo habría hecho igual. Había dos opciones; o bien matar a toda Europa, o la vuelta de los dinosaurios. Y la verdad que ella veía mejor eso, acabar con toda Europa era complicado, pero salvar a algunos dinosaurios y que se reproduzcan sería lo más eficaz. Puede que con ello ni siquiera ella existiría, pero no podía seguir sufriendo, ni quería ver como sufrían las demás personas racializadas. Era hora de salvar dinosaurios.

Con unos rituales que sacó de libros que tenía su madre y gracias a ayudas de las ancianas de su pobla encontró la manera. Haciendo un par de cositas hizo lo que debía hacer, volvió al pasado. Ahora mismo se encontraba en otro lugar totalmente distinto, sin ciudades, sin carreteras, sin blancos ni policías.

No tardó en asustarse al escuchar el rugido de uno de los dinosaurios. Estando allí y ver la situación se dio cuenta que era imposible hacer esto, ¿cómo iba a comunicarse con ellos? Al menos no estaba sufriendo, prefería morir intentando salvar a la humanidad de la colonización que seguir trabajando para empresarios de mierda. Hizo crujir sus nudillos y avanzó en busca de alguna manera de salvar a la humanidad de la blaquitud. 

septiembre 23, 2023

Próximos a despertar

 Como todo bildungsroman, el Petit Poucet se agotaba en su propia idea constructiva. Cuánto más fructuoso y significativo resultaba, en el fondo, todo el corpus de obra derivada y qué divertido fantasear, envolver y reinventar arquetipos que fueron y serían infinitos en extensión y eternos en el tiempo. Los carteristas Grimm dejaron claro que se podía soñar lo ya soñado y Ravel esbozó como nadie lo tenebroso del bosque sonoro y la maldición de los pájaros que pían hambrientos. A veces una de estas reinterpretaciones deja en mantillas la matriz, la catacumba histórica, la idea primigenia. Si tras arduas lecturas tuvieras, por imperativo legal o por pura vanidad, que elegir entre Homero o Joyce, entre Goethe o Novalis, ¿estarías próximo a despertar?, ¿te descubrirías pidiendo que el camino fuese largo?, ¿confundirías, habiendo abandonado ya tus migas de nostalgia, la única luz de la casa del ogro con el hogar de tus padres? Y en un hipotético escenario en el que la confianza dialéctica diera sentido a la novela didáctica, ¿cuánto tardarías en cruzar los tablones entre Escila y Caribdis una calurosa tarde porteña?, ¿no recorrerías tal vez con método los desvaríos de su lógica y prestarías, como Linneo, más atención a las aves zancudas? Se hace casi obligatorio dejar constancia en cada nueva revisión que Pulgarcito ya venía aprendido de casa, y que la misma astucia que salvo a siete niños de la muerte fue la degollina de otras siete niñas, y que el actor mexicano Cesáreo Quezadas acabó en la cárcel por abusar sexualmente de su propia hija. 


septiembre 16, 2023

Psique

Algunas noches, al abandonar con el ocaso el ama de llaves la alcoba, papá Perrault convoca el espíritu remoto y barbado de Apuleyo. Prepara con esmero el papel vacío, el tintero portátil, la pluma hábilmente cortada. Al principio nunca sucede gran cosa, que no hay idea que fluya de un seso empapado todavía en sudor, fluidos y saliva, ni de un ingenio escurrido entre carnes de Venus gobernanta. Pero pronto empieza a escuchar una voz dispuesta a dictar palabras con aires de vieja, una voz neutra, femenina y masculina, que no desvela novelas, ni peroratas, ni relatillos de infantes, sino ningún otro artificio que versos: …en una noche escura…a tu divina frente, oh poderoso…decid a todos que ha sido…un arroyuelo apenas percibido…por el que la princesa viene… Papá Perrault se siente morir un instante y entonces entra en trance. Sobre el ara plana de color hueso vierte sangre negra y dibuja con ella, in media res, signos ignotos. Pretende consignar lo que dice la voz, dejar constancia del milagro. A veces la mano se aquieta para aspirar bocanadas de pigmento, dejando en el pliego un reguero de cadáveres de hormigas. Otras, el frenesí del autómata aumenta, dibujando órbitas de Kepler y petroglifos informes. Con los ojos extraviados en alas de angelote, con los oídos obturados por tragedias líricas, nuestro viejo médium viaja a edades confusas para traernos, como traen del futuro la lejía, flechas de ponzoña venerea. Ya conocen vuesas mercedes que un pinchacito nimio de la postrera rueca del reino todo lo puede. En el clímax del ensueño, Perrault hace tiritar más febrilmente si cabe su mano diestra y deja por escrito un testamento de polenta oscura, dos óbolos verbales de condenado a la rueda y un sinfín de manchurrones ininteligibles para las generaciones de filólogos venideras. Vuelto en sí tras el hechizo, trata inútil de comprender lo revelado. A su pesar, la razón pronto desiste pues, como en tantas otras ocasiones, solo alcanza distinguir palabras sueltas: radiante, infierno, respirar, lenitivo… Apuleyo se ríe una vez más en su puta cara, como lo haría un bufón borracho. Toda búsqueda es insensata, se carcajea. Cada alquimia especula en torno al fracaso. Por eso, en el día de hoy, aún rumiando la derrota, le sobreviene la emoción esclarecida del triunfo. ¡Eureka! Entre lo infuso y el balbuceo de sus garabatos, Papá Perrault ha encontrado unos versos perfectamente legibles, que serán emborronados de inmediato por alguna que otra lágrima: El dios vive en nosotros, donde nada requiere de poder no concedido a quien ama: ejercicio de la mente, laureles del amor. Y la certeza.

septiembre 09, 2023

Perdices, comieron perdices

 En las fantasías de papá Perrault, el proveedor de perdices oficial era el gato con botas. ¿Las han probado escabechadas vuesas mercedes? Ingredientes: un gato, una bolsa, unas botas para andar entre matorrales y un rostro de hormigón, preferentemente armado. Las perdices están en los campos de grano, el gato abre de par en par su bolsa, es difícil que las perdices entren en la bolsa, casi siempre salen volando en cuanto sospechan algo. Con los días se va adquiriendo habilidad y la caza mejora (son muchos años de prácticas con ratones, salamanquesas y jilgueros, mis preferidos), y un día se aprende a tirar de los cordones a tiempo y cerrar la bolsa con la presa dentro (la idea inicial del hijo del molinero era comerse al gato y hacerse unos guantes con su piel), lo malo es que ahí te das cuenta que las vidas de un gato nunca son siete, que alguna ya has perdido de camino, y tienes que ir al palacio del rey otra vez para ofrecerle las piezas cobradas, con lo mal que te trataron en la última audiencia soltándote a los perros, y una vez allí intentar colarle al monarca el bulo del marqués de Carabás sin mover una pestaña. Cómo cambia la cosa. El pacto ficcional aquí es del tamaño de la Conserjería, porque gracias a los arrestos cinegéticos del minino comieron perdices La Bella durmiente, Cenicienta, Piel de Asno, Pulgarcito, Riquete y hasta Grisélidis, que ya le vale a Grisélidis. Todos menos Caperucita. Caperucita no. Caperucita no comió perdices. 

septiembre 06, 2023

Encuentros en el Tercer Reich

 Como la literatura une a las personas de maneras insospechadas y por motivos improbables.



En mis horas de descanso entre turno y turno de cocina en el restaurante Del Blau me gusta aprovechar para leer. Camino un par de minutos en línea recta con el mar en el horizonte en mi lado derecho. Leo: Manhattan. Un bar clásico, regentado por un matrimonio de mujeres de mediana edad. Ellas me sirven amablemente un café americano con un poco de leche y hielo para que el verano sea menos caluroso y el trabajo salga adelante a pesar del cansancio. Tomo un taburete del exterior y me lio un cigarrito. Lo enciendo, abro mi libro. A mitad de un capítulo un hombre me interrumpe señalando mi lectura. ¿Tú sabes lo que estás leyendo? Me dice. Sonríe y me enseña un anillo con una swastika. Me empieza a contar que antes era muy nazi y ahora ya se ha hecho mayor y no lo es tanto. Me habla de su estancia en la seguridad social, donde unos “putos moros” entraron antes que él porque “son los amos de España” y lo injusto que es eso. Me relata su pasado como empresario y todo el dineral que pagó a sus trabajadores cuando cerró. Continua hablando del Mein Kampf y lo aburrido que se le hacía, sobretodo por lo reiterativo que es. Aquí aprovecho para contarle que intenté leerlo una vez, y que era muy pesado, demasiado para terminarlo. Lo que en realidad quería decirle es que no soy nazi. Le digo que El Tercer Reich de Roberto Bolaño es una novela sobre un juego de guerra y no sobre el imperio alemán. Nota en mi voz que no soy de los suyos aunque no se lo diga explícitamente y eso lo sé porque empieza a intentar defender con argumentos que su pensamiento nazi ni es tan nazi ni está tan mal serlo. Sabe, porque no puede no saberlo, que si no eres uno de ellos, lo más probable es que los odies o por lo menos que te generen rechazo. Intenta demostrarme que no es un mal hombre con esa historia de pagar a sus trabajadores, como que fue un acto digno. Les dio 9000€ a cada uno. Lo que no me cuenta es que probablemente estuviera obligado por ley a ello. Seguro que en esos 9000€ había más de un mes de sueldo, finiquitos, compensaciones por la pérdida apresurada de su empleo. Como siempre, el iceberg del nazismo solo deja ver su punta y dice que es blanca, pura, justa. Miré al nazi a los ojos, le transmití todo ese inmenso odio que jamás se ha podido terminar de purgar con el tiempo, toda la rabia de la humanidad contra sí misma. Me pregunto si a Bolaño le hubiera gustado ésta anécdota. Un libro suyo provocando que un nazi salude a uno de sus lectores. Curiosamente, segundos antes de la interrupción del sujeto fascistoide, leía una página donde Clarita le pregunta a Udo si es nazi. El cual responde que no, que es antinazi. La literatura es fuego y permanece en comunión con la vida.

Un par de días atrás, en el mismo bar, en el mismo taburete, leyendo el mismo libro, un hombre se para para decirme que le alegra ver a alguien leyendo a Bolaño. Afirma que no conoce el libro que tengo entre mis manos pero sí la famosa y maravillosa Los Detectives Salvajes, Estrella Distante y Literatura Nazi En América. La causalidad resulta llevarme a comprar cloro para desinfectar la humilde piscina montable en la tienda del lado del Manhattan. Resulta que el dependiente es el lector de Bolaño del otro día. Le cuento mi encuentro con el señor fascista en los días anteriores y se ríe y afirma sin duda alguna que a Bolaño le habría encantado la anécdota. Le pasaron muchas así por sus novelas que siempre se mofaban del fascismo de forma sutil y elegante, jamás apoyando ningún movimiento ni ideología y criticando sin parangón.

septiembre 02, 2023

Pommes

  A papá Perrault no le gustan las manzanas. Esas que saben a arena son asquerosas. Son como masticar cieno. Y las ácidas, las granny smith, esas le dan dolor de muelas solo con verlas amontonadas en el mercado des Enfants Rouges. Pero las que más odia, las que no puede soportar ni aún muerto de hambre, son las manzanas japonesas. Las fuji son unas manzanas que se las dan de rueca: un pinchacito de acidez y a continuación su empalagoso dulzor como de largo sueño. Un verdadero asco. Papá Perrault prefiere la hombría suculenta del plátano, la humedad melosa de los pequeños higos, la gravidez sabrosa de unas buenas peras. Un día de verano se encontró casualmente con Ravel en Futuroscope, que está justo a medio camino entre Donibane Lohizune, lugar de vacaciones del músico, y la capital francesa, lugar de residencia del cuentista. Se saludaron efusivamente y, como ambos habían venido solos sin nadie que les incordiase, resolvieron visitar juntos el parque, empezando por subirse a la Gyrotour. Ravel, como siempre, iba comiendo manzanas. Manzanas fuji. La Gyrotour empezó a subir y a girar y aburrir al más pintado. La charla empezó con halagos del viejo al Petit Poucet, pero pronto se agrió al señalar a Ravel el feo que había sido incluir en la suite aquel bodrio orientalizante de la sierpe de d’Aulnoy, o esa otra castaña del vals de la bestia y la muchacha, repetitiva en exceso, y qué decir de la pavana inicial, que parecía más una berceuse. Ravel, por su parte, defendía con pasión juvenil su música: claro que era una berceuse, maestro, la princesa está dormida, no muerta, y en esa defensa escupía sin querer micropedazos de pulpa de fuji sobre el rostro y la pechera del anciano. Papá Perrault aún no había escrito ni una palabra de La Bella durmiente, así que no tenía ni zorra idea de qué putain le estaba hablando aquel pianista de 1900. Intentó sobrellevarlo con entereza, pues la paciencia es una virtud muy parisina, pero al final perdió los nervios, arrancó lo que quedaba de fuji de la mano de Ravel y la tiró, al grito de merde alors!, por sobre las cabezas de los atónitos visitantes. La mala fortuna hizo que el hueso casi mondo de la manzana cayese en el mecanismo de la Gyrotour por una rejilla rota, bloqueando la plataforma circular a cuarenta y tres metros de altura. Todas las ruecas son un poco manzanas, ya lo dijimos. Perrault y Ravel fueron rescatados por los bomberos de Poitiers, junto a otros ochenta y seis aventureros, mediante un laborioso y lento dispositivo de rápel. No tardaron en ser denunciados por las autoridades de Futuroscope. Desde ese día y para siempre, los autores de Ma mère l’oye tuvieron prohibida la entrada al parque. 

agosto 26, 2023

Pizza

  A papá Perrault le pirra la pizza. También le gustan los libros de caballerías, bailar pavanas hasta que cierran el bar y visitar castillos medievales con muchas puertas. Le favorecen los colores rojo y verde por las mañanas, practica bondage suave con su ama de llaves por las tardes y se enfrenta a la hoja en blanco por las noches, con éxito irregular. Como tantos otros, ubica sus historietas más allá de los Alpes. Papá Perrault cuida también con total dedicación sus abdominales, es decir, los engorda. Polpa di pomodoro, mozzarella di Bufala, aglio, olio, peperoncino o peperoni, poco importa, glielo dico io! Tampoco hace ascos a la pasta fresca. Da igual carne o verdura, figurativo o abstracto, cuando hay un buen plato de macarrones y raviolis en caldo de capones, gnoccos fritos o tagliatelli al estilo de Las Marcas, ni la zorra mirando las uvas. Llámalo Bengodi, llámalo Jauja. Aun con esto, la verdadera perdición de monsieur son los dulces: mamia en kaiku, talos con chocolate, idiazabal con membrillo, tortas de San Blas, cigarrillos de Tolosa, pastel de cerezas, pantxineta, porque quien dijo Alpes, dijo Pirineos. Luego, de madrugada, sin haber escrito más de un párrafo, se levanta descompuesto a cagar al corral y dispara, como había visto en una peli de los noventa, a las gallinas. Audrey Tautou, a quien como cada mañana han despertado los tiros, le da los buenos días desde la ventana de enfrente, sonriendo crípticamente. En el fondo toda esta rutina fisiológica de su vecino le viene de perlas para llegar a tiempo al set, porque ya sabemos cómo se pone Jean-Pierre si los actores llegan tarde. Cosa facciamo?

agosto 19, 2023

Preterintencionalidad

 Tal vez el ogro solo quería almorzar. Almorzar niños abandonados. Niños perdidos. No quería acabar degollando a sus siete hijas. Pobre. Qué chasco. Sus pequeñas vampirinas de dientes separados. Un daño causado más allá de la intención inicial. Præter intentio, escribió al margen papá Perrault, yo solo quería asustarlos, señoría, y lo imaginó escondiendo las manos en los bolsillos del delantal. Pulgarcito, el héroe, el Odiseo ladino, azote de ogros gibosos y maestro de argucias, solo tuvo que cambiar los gorros de dormir de sus hermanos por las coronas de oro de las jóvenes ogresas. Otra vez el oropel. El capital que os hará libres. Las niñas nadando, tal cual, en su sangre. Ni rastro de preterintencionalidad, sino cálculo. Y como hoy va de ogros la cosa, hablemos de la suegra comeniños de la Bella Durmiente. En la segunda parte del cuento, escamoteada sin reparo al gran público, el viejo parisino ingenió una nueva aventura de infanticidios. Ya nos conocemos. Un macho negligente, una abuela malvada, unos chiquillos jugositos, salsa de cebolla y mostaza, una madre aún adormilada, dientecito de ajo, el mayordomo a lo Schindler, nariz de azúcar, un corderito sustituto, un cabrito expiatorio, los ingredientes habituales del estofado, en fin, un thriller alemán de sobremesa. Tal vez la mujer solo quería evitar que la tachasen de mala madre cuando contrató a aquella nourrice rubia.

agosto 12, 2023

Plexiglas

A veces hay fallos en la trama y te caes hacia dentro. A veces una historia pueden ser dos, tres, cuatro, los restos de un paraíso, una experiencia existencial, la preubicuidad orientalizante. Compartimentos plásticos. A veces la rueca es la manzana, el gato es la bruja, la Bella es Laideronnette. Todo depende de la dosis de metacrilato. Papá Perrault puso una vez cara de hermanos Grimm d’Aulnoy Villenueve Andersen Barajas Junior y el lecho de oro y plata en el que dormir un siglo fue, de repente, una urna de plexiglas custodiada por enanitos. Esas conexiones neuronales son impredecibles. Yo, Walter Elias Disney, buzo de lavabos. ¿Alguien sabe por qué elaborada perversidad el hada buena no sedó también a la reina y al rey, lo mismo que al resto, por cien años? Ya son ganas de dejar los cadáveres por ahí, en el gran salón, sobre sendos tronos, para que tu hija los encuentre mondos al volver del más allá. Mucamas sudorosas, damas de honor y compañía, gentilhombres peripuestos, militares condecorados, mayordomos culpables, cocineros vascos, guardias civiles y guardias suizos, pajes, pejes, pijos, pujos, pajas, sotas, sietes, valets, escuderos, gendarmes también peripuestos, perdices, mastines, faisanes, percherones, lavanderas, planchadoras, cerilleras, golondrinas, Pouffe, la pequeña Pouffe, la tristísima Pouffe, durmiendo la mona diez décadas como los demás siervos, sentenciados a muerte, qué largo fue el tiempo de los faraones, vasallos asesinados en sus puestos de trabajo. Todos murieron con la princesa, prevista resurrección masiva, eso sí, a medio/largo plazo. Pero no el rey ni la reina, no la reina ni el rey, que con la frente marchita y estoica velarán a su hija cuajados de lágrimas, vahídos e insomnios, hasta que la sed y el hambre se los lleve a las cocinas de cuando en cuando, y el deseo de luz solar puede que al jardín de zarzas crecientes, o a solazarse en el íntimo jacuzzi, ya sabéis, el sexo a los sesenta puede ser muy placentero, y un gimnasio completo adyacente, para tonificar, salón de té, pista de tenis, cama de tres por tres, cine en casa, sin que nadie les incordie, les perturbe o les tosa, por fin felizmente infelices en una vida high class, hasta que la artrosis o la demencia los agriete una tarde como mamparas de metacrilato, de esas que igual te encierran un fiambre blanquecino que te separan de tu compañero de oficina durante una pandemia. Aún quedaban setenta y cuatro largos años para el milagrito zombie, amigo Disney, eso no tuviste los huevos de contarlo. 

agosto 05, 2023

Percusión

 La noche del 26 de octubre de 1721 hubo concierto. La Conserjería era el lugar más musical de París, más incluso que el teatro del Palais-Royale. Se oían rítmicas las humedades goteando por los sillares. Aullidos de presos sometidos al suplicio des brodequins. Crujidos de pulgares. Toda una Ionisation de Varèse oficiada ante el altar de la confesión, la reina de las pruebas. Papá Perrault llevaba muerto casi veinte años cuando Cartouche tenía apenas veintisiete. Se encontraba pocos días antes enderezando clavos en un burdel de La Courtille, una tarde extrañamente calurosa para lo avanzado que andaba el otoño, cuando fue apresado por los sabuesos del Duque de Orleans y conducido al Châtelet. Tras un fallido intento de fuga, el sujeto fue trasladado a la gran cárcel en la fecha indicada y condenado a morir en la rueda. A partir de ahí el concierto duró dos días. Con el habitual empeño de los jueces por explorar las capacidades percutivas de sus verdugos, le dieron el preceptivo tormento. Fue, sin duda, una brillante ejecución introductoria. Pero el verdadero recital de Cartouche iba a ser en la Grève a la mañana siguiente, un movimiento monumental a lo Bartók, aplicado sobre las teclas de sus huesos, un remedo del Gaspard de la Nuit, suplicio para cualquier ejecutante. Los apócrifos cuentan que en los tablones de la rueda montaron a otro reo, un solista voluntario ligerito de ropa, quizá devoto del bandolero, dispuesto a sustituirle en el aria de la agonía al son de los golpes de los sayones. Otros aseguran que el contrapunto del retentum libró a Cartouche del doloroso finale, cuya partitura contemplaba la amputación armónica de varios de los miembros antes aplastados. En las crónicas de La Regencia, Dumas describe con su habitual swing que en l’Hôtel-de-Ville, antes de palmar, delató a trescientos de sus secuaces, mínima sección para una orquesta que, en total, superaba los dos mil intérpretes. A Jean-Paul Belmondo tanta seriedad no le pareció en absoluto convincente. 

Periplo del [meta]héroe

 Monomito abajo solo hay sombríos intrarquetipos. Lo descubrí una mañana sin sol pero también sin nubes, una de esas mañanas anodinas como l...